Quito. 17 feb 2001. Dos comunidades, una en la Sierra Norte y otra en la
Amazonía, son los centros de donde salieron las familias y los dirigentes
que ahora lideran el movimiento indígena. Varias características de esos
pueblos fueron determinantes.

Las familias Conejo Maldonado y Tituaña, en el norte del país, y las
Viteri Gualinga y Villamil, en la Amazonía, han sido los pilares de los
procesos de formación del movimiento indígena en las últimas dos décadas,
desde dos centros poblados: Sarayacu, en la provincia de Pastaza, y
Quinchuquí, en Imbabura. Y en la actualidad, también se constituyen en
los pilares fundamentales de un nuevo proceso de formación de líderes
indígenas.

En esas comunidades se encuentran los orígenes del actual poder de la
dirigencia indígena. Son centros chamánicos y artesanales de los que ha
salido una especie de aristocracia dentro del mundo indio, por varias
razones. La principal es que se han constituido en prósperos centros
comerciales, en donde las familias han contado con suficientes recursos
para invertir en la educación de sus descendientes, y los han interesado
en la necesidad de organizar y guiar a sus comunidades.

Son líderes que se han formado en las aulas con los recursos de sus
familias, a diferencia de otros líderes que se formaron con el apoyo de
Fundaciones como la Hanse Seidel, que permitió a Salvador Quishpe
estudiar en la Universidad San Francisco, o que se formaron en las bases,
como Ricardo Ulcuango, quien tiene sus ancestros en los cayambis. Si bien
fue el primer niño que entró a la escuela de Cochapamba, recién está
intentado terminar el bachillerato en un colegio a distancia. O la misma
Juliana, su hermana, concejala de Cayambe, quien debió transgredir las
costumbres de la comunidad para ser dirigente de Pichincha Riccharimui,
tesorera de la comunidad, tesorera de la finca escuela, locutora de la
radio Inti-Pacha, según relata Javier Ponce en su libro Y la madrugada
los sorprendió en el poder, que narra los antecedentes y el momento en
que los indios llegaron a Carondelet, el 21 de enero de 2000.

En Quinchuquí, todos saben que la familia más numerosa e importante es la
Conejo, que está relacionada con los Quinchi, la familia pionera de la
comunidad. Y en Sarayacu, quienes han sido los guías permanentes de la
organización india han sido los Viteri Gualinga, una mezcla de una
familia chamánica tradicional y un próspero comerciante.

La etapas de la diferencia

Ariruma Kowii, coordinador del programa de becas de Programa de los
Pueblos Indígenas del Ecuador (Prodepine) y hermano del alcalde de
Otavalo, Mario Conejo, establece como punto de partida de la formación de
la actual dirigencia indígena la época de la lucha por la reforma
agraria. "Todo respondía a ese objetivo, hasta el esquema de organización
era de una estructura similar a la del Partido Comunista y Socialista,
que era el único que había", dijo.

Reflejo de esa realidad son los nombres de las organizaciones indígenas
de ese tiempo: federaciones u organizaciones campesinas. En este
contexto, a mediados de los años setenta, aparece en el norte del país,
en la provincia de Imbabura, un fuerte movimiento cultural impulsado por
Ariruma Kowii y Mario Conejo.

En Peguche se forma un taller estudiantil que logra fundar la primera
biblioteca de esa comunidad. Los miembros recolectaron libros en Quito,
solicitando donaciones a las bibliotecas y a los colegios. "Recogimos
alrededor de 700", aseguró Mario Conejo.

Y en Otavalo, Ariruma Kowii impulsa el Taller Cultural Causanajunchi, que
aglutina a jóvenes indígenas de colegios como el República de Ecuador, en
Otavalo, y el Silvio Luis Haro, en Peguche. El nombre lo escogieron como
un lema de lucha: Hemos vivido, vivimos y viviremos. También estaban
niños de la escuela particular católica San Luis, las fiscales Diez de
Agosto y José Martí.

"Nos reuníamos los fines de semana. Ahí estaba dirigiendo todo Ariruma,
también estaba Nina Pacari, Mario Conejo, Marcelino Zambrano. Eramos unos
50 estudiantes con ganas de hacer teatro, música y danza", recordó Laura
Quinchiguano, integrante de ese movimiento en sus inicios.

El fútbol, la pasión integradora

Por ese Taller también pasó una de las personas que lideró las
conversaciones con el Gobierno en el último levantamiento indígena, el
alcalde de Cotacachi, Auki Tituaña, quien vivió con su familia entre las
comunidades del Sagrario y San Francisco, en ese poblado. "Eramos una
familia de emigrantes de Quinchuquí", dijo.

Este dirigente piensa en un proyecto político nacional más que en un
reivindicativo para los indios. De niño soñó con ser arquitecto, aviador,
estudiar computación y economía. Se enamoró de la protagonista de la
telenovela Soledad, con guión de la famosa escritora Delia Fiallo.

Cumplió dos de sus sueños. El primero, cuando viajó por primera vez a
Venezuela, en 1978, para conocer ese país con su padre. Pudo volar y
disfrutar de la playa de isla Margarita. El segundo, cuando fue becado
por el Gobierno de Cuba para estudiar economía en la Universidad de La
Habana.

Con Marina Vega, con quien se casó en Cuba cuando tenía 23 años, fue uno
de los primeros indígenas que salieron a estudiar fuera del país, becados
junto a su esposa Marina Vega.

La beca la obtuvo Auki Tituaña por intermedio del Taller, con el que se
relaciona debido a su pasión por el fútbol. "Nuestra generación mantenía
una fuerte relación deportiva con los jóvenes indígenas de Otavalo y
Peguche", sostuvo. Fue en los encuentros de fútbol en los que establece
una relación con los miembros de Causanajunchi y comienza a participar en
sus actividades.

Por la misma época, entre los años setenta y ochenta, Alfredo Viteri
comienza a insistir en la necesidad de la organización de las comunidades
de la Amazonía. Iniciar un proceso similar al concretado por los shuaras
con la formación de la Federación de la Nacionalidad Shuar, creada con el
apoyo de la comunidad religiosa de los salesianos, en 1960.

Fue una idea que nació en Sarayacu, porque esa era su comunidad, en la
que vivía su familia. De acuerdo con Carlos Viteri, el primer sitio en el
que se debe vender una idea o una iniciativa es en el núcleo familiar.
"El esfuerzo de un miembro de la familia se concibe como el esfuerzo
conjunto de la familia", aclaró.

Los dirigentes no son los más pobres

¿Provienen los dirigentes de familias con larga historia de vinculación
política?

Esta interrogante surge al observar la tradición de familias como la del
actual vicepresidente de la Conaie, Ricardo Ulcuango.

Para Augusto Barrera, sociólogo vinculado hace años al movimiento
indígena, "hay grupos familiares relevantes en la vida de la comunidad y
de la organización indígenas" pero, a diferencia de lo que ocurre en los
ámbitos mestizos "esos prestigios se procesan comunitariamente, en la
dinámica de las relaciones comunitarias". Hay familias que, por recursos
o relaciones con la otra sociedad, tienen, según afirma Barrera,
particulares condiciones para desarrollar capacidades de liderazgo, pero
legitimadas y procesadas por la comunidad. "La familia opera como un
contexto, facilita un manejo temprano del mundo de la política, pero no
es el elemento principal en la selección de un dirigente".

Están, por otra parte, las condiciones económicas como factores que
impulsan liderazgos. Es cierto. Para Augusto Barrera, es lo que ocurre en
buena medida en la Sierra Norte, donde dirigentes destacados representan
sectores indígenas con recursos económicos.

"Nina Pacari es el ejemplo más claro. Originaria de Cotacachi, de una
familia con recursos, lo que le favoreció para estudiar, viajar". Es tan
determinante el tema que, según nuestro entrevistado, las direcciones
intermedias, locales, necesitan apoyarse en recursos financieros
familiares y comunitarios. "Casi no encontramos en la actual estructura
del movimiento, un comunero de base con muy poca escolaridad que llegue a
ser dirigente. La dirigencia joven tiene un buen nivel de escolaridad,
incluso todavía son estudiantes o están vinculados a la educación
bilingüe. Los dirigentes no son los más pobres de los pobres" señala.

Finalmente, está la vinculación histórica a programas de desarrollo
estatales o paraestatales. Desde los tiempos de la Misión Andina en los
años 60 y comienzos de los 70, o de las escuelas radiofónicas animadas
por Leonidas Proaño.

Augusto Barrera sostiene que se ha producido una modificación profunda en
la conformación de los liderazgos y las dirigencias indígenas, un
desplazamiento muy fuerte, por efecto del cual, "no estamos frente a la
simple delegación de la comunidad, sino a la selección de dirigentes a
partir de la capacidad de interactuar con el resto de la sociedad
ecuatorian". Barrera recuerda que en las capas dirigentes, es posible
encontrar estudiantes universitarios de centros como la Universidad
Salesiana, y en campos como la antropología. De allí que las
negociaciones impulsadas por los dirigentes más jóvenes apunten a
programas de desarrollo ambiciosos.

El tronco amazónico

Dos familias se sucedieron en la dirigencia de la OPIP, desde su
creación. Un proyecto de formación de líderes quiere cambiar esa
realidad.

La importancia que tuvo el Taller Causanajunchi en Otavalo, en el proceso
de formación de un nuevo perfil de dirigentes, lo tiene en este momento
la Organización de Pueblos Indígenas de Pastaza (OPIP), la más importante
de esa provincia, que agrupa a 13 asociaciones y 133 comunidades.

Esta organización quiere, en los momentos actuales, establecer una
escuela de formación de líderes indígenas que conjuguen tres
características: habilidad política, formación técnica (profesional) y
espiritual, esta última la parte más débil de los dirigentes, de acuerdo
con Leonardo Viteri Gualinga.

Esta escuela de formación de líderes, que está a cargo del ex presidente
de la OPIP, César Cerda, sería imprescindible para evitar que sean dos
familias las que se disputen la dirigencia de la OPIP: los Villamil y los
Viteri Gualinga, unidos por lazos consanguíneos, que provienen de la
misma comunidad Sarayacu, y de la misma familia tradicional: los
Gualinga, porque tanto los Viteri como los Villamil tienen un origen
mestizo.

Rebeca Gualinga, la madre de Alfredo y Leonardo Viteri, los dos únicos
miembros de esa familia que han despuntado en la organización de la OPIP
y del movimiento indígena nacional, es prima de Bertolina Gualinga, la
madre del ex diputado Héctor Villamil.

Mientras que la ascendencia de los Viteri en Sarayacu se remonta a su
abuelo que llegó a esa comunidad para contraer matrimonio con una
indígena de la localidad. Fue nombrado teniente político y, según Héctor
Villamil, se caracterizó por manejar con mano de hierro a la comunidad.

De ese matrimonio nació Aníbal Viteri, el padre de Leonardo Viteri, que
se casó con Rebeca Gualinga. Su vida la dedicó al comercio en toda la
cuenca del río Bobonaza. "El principal producto que comerciaba era la
sal, producto que no se compraba en el Puyo sino en la frontera, en uno
de los afluentes del Huallaga", recordó Leonardo Viteri.

También abasteció a las comunidades de esa cuenca de herramientas para la
agricultura, para la caza y la pesca. "Hasta intercambió pieles cuando
había comercio con Perú y Colombia", recalcó. Así fue cómo estableció
relaciones con los shuar, cofanes, zaparas, achuar. "Preparó el terreno
para que nosotros podamos comenzar el trabajo organizativo", dijo
Leonardo Viteri.

El origen de los Villamil

El mismo origen tiene la familia Villamil, el otro sector con el que
disputaron la dirigencia de la OPIP los Viteri. Héctor Villamil narró que
su abuelo llegó desde Ambato a Mera como militar; en esa ciudad se quedó
como tambero (encargado de cruzar a gente de una orilla a otra del río).
Se casó con una indígena de la zona. De esa unión nació su padre Bolívar
Villamil, que contrajo matrimonio en Sarayacu con Bertolina Gualinga.

"En el momento en que se casaron se trasladaron al Puyo. Después de ocho
años fuimos a vivir en la Isla, en el kilómetro ocho Amazonas, una
comunidad de la Comuna San Jacinto, a quince minutos del Puyo", recordó
el ex diputado Héctor Villamil.

Son estas familias las que se turnaron en la dirigencia de la OPIP, desde
su creación en 1980. El primer presidente de esta organización fue Héctor
Villamil, cuando tenía 27 años.

Villamil le ganó la presidencia a Antonio Vargas, que en esos años no
tenía ninguna figuración, salvo el apoyo de la familia Viteri Gualinga.
Fue en ese momento cuando las dos familias comienzan a alejarse. En la
actualidad los Viteri Gualinga siguen asesorando a la OPIP, mientras que
Héctor Villamil intenta reconstituir su imagen en la Federación de la
Nacionalidad Kichua del Pastaza (Fenakipa).

Esta última organización fue formada luego de que los dirigentes de la
OPIP exigieron la cárcel para Héctor Villamil, ex diputado que fue
involucrado en una red de corrupción con la venta con sobreprecio de
materiales educativos a los colegios, en el Gobierno de Abdalá Bucaram.
El ex legislador aseguró que ese no fue el motivo, que la Fenakipa se
formó por decisión de las bases.

Sarayacu o el carnaval de la vida

"Sarayacu se constituye en corazón de las organizaciones porque uno de
los fundadores de la OPIP, Leonardo Viteri, es de ahí, y el primer sitio
donde debe vender su idea es en su lugar natal", aseguró Carlos Viteri.
Otro sector de gran influencia política es Arajuno, en donde están los
Kichwas Napos, y el de los indígenas que están alrededor del Puyo.

"El reclamo de la autonomía, la idea de la organización de la
Confederación de Nacionalidades Indígenas de la Amazonía (Confeniae), de
la misma Confederación de Nacionalidades Indígenas del Ecuador (Conaie)
salió de los debates de esa comunidad", dijo Leonardo Viteri.

En esa comunidad están las familias Viteri, Gualinga, Santi, Cisneros,
Aranda, que mantiene las formas tradicionales de autoridad. Tienen los
curacas y una directiva que sirve de enlace con el exterior. Es población
netamente kichua, que bordea los 1 600 habitantes. Esta repartida en
cinco barrios.

Sus principal fiesta terminó hace poco y se organiza con el sistema de
priostazgo. Se realizan entre el 9 al 12 de febrero. Es tradicional que
cuatro familias sean las priostes, pero en esta última celebración solo
hubo dos familias porque la crisis llegó a esa comunidad. El año anterior
hubo una crecida del Bobonaza, lo que afectó los cultivos y arruinó a
varias familias. Las mujeres se encargaron de preparar las bebidas y la
cerámica tradicional, con 15 días de anticipación. Los hombres salen a
buscar la comida.

Tampoco faltaron las danzas guerreras, el cambio de curacas y la
celebración del matrimonio colectivo, una costumbre ancestral que no se
ha perdido. "Es una fiesta de la abundancia de la naturaleza", dijo
Leonardo Viteri. El último día es un carnaval que se juega con chicha,
para devolver a la naturaleza los restos de la celebración. Los cónyuges
pueden luego legalizar su matrimonio en la iglesia de los dominicos, que
existe en el centro de la comunidad.

"Las pieles de los animales se entierran en las raíces de los árboles y
la cerámica se rompe en los techos de las casas".

Pero, lo más importante es que en esta comunidad funciona el Consejo de
Chamanes. Son siete hombres y mujeres, guías de la comunidad a los que
recurren los dirigentes para escuchar sus consejos.

César Cerda, ex presidente de la OPIP, aseguró que los grandes chamanes
viven en esa comunidad porque todavía no ha sido colonizada por las
costumbres de los mestizos. Cuando fue dirigente, en varias ocasiones
acudió a los sabios para escuchar sus consejos y recomendaciones. "Dentro
de las comunidades y las familias tienen mucha importancia la figura de
los chamanes, como factores para conducir a la dirigencia", dijo Carlos
Viteri.

Los estudiantes que superan los recelos de los dirigentes

Ariruma Kowii identifica tres tipos de dirigentes indígenas, los que se
formaron en la lucha por la tierra: los indígenas campesinos; los que se
formaron en el proceso de alfabetización iniciado en el Gobierno de Jaime
Roldós, en 1979, los indígenas profesores; y los que accedieron a una
preparación profesional, los que en un principio fueron conocidos como
los estudiantes.

Los primeros fueron los más numerosos y los más recelosos. Luis Salazar,
que siguió de cerca el proceso de formación del Taller Causanajunchi,
aseguró que en un principio los estudiantes eran vistos con recelo por
los líderes de la Federación Indígena Campesina de Imbabura (FICI), a
pesar de que la mayoría de quienes formaban este grupo se coordinaron con
la dirigencia de base que luchaba por la tierra. La FICI era dirigida en
ese tiempo por Fausto Jimbo, comerciante que en la actualidad vive en
Canadá y regresa a Otavalo cuando llega el invierno a ese país.

El recelo se produjo porque los dirigentes de la FICI creían que los
jóvenes del Taller eran parte de una generación perdida. "La dirigencia
indígena de base no tenían confianza en quienes serían los futuros
profesionales indios, desconfiaban de los estudiantes porque los
calificaban de sector perdido y nocivo a los intereses de las
comunidades. "Había un celo, porque toda esta generación tuvo la
oportunidad de ingresar a las escuelas urbanas", dijo Kowii.

Pero los jóvenes no se amedrentaron y comenzaron una lucha simbólica,
según recuerda Roberto Conejo, otro integrante del Taller. "La primera
medida radical fue evitar sacarnos el sombrero en las aulas, porque ese
acto fue parte del vasallaje que se rendía al hacendado. Nuestra primera
pelea fue por la ropa", dijo.

Este intento de recuperar la identidad que nace en Imbabura es
comprensible, sostuvo Kowii, porque las condiciones en esa provincia
siempre han sido diferentes. "Por ejemplo, en la colonia la relación de
los indios con los mestizos, a pesar de que hubo la Hacienda, existió un
trato diferente porque la población indígena era artesana, tenía una
habilidad manual que se valoraba".

Kowii calificó esa etapa como el período de una lucha simbólica, por
mantener su indumentaria y su ropa, en el que asaltaron los salones
municipales para hacer exposiciones y montar obras, sitios que en esos
años estaban vedados a los indios. "El símbolo es efectivo, volitivo,
saturado de cualidades emocionales y que impregna con su cualidad
emocional tipos de conducta y situaciones aparentemente muy alejados del
sentido original", escribió en un editorial publicado en este diario, el
antropólogo Segundo Moreno Yánez.

Un plan de vida para no morir

Con un plan de vida de 12 años la OPIP busca revitalizar la dirigencia de
su movimiento y preparar a sus cuadros para dirigir el Estado.

La mayoría de dirigentes de las comunidades amazónicas son profesores.
Muchos se inscribieron en ese curso de formación iniciado por el Gobierno
de Jaime Roldós para impulsar su programa de educación bilingüe. Ese
programa tenía como requisito que los docentes sean miembros de las
comunidades.

El mismo presidente de la Conaie, Antonio Vargas, es fruto de ese
programa y de su trabajo en las bases. De ahí que las comunidades
privilegiaron a quienes eran capaces de hablar y negociar con los
funcionarios del mundo mestizo, a la hora de escoger a sus dirigentes.
Esa realidad está cambiando, en la Amazonía y en la Sierra.

Olmedo Cuji, vicepresidente de la OPIP, aseguró que los nuevos dirigentes
que están preparando deben dominar el conocimiento occidental con la
misma soltura con la que dominan los conocimientos de sus ancestros.

La recuperación de conocimiento ancestral

Así, un proceso similar al de la recuperación del valor de la vestimenta
indígena emprendida por los Quichuas Otavalos a comienzos de los ochenta,
se comienza a vivir en la Amazonía en la época actual. El objetivo
principal de los dirigentes es recuperar los saberes tradicionales de los
ancestros, en esa formación juega un papel importante la comunidad de
Sarayacu, en donde las verdaderas autoridades siguen siendo los curacas.

Tito Merino, presidente de la OPIP, aseguró que 30 técnicos están
recibiendo formación. Esa preparación se la realiza a través de módulos
en distintas especialidades, según consta en carteles explicativos
pegados en la pared de una oficina en la que funciona la organización. Es
un edificio que envejeció antes de ser terminado. Está ubicado en un
barrio cercano a la zona comercial del Puyo. Pero, además, otro proyecto
que tienen en carpeta busca evitar el divorcio de la organización de sus
bases. Cristina Gualinga, miembro de la familia más tradicional de
Sarayacu, afirmó que estudian trasladar la sede de la OPIP a una de las
133 comunidades de Pastaza.

Con estas iniciativas buscan formar líderes que sean capaces de
intervenir en la vida política del Estado. El presidente de la OPIP
aseguró que los primeros dirigentes amazónicos privilegiaron el
conocimiento de las letras, ahora quieren que eso sea complementario.
Para eso cuentan con un Plan de Vida de 12 años, en los que pretenden
fortalecer la organización regional.

Las alianzas en la Sierra Norte

Las familias de la Amazonía han formado alianzas estratégicas para
constituirse en centros de poder. Santiago Kawarim, de la Federación de
Nacionalidades Achuar, aseguró que producto de esto cada comunidad se
constituye en un núcleo familiar.

En el norte del país, en la provincia de Imbabura, la situación fue la
misma. El proceso de desarrollo de la economía indígena de Otavalo, que
se fundamentó en la producción y comercialización de artesanías, tiene su
origen en Peguche y Quinchuquí.

"Peguche fue una comunidad de productores, donde nacen las ideas, los
tejidos, los diseños, y Quinchuquí es una comunidad de comerciantes",
aseguró Mario Conejo, alcalde de Otavalo. Primero fueron comerciantes de
chanchos y manteca de chancho. Esta actividad fue combinada con la
comercialización de artesanías.

Pero fue Quinchuquí la comunidad que comenzó a constituirse en el
principal polo de desarrollo, porque fueron sus habitantes quienes
comenzaron las migraciones temporales fuera del país. De Quinchuquí son
las familias del alcalde de Otavalo, Mario Conejo, y del alcalde de
Cotacachi, Auki Tituaña. "Mi familia fue la primera en emigrar. Por eso
tengo familiares hasta ahora en Bogotá, Popayán, Mérida y Caracas. Son la
cuarta generación de comerciantes que emigraron en 1940", dijo Mario
Conejo.

La Conejo Maldonado fue una de las primeras familias en desvincularse de
la comunidad. Los padres del actual alcalde de Otavalo se fueron a vivir
a Ipiales, en donde se cambiaron de ropa y se cortaron la trenza.

La amistad en el exterior entre las familias Conejo y Tituaña

Roberto Conejo recordó que en varias ocasiones vio llegar al padre de
Auki Tituaña a su casa, en su paso a Mérida, Venezuela, para dedicarse al
comercio. "Hace 26 años, cuando murió mi padre, decidimos regresar, pero
a vivir en Otavalo", dijo Mario Conejo.

Regresaron para dejarse crecer el pelo y volver a utilizar el poncho, las
alpargatas y el sombrero. Aunque fue la primera familia en salir de
Quinchuquí, en esa comunidad la familia Conejo sigue siendo una de las
más numerosas, al igual que en Peguche.

Además, como dijo el alcalde de Otavalo, su familia está cruzada por
diversas alianzas. "Mi padre era Segundo Conejo Quinche, y los Quinche
fueron los primeros en salir del país. También están los Farinango, que
ahora viven en Popayán. Por mi madre están los Maldonado. Mi abuelo fue
el primero en salir a Quito y fue profesor en el colegio Central
Técnico", dijo.

Todas estas familias tiene su origen en Quinchuquí y Peguche, dos
comunidades que han mantenido alianzas históricas. "En un tiempo, solo
permitían matrimonios entre miembros de familias de las dos comunidades",
aseguró Mario Conejo.

Quinchuquí o la fiesta sin licor

Un gran letrero se observa en la pared de la plaza, que está junto a la
iglesia. "Bienvenidos a Quinchuquí". La leyenda está escrita en quechua y
en español. Frente a la plaza descansa Mariano Salazar, un anciano que
nació en esa comunidad hace 75 años. Está acurrucado en un poncho, hecho
en la misma comunidad. No para de refunfuñar por el polvo que levantan
los buses que llegan de Otavalo.

Dos niños pasan por la calle empedrada arreando las reses, seguidos por
el propietario del salón en el que se vende menudo (un plato típico de la
comunidad).

El anciano habla sin una aparente lógica. Cuestiona la tranquilidad del
pueblo, en el que ahora se bebe solo gaseosas y cervezas. "Antes se
tomaba más", recalca. "¿Qué?" "Chicha y puro", responde. "¿A qué edad
comenzó a beber?" "¿Desde que era longo (adolescente)?", insiste.

Asegura que la chicha ahora está prohibida en el pueblo por la cantidad
de evangelistas y Testigos de Jehová que han llegado. Humberto Yamberla,
presidente de la comunidad, reconoce que la presencia de los evangelistas
es bastante importante en la comunidad en la que viven 325 familias, el
45% de las cuales se dedica a tareas agrícolas y ganaderas. El resto
dedica todo su tiempo a la fabricación de artesanías, porque le
resultaría más rentable.

Por ejemplo, María Mercedes Maldonado, quien llegó a la comunidad cuando
se casó con Tarquino Muenal, asegura que hacer una hamaca demora una
hora, aunque lleva todo un día dejarla firme. Esa hamaca la vende a seis
dólares, aunque no puede salir a la feria de Otavalo, porque no tiene
puesto.

La nieta de Juan Maygual, el más anciana del pueblo, pasa la mayor parte
del tiempo sentada frente a su máquina de overlock, en un cuarto grande
en el que se amontonan alpargatas y bolsos.

La prosperidad de la comunidad es evidente. Casas de adobe se confunden
con construcciones de cemento. La mayoría de viviendas tiene un garaje
donde guardan los vehículos. En el pueblo se ve una gran cantidad de
gente porque estos meses son en los que regresan los emigrantes que salen
a Europa en abril, mayo y junio, para comercializar sus artesanías.

Todos los meses de julio, se realizan las fiestas de San Pedro, la
principal de la comunidad, que es organizada por los Cabildos. Hace ocho
años que dejaron de organizar las fiestas con los tradicionales priostes,
porque en ese mes las familias están en Europa.

Pero esas fiestas ya no le atraen a don Mariano Salazar. En la
actualidad, casi todo le disgusta porque en la comunidad de Quinchuquí
cada vez "hay menos tomadores".

Sol y luna queda de los inicios

El pino fue derribado hace muchos años. Era el principal adorno del
Taller Cultural Causanajunchic, que traducido del quechua al español
quiere decir: hemos vivido, vivimos y viviremos. En ese sitio, que fue
transformado en el café bar Sol y Luna, se formó la dirigencia ilustrada
del movimiento indígena, en el norte del país, en los años setenta y
ochenta. Los líderes que en el último levantamiento jugaron un papel
importante en las negociaciones con el Gobierno de Gustavo Noboa, para
pedir la revisión de las medidas económicas adoptadas en diciembre.

Fue el sitio en el que se comenzó a formular una nueva forma de
resistencia india. Se trataba de una reivindicación de lo simbólico, del
recuperar "los símbolos que identifican al pueblo indígena", según relata
Ariruma Kowii, director del proyecto de becas de un programa apoyado por
el Banco Mundial.

Trabajaron en lo que es teatro, danza y música. Estuvieron junto a los
Ñanda Mañachi. Se tomaron los salones municipales para expresar su
creatividad artística, violando prohibiciones de la época, como la
absoluta restricción de esos salones a los indios. Montaron obras de
teatro en la que ellos mismos se representaban como indios y como
mestizos, en donde se podían ver discriminando los unos a los otros.

Los estudiantes de las escuelas y colegios comenzaron a llevar el
sombrero en clases, a no quitarse ese atuendo, que es considerado parte
de su indumentaria, ni cuando se tocaba el himno nacional. A pesar de que
eran vistos con recelo por los dirigentes de la Federación Indígena
Campesina de Imbabura (FICI), porque los creían parte de una generación
perdida, alienada, sin valores culturales, nunca dejaron de participar en
las actividades y la organización del campesinado para impulsar la lucha
por las tierras. Luego comenzaron a trabajar con el Club Estudiantil de
Peguche.

Los viajes y las becas

Viajaron por distintas ciudades del país exhibiendo sus obras de teatro,
su música. En Quito, se presentaron en el Teatro Prometeo de la Casa de
la Cultura.

En esos viajes, conocieron a miembros de la Embajada Cubana a quienes
solicitaron becas para enviar a los estudiantes destacados de las
comunidades a especializarse en carreras técnicas.

Así salieron del país Mireya Conejo, Roberto Conejo, Auki Tituaña y su
actual esposa, Marina Vega, todos regresaron con una profesión. Eran los
nuevos cuadros profesionales que comenzaron a asesorar a los dirigentes
que nacieron en las comunidades.

Y los principales gestores de este movimiento, paradójicamente, son los
que menos vivieron ese racismo que reinaba en Otavalo de los años setenta
y ochenta: los hermanos Conejo, una familia de comerciantes que tiene su
origen en la comunidad de Quinchuquí, que está a los pies del Imbabura, y
que vivió diez años fuera del país, en Ipiales, dedicada al comercio de
la artesanía.

En esa ciudad fronteriza colombiana, los hermanos Conejo vivieron sin
trenza, con el pelo corto y vistiendo jeans y camisetas. Cuando
regresaron a Otavalo, les fue fácil adaptarse a la comunidad mestiza,
pero regresaron con la idea no solo de recuperar su indumentaria sino
también su identidad, su ropa y sus trenzas. Y fueron ellos quienes
impulsaron un movimiento reivindicativo desde lo cultural, que con los
años ha rendido sus frutos. (JT) (Diario Hoy) (Blanco y Negro)
EXPLORED
en Ciudad Quito

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