Gran convocatoria tuvo la procesión de "Jesús del Gran Poder". Más de 1 000 fieles, entre cucuruchos, verónicas y cristos, hicieron penitencia bajo un aguacero que también trajo granizo.

"Siempre llueve duro, a las tres de la tarde. A esa hora murió Nuestro Señor...", explicaba una abuela a su nieto en la cuesta de la calle Vargas. Esta vez esas "escrituras" no se cumplieron con exactitud.

Quince minutos después de las dos, el cielo oscuro se partió y golpeó a los devotos de Jesús del Gran Poder.
"Esta sí es penitencia", bromeaba la gente al paso de los cucuruchos, verónicas y jesusitos. "Pero el granizo les ha de doler más".

Más de 1 000 cristianos, ataviados de púrpura, salieron al centro de la capital a escenificar todo cuanto se arrepienten por sus culpas. Partieron al mediodía de San Francisco y allí regresaron luego de cuatro horas de húmedo peregrinaje.

La Banda de la Policía abrió la manifestación sagrada a una primera cofradía de cucuruchos y cristos. Seguramente fueron derribados 25 eucaliptos para armar las cruces que estos personajes arrastraron.

La mayoría de celebrantes caminó sin calzado. Pies blanqueados en talco, callos amarillentos y uñas puntonas se restregaron contra el asfalto. Los demás gozaron de sandalias y zapatos de lona.

La procesión avanzó lenta y taciturna. Pero la Banda de Cotocollao se encargó de sumir en depresión a la asistencia por sus dolorosos clarinetes.

Luego, los elencos de La Magdalena y Ponciano se sumaron al concierto, cada uno con su pieza, y encajonados en la Venezuela armaron un eco rítmico, al estilo de Mile Davis, especialmente por su casual acople de saxos y timbales.

Pasadas las 13:00, los penitentes empezaron a sudar el peso de sus maderos en la bajada de la Manabí. Eso los delató: el zumo de mora no sirve para fijar la sangre de Cristo.

Por suerte, una anciana piadosa sació las gargantas secas de esos marchantes con caramelos sabor a mantequilla.

Quienes no recibieron la golosina, arremangaron sus atuendos y exhibieron al público sus brazos barrocos, por la cantidad de tatuajes.

La faz de Cristo y "Johanna mi amor" se leía en uno. En otro, el escudo del Deportivo Quito. Y en el brazo de antología se veía una cruz invertida sobre la cual posaba una paloma, con un sable toledano atravesándole el buche, y una boa triturando sus alas.

Varios turistas extranjeros gastaron sus rollos captando esos hechos pintorescos. Y de los tatuajes pasaron a fotografiar a un cucurucho en silla de ruedas y de allí a un mendigo que marchaba a gatas.

El hombre babeaba del cansancio y la ira, pues nadie le botaba un centavo. Pero cuando los turistas lo retrataron, generosos quiteños llenaron sus bolsillos y regalaron una sonrisa a las cámaras.

San Pedro no celebró ese gesto y descargó su lluvia, cuando la procesión estaba de vuelta. Los mercaderes, quienes al cenit vendían helados, en ese instante comerciaron ponchos plásticos a USD 1.

La travesía estaba por cumplirse. Los penitentes alcanzaron la calle Benalcázar con sus rostros lavados por el aguacero. Por sus cuellos se escurría todo el maquillaje que gastaron para este Calvario.

Entonces, un sol de gloria se abrió hacia las 15:30, cuando las primeros marchantes divisaron San Francisco otra vez.

Los azuayos recordaron el calvario al subir a Turi

Quinientos fieles caminaron cuesta arriba la colina de Turi tras el paso de un grupo de jóvenes que representó la pasión y muerte de Jesucristo.

Las 14 estaciones del Vía Crucis se dramatizaron sobre el asfalto de la carretera que conduce hacia ese mirador de Cuenca. En cada oración, repetían con fe una súplica para mejorar su condición de vida y pedir por la paz del mundo.

Esta peregrinación es la ceremonia religiosa más tradicional que se realiza en la capital azuaya para conmemorar el Viernes Santo.Junto a los devotos, Jorge Pintado, de una parroquia rural del cantón, caminó alrededor de tres kilómetros, cargando una cruz de madera.

Esa es la penitencia que realiza desde hace nueve años y que fue heredada de su hermano Jorge, quien la llevó en cuatro ocasiones anteriores.

El sol afectó a Pintado y a sus 15 acompañantes, que estaban disfrazados de la Virgen María, Judas, soldados romanos, sacerdotes, magistrados, judíos, entre otros. Todos, con vestimenta de la época de color amarillo, celeste, rojo y verde.

Ellos reflejaron el esfuerzo que hicieron para ascender el cerro de Turi. Atrás, le seguían una veintena de personas que cargaron otra cruz de madera de tres metros. Los sacrificios lo realizaron para cumplir sus promesas y recibir favores como salud, paz y trabajo.

La caminata se matizó con los rezos del Padre Nuestro y el Ave María de seis religiosas que eran presididas por las imágenes de Jesús, José y María, llevados a cuestas.

La escenificación del calvario comenzó a las 09:20, en el sector de los Tres Puentes y finalizó en una especie de circo greco romano de cemento, cerca de la iglesia del mirador. Allí, los devotos que son miembros de la comunidad, liderados por el párroco Marco Martínez, recrearon la vida, milagros y muerte de Jesús.

Durante el trayecto, algunos de los familiares de los emigrantes aprovecharon para fotografiar y filmar la celebración del rito religioso.

Multitudinaria procesión por Cristo

La peregrinación de Cristo del Consuelo convocó ayer a miles de guayaquileños. La caminata del Suburbio fue de 17 cuadras. Los bomberos lanzaron agua para sofocar el calor.

Llegó hace dos días a su vieja casa en el barrio de Cristo del Consuelo, al suroeste de Guayaquil. Sus vecinos, de las calles Francisco Segura y la 21, se emocionan al ver que José Quitio no se ha desprendido de sus creencias religiosas, aunque ahora vista ropa distinta: cambió los pantalones de lino económico por jeans de marca.

Hace una década, él partió a EE.UU. en busca de un mejor porvenir. Y lo consiguió con la ayuda de "papito Dios que me cuidó todo el tiempo. Nunca me abandonó". Por eso, cada inicio de año, compra un boleto de avión desde Nueva York hasta Guayaquil. Es la única manera de asegurar su participación en la procesión de Cristo del Consuelo, que ayer cruzó el Suburbio de la ciudad y que congrega a miles de fieles.

A las siete de la mañana, Quitio estaba listo para caminar las 17 cuadras del recorrido. Iba descalzo y con los dedos llenos de la cera que caía de la vela que llevaba en sus manos. Caminó con devoción aun cuando la imagen de Cristo crucificado, hecha hace 44 años, iba cinco cuadras adelante de él y sus parientes.

A las 09:00 una funda de agua cayó cerca de José, que trabaja en una factoría neoyorquina. La lanzó Cristóbal Tingo desde el balcón de su casa, que está al pie de la calle que se llenó de feligreses. "Tengo 100 funditas de agua fresca para regalar a los fieles. Así agradezco al Señor la salud y la felicidad de mi familia".

El padre Gerardo Villegas, organizador de la procesión, aguardaba por la imagen del Cristo en la iglesia Espíritu Santo, en el barrio suburbano.

Iban a ser las 10:00 y los caballeros del Cristo del Consuelo ya no podían controlar el fervor de los católicos que se esforzaban por tocar la figura de madera que fue esculpida en Cuenca. Ni siquiera los miembros del Grupo de Operaciones Especiales (GOE) pudieron detenerlos. Por eso, cinco uniformados se subieron a la carroza donde viajaba la imagen para protegerla.

A las 10:15, cuando el Cristo llegó a la Iglesia, los agotados feligresas lloraban conmovidos. Levantaban las manos y gritaban "¡Qué viva el Cristo del Consuelo!". Estaban mojados por el rocío de agua de las 15 motobombas que el Cuerpo de Bomberos instaló al pie la calle Lizardo García, por donde pasó la procesión. El padre Gerardo casi perdía la voz al sentir que la fe en el Cristo no ha desaparecido. "Cada vez veo más gente... vienen los migrantes de Colombia, España, Italia y EE.UU. ".

Quitio permaneció distante, se refugió debajo de uno de los portales repleto de personas que escuchaban las reflexiones. "Antes empujaba para tocar los pies o el rostro de la imagen", Ahora se arrodilló en la vereda para recibir la bendición del padre Gerardo. Mañana, Quitio hará sus maletas para volver. En su equipaje llevará imagenes del Cristo para sus amigos de EE.UU.

Tungurahua revivió las 14 estaciones

Tres procesiones importantes se realizaron ayer en Tungurahua para revivir el Vía Crucis de Cristo. La primera empezó a las 09:00 en el centro de Ambato y convocó a más de 500 fieles católicos.

La mañana soleada acompañó a los feligreses en su recorrido de 14 cuadras, por las calles Bolívar y Castillo. La procesión avanzó hasta la Iglesia de los padres josefinos, ubicada en uno de los miradores de la capital tungurahuense. En el acto participaron el obispo de Ambato, Germán Pavón; el vicario, Hugo Cisneros, y demás diáconos y monaguillos de las iglesias locales.

En medio de una lluvia de flores, los creyentes demostraron su fe, alrededor de una gran escultura de Cristo crucificado. Cantos, ruegos y rezos fueron la tónica durante este recorrido de varias horas. La imagen de Jesús fue cargada a hombros por cinco feligreses. Entre tanto, hasta el cierre de esta edición, se daban los últimos preparativos para las procesiones nocturnas en los cantones Píllaro y Pelileo.

En Píllaro para el acto, que este año fue anunciado con anticipación, se esperaba la participación de más de 600 personas. El puente sobre el río Culapachán en la vía Píllaro - Ambato sería el punto de partida a las 18:00. Desde este punto se preparó las 14 estaciones para representar el Vía Crucis, en un recorrido de siete kilómetros hasta el centro.

La peregrinación, organizada por el párroco Elmo Villafuerte, contó con la colaboración de las parroquias Marcos Espinel y Presidente Urbina, muchos de los feligreses prometieron asistir disfrazados de cucuruchos, soldados... Así también, a las 19:00, en el cantón Pelileo a 15 kilómetros de Ambato, los fieles católicos debían concentrarse en las calles Padre Chacón y 22 de Julio, en el centro de la urbe, para recordar con una procesión la vida, pasión y muerte de Jesús.
EXPLORED
en Ciudad Quito

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