LOS CUATRO AÑOS DE BORJA. Por Simón Espinosa

Quito. 23.07.92. El doctor Rodrigo Borja Cevallos se posesionó
de su cargo de Presidente Constitucional de la República del
Ecuador el 10 de agosto de 1988 ante el presidente del
Congreso, el entonces demócrata popular Honorable Wilfrido
Lucero Bolaños, y posesionará en persona al Presidente Electo
arquitecto Sixto Durán Ballén el 10 de agosto de 1992. Esta
última normalidad en las formalidades protocolarias resume lo
que fue el ejercicio del poder social demócrata: ceñido a la
ley, sin sorpresas ni altibajos.

Una coyuntura difícil

Agustín Cueva, q.d.D.g. en el último análisis de coyuntura que
alcanzó a articular, caracteriza el decenio de 1980 como los
años en que América Latina tuvo que trabajar para no caer en
el Cuarto Mundo. Una década de mayor número de pobres,
absoluta y relativamente hablando, en nuestro subcontinente.

Pues bien, al presidente Borja le cupo gobernar en los dos
últimos años de esta década perdida. Y en el último de ella,
el mundo contempló incrédulo cómo el modelo socialista de la
Unión Soviética y de Europa del Este se diluía cual tableta de
alkaseltzer en el vaso de agua de la economía de la libre
empresa. Si alguna acidez estomacal provocaba el capitalismo
en el ánimo del Presidente, este hecho singular terminó por
alinearlo en una política económica muy cercana a la de la
derecha.

Contribuyó a ello la austeridad que debió imponer desde
comienzos de su ejercicio presidencial a causa de la
bancarrota en que recibía las finanzas públicas. Según el
propio presidente Borja en su mensaje del 10 de agosto de
1988, heredaba un país en profunda y grave crisis económica y
social. Sus signos visibles eran la merma del crecimiento de
la producción, la escalada inflacionaria, el desempleo, la
injusta distribución del ingreso y el desfinanciamiento del
sector público.

En agosto de 1988 el gobierno de Borja recibió una tasa de
inflación del 63% con tendencia a crecer. El desempleo
afectaba al 13% de la población económicamente activa y el
subempleo, a la mitad de la población en aptitud de trabajar.
El presidente propuso, por lo mismo, un programa económico de
emergencia: combatir la inflación, aplicar políticas
intensivas de empleo, restaurar el equilibrio del sector
externo, fomentar la producción, democratizar el crédito
orientándolo de preferencia hacia las capas de bajos ingresos
y estimular el ahorro productivo.

Administración casi exitosa

De hecho, logró bajar el ritmo de crecimiento de la inflación,
que a marzo de 1989 había llegado al 99%. El gobierno de Borja
alcanzó a estabilizar la economía y a emprender un conjunto de
reformas estructurales cuyos resultados aparecerán a largo
plazo. Ante todo fortaleció el sector externo. Si en agosto de
1988 la reserva monetaria internacional neta registraba saldos
negativos por 330 millones de dólares, en mayo de 1992 la
reserva llegaba a los 455 millones, lo que significa, que el
gobierno en cuatro años de gestión, había logrado acumular 755
millones de dólares.

La política cambiaria fue estable y clara. Se basó en un
sistema de minidevaluaciones anunciadas, más leves reajustes
periódicos. Según el analista Fidel Jaramillo Buendía, "el
sistema tuvo varias virtudes: revirtió el caos cambiario
vigente hasta 1988, logró mantener un tipo de cambio real más
bien competitivo, corrigió los desfases resultantes mediante
la entrega anticipada de divisas a los exportadores, y
permitió, de este modo, que los agentes planificaran sus
decisiones de inversión". Las divisas incautadas alimentaban
en el banco Central una bolsa que satisfacía a los
importadores en su demanda de dólares.

Tal sistema resultó positivo para el comercio exterior. En
efecto, las exportaciones no tradicionales -flores, melones,
piñas, tabaco en rama, productos industrializados- crecieron
un 25% en 1991 respecto del buen crecimiento que habían tenido
en 1990. Se estimaba que, salvo alguna circunstancia grave e
imprevista, para fines de 1992, las exportaciones habrán
tenido un récord histórico no solo en volumen sino en valor.
Un valor de más de tres mil millones de dólares.

La economía, estancada en prácticamente los tres primeros años
del gobierno de Borja, creció un 4.4% en 1991 gracias a la
recuperación manufacturera y al dinamismo del sector agrícola.
La banca externa acreedora, por ejemplo, aceptó, por fin, la
tesis ecuatoriana de que la solución del problema presuponía
tanto el arreglo global como el largo plazo. Por su parte, el
gobierno aceptó pagar los intereses correspondientes a la
deuda
consolidada. La inflación y el crédito neto del sector público
fueron dos de los obstáculos mayores que impidieron que el
régimen socialdemócrata negociara la deuda externa.

Si a todo esto se suma la reforma de las leyes laborales y la
reforma de la ley monetaria, se puede inferir que el gobierno
de Borja gobernó para el futuro con un saldo más bien positivo
en lo que a macroeconomía se refiere.

Dormir sobresaltado

Por más que el Presidente amara los deportes y trabajara
mucho, frecuentemente lucía preocupado. Hasta llegó a enfermar
del corazón unas semanas antes de volver a la vida doméstica.
El mismo confesó que la situación de los pobres del país le
quitaba el sueño. No hay por qué dudar de la sinceridad de sus
palabras. Seguramente tenía intranquila la conciencia.

Y no era para menos. Su relativo éxito en ordenar las cuentas
nacionales y en mover las exportaciones estaba minado por una
inflación persistente, unos salarios bajos, un costo del
dinero muy lejos del alcance de los pobres y hasta de un
significativo porcentaje de la clase media, un desempleo
creciente en términos absolutos y el hambre y la desnutrición
afectando paulatinamente a más ecuatorianos.

La austeridad y las políticas de ajuste cobraban sus víctimas.
El Estado en crisis -no solo económica sino de identidad y
eficacia- cumplía sus funciones sociales con lentitud y
desgano. Atrasos en el pago a los maestros, vivienda cara,
seguro social congestionado, hospitales desabastecidos,
medicinas por las nubes.

La calidad de vida se había deteriorado respecto a los índices
de la década de 1970. Muchos ecuatorianos estaban tan pobres
como antes de la época petrolera, pero eran al menos felices.
Sobrevivir se había tornado en tarea ardua y muchas veces
ingrata. Y el Presidente estaba consciente de ello. No podía
no estarlo, pues los niveles de su popularidad, especialmente
a lo largo de 1991 y en el primer semestre de 1992, bajaron a
porcentajes alarmantes, aunque en torno a la segunda vuelta
presidencial la imagen del gobierno fue mejorando.

Pagando lo impagable

El Frente Social de los ministros del Presidente se movió
bien, pero no con suficiente amplitud y profundidad para
contrarrestar el costo del ajuste.

El ingeniero Raúl Baca Carbo desde su cartera de Bienestar
trabajó en silencio en una red comunitaria que pescó entre sus
mallas a centenas de miles de infantes y niños. Los pececillos
rescatados eran objeto de raciones mínimas y probablemente
insuficientes de proteína. Creó, además, fuentes provisorias
de trabajo. Por eso pudo decir, cuando estuvo de candidato a
la Presidencia, que si llegaba a ella, iba a crear 700 mil
soluciones de empleo.

La primera dama, Carmen Calisto de Borja, secundada por el
UNICEF, hizo una labor parecida con la infancia y la familia.
Las primeras damas de las neodemocracia se han mostrado hasta
ahora eficaces, discretas y apropiadamente maternales.

El ministro Roberto Gómez, sucesor del economista César
Verduga en el Ministerio de Trabajo, capeó los malos tiempos
con timón firme y mano habilidosa. Le ayudó en ello la
desmoralización del sector sindical, el miedo al desempleo en
los obreros y ciertos ajustes salariales que paliaban la
angustia claramente sentida en los hogares proletarios.

Desde el Ministerio de Educación, el arquitecto Alfredo Vera,
el más político y polémico de los ministros del presidente
Borja, saturó el país con publicidad sobre la campaña de
alfabetización de adultos por parte de los bachilleres
graduados. Mucho ruido y mucha plata. Más eficaces resultaron
tanto el sistema de educación bilingüe para las varias
nacionalidades indígenas, como seguramente -el futuro lo dirá-
los proyectos de mejoramiento de la calidad de la enseñanza.
El gobierno no afrontó el problema universitario. Dejó que el
cáncer creciera. Con todo, dado el aire democrático que sopló
en estos cuatro años, la Universidad entró en un paulatino
proceso de autoevaluación y de reconocimiento menos ideológico
de las causas de su crisis.

Asimismo en salud, un ministro sabio, muy discutido y
criticado, el alergista Plutarco Naranjo, capeó sin mucha
gracia, pero de modo eficaz, el mayor número de huelgas en
todo el régimen borjista. Una acción de salud familiar
bastante bien planificada y una multitud de obras pequeñas en
puntos de agua potable, electrificación, más el apoyo a la
lucha contra el cólera fueron aliviando los golpes de la
crisis y de las medidas de ajuste.

En suma, pues, aunque alineado con la derecha económica por
las circunstancias internas e internacionales señaladas, el
gobierno del presidente Borja no se entregó del todo a la
empresa privada, defendió la funcionalidad del Estado, e
impulsó una labor amplia para descongestionar las contusiones
y golpes de la crisis. El tiempo permitirá discernir si el
régimen del presidente Borja fue de una socialdemocracia
moderada o más bien de un liberalismo benefactor y
humanitario.

En el Frente Externo, el régimen socialdemócrata se graduó
"cum laude". Nunca, desde el nefasto Protocolo de Río, Perú
había reconocido públicamente la existencia de un problema
fronterizo. El presidente Fujimori lo reconoció como ya lo
había hecho privadamente el presidente electo Alan García.
Pero el régimen de Borja, bien guiado en exteriores por el
canciller Diego Cordovez, no dejó pasar la ocasión. El camino
andado es importante.

Con la política externa de Borja, el país se reinsertó en el
mundo internacional: ingresó al Grupo de Río y fue admitido en
el Tratado de la Antártida, logro importante si se tiene en
cuenta que los Estados Unidos había vetado hace algún tiempo
la inclusión ecuatoriana. El mandatario ecuatoriano fue
nombrado representante de los presidentes latinoamericanos
para la cita educativa en Tailandia, fue invitado a varios
países, recibió distinciones. Casa adentro, Cancillería
modernizó su infraestructura administrativa y comunicacional
computarizándose.

En política interna Borja supo escoger a dos colaboradores
brillantes. Ambos podrían almorzar con el diablo y rezar el
rosario por las noches con el nuevo beato Escrivá de Balaguer.
Consolidaron los dos la obra empezada con sangre por el
presidente Febres Cordero sobre desmontar los grupos
subversivos. Lo hicieron con guante de seda. Manejaron
decorosamente el caso Restrepo permitiendo la investigación
internacional, mirando cómo la policía era inculpada, no
cerrando los ojos a la evidencia cuando ésta se manifestaba, y
jugando bien con la opinión pública y -mientras la letra de la
ley lo permitiera- con la seguridad de la policía. Se asestó
un golpe certero al más conocido cartel ecuatoriano de la
droga, y en conjunto se respetaron los derechos humanos y
civiles, incluida la libertad de prensa.

Por supuesto, puertas adentro, en cárceles y centros de
detención provisional, se continúa maltratando a la gente,
especialmente a los indios y negros, y consumando atropellos
atroces. Pero esto no trasciende a la conciencia de la
sociedad.

Mérito personal del Presidente y del sector de mando de las
Fuerzas Armadas es haber manejado con tino el levantamiento
indígena de mayo-junio de 1990, la marcha de los pueblos de la
OPIP en marzo-abril de 1992 y los conflicto de tierras en la
Sierra principalmente. Sin llegar a una solución estructural,
se entregaron territorios a los pueblos indígenas de la
Amazonía y se propició un clima de respeto para ventilar en
público temas tan delicados como Estado, Nación y Naciones
indígenas, derechos aborígenes y justicia popular. Son logros
de política social que, sin haber sido iniciativa del
Gobierno, recibieron una respuesta civilizada y respetuosa,
salvo ciertas ingratas excepciones.

Un estilo deportivo

Todo esto consolidó la vida civilizada del país. En estos
cuatro años ni la naturaleza ni las naciones ni las Fuerzas
Armadas ni los políticos opositores han amenazado al régimen
de Borja. No todo ha sido mérito del Presidente; pero sin duda
una buena parte de la estabilidad y de la paz en este período
se deben a su estilo.

En efecto, el Presidente es informal dentro de cierto
acartonamiento que puede venirle de la timidez y de la sangre
ardiente que se remonta a los borgias y a los hacendados
serranos. Vanidoso, pero no prepotente, no es hombre para ser
odiado. Sus propios defectos: pasión por los discursos
académicos de corte jurídico y abstracto en los que se escucha
a sí mismo, espíritu deportivo, eterno adolescente para trepar
sobre todo lo que se mueve -orugas, ruedas, alas, exclusas-
concitan una cierta crítica regocijada y humorista que no
destruye al Presidente y le libra de ser objeto de las grandes
pasiones que suscitaron otros mandatarios.

No ha sido un líder a través de sus palabras. No fue
infrecuente que se le escaparan expresiones injuriosas o
impropias. Pero su dedicación a la causa del país, sus largas
horas de trabajo, su sentido de los patriótico su gozo de
estar al frente, y su espíritu democrático dentro de su corte
aristocratizante-deportivo, sí han constituido un liderazgo.
Es muy probable que a partir del 10 de agosto gane en
popularidad. Y por más que en este último mes la propaganda de
la SENAC ha pretendido meternos gato por liebre en algunos
asuntos y "contarle cuentos a su pueblo", el conjunto de su
obra ha sido sólido, y merece la gratitud de sus
conciudadanos.

Ojalá que la historia confirme el sentir común de que en el
gobierno de Borja no hubo escándalos mayores. (REVISTA VISTAZO
N§598, PP. 14-18)














































EXPLORED
en Autor: Simón Espinosa - [email protected] Ciudad N/D

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