El Presidente quiere a gente de su confianza en las FF.AA. En 72 horas, Lucio Gutiérrez redujo el Consejo de Generales y Almirantes de 46 a 29. El ex Jefe del Ejército renunció, al de la Armada le pidieron la disponibilidad; en la FAE el movimiento no fue mayor. Oswaldo Jarrín, quien no comparte el ideario del Primer Mandatario, fue más hábil y ascendió.

Desde que ganó la Presidencia, la meta inmediata de Lucio Gutiérrez estaba trazada: reestructurar a la cúpula de las FF.AA. que tenía 46 generales, para adecuarla a su idea-fuerza y quedarse con oficiales de su confianza.

"Me pidió dos veces que nombre a los nuevos jefes escogiendo a los terceros de las ternas. Me dijo que quería irse más abajo. Eso es sin sentido, a menos que quiera trabajar con los coroneles amigos". Así lo reveló el ex mandatario Gustavo Noboa a diario EL COMERCIO, el 15 de enero, en su última entrevista como presidente de la República.

Estas declaraciones de Noboa crearon mucho malestar en el entorno del nuevo Gobierno porque trastocaba las metas y los tiempos que se había impuesto Gutiérrez. Fuentes familiarizadas con el tema militar, sin embargo, sostienen que la decisión de fondo se mantiene. "La idea de Gutiérrez es prescindir de otros cuatro generales del Ejército, hoy en servicio activo, en un tiempo relativamente corto; ellos (la fuente se negó a precisar los nombres) no son de la confianza del Presidente".

El 15 de enero, día de la posesión del Presidente, los cuarteles eran un hervidero por los cambios que se avecinaban. Pero el nerviosismo caló también en el Consejo de Generales y Almirantes, que tuvo intensa actividad en los días previos. Sus puntos de vista se revelaron en los comunicados de prensa del 10 y 11 de enero.

La máxima instancia militar remarcó su preocupación: el presidente Gutiérrez debe actuar respetando "los procedimientos legales", sin afectar la imagen institucional. Fuentes confiables confirmaron a este Diario que el entonces subsecretario de Defensa, general Oswaldo Jarrín, tuvo un papel clave en los debates y en los contenidos de los comunicados de prensa que advertían a Gutiérrez de los riesgos de actuar por puro interés político. Hoy, sin embargo, el general Jarrín es el actual jefe del Comando Conjunto de las FF.AA.

De hecho, desde el Consejo de Almirantes y Generales, cenáculo del poder castrense, se diseminó la tesis de que Gutiérrez tenía por estrategia política retirar a 27 miembros de la cúpula. El Gobierno tardó en responder y cuando lo hizo hubo comentarios lacónicos del ministro de Defensa, general (r) Nelson Herrera, quien prefirió no hablar del tema "porque ya todo está tranquilo. El Presidente -añadió- quiere gente de su confianza".

Obviamente, los generales más antiguos no cuadraban en ese perfil. Ellos habían pedido para los 201 oficiales insurrectos del 21 de enero del 2000 -incluido Gutiérrez- la pena máxima: 16 años de reclusión. Pero todo quedó en nada el 31 de mayo del 2000, cuando llegó la amnistía del Congreso.

Mientras tanto, en los mandos el movimiento no cesaba. En diciembre del 2002, el general Octavio Romero se enteró que iba a ser el próximo jefe del Ejército. Parecía imposible: era el número 19 en antigüedad de las FF.AA. y pasó, en 72 horas, a ser el segundo. Fue uno de los beneficiados de los cambios ocurridos entre el 15 y el 18 de enero.

Romero dirigía el Instituto de Seguridad Social de las FF.AA. donde, afirman los generales que remitieron los comunicados del 10 y 11 enero, se hizo una fiesta "por su seguro nombramiento". Romero es amigo del ministro de Bienestar, el teniente coronel, Patricio Ortiz, a quien conoció en el Ejército.

El Consejo de Generales se enteró con detalles de la celebración adelantada, por eso pidió transparencia. "Además, el general Jorge Zurita Ríos -director de Logística- tuvo un festejo hecho por su cuñado, el coronel Ruales.

"Sabía que ascendería rápido: hoy está en el cuarto puesto luego de Romero y es compadre del Ministro de Defensa", dice uno de los 17 generales que salió y pidió el anonimato. Para él, la selección de los terceros de la terna fue estratégica. El 15 de enero salieron los 12 militares más antiguos. Ese mismo día, el general Carlos Salazar, nombrado titular del Ejército, con 37 años de carrera, redactó su renuncia y la presentó dos días después "porque tengo honor". Lo mismo hizo quien lo sucedía, el general Carlos Moncayo, hermano del Alcalde de Quito.

En las otras ramas de las FF.AA. la situación no era menos tensa. El día de la posesión del Presidente, Esteban Garzón, jefe del Comando Aéreo de Combate no se despegó de la TV. Era el segundo de la terna que debía reemplazar al comandante de esa fuerza, general del Aire, Luis Iturralde.

Garzón debía irse. A las 15:30 sus subordinados hicieron una ceremonia de despedida, donde se resaltó que él dirigió la Base de Taura en el conflicto con Perú y lideró el primer combate aéreo en Latinoamérica. El acto fue cuestionado por el Ministerio que pidió un informe. A pesar de este hecho, en la FAE hubo poca turbulencia: la designación de Ángel Córdova se mantuvo. No hubo apuro para preparar las ceremonias de posesión con el primer Decreto del 15 de enero.

La situación en la Marina tampoco fue tan dramática. En la I Zona Naval se sabía que la elección del vicealmirante Gonzalo Vega como comandante era fugaz. Pese a ello, el viernes 17 de enero Vega reiteró que esperaba estar dos años en el cargo. Pero la cúpula de la Armada conocía las intenciones del Presidente: designar como jefe máximo al contraalmirante Víctor Rosero, su amigo. Amistad que se consolidó cuando ellos pertenecían al Club El Nacional. El rumor se convirtió en noticia. La tarde del viernes llegaron las comunicaciones a las zonas navales con los cambios.

Vega nunca renunció como lo hicieron Salazar y Moncayo. "Salió un Decreto que nombró a un nuevo Comandante y debía irme", admite él, quien pidió hablar con Gutiérrez, pero el nuevo Mandatario nunca accedió. Con Vega se fueron también los vicealmirantes Ramón Garay y Ernesto Arias. Así, la cúpula de las FF.AA. se redujo de 46 a 29 generales, en tan solo 72 horas.

Un personaje clave
Oswaldo Jarrín Román
Jefe del Comando Conjunto


Es el único general de División del Ejército y es el oficial más antiguo de las FF.AA. Tiene 37 años de carrera. El 21 de enero del 2000 estuvo como jefe de la II Zona Militar, en Guayaquil, desde donde cuestionó la rebelión militar: "el mando constitucional no puede ser desconocido por puras ambiciones personales".

Su presencia en el mando es apoyada por la antigua oficialidad y por países influyentes que reivindican el orden constituido y lo ven como garantía para evitar influencias políticas en las FF.AA. No está claro, empero, ¿por qué prefirió no renunciar, como sí lo hicieron sus colegas que no comulgan con las ideas del Presidente? Este oficial, experto en estrategia y seguridad, guarda silencio.

¿Los coroneles van primero?

El presidente Gutiérrez no oculta su decisión de trabajar con militares en servicio activo o pasivo, a quienes ha colocado en instituciones públicas influyentes. Al menos 20 de ellos ya ocupan cargos decisivos en los sectores energético y de telecomunicaciones. Tampoco esconde sus afectos con ciertos oficiales que, luego del 21 de enero del 2000, se quedaron en la Fuerza Terrestre.

Este antecedente explica lo que pasó el viernes 17 de enero, durante su primera visita a Guayaquil como Presidente de la República. En la sala VIP de la FAE estaban los compañeros de Gutiérrez y otros uniformados activos y de rangos inferiores (hasta coroneles) que trabajan en destacamentos del Litoral.

Con ellos se reunió reservadamente e hizo que salieran los oficiales más antiguos. En la Gobernación del Guayas se repitió la escena.
EXPLORED
en Ciudad Quito

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