Quito. 29 mar 97. El lunes, a las 17h30, Ernesto López
apagará por última vez la luz de su despacho en el Tribunal
Constitucional.

Cuando presione el interruptor del candelabro que cuelga del
techo y cierre la puerta de la Presidencia, habrá dejado atrás
siete años de luchar contra las más graciosas e increíbles
violaciones a la Constitución.

López, cesado en sus funciones la noche en que Alarcón asumió
el poder, hace 40 días, se retirará formalmente del Tribunal,
cansado de protestar contra el vacío constitucional que dejó
la elección del presidente interino.

Ese lunes, añorado como el principio de una nueva vida, López
abordará su cómodo auto nuevo, un Volkswagen Golf concho de
vino, conducirá hacia su casa y se olvidará de que previno al
país que, con la cesación de Abdalá Bucaram, se estaba
cometiendo una de las tantas violaciones que ha sufrido la
Constitución.

Cuando aborde el avión rumbo a París, donde dictará unas
conferencias, López empezará a romperse la cabeza pensado en
cómo explicar a los universitarios parisinos que, en un país
llamado Ecuador, existe un presidente interino nombrado por un
Congreso, cuyos diputados no pueden encontrar la figura de
"presidente interino" en la Carta Política.

A lo mejor el hermoso paisaje francés que contemplará desde el
avión le hará olvidar la angustia de saber que en el Ecuador
no existe control constitucional. Y que no lo habrá durante el
intinerazgo, caracterizado por lo que él considera una
"dictadura parlamentaria".

Y que habrá que explicar todo aquello a los asistentes a las
conferencias. López espera que el paisaje sea un buen
somnífero y pueda dormir y encontrar la salida.

Ernesto López ingresó como vocal al Tribunal de Garantías
Constitucionales (TGC) el 20 de abril de 1990. En 1992 él y
los demás debieron ser remplazados, pero las reformas
constitucionales de aquel año los obligaron a quedarse,
supuestamente, hasta enero de 1996. López asumió la
Presidencia del Tribunal el 11 de enero de 1995. Nuevas
reformas a la Carta Política transformaron al TGC en Tribunal
Constitucional y ordenaron que los vocales se quedaran en
funciones hasta que el Congreso designara nuevos miembros. El
Congreso se olvidó de ellos y jamás nombró a nadie.

Durante esos siete años, López, un abogado solterón, se
dirigía a su despacho a bordo del auto del Tribunal. Como
vivía solo, no tuvo necesidad de tener auto propio. Llegaba al
despacho, encendía el candelabro de 22 focos y analizaba las
demandas que llegaban a sus manos.

Pero algo extraño sucedía, ya las sentencias importantes del
Tribunal eran ignoradas por todos los poderes del Estado, sin
excepción. Si el Tribunal sentenciaba un hábeas corpus, el
presidente de la Corte no liberaba al detenido. Si el Tribunal
consideraba ilegal el cobro de un impuesto por el Municipio de
Guayaquil, el alcalde demandaba al Tribunal y el tributo
cuestionado seguía vigente. La fragilidad del Tribunal se
evidenció durante la crisis política de febrero de 1997.

López intentará desenredar el trabalenguas jurídico del final
de su carrera en el Tribunal para ponerlo en francés y
explicarlo.

Sandra Correa presentó una demanda de inconstitucionalidad.
López la recibió y ofreció tramitarla, como era su obligación.
Pero Abdalá Bucaram se enojó y ordenó a Correa que retirara la
demanda. Y los diputados de oposición también se enojaron y
clavaron juicio político contra López, que se mesaba los
cabellos de las iras porque, primero, una demanda presentada
no se puede retirar, y porque no podían enjuiciarlo por
atender una demanda. Ojalá lo entiendan los franceses.

Sandra Correa fue destituida en ausencia, pero no López,
porque Alarcón -según consta en la prensa- declaró que era
peligroso dejar al país sin control constitucional en aquellos
azarosos momentos de inestabilidad política.

A López le hizo gracia que le perdonaran la vida con ese
argumento, si nadie le hacía caso. Pero más gracia le hizo
cuando, a cinco días de estas declaraciones, el Congreso
nombró presidente interino a Alarcón y cesó en funciones a
López y a todos los vocales del Tribunal, por opinar que la
cesación de Bucaram por incapacidad mental era
inconstitucional.

Desde entonces no existe control constitucional en el Ecuador.

Cuando los estudiantes franceses abran los ojos para expresar
su asombro, López añadirá que la broma parlamentaria no quedó
ahí: después de que lo cesaron, el Gobierno Interino publicó
una nueva codificación de la Constitución (13 de febrero) en
que se señala que ni López ni el resto de vocales no podían
ser cesados (disposición transitoria cuarta de 1996, vigente
todavía).

Pero López no se amargó la vida. Bromas siempre hay y la
soltería es un estado de ánimo. Le gustó la idea de comprarse
un auto propio. Y le invitaron a París a dar conferencias
sobre constitucionalidad y Derecho.

No obstante, no le parecía decente irse así, tan fácil. Así
que se quedó 40 días solucionando los asuntos administrativos
con las placas de su auto bajo el brazo y los pasajes en el
bolsillo de la chaqueta.

Cuando esté frente a los universitarios parisinos y luego de
que haya contado sus aventuras jurídicas, confesará que se fue
con pena, porque se encariñó con los empleados y con la vieja
casona del Tribunal, situada frente al Parque del Arbolito, en
Quito, donde se veían banderas de organizaciones de derechos
humanos durante el día, fantasmas por las noches y festivales
de comidas típicas los fines de semana. Pero añadirá que tuvo
que irse, porque el Tribunal no tiene poder político ni puede
imponer su autoridad, aunque tuviera la razón.

Seguramente le preguntarán si al nuevo Tribunal le permitirán
pronunciarse sobre la situación de la Vicepresidencia o los
gastos reservados o la Asamblea Constituyente. López
responderá que el nuevo Tribunal, que deberá nombrarse en el
próximo período extra, simplemente no se pronunciará, porque
estará conformado por miembros dóciles, cercanos al
Parlamento. Porque el Intinerazgo no es otra cosa que un
régimen que, por resoluciones de apenas 15 miembros del
Plenario, puede suprimir vicepresidencias y despedir
burócratas a su antojo.

Pasado mañana López, solterito y feliz, terminará de arreglar
su escritorio. Estrechará las manos amigas de los empleados de
la lúgubre casona. Agarrará sus placas y sus pasajes, abrirá
la vieja puerta de su despacho y apagará la luz. (DIARIO HOY)
(P. 6-A)
EXPLORED
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