LITERATURA CUENCANA DE LA ULTIMA DECADA Por Jorge Dávila
Vázquez

Cuenca. 14.04,91. Un ligero vistazo a la producción literaria
de Cuenca en los diez últimos años, nos permite afirmar, de
entrada, que mientras se da un notable desarrollo del relato,
el terreno de la poesía permanece bastante desierto; y esa
falta de obras representativas es más notoria en lo relativo a
la producción de los jóvenes, pues, en medida a veces hasta
generosa, los grandes nombres del ELAN cuencano: Jara Idrovo,
Cordero Espinoza, Moreno Heredia y Cuesta Heredia; así como
los dos únicos poetas que se podrían considerar sus valiosos
epígonos: Rubén Astudillo y Astudillo y Alberto Ordóñez Ortiz,
y un contemporáneo de los dos, de trayectoria no muy larga,
pero distinta en absoluto, desde la concepción misma del
discurso poético, hasta las temáticas y los alcances, Alfredo
Vivar; todos ellos han entregado obras -de distinto quilataje
y trascendencia, por supuesto- en este período.

¿Qué pasa con la poesía cuencana? Es una inquietud que viene
planteándose desde hace tiempo. ¿Serán, en efecto, malos
tiempos para la lírica, como decía en uno de sus títulos el
poeta quiteño Iván Carvajal? Parece que sí, si meditamos en
los cortos tirajes de los libros de poesía en casi todas
partes; parece que no, si pensamos en la existencia de una
poesía ecuatoriana hecha por nuevos y novísimos autores de
otras ciudades, poderosa, importante ya en el ámbito de las
letras nacioales. Me atrevo a pensar que el aislamiento en
que siempre hemos vivido los cuencanos ha pesado más en el
ánimo y en las formas expresivas de los autores de poesía que
de los narradores, y eso ha frenado el desarrollo extenso de
este fenómeno artístico que, por tradición, se lo sentirá
unido al nombre de Cuenca; un poco ingenuamente se ha dicho
que en esta ciudad todos somos poetas.

Creo que en la década pasada, los únicos aportes notables de
autores más o menos jóvenes al acervo de la lírica del Ecuador
son los de Sara Vanegas Cobeña, que con su estilo breve y su
intenso poetizar ha marcado todo un modo de hacer literatura
entre nosotros y Gerardo Salgado E., que se mantiene fiel a su
ritmo, como lo recomendaba Darío, y que en él ha ido
madurando, aunque no en la medida en que hicieron esperar sus
trabajos tempranos. Otros autores han dado de sí; creemos que
con enorme sinceridad y entrega, pero su trabajo deberá buscar
todavía muchísimo en la parte formal: lengua y mecanismos;
recursos y estructuras (para algunos jóvenes poetas, el
lenguaje- que como todos sabemos es el instrumento expresivo
de lo poético- parece no tener importancia, a veces, por el
poco cuidado que ponen en su utilización, por el mínimo
conocimiento que de él demuestran, por la forma desconsiderada
en que lo manejan); y meditar en lo que tenga que decir, de
modo severo y profundo; antes de que se los pueda considerar
nombres de relieve en un contexto nacional.

La narrativaLos cinco nombres claves del relato cuencano de la
década pasada son los de Eliécer Cárdenas, David Ramírez,
Oswaldo Encalada, Tomás Aguilar y José Neira. Los tres
primeros inician su trayectoria en los años setenta, los dos
últimos en los ochenta.

Cárdenas, Ramírez y Encalada están junto a Juan Valdano y
otros autores que no persistieron en el trabajo narrativo, en
la Selección del nuevo cuencano de María Rosa Crespo, que
apareció en 1979.

¿Por qué no incluyó a Valdano, meritorio narrador, dueño ya,
en este momento de una notable novela histórica, "Mientras
llega el día", que estuvo entre las finalistas de la I Bienal
de Novela, y que es una clara demostración de sus estupendas
capacidades de narrador? Pues, simplemente, porque un autor
es del sitio en el que le toca trabajar, y Juan Valdano está
haciéndolo, y bien, en el ámbito quiteño, y, en sentido más
amplio, nacional.

Eliécer Cárdenas (1950) se consagra en la década del setenta
con su novela más importante, "Polvo y Ceniza". En la del
ochenta trabaja asiduamente, y entrega varios libros, entre
ello, "Las humanas certezas" (1985), en que despliega a lo
largo de todo el texto la personificación para dar voz a seres
y objetos que conforman el universo del hombre del pueblo, al
cual dedica, una vez más, su preocupación estética y humana.
"Siempre se mira al cielo" (1988), libro de cuentos, que
contiene algunas piezas de gran valor, como la que da título
al volumen, en la cual el narrador cala hondo en el espíritu
de un hombre de provincia, tironeando entre los prejuicios del
ambiente cerrado en que vive y su deseo humanista de elevarse
a la categoría de lo universal; su contienda terminará en un
trágico destino, que selle a perpetuidad su oscura vida; "Las
lagunas son los ojos de la tierra", relato de una belleza y un
lirismo conmovedores, en el que Cárdenas penetra con mucha
sutileza en el alma de un niño campesino, atribulado por el
drama de la migración, tortura y anhelo de mucha gente de esta
parte del país; o "La puñalada dulce", cuento de una ironía y
un humor duros, pero de una frescura muy atractiva, en torno a
la eterna oveja negra de ciertas familias. Y "Los diamantes y
los hombres de provecho" (1989), novela en torno a la
adolescencia y juventud, el descubrimiento de la política, las
drogas y el amor, a través de la imagen de dos personajes
inconformes, un tanto extraños al medio en que deben
desenvolverse, pero muy representativos de nuestro tiempo. En
el uno, Alejandro, Cárdenas alcanza un logro muy alto en
cuanto a caracterización; en el otro, quizá una cierta falta
de relieve de un ser sin ningún rasgo atractivo, desemboca en
la chatez, pese a que el novelista se interesa en hacerlo tan
carismático como el otro.

Aunque la sombra de "Polvo y ceniza" es muy poerosa, sin
embargo nadie podría desconocer el esfuerzo creativo de
Cárdenas, su constancia en la labor creativa, que lo pone en
la primera línea de los narradores ecuatorianos de hoy.

David Ramírez (1952) publica sus dos libros de relato en la
década del ochenta. "Después del concierto de la tarde", en
el 81, y "De sueños y quimeras" en el 87.

El primero evoca con marcado lirismo el mundo perdido de la
provincia de hace unos tres cuartos de siglo. Su visión de
unos seres que deambulan en un universo falso, esnobista,
lleno de evasiones y de sueños, es meritoria, aunque un tanto
vacilante.

El segundo significa un paso de importancia en la apropiación
del oficio narrativo. El cuentista se muestra mucho más
seguro, más dueño de su lenguaje y personajes: profundiza en
estos, y crea algunos inolvidables, como la bellísima tonta de
­Ay Siboney!, tal vez su cuento mejor.

Hay también un avance temático, un desprenderse de las
evocaciones del pasado, para enfrentar los problemas de lo
próximo. Ramírez ha dado ya una obra de cierta trascendencia,
cabe desear que en su madurez escribirá el gran libro que
todos esperamos.

Oswaldo Encalada (1955) publica tres títulos en la década: "La
muerte por agua" y "Los juegos tardíos", recién iniciado el
decenio: y "El día de las puertas cerradas", al concluir
éste.Los dos primeros son, sobre todo, un juvenil intento por
aprehender los instrumentos literarios, el lenguaje, la
técnica del relato breve, la creación del mundo ficticio; con
tendencias, preciso es reconocerlo, próximas a Borges y Kafka,
a consecuencia de las caudalosas lecturas del autor.

Pero el último, si bien conserva un apego a la extrañeza, a lo
desconcertante, es un buen ejemplo de maduración artística, de
dominio sereno de la lengua narrativa y de la economía en el
proceso de construcción del cuento; muestras muy acabadas del
cual son, por ejemplo "Los herejes" y "Los condenados".
Seguro que el trabajo futuro de Encalada, tendrá aún más
calidad que lo que hallamos en este libro, dada su indudable
superación.Tomás Aguilar (1950) ha publicado un solo libro:
"Al otro lado del espejo" (1983), pero es una de las figuras
más señaladas de la cuentística cuencana de hoy. Su trabajo
se enlaza con los de Palacio y Dávila Andrade, por la
tendencia hacia lo oscuro e impredecible del ser humano, así
como también por su ironía y cruel humor negro. Cuentos como
"Re-viento", "Espejito, espejito", "Etelvina" y otros, que no
alcanzan ni a una página de extensión, son exponentes de su
extraordinaria capacidad sintética en el terreno del cuento,
que Aguilar domina. Ojalá el tiempo nos permita conocer algo
más de este talentoso escritor, por completo ajeno a todo lo
que de mundano tiene a veces la literatura.

Otro ser huraño, distante de todo cenáculo, asociación o
mundillo literario es José Neira Rodas (1961); vive en un
mundo de libros y de constante escritura, de la que ha
publicado ya dos muestras: la novela experimental "Seducción"
(1987), especie de "collage", en el que se burla, de modo
erudito y sangriento, de mucho de lo establecido socialmente y
que es motivo si no de respeto, cuando menos de aceptación
conformista por las mayorías; juega con la lengua, tratando de
dar una idea fónica de las expresiones dialectales de la
costa; imita intencionalmente estilos, ridiculiza formas
pseudoliterarias, pero no alcanza a entablar un diálogo
efectivo con los lectores, que, en general no parecen haber
captado sus intencioes; y el libro de cuentos, "En el umbral",
que revela innegables influencias borgeanas, pero también un
enorme talento de narrador, con esperanzadoras perspectivas
futuras. Sabemos que no cesa de crear y fabular, y que solo
se halla frenado por la falta de editores; más, como lo
hiciera con su primer libro, que lo publicó por cuenta propia,
sabrá salir adelante.

Hay otros autores que podrían aportar seriamente en el futuro
a la narrativa cuencana y nacional, si trabajan de modo
continuo, adquiriendo sentido de autocrítica, y exigiéndose
sin concesiones; los más prometedores son Juan Cristóbal Jara,
que ha publicado pocos textos sueltos, sugestivos e
inquietantes: Mónica Astudillo (1968) ex-integrante de los
talleres Literarios del Banco Central, y una de las figuras
de mayor talento que estos hayan dado-, dotada de un decir
desenvuelto y un gran sentido de provocación y lirismo, pero
carente aún de autoexigencia y disciplina de trabajo; y
Cristóbal Zapata (1968), dueño de un caudal de lecturas
impresionante, pero, a veces, inhibido por esa misma posesión,
en un empeño creativo que resulta un tanto repetitivo,
frío.

Con todos los aspectos negativos que hemos podido señalar,
resulta evidente que lo afirmado al principio de estas líneas,
se cumple al enfrentar la producción literaria de Cuenca:la
narrativa supera cuantitativa y cualitativamente a la lírica,
en la producción de quienes tienen hoy entre treinta y
cuarenta años; y da al relato cuencano de hoy -pese a ciertas
resistencias, determinadas quizá por la situación provinciana,
la poca difusión de obras, el desconocimiento no sé si
voluntario o no del trabajo de los escritores-, una
posibilidad de ocupar algún día un sitio mayor que el que
ostenta actualmente en el contexto de las letras del país.
(3C).
EXPLORED
en Ciudad N/D

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