Quito. 27 nov 96. El albergue donde acuden las víctimas
de la violencia doméstica recibió una orden de desalojo.
En 90 días tienen que abandonar la casa.

A 40 minutos de Quito, en medio del olor del bosque de
eucaliptos y la tranquilidad de los valles aledaños a la
ciudad, está ubicada la Casa Refugio para mujeres y
menores maltratados.

Funciona como un albergue, pero también es un espacio
de apoyo y capacitación para víctimas de la violencia
intrafamiliar y un lugar para reflexionar, curarse del
dolor y encontrarse a sí mismas.

La Casa Refugio funciona desde hace seis años, su
especialidad es la atención a problemas de violencia
en la pareja. Depende técnica y administrativamente
del Centro Ecuatoriano para la Promoción y Acción
de la Mujer (Cepam).

Alrededor de 2.000 metros cuadrados acogen, al
momento, a ocho mujeres con sus hijos. La mayoría
tiene más de tres niños. En 1990 abrió sus puertas y
desde esa fecha hasta este mes han pasado por sus
instalaciones 1.370 mujeres. Sus edades están entre
los 18 y los 50 años. Pero en estos días se enfrenta a
una orden de desalojo inmediata.

La historia de esta casa es larga: perteneció a la
familia Larrea-Benalcázar, pero fue expropiada en la
época de Guillermo Rodríguez Lara. Pasó a poder del
Ministerio de Bienestar Social, que en 1990 lo
entregó en comodato al Cepam para que allí cree un
albergue para las mujeres maltratadas. La semana
pasada recibieron una orden de desalojo y, según la
coordinadora Cecilia Paredes tienen 90 días para
evacuar. ¿A dónde irán?, las representantes de Cepam
no lo saben y están gestionando que el tiempo se
amplíe hasta que esté listo su nuevo hogar, al sur de
la ciudad, el cual por falta de recursos no se puede
terminar. Para ellas esta decisión del Juez Décimo
Séptimo de lo Civil es una forma de maltrato.

Mientras se resuelve este asunto legal, al interior de
la casa, las paredes blancas de los dormitorios
contrastan con las camas sencillas que reciben a las
mujeres que atraviesan la última etapa del ciclo de
violencia: los golpes en el rostro y en el cuerpo.
Desde hace un mes este espacio es el hogar de
Cristina, tiene 27 años y dos hijos, de ocho y cinco
años. En su rostro todavía quedan las huellas de los
golpes que su marido le propinaba tres o cuatro veces
por mes. Seis años de matrimonio fueron suficientes,
dice mientras sus hijos revolotean a su alrededor.

Antes de casarse estudiaba derecho y trabajaba como
secretaria en una empresa de transporte. "Por él dejé
los estudios y el trabajo, me dediqué por completo al
cuidado de mis hijos. No le gustaba que saliera a
ninguna parte. Poco a poco llegaron las ofensas, los
insultos cada vez más hirientes, hasta que se perdió
la comunicación y empezó a golpearme. Llamaba a
gritos a mis hijos para que vieran los golpes que me
daba en la cara y las patadas que me llegaban al
cuerpo".

Celos, maltratos físicos y sicológicos, amenazas e
inseguridad, hicieron que Cristina a pesar de su baja
autoestima, se decidiera a cambiar. Abandonó el
hogar Se fue con sus hijos y una maleta con lo
indispensable. Dio el primer paso...

Puso la denuncia en la Comisaría de la Mujer y
después acudió al Cepam, luego de una entrevista
con el sicólogo y la trabajadora social fue remitida
a la Casa Refugio. A través de la televisión y la
prensa supo que la comisaría es una instancia de
denuncia de la violencia doméstica.

Después de que el dolor físico ha pasado, Cristina
hace un balance de su vida. Tiene planes y ganas de
vivir: quiere volver a estudiar. En un mes más saldrá
de la Casa Refugio, por ahora los días transcurren
entre las charlas con el sicólogo, los turnos para
preparar la comida y la elaboración de juguetes de
peluche, un oficio que lo aprendió desde niña.

Quiere capacitarse en cosas más productivas. "Lo
que yo haga por mí es en bien de mis hijos, si ellos
ven una madre trabajadora y segura, todo irá
mejor".

Para Ana Cristina Ruiz, trabajadora social de la
Casa Refugio, con un albergue no se soluciona el
problema, este lugar es una estrategia más para
hacer frente a la violencia. Hemos visto que no es
un tema en el cual hay que apoyar solo a la mujer,
sino a sus hijos y al esposo.

Este es un proceso de doble vía, la violencia es un
problema de la pareja. No es que los hombres son
los malos y allí se explica todo. Las relaciones
matrimoniales son mucho más complejas.

La Casa Refugio alivia de alguna manera la carga
de miedo y soledad. Es un espacio único en el país.
Dentro de su filosofía un eje renovador y de un
gran avance es que en el abordaje de la temática
violencia se involucra al hombre.

Cuando la ruptura es una decisión radical interviene
el área legal, también parte del Cepam. Un equipo
de abogadas asesora y lleva adelante el
procedimiento para arreglar cosas como: pensión
para los hijos y estabilidad.

Aparte de sus hijos y su maleta, la revalorización
personal y el fortalecimiento de las relaciones con
sus seres queridos es parte del equipaje que las
mujeres se llevan cuando se van de la Casa Refugio.

Una ayuda necesaria

Cuánto cuesta el programa * Siete mil dólares
anuales que están financiados por organismos
internacionales de cooperación. Uno de los
principales aportes viene de los Países Bajos.

Un día en la Casa * Todo empieza a las 7h30 con
el desayuno; en el transcurso de la mañana se
hacen turnos para preparar los alimentos. Los
martes hay talleres de conciencia de la violencia,
los jueves de autoestima.

Llegan de todas las clases sociales * En la Casa
pueden permanecer mínimo 15 días y máximo
tres meses. Las que más llegan son las de clase
popular y media. El área de consulta externa
recibe mujeres de clases media alta y alta.

Necesitan ayuda material * Víveres, ropa para
niños y mujeres y medicinas.

En el mundo * Francia tiene 71, Londres 81 y
EE.UU. 70 casas refugio para mujeres y niños.

13 años de trabajo

Rosario Gómez, tiene 47 años, es la
coordinadora general de la Casa Refugio,
fundadora del programa y del área legal. Para
ella, los avances de los derechos de la mujer
se pueden medir en la aprobación de una ley
contra la violencia, la apertura de las seis
comisarías, las instancias organizadas que
están trabajando, y el funcionamiento de los
13 años del Cepam.

Hay más avances: la violencia ha pasado a ser
un problema de tipo social y no privado que se
ventilaba en los muros del hogar. Detrás de
este proceso hay un trabajo producto de las
mujeres organizadas. Pero nada se hubiera
hecho sin la cooperación de fundaciones y
ONG´s internacionales.

Para tener una visión global de la problemática
hay que trabajar con los hombres, esto es un
asunto de dos. Hay una gran inquietud, una
sensibilidad, una conciencia en el aparato
jurídico que aún debe avanzar. (FUENTE:
EL COMERCIO)
EXPLORED
en

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