Quito. 02.05.94. El incendio que ha arrasado parte de Isabela, la
mayor isla del famoso archipiélago ecuatoriano, es un campanazo
sobre los peligros que acechan a uno de los más importantes
santuarios naturales del mundo. El lugar donde Charles Darwin se
inspiró para su teoría de la evolución de las especies padece el
asedio del turismo, la superpoblación y la irresponsabilidad
humana

El incendio de 1985 empezó por una colilla de cigarrillo
y devastó 400 kilómetros cuadrados de vegetación. El de 1994 se
inició por una fogata, y avanzaba vorazmente a pesar de los
esfuerzos de bomberos y aviones especiales. En ambos casos, la
sensación de desastre que se extendió por la isla Isabela la
mayor del archipiélago de las Galápagos (4.175 kilómetros
cuadrados), había sido desatada por el hombre. Y mientras el
Gobierno ecuatoriano y varias entidades ecologistas luchaban por
sofocar las llamas, la opinión pública mundial se daba cuenta de
que un accidente amenazaba otra vez con destruir uno de los más
extraordinarios santuarios naturales del mundo.

Ubicado a 960 kilómetros de la costa del Ecuador, el archipiélago
atesora decenas de especies únicas en el mundo. Muchas de ellas
-como los cormoranes que han perdido la capacidad de volar, las
iguanas marinas y las gigantescas tortugas que dan su nombre al
lugar-son raros eslabones de la historia del mundo. Sus hermanos
biológicos murieron hace millones de años y ellos subsisten allí
como una especie de anacronismo maravilloso. Al observar el
fenómeno, Charles Darwin empezó a tejer en 1835 su teoría de la
evolución de las especies.

Podría ocurrir que las tortugas supérstites no duraran mucho
tiempo más, a pesar del desvelo con que las cuidan los
científicos. Los incendios, el turismo y la superpoblación de
colonos conspiran desde hace cuatro siglos y medio contra la paz
arqueológica en que se crían una fauna y una flora irrepetibles.
Han entrado enfermedades que atacan a los animales nativos: es
frecuente encontrarse con lobos marinos que han perdido la vista
y muestran dos masas de carne rojiza donde antes tuvieron ojos.
Otro ejemplo dramático es el de las tortugas. Se calcula que
cuando Fray Tomás de Berlanga divisó por primera vez el
archipiélago en 1535, había cerca de medio millón de ejemplares
en buena parte de las 61 islas. En muchos casos había enormes
diferencias entre las tortugas de islas vecinas, que respondían a
distintos estados evolutivos. Hace cien años se habían reducido a
250.000. Hoy no quedan más de 12.000 a 15.000. Lo mismo puede
decirse de la rapidez con que declina el número de otras
especies.

Esta vez el fuego no nació de un turista que desconociera la
prohibición de fumar, como hace nueve años. Sino que, al parecer.
estalló el pasado 12 de abril por culpa de la hoguera de dos
cazadores furtivos. La hipótesis de que el incendio pudo haber
sido provocado por una roca incandescente expulsada por el volcán
Santo Tomás, próximo al lugar del siniestro, ha sido descartada
por los científicos de la Estación Charles Darwin, que tiene su
sede en el archipiélago.

El Ministerio de Defensa de Ecuador decretó la alerta amarilla el
viernes 15 de abril, poco después, el canciller, Diego Paredes,
admitía que la situación era grave. Tanto que el día 20 de abril,
el presidente de Ecuador, Sixto Durán Ballén, decretó el estado
de emergencia en Isabela y pidió ayuda a Estados Unidos y Canadá
para combatir la amenaza.

El episodio muestra una de las facetas de la polémica sobre el
futuro de las islas: la ausencia de una clara conciencia de sus
habitantes sobre la necesidad de practicar estrictas normas de
conservación de los ecosistemas de esta región, declarada por la
Unesco como patrimonio de la humanidad. De otro lado, las
operaciones y los instrumentos utilizados para combatir el
flagelo evidencian también la insuficiente infraestructura con la
que operan las instituciones encargadas de la conservación del
archipiélago.

Mientras llegaba la ayuda internacional solicitada por el
Gobierno ecuatoriano, el incendio fue combatido con métodos e
instrumentos rudimentarios, de labradores. La precariedad de la
defensa se hizo aún más débil por la sequía que azota la región
desde hace tres meses y por los intensos vientos marinos. El
resultado fue que, en los primeros siete días, el incendio acabó
con 3.000 hectáreas de las islas, según fuentes de la Defensa
Civil de Ecuador. Las llamas alcanzaban hasta tres metros de
altura en algunos puntos y corrían a una velocidad de un
kilómetro por hora.

La mayor preocupación eran las 6.000 tortugas gigantes con
caparazón en forma de silla de montar-de allí su nombre de
galápagos-que habitan en la cumbre del volcán. De acercarse hasta
allí el fuego, se haría necesaria una difícil evacuación cuyo
éxito dista mucho de estar garantizado.

Pero el incendio forestal de Isabela, con toda su magnitud y los
peligros que conlleva para la flora y fauna de la isla, únicas en
el mundo, es apenas el lado más visible del problema que vive el
archipiélago. El creciente turismo internacional podría
deteriorar irreversiblemente su naturaleza-principal atractivo
turístico y científico y provocar serios desequilibrios
económicos y sociales en los 10.000 habitantes que pueblan la
región. Según los ecologistas, son demasiados colonos para unas
islas que exigen una rigurosa disciplina de vida para no
introducir alteraciones en el santuario.

Pese a la antigüedad de las islas, el Gobierno ecuatoriano sólo
tomó posesión de ellas en 1832. Hasta entonces, el archipiélago
vivió encerrado por la leyenda de los dramas que tuvieron lugar
en él. Más tarde lo acompañó el estigma de ser lugar de reclusión
de avezados criminales y de exilio de opositores políticos. Eran
los tiempos en que nadie estaba interesado en las Galápagos. Las
llamaban <>, pero nadie estaba encantado de
ir a esas islas.

Sin embargo, el turismo puso su mirada en ellas desde mediados de
este siglo. A partir de entonces, el número de visitantes y de
inmigrantes ha crecido cada año. En 1979 se registró la llegada
de 11.765 turistas, cifra que en 1993 elevó a 46.818 y podría
subir a 100.000 en el año 2002. Esa cantidad se generaría si se
mantiene la tasa promedio de crecimiento anual de los últimos 14
años, que es del 10 por ciento según el Instituto Francés de
Investigación Científica para el Desarrollo en Cooperación
(Orstom)

El problema, latente desde hace años, se reavivó este año a raíz
de la visita a islas de dos barcos europeos-Vistafjord y Mermoz-,
con capacidad para 400 y 300 pasajeros, respectivamente. La
Cunard Line, propietaria de los buques, no es especialista en
turismo ecológico, lo que ha desatado las protestas de los grupos
que procuran la conservación de las islas y de las empresas
ecuatorianas. Sus enemigos son las compañías turísticas
internacionales y algunos de sus contactos locales. Por un precio
que oscila entre 300 y 1.500 dólares es posible adquirir un
pasaje para un crucero por las islas. Una noche de hotel en la
isla Santa Cruz cuesta cerca de 50 dólares, pero en una pensión
se consigue un catre por un par de dólares la noche.

La confrontación de intereses parece haber sido de tal naturaleza
que Orstom habla de que la empresa ecuatoriana encargada de
obtener el permiso de las autoridades ecuatorianas para el arribo
de cruceros visitó personalmente al presidente, Sixto Durán
Ballén, para convencerlo. Igual gestión habría hecho, según
Orstom, con los miembros del directorio del Instituto Forestal
para la Conservación de Areas Naturales, a los que invitó a una
gira por las islas antes de que finalmente dieran la
autorización.

En todo caso, los informes de Orstom y de José Rodríguez, un
especialista en asuntos de las islas Galápagos contratado por el
Gobierno, son contundentes en recomendar un congelamiento del
flujo turístico a las islas. Según ellos, la insuficiente
infraestructura que existe en ellas, el impacto de los visitantes
sobre la ecología y los riesgos de una imagen internacional
negativa desaconsejan la llegada de las hordas armadas de
cámaras. A ellos se suma la Fundación Charles Darwin, creada en
1959. Fundada con apoyo internacional y de la Unesco, la
fundación ha afirmado de manera categórica que las operaciones
turísticas con muchos visitantes son insostenibles < perspectiva ecológica) porque < frágiles y únicos>>. También ha asegurado que la actividad
turística de los últimos 20 años ha provocado un < problemas ambientales>>.

Cita para probarlo la creciente agresividad de los lobos marinos
y tiburones, especies que fueron muy dóciles en Galápagos. Anota
también que la contaminación de la zona marina costera posibilita
la introducción de nuevas especies a la región, especialmente
plantas, cuyas semillas podrían germinar en las playas. Ese ha
sido el caso de la mora, una planta que fue introducida por los
colonos y que ahora copa extensos llanos de las islas.

La fundación ha denunciado además la reciente extracción
clandestina de los pepinos de mar para destinarlos a la
exportación; también el hallazgo, hace dos meses, de 31 tortugas
gigantes muertas por perros en la propia Isabela y la
introducción de perros, gatos, chivos, ganado vacuno, ratones y
ratas en la zona.

A todo ello se suma, según Rodríguez, el enraizamiento cada vez
más profundo de una economía del <> entre los
habitantes de las islas. Estos encuentran en el turismo una forma
relativamente fácil de hacer dinero y ni siquiera en la moneda
nacional, sino en la divisa estadounidense, que circula
libremente, sin que les importe mucho la conservación de su medio
natural.

Así, aunque el incendio de Isabela será sofocado en algún
momento, el tema de las Galápagos coloca a las autoridades
gubernamentales en una disyuntiva difícil. Por una parte está su
aspiración y la de muchos operadores de turismo de hacer de esta
actividad una región importante de divisas para el país. Ahora
genera casi cien millones de dólares al año y se suma a las
cuantiosas sumas que producen las importaciones de petróleo.
Pero, por otro lado, hay una preocupación cada vez más creciente
por conservar los ecosistemas del archipiélago. Al fin y al cabo,
éstos captan el 78 por ciento del turismo que ingresa en Ecuador.

El fondo del problema, sin embargo, no es económico sino
científico y así procuran los ecologistas que se identifique. En
las 12 islas y 61 islotes dispersos en 60.000 kilómetros
cuadrados hay una colección de animales y plantas inexistente en
ningún otro lugar del mundo. Pero, además, vuelan, crecen, se
arrastran, corren o nadan representantes del 50 por ciento de las
aves, el 32 por ciento de las plantas, el 86 por ciento de los
reptiles, el 72 por ciento de las hormigas, el 57 por ciento de
los arácnidos y el 23 por ciento de la fauna marina
correspondientes a la costa pacífica.

Hace siglo y medio, el escritor Herman Melville, autor de Moby
Dick, conoció accidentalmente el archipiélago. Dijo entonces que,
más que islas, parecían < el mundo tendría después de un incendio devastador>>. Tras la
experiencia reciente de la isla Isabela, esta frase ha dejado de
ser una figura literaria.

* Texto tomado de CAMBIO 16 # 1.171 (p. 16, 17, 18 y 19)
EXPLORED
en Ciudad N/D

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