Quito. 26.09.93. El ingenio acompaña a los pobres, para paliar el
hambre. De vez en cuando, el drama nos recuerda a aquellos
pobres. Ocurrió en Zámbiza, donde varios minadores murieron
aplastados por una montaña de basura. Pero más allá del drama,
está la extraña paradoja: las formas naturales de reciclaje en un
país que vive aún muy lejano a una de las prácticas más
corrientes en Occidente: la clasificación y reciclaje
sistematizada y tecnificada de los desperdicios.

Desde tiempos inmemoriales, mujeres recorren las calles de
nuestras ciudades comprando periódicos y botellas. Hay un mercado
dedicado en gran parte a formas inimaginables de reciclaje: la
plaza Arenas. Allí los fierros se convierten en nuevos utencillos
e incluso en esculturas. En este reportaje nos aproximamos a esa
industria, que puede ser el gérmen de una organización popular
para clasificar y reciclar cuanto la sociedad va acumulando en
sus traspatios.

Precisamente donde termina el asfalto comienza el olor ácido y
penetrante; aquí el viento arremolinado en la quebrada huye por
el camino de tierra cargando polvo, fundas y papeles livianos que
se aprovechan de él para sus vuelos torpes, cortos e inútiles. El
sol brilla empedernido sobre el botadero de Zámbiza.

Esta vez los minadores han hecho un alto en el día. Todos están
reunidos en pleno centro de la quebrada, alrededor de la
camioneta con altoparlante desde la que el párroco de Zámbiza -el
pueblo cercano- está celebrando una misa. Los cánticos y las
oraciones se elevan por entre el vapor que brota del suelo: están
dedicados a los once compañeros que fallecieran hace poco, cuando
una pared de basura se desplomó sobre ellos.

Pero alrededor de esta asamblea la actividad no se ha detenido.
Por el camino de tierra, los camiones recolectores suben y bajan
sin parar; uno tras otro van depositando su basura fresca en un
mismo lugar y se marchan en menos de lo que canta un gallo.

Mientras tanto, otros dos camiones -distintos de los recolectores
municipales- se han instalado silenciosos en esquinas
estratégicas del botadero, en espera de que la ceremonia termine.

De pronto, un último amén rompe el hechizo. Los minadores se
despiden del padre y toman caminos distintos: unos buscan sus
grandes fundas de recolección y se apresuran a escarbar en la
basura que ha llegado durante la misa; otros cargan grandes
bultos y los empiezan a amontonar detrás de los dos camiones que
esperaban estacionados desde hace rato.

Subido en el cajón de madera de uno de esos camiones, un hombre
grita con tono imperativo: "­El plástico! ­El plástico! Verán que
ahora ya no regresamos... ­Traigan el plástico que de aquí ya no
venimos!".

El mercado de Zámbiza

Y el botadero va cambiando su forma. De un momento a otro los
minadores y los montones de basura pasan a un plano secundario y
la escena principal es la de un mercado, la de una pequeña plaza
en la que, por extraño que parezca, los dueños de la mercancía
hacen fila para poder vender.

En este mercado las reglas, los horarios, los precios y los
destinos están definidos.

Con la venta de plástico no hay problema, porque los compradores
de ese material pasan por allí todos los días, igual que los
negociantes de botellas. Pero con otros "productos" hay que estar
más atento: los camiones que compran chatarra, papel y cartón
pasan solamente dos veces a la semana, y el que compra aluminio,
ni se diga, ése solo llega un día por semana.

Siempre con anticipación, los minadores clasifican todo lo que
han sacado de la basura. Los objetos plásticos, por ejemplo,
tienen que ser recogidos en tres grupos distintos: el plástico de
funda, el "yogur" (que es como llaman los minadores a los
recipientes plásticos de yogurt y de agua purificada) y el
plástico grueso o de tina.

Algo similar sucede con el papel, que puede ser recogido como
papel "de chamba" -que por estar sucio tiene un precio menor- y
como papel limpio. Claro está que en el botadero de Zámbiza este
último producto es escaso; en general, quienes recogen ese papel
y cartón en buenas condiciones son los minadores ambulantes, que
compran estos materiales en las casas de barrio. Sin embargo,
el papel y el cartón no son precisamente los productos más
buscados: con cierta frecuencia, el mercado de estos materiales
se satura, y las empresas que los consumen -con sus bodegas
llenas de papel y cartón- deciden suspender las compras por un
buen período de tiempo.

Alrededor de 400 personas trabajan en el botadero de Zámbiza.
Desde que el Municipio de Quito cerró el botadero que funcionaba
en el sur de la ciudad, el de Zámbiza no solo empezó a receptar
la basura de todo Quito, sino que recibió también a todos los
minadores provenientes del botadero cerrado. Hoy todos los
minadores del lugar se hallan agrupados en dos asociaciones que
aspiran a convertirse en una sola cooperativa, con dos objetivos
básicos: el primero, velar por su situación en el anunciado
momento en el que el Municipio cierre también Zámbiza y toda la
basura sea tratada en la estación de transferencia de "El
Cabuyal"; y, el segundo, tratar de eliminar a los intermediarios,
que encarecen el producto y que -según los minadores- no pagan
precios justos por los materiales que se les vende.

Con el don de la basura...

La mayor parte del material recogido en el botadero de Zámbiza es
reutilizado por empresas grandes. Todo sirve.

Papeleras como La Reforma y Papelesa receptan cantidades
importantes de papel y cartón reciclados que después transforman
en nuevos productos como papel higiénico, cuadernos, etc. El
aluminio lo compran empresas fundidoras. Los plásticos de mejor
calidad son convertidos en grano, que puede volver a utilizarse
en utensilios plásticos de colores; mientras que el plástico de
tina se reutiliza en la elaboración de mangueras gruesas y de
aquellos objetos de plástico de coloración entre café y rojiza
que se venden a bajo precio en los mercados populares.

Los únicos materiales reciclados que no sufren mayor
transformación son las botellas que, una vez lavadas, son
vendidas a las empresas que las utilizan como envases.

Pero el reciclaje se da también en formas menos industrializadas
y, en esos casos, la protagonista suele ser la chatarra. Muchas
piezas de automotores y de máquinas caseras y de trabajo van a
parar directamente a lugares de venta de chatarra, pero
materiales como el hierro y el tol -del que están hechos los
grandes tanques de aceite- terminan convirtiéndose en braseros,
cedazos, regaderas, tarros de basura.... y hasta en esculturas,
para comprobarlo no se necesita nada más que visitar el Mercado
Municipal Arenas, popularmente conocido como Plaza Arenas.

De la mano de la pobreza, la basura cumple un ciclo que termina
convirtiéndola en bendición para quienes han aprendido a
aprovecharla. (6A)
EXPLORED
en Ciudad N/D

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