Madrid. 14.06.93. El cuarto Informe sobre el Desarrollo
Humano, preparado por el Programa de la Naciones Unidas para
el Desarrollo (PNUD), ha visto la luz hace unos días. sus
miles de datos y cientos de estadísticas recalcan, por enésima
vez, las proporciones del abismo que separa a los diferentes
países. Y no solo a los 33 industrializados de los 140 en vías
de desarrollo; también revelan que entre éstos últimos las
distancias son terribles y por el momento insalvables. La
frialdad de los números ha vuelto a poner el dedo en la llaga
de la pobreza, la discriminación sexual y racial, las
deficiencias educativas y alimenticias que sufren millones de
personas en el mundo.

Según el informe, un hombre blanco estadounidense es el más
afortunado de todos los seres de este planeta, mientras que el
hombre de color de esa misma nacionalidad vive en peores
condiciones que los habitantes de Trinidad y Tobago, las
Bahamas, Corea del Sur y Estonia. Los datos y cifras podrían
hacer fruncir el ceño a una mujer guineana, porque revelan que
vivirá 44 años y se encuentra entre las más necesitadas del
mundo; y a un niño afgano, que según los números sólo tiene un
30 por ciento de posibilidades de celebrar su quinto
cumpleaños.

Afortunadamente, hay buenas noticias: más del 70 por ciento de
la población mundial tiene acceso a servicios de salud. Aunque
también las hay peores: 17 millones de personas mueren de
enfermedades infecciosas y parasitarias como diarrea, malaria
y tuberculosis; y el 80 por ciento de los 13 millones de
infectados por el virus del sida viven en países en
desarrollo. Otra buena noticia: en los países
industrializados, hay un teléfono y una televisión por cada
dos ciudadanos. Otras malas: uno de cada tres matrimonios
termina en divorcio; por cada 100.000 personas hay más de 15
suicidios, más de cien crímenes relacionados con las drogas y
más de 15 muertes por accidentes de tráfico.

Desde 1990, el PNUD ha roto los esquemas utilizados por los
economistas tradicionales -que miden el bienestar dividiendo
el Producto Interno Bruto (PIB) entre los habitantes de cada
país- para intentar determinar una escala más real de la
calidad de vida. El primer informe del PNUD reveló que no
existía una conexión directa entre la renta y el desarrollo
humano. El índice de Desarrollo Humano (IDH) también ha
eliminado la clasificación que divide a los países en primer,
segundo o tercer mundo, y los clasifica como de alto, medio o
bajo desarrollo. La fórmula del IDH combina la esperanza de
vida, el nivel educativo y el poder adquisitivo básico.

No es noticia que los diez países que cuentan con la tercera
parte de los pobres del mundo sólo reciben un cuarto de la
ayuda al desarrollo. Ni tampoco que los estadounidenses
utilizan el 23 por ciento de la energía mundial. Pero este
método de clasificación, además de actualizar estos datos,
permite un seguimiento de los factores que hacen la vida
saludable, como el acceso a agua potable y a servicios de
salud, la proporción de alumnos por maestro, la obtención del
mínimo indispensable de calorías y los riesgos de mortalidad
por parto. Según estos baremos, la isla de Sri Lanka, que con
la escala del Producto Interno Bruto figuraba en el puesto 130
del mundo, sube a ocupar el lugar número 85; Uruguay, antes en
el número 54, llega al 30; Kuwait, con sus petrodólares en el
puesto 15, disminuye de rango hasta el 52; los Emiratos Arabes
Unidos van el 12 al 62 y Gabón baja del 44 al 109.

Con la nueva clasificación, el panorama es otro, y países
tradicionalmente denominados tercermundistas, como Uruguay,
Chile, Costa Rica, Argentina, Venezuela, México, están
clasificados ahora entre los de alto desarrollo humano. Sus
habitantes tienen una media de vida de 70 años y sobrepasan
por mucho el nivel mínimo de calorías diario.

Colombia, Panamá, Brasil, Cuba, Belice, Ecuador, Paraguay,
Perú, la República Dominicana, El Salvador y Nicaragua se
encuentran en la media, con unas expectativas de vida de 65
años y variadas posibilidades de acceso a servicios de salud.
Guatemala, Honduras y Bolivia se encuentran entre los peor
situados, con una media de vida de 54 años, a pesar de que
todavía hay 50 países -sobre todo africanos- cuyas condiciones
son pésimas y cuyos habitantes no alcanzan la mínima y
necesaria consumición de calorías al día.

El progreso y desarrollo en los países industrializados es
medido con parámetros, como por ejemplo el de la
"debilitación" social, que parece ser un mal que sólo afecta a
los países más avanzados. Estos datos, que no han sido
documentados en los países en vías de desarrollo, muestran que
la sociedad estadounidense es la más débil: hay ocho
asesinatos por cada 100.000 personas, frente a los 4,7 de
Francia, 2 en Nueva Zelanda, 1,5 en Japón y 0,5 en Israel.

En Estados Unidos, 118 mujeres de cada 100.000 han denunciado
una violación -en Australia son 44; 23 en Canadá; 12 en la
antigua Checoslovaquia y 4 en Italia-. Sorprendentemente, es
Australia la nación con mayor cantidad de crímenes
relacionados con las drogas, con 403 por 100.000 ciudadanos,
seguida por Estados Unidos con 234. Ambos muy alejados de los
13 de Portugal y los 15 de España. Y son los húngaros los más
aficionados al suicidio: 41 de cada 100.000 optan por quitarse
la vida.

Por muy serias que sean estas cifras, no pueden equipararse
con los males que azotan a los países africanos. En Ruanda,
por ejemplo, hay un médico por cada 74.950 habitantes,
mientras que la media en los países industrializados es uno
por 5.080. En Mali, Chad, Burundi y Zaire hay una televisión
por cada mil habitantes, mientras que el resto de países
tienen una media de 55, cantidad que aumenta a 545 en los más
desarrollados.

El informe arroja luz sobre muchos más aspectos de la vida
humana en el mundo. Con las cifras en la mano, parece que hay
algunos países abocados a la miseria. Si la deuda es
considerada el yugo más pesado en la batalla por la
industrialización y la mejora de las condiciones de vida,
basta citar el caso de Mozambique para hacerse una idea de
ello. En 1991, este país africano recibió 1.022 millones de
dólares de asistencia al desarrollo, cantidad equivalente al
85 por ciento de su Producto Interno Bruto. Mozambique debe el
385 por ciento de su PIB anual.

A su vez, muchos de los países que requieren asistencia para
el crecimiento y el progreso gastan grandes sumas de dinero en
armamentos. A pesar de que los datos del PNUD confirman que,
por primera vez desde la Segunda Guerra Mundial, los gastos
militares han disminuido -sólo con los trabajos de reducción
de armas entre Estados Unidos y Rusia se han ahorrado 240
billones de dólares-, otros países han incrementado los gastos
para mantener sus conflictos regionales. Irak es un buen
ejemplo de este fenómeno. Ocupa el número 96 en el IDH. Con un
40 por ciento de analfabetas, el 6 por ciento de sus mujeres
ocupadas y solo 65 por ciento de ellas recibiendo asistencia
durante el parto, el Gobierno de Sadam Hussein gastó en 1990
dos de cada diez dólares de su PIB en armamento, un 511 por
ciento más que lo destinado a educación y salud. Ese mismo
año, Nicaragua gastó casi uno de cada tres dólares para el
mismo fin. En el polo opuesto, Estados Unidos sigue siendo el
mayor proveedor de armas: domina el 21 por ciento del mercado
mundial.

"Mientras se reducen las amenazas militares -dice el informe-,
otros peligros han salido a la superficie (los conflictos
étnicos en Bosnia, India, Irak, Liberia, Somalia y Sri Lanka),
y muchos países industrializados han visto crecer los
enfrentamientos entre diferentes grupos raciales, como
demuestran los disturbio en Los Angeles y los ataques de
neonazis en Alemania". El informe encuentra que hay ciertos
aspectos en los que los países en vías de desarrollo están
logrando acortar distancia con los industrializados. Las
expectativas de vida han mejorado, la mortalidad de niños
menores de 5 años disminuye, se combate el analfabetismo, y se
está logrando un acceso a agua potable para sectores más
amplios. Sin embargo, el PIB ha disminuido, la fertilidad se
incrementa y los años medios de escolaridad se reducen.

Las mujeres siguen teniendo el peor de los mundos. A pesar de
que Suecia, Noruega y Francia se acercan a la igualdad entre
los dos sexos, ningún país lo alcanza por completo. Si en
Japón, en el primer puesto de IDH, se separasen las cifras por
sexos, las mujeres bajarían al lugar 17 de desarrollo.

A pesar de representar la mitad de la población mundial, las
mujeres perciben la mitad del salario que los hombres, y no
representan ni un 10 por ciento en los parlamentos mundiales.
Si en los países avanzados existe discriminación sexual en el
campo laboral, en los países en desarrollo la hay también en
los servicios de salud, nutrición y educación: dos tercios de
los analfabetos son mujeres.

Estos nuevos parámetros han servido para cambiar el enfoque no
solo de los programas del PNUD -ajustados para orientar la
ayuda de manera más eficiente-, sino también el de los
presupuestos de los países que han dado gran importancia al
informe: Bangladesh, Colombia, Ghana y Pakistán pidieron
asistencia al PNUD para revisar objetivos de desarrollo humano
y fijar el costo de su realización. En Pakistán, las
recomendaciones del informe se incluyeron en el plan de acción
social del país.

Utilizando este análisis para reorganizar sus prioridades, en
diciembre de 1991 los presidentes de Costa Rica, El Salvador,
Guatemala, Honduras, Nicaragua y Panamá firmaron la
Declaración y Compromiso de Tegucigalpa para reunir recursos y
destinar 500 millones de dólares cada año para financiar
iniciativas en el sector social.

El informe de 1993 hace hincapié en la necesidad de darle un
rostro a sus muchos números, y oportunidades a estos rostros
para escoger su propio destino. Una de las conclusiones más
devastadoras destaca que menos del diez por ciento de las
personas tiene alguna influencia en las decisiones que afectan
su vida diaria. Una de cada cinco languidece en la pobreza
absoluta. Los grupos sin oportunidades incluyen las
poblaciones rurales -que representan los dos tercios de la
población y solo reciben la cuarta parte de los recursos
destinados a educación, salud y agua- y las minorías étnicas,
oprimidas cultural y políticamente.

Las recomendaciones son amplias, y sin duda difíciles de
aplicar. El PNUD sugiere una revolución de la seguridad
humana, un recorte de gastos en armamentos, la sustitución de
las industrias militares por civiles y la formación de nuevas
alianzas para promover la paz; una revolución de desarrollo
sostenible para crear nuevos empleos -por lo menos mil
millones en los años 90- e invertir en educación y apoyo a
empresas pequeñas y medianas; un revolución en la relación
Estado-mercado, donde los dos mantengan un balance que permita
el crecimiento y proporcione redes de seguridad para aquéllos
que no puedan con las presiones de la competencia; una
revolución en los gobiernos nacionales, incluyendo el
establecimiento de democracias en las cuales los grupos
marginales obtengan poder y los más pobres sean alcanzados por
los programas de ayuda; y finalmente, una revolución en las
formas de cooperación, donde el enfoque sean las personas y no
las naciones-estados.

"Estas reformas -dice el informe de PNUD- piden nada menos que
una revolución en nuestra forma de pensar, a pesar de que solo
abordamos unos aspectos de la revolución humana cuyo objetivo
central es la participación personal. Cada institución -y cada
política- tiene que ser juzgada por sólo una prueba: ¿está
conforme con las genuinas aspiraciones de la gente?".

*FUENTE: Texto tomado de CAMBIO 16 N§1125 (p.18-20)
EXPLORED
en Ciudad N/D

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