Guayaquil. 20 feb 2000.

Salvador Quishpe

La noche del jueves 20 no dormí. Pasé dando vueltas alrededor del
Congreso que estaba ya sitiado por nosotros. Había muchos
infiltrados que querían que la gente haga violencia con palos y
piedras. Eran estudiantes que venían en grupos, a las dos, a las
tres de la mañana. Gritaban, provocaban, incitaban a quemar casas
y cosas así. Entonces, con dos compañeros, me pasé la noche
caminando. No había comido unos dos días porque no tenía tiempo.
No me había bañado durante toda esa semana y tampoco había ido
a mi casa a ver a mi mujer ni a mis tres hijos.

Al amanecer del viernes, la gente estaba cansada. Fuimos a la
Casa de la Cultura a las seis de la mañana para despertar a los
compañeros que estaban ahí. Nosotros habíamos ofrecido que ese
día nos tomábamos el Congreso como sea y la gente estaba
esperando eso; a las siete comenzamos a decir vamos, ahora sí.
La cuestión era difícil porque, aunque éramos unos 15.000,
estábamos con las manos vacías. Y había escuadrones de la Policía
y del Ejército armados hasta los dientes, con tanques y todo.
Teníamos que ver cuál era el momento para la toma. Sabíamos que
teníamos que meternos porque eso habíamos ofrecido y el precio
por no cumplir hubiera sido nuestras cabezas. Hubiéramos sido
arrastrados por nuestra propia gente.

Por otro lado, sabíamos que había un grupo de coroneles que iba
a llegar, eso nos anunciaron la noche anterior y, aunque teníamos
dudas, les esperábamos. Yo había escuchado del coronel Gutiérrez
y conocía que él no estaba de acuerdo con lo que estaba haciendo
el general Carlos Mendoza. Entonces, tenía la esperanza de que
acudiría a amortiguar la acción de la policía. Entre las 09h00
nos decían que ya llega, que ya llega. Finalmente vino un
escuadrón de militares, pero era uno de relevo o de refuerzo, no
sé. No confiábamos en lo que estaba pasando y nosotros decíamos
solo tenemos nuestras propias fuerzas.

Estábamos frente al cordón policial. Empezó la gente a presionar
desde atrás y a vivar a la patria, hasta que de tanta presión de
repente se rompió el cordón. Entonces los policías empezaron a
disparar bombas lacrimógenas como locos. Las bombas caían sobre
nosotros, pero por suerte los compañeros estaban con poncho y eso
les protegía de las bombas, que caían como piedras sobre sus
espaldas. La consigna nuestra era no retroceder pero los gases
hicieron que los compañeros se disgregaran.

Cuando llegué a la esquina del Congreso, yo estaba casi desmayado
y un compañero estaba caído al lado, como muerto. Me quedé
sentado un par de segundos y pensé en mi hijo Amauta, también
pensé en la muerte. Tambaleando, subí por la calle Yaguachi hacia
El Dorado. En eso escuché unos silbidos, regresé a ver y eran
unos militares que nos llamaban. Yo no sabía si nos estaban
tendiendo una trampa o si venían en realidad a ayudarnos. Fue un
momento decisivo. Me acerqué y nos pusieron una tabla sobre el
alambre de púas para que pudiéramos pasar. Y ahí nos dimos cuenta
que eran compañeros. Entonces me puse sobre el puente de la calle
Yaguachi, saqué mi wipala, la agité y con eso la gente comenzó
a venir.

El funcionario
Ante una llamada telefónica, un alto funcionario del gobierno del
Presidente Mahuad salió rápidamente, a las 9h30, de una reunión
de trabajo, acompañado de su escolta policial, que le había
obligado a chantarse un chaleco antibalas y a ocupar un auto de
seguridad para cruzar el centro de la urbe hasta el Palacio
Presidencial, en salvaguardia de cualquier desmán proveniente de
la movilización indígena. Mientras miraba por la ventanilla se
tranquilizó al comprobar que la ciudad se movía al ritmo de una
mañana inusualmente calurosa. No intuía que podía ocurrir algo
singularmente grave, toda vez que el día anterior los miembros
del Comando Conjunto de las Fuerzas Armadas le habían asegurado
al Presidente que la situación estaba bajo control, e inclusive
el general Carlos Mendoza, Jefe del Comando Conjunto, había
respondido con un no se preocupe que él es mi hombre de confianza
a la pregunta del Presidente Jamil Mahuad sobre la conducta del
coronel Lucio Gutiérrez, sospechoso de fraguar una conspiración.

Cuando arribó al Palacio sin contratiempos, reemplazó su chaleco
por el saco de su terno, se ajustó la corbata y subió
directamente a la residencia presidencial, donde encontró que
Mahuad recibía información, a través de su teléfono celular,
sobre la toma del Congreso por parte de los indígenas; exhibía
su habitual tranquilidad ante el grupo que lo acompañaba,
integrado por Roberto Izurieta, Carlos Larreátegui, Benjamín
Ortiz, Xavier Espinosa, Vladimiro Alvarez, Juan Falconí y Alfredo
Arízaga. Regada por el mundo la noticia de que el conflicto en
Ecuador se agravaba, Mahuad respondía también las llamadas del
Presidente del gobierno español, José María Aznar; del Presidente
de Colombia Andrés Pastrana; las contínuas del Presidente peruano
Alberto Fujimori, y las del Presidente de Chile Eduardo Frei. Así
mismo, algunos cancilleres hablaban con Benjamín Ortiz.

¿Qué hacer?, era la gran pregunta y, entre algunas opciones, se
barajó la de suspender las transmisiones de televisión sobre la
toma del Congreso, por considerar que inquietaban a la
ciudadanía. Pero hacerlo hubiera significado violar el marco
jurídico vigente.

Fue quizás en ese momento que se tomó conciencia de la gravedad
de la situación. Hasta la noche anterior, cuando el comandante
de policía había acudido a Carondelet para advertir al Presidente
de que la situación se complicaba, la respuesta de Telmo Sandoval
había sido nosotros (los militares) estamos a cargo. Ud.
preocúpese de la dolarización y le reiteró a Mahuad que los
indios tenían comida sólo para un día, por lo que no iba a pasar
nada.

El coronel

El coronel Hermenigildo Torres (nombre supuesto para proteger su
identidad) se levantó a las seis de la mañana; desayunó, se
vistió con su uniforme de diario y se dirigió a la Universidad
Central, donde estudia. Terminadas sus clases, llegó al
Ministerio de Defensa a las 09h30 y ahí se enteró de que los
indígenas se habían tomado el Congreso. Al llegar a su despacho
ordenó a su ayudante que no le pasara ninguna llamada telefónica
y que por ningún motivo le interrumpiera. Cerró la puerta, se
sentó tras su escritorio, encendió el tercer cigarrillo del día
y, cuando prendió el televisor y vio a los indios con sus
ponchos, recordó su intenso trabajo de épocas anteriores en las
comunidades del Chimborazo y la manera cómo las Fuerzas Armadas
colaboraban para solucionar sus necesidades. A veces era la
construcción de una cancha; otras, el tendido de un puente o la
reparación de la escuela. Ensayó un recorrido por Cumillín,
Ozogoche, Guangaje y evocó cómo, poco a poco, la ayuda se
extendió a los sectores de salud y llegó hasta el vestuario: para
erradicar el cada vez más extendido empleo del poliéster que
había ido, paulatinamente, reemplazando a la lana, se
establecieron talleres para que los indios recuperaran sus
prácticas ancestrales en el tejido. En nutrición, los fideos, las
sopas de sobre y los jugos artificiales fueron eliminándose ante
la cría de cuyes, conejos y pollos, y la siembra de hortalizas
y frutales.

El coronel Hermenegildo Torres reconoció que la relación con los
indígenas había sido muy profunda desde 1991 y que a partir de
allí los militares trataron de entender su cosmovisión y
participar de ella. Era una especie de estrategia para trabajar
con los indios, no abandonarlos a su suerte ni dejar que caigan
en las simpatías de posibles grupos subersivos, como había
ocurrido en el Perú.

Sonrió al pasar revista cómo ejercitaron a un grupo de campesinos
para que fungieran de guías turísticos y no se limitaran a cargar
el equipaje de los montañistas que ascendían a los nevados.

Ahora, al ver por televisión los episodios del Congreso, se
alegró de que no haya habido derramamiento de sangre, aunque se
sorprendió al contemplar la imagen del coronel Lucio Gutiérrez,
junto con la del coronel Fausto Cobos, director de la Academia
de Guerra y del director de la Escuela Politécnica del Ejército.
Entonces, el coronel Hermenegildo Torres se preguntó: ¿Qué
diablos está pasando? ¿Se están juntando las máximas indígenas
de no robar, no mentir y no ser vago, con los sueños de erradicar
la corrupción, la falta de representatividad y el desprestigio?

Confundido, nervioso, el coronel se preparó un taza de café y vio
que sus ideales de un Estado de derecho se contraponían con las
imágenes que se proyectaban por televisión y que presagiaban una
ruptura de la institucionalidad.

Salvador Quishpe

Los militares rompieron la puerta de un jalón, y entramos al
Congreso. Comenzamos a sesionar, porque el Parlamento Nacional
de los Pueblos del Ecuador estaba ya conformado. Se instaló la
Asamblea y se ratificaron algunos decretos que habíamos emitido
antes. En eso llegó el coronel Lucio Gutiérrez. Eso fue muy
importante para nosotros. Cantamos el Himno Nacional y acordamos
llevar adelante el proceso. Una vez suscrito el documento,
entramos a la oficina de la Presidencia del Congreso sin
problema, pero una puerta interior fue abierta con dos puntapiés
por un par de coroneles. Ahí se discutieron algunas cosas. Llegó
el coronel Fausto Cobo, cumpliendo una misión del general
Mendoza, para pedir a Lucio que desista, que se retire. Nos
pusimos a hablar y, finalmente, el coronel Cobo terminó
convenciéndose y se sumó a nosotros. Cada vez iban llegando más
militares que se ponían a la orden de Lucio. Ahí dimos la primera
rueda de prensa.

Luego bajamos a la sala de sesiones porque el Congreso tenía que
seguir funcionando. Se me encargó la Presidencia, mientras
Antonio Vargas hacía su trabajo dentro del triunvirato.

En el Congreso tomamos decisiones contra la dolarización, sobre
los fondos congelados y sobre las sanciones a los corruptos, la
confiscación de los bienes de los banqueros y su extradición.
Llegaron los diputados Paco Moncayo y René Yandún y hablaron;
renunciaron a ser diputados y se sumaron al pueblo como
ciudadanos y como patriotas.

Como a las 4 de la tarde nos dijeron que teníamos que irnos a
Carondelet. Yo seguía sin probar bocado. Tomé solo unos sorbos
de agua del lavabo del Presidente del Congreso y nada más. Con
eso me sostuve.

Encargué la presidencia del Congreso a Vicente Chato y me sumé
a la marcha hacia Carondelet.

El funcionario

Telmo contamos contigo?, le preguntó por teléfono el funcionario
gubernamental al general Sandoval, encargado de la jefatura del
Comando Conjunto, ante el giro que iban tomando los
acontecimientos. La ambigua respuesta que el general le dio desde
el Ministerio de Defensa: estamos analizando, dejó al funcionario
muy preocupado porque a Sandoval se lo consideraba aliado del
Gobierno, luego que algunos de sus miembros habían intimado con
él en un curso sobre negociación en Harvard, durante el período
previo a la firma de paz con el Perú. Prevalido de esa confianza,
Mahuad había aceptado su presión para que nombrara Ministro de
Defensa al general Carlos Mendoza, en reemplazo del general (r)
José Gallardo, que parecía haber perdido liderazgo en las Fuerzas
Armadas, sobre todo luego de aceptar la reducción del presupuesto
militar.

Alrededor de las 11h30 Mahuad bajó de la residencia y, con los
ministros que le acompañaban, se instaló en la sala de reuniones
aledaña a su despacho, donde recibió a los miembros del Comando
Conjunto que, a excepción del contralmirante Enrique Monteverde,
vestían traje de campaña (camuflaje). El ambiente se había
tornado tenso y la desconfianza crecía, hasta el extremo que
-cosa absolutamente inusual- a la cita entraron también los tres
edecanes del Presidente, jugando en ese instante el rol de
guardaespaldas. El general Carlos Mendoza repitió el contenido
de un comunicado de las Fuerzas Armadas, en el que se pedía a
Mahuad tomar una decisión dentro del orden constitucional, y
remarcó que era necesario tomar una decisión urgente en el marco
del orden constitucional.

- ¿Y eso qué significa?, le preguntaron.

- Que el Presidente debe renunciar, dijo el general Mendoza.

Mahuad, que hasta ese instante se había mostrado sereno, golpeó
la mesa y gritó:

- ¡No voy a renunciar! ¡Con qué derecho usted me plantea eso!
¡Usted debía venir a explicarnos lo que está pasando! ¿Por qué
me informó ayer que Lucio Gutiérrez estaba bajo control, sabiendo
que Gutiérrez es un hombre muy cercano a usted?

- Si Ud. me va gritar y tratar así me voy, dijo Mendoza. Y se
levantó.

- Cálmate, Carlos, le dijo el general Telmo Sandoval, no puedes
irte porque el mando es uno solo.

Sandoval consiguió que Mendoza volviera a sentarse y luego se
dirigió al Presidente tuteándolo, como lo hacía siempre:

- Tú eres mi amigo. Carlos no está expresando su criterio
individual. Lo que acaba de decir es nuestro pensamiento. Creo
que haz hecho todo lo que has podido pero se te han desbordado
las cosas y para que el país salga adelante tienes que renunciar.


La distancia militar se había marcado antes. El consejo ampliado
de generales y almirantes le envió a Mahuad el sábado 8 de enero
una lista de pedidos para que los incorpore en su mensaje, cosa
que no sucedió provocando fuertes molestias en la alta
oficialidad. La lista incluía: la confiscación de bienes de los
banqueros corruptos, la intervención de las FF.AA. para evitar
la corrupción aduanera y la reestructuración del equipo
económico.

Ahora, tras esa conminación de Sandoval, Mahuad hizo un análisis
de la grave situación del país y dijo que botándolo volvería a
tener vigencia el viejo precedente de que el Ecuador cambia de
gobierno cada vez que no puede resolver sus problemas. Luego, la
conversación comenzó a tornarse inútil. El general Mendoza se
retiró primero y después lo hicieron los otros dos miembros del
Comando Conjunto, que anunciaron que iban a deliberar.

El coronel

El coronel Hermenegildo Torres vació en el basurero el cenicero
repleto de colillas y pensó que la sublevación de sus compañeros
no había sido planificada previamente, sino que obedecía a un
impulso, a un acto emotivo propiciado por las circuntancias. Por
un momento se preocupó al imaginar una confrontación entre
elementos de las Fuerzas Armadas, pero luego meditó: si no se
disparó un tiro contra los indios, tampoco van a dispararse entre
compañeros de armas. Sin embargo fue consciente de que la
disciplina militar iba a quedar seriamente afectada y la
estructura misma de la institución podía resquebrajarse. ¿Dónque
queda la jererquía?, se preguntó.

De pronto, el coronel Hermenegildo Torres cayó en la cuenta que
la alianza entre indígenas y militares era excluyente: dejaba,
por ejemplo, fuera a la Iglesia así como a un amplísimo sector
de la sociedad, representado por los mestizos.

El funcionario

El Presidente se encerró en su despacho, acogiendo una sugerencia
de sus ministros para que presentara en cadena nacional de
televisión y explicara al país lo que sucedía, con la convicción
de que el Gobierno estaba solo y el único apoyo posible era el
del pueblo. En una cartulina comenzó a anotar con marcadores de
varios colores los puntos principales de su alocución, aunque un
par de veces consultó algún pormenor a Vladimiro Alvarez y a
Carlos Larreátegui.

Cuando su discurso estuvo listo, le avisaron la llegada del
general Carlos Moncayo, encargado de la seguridad del Palacio,
quien traía un mensaje del Comando Conjunto. Mahuad dijo que
primero aparecería en televisión y luego hablaría con Moncayo,
en previsión de que éste, en un acto de fuerza, suspendiera la
cadena. Entonces, con sus ministros que le rodeaban, salió
rápidamente hacia el comedor, lugar en el que estaban instalados
los equipos de transmisión.

Hacia las 15h20, el Presidente da su cadena nacional y reitera
que no renunciará. Minutos antes, Mahuad había recibido un
segundo comunicado de las Fuerzas Armadas, en el que le pedían
explícitamente que abandone el cargo.

Luego de la cadena, el general Moncayo comunicó a Mahuad que
había recibido la orden de retirar toda la guarnición del Palacio
y, por tal razón, le aconsejaba abandonar el recinto.

- Le agradezco, pero yo sabré lo que hago, replicó Mahuad.

Paradójicamente, al Palacio comenzaron a entrar muchos militares
muy bien apertrechados, que coparon los pasillos.

Salvador Quishpe

Comenzaba a caer la tarde. En el camino a Carondelet había el
riesgo de que por ahí un francotirador nos bajara. La gente
estaba muy emocionada por lo que estaba pasando. Para protegerme,
se me colgaban del brazo, me jalaban todo el trayecto. Como
durante el día se habían prendido fogatas con leña y carbón para
contrarrestar los gases, nosotros, en la multitud, pisábamos las
brasas. Ibamos pisando candela y nos quemábamos los pies en cada
esquina, en medio de una gritadera.

Cerca de Carondelet encontramos dos cordones policiales.
Hablamos. Nos demoramos un buen tiempo, pero logramos pasar. Yo
entré primero al Palacio cuando abrieron la puerta para que
pasaran dos militares, pero una vez adentro me di cuenta que
Antonio Vargas nos estaba. Entonces salí. Localicé a Antonio y
volví a entrar con él.

Adentro nos reunimos con los coroneles y generales, entre los
cuales estaban Carlos Mendoza y Telmo Sandoval. Ellos empezaron
diciéndonos que desistiéramos de las acciones, que ellos habían
pedido que Mahuad se vaya y que, en vista de las circunstancias,
habían decidido asumir el mando total. Leyeron su proclama
asumiendo todos los poderes. Entonces les dijimos que si eso era
así, no teníamos nada que hablar con ellos, que nosotros íbamos
a seguir con nuestro movimiento. En ese momento las cosas se
pusieron muy tensas y creímos que allí se iba a armar una
balacera. Nosotros no íbamos a negociar. Entonces los militares
empezaron a decir que cómo era posible la subordinación de un
general ante un coronel. Esa fue el arma que ellos utilizaron:
la institucionalidad, la jerarquía. Hubo mucha discusión, muy
fuerte. Nosostros dijimos discutan eso entre militares, porque
para nosotros era Lucio Gutiérrez la única persona con quien
debíamos trabajar. No había otra.

Ellos nombraron a Carlos Mendoza como miembro del triunvirato.
Se cantó el Himno Nacional, se rezó el Padrenuestro. Salimos.
Informamos eso a la gente, dimos una rueda de prensa hacia la
medianoche y luego nos reunimos para empezar a delinear las
primeras acciones de gobierno.

El coronel

El coronel Hermenegildo Torres se reafirmó en su criterio de que
las Fuerzas Armadas no solo debían defender la integridad
territorial y velar por la democracia, sino también estar junto
al pueblo. Pero entonces le surgió otra duda: ¿Lo que estaba
viendo por televisión no le demostraba que ese ideal de estar
junto al pueblo tenía un riesgo demasiado alto y podía terminar,
justamente, en destruir la democracia? En contraposición, ¿tenían
las Fuerzas Armadas que seguir como un ente alejado de la
realidad y motivado sólo por los principios pretorianos? ¿Era
dable que se minusvalorizara a una institución y se le destinara
únicamente al cuidado de la frontera, cuando poseía el suficiente
capital humano y la preparación para trabajar con la comunidad?
¿Qué iba a pasar con las Fuerzas Armadas en el futuro?

El funcionario

El funcionario vio cómo Lucía Stadler, la secretaria del
Presidente, pretendió entrar a su oficina, pero los militares se
lo impidieron a la voz de ¡Usted no saca nada de aquí!.

Mahuad y los ministros que lo acompañaban subieron a la
residencia, donde también había soldados. El Presidente decidió
dejar el Palacio y, a manera de despedida, dio un abrazo a cada
uno de sus ministros. Ya eran las 5 de la tarde, salió y se
instaló en la única Trooper blindada que tiene la Presidencia;
en la caravana iba también una ambulancia.

Por invitación de los militares se dirigió a la base áerea, donde
le esperaba un avión de Tame con su tripulación completa, listo
para despegar. Mahuad dijo que no iría a ningún sitio, ni dentro
ni fuera del país. Durante su larga permanencia apareció una
bandeja con patitas de pollo y un charol con refrescos, que fue
lo único que el Presidente y sus colaboradores íntimos se
llevaron a la boca ese día.

Tras la proclama del coronel Gutiérrez en la que anunció que el
Presidente había sido detenido, llegó un camión del Ejército y
se estacionó bajo la nariz del avión, como para impedir que el
aeroplano pudiera carretear; al mismo tiempo irrumpió un piquete
de soldados y, enseguida, salió otro de aviadores que se situó
a cortísima distancia. Los aviadores reclamaban por la presencia
del ejército ahí, sin que hubieran pedido autorización para
entrar. La tensión fue enorme y todo hacía pensar que iba a
producirse un enfrentamiento, hasta que el pelotón del Ejército
optó por retirarse.

En ese instante el Presidente decidió dirigirse hacia la embajada
de Chile, donde permaneció por algún tiempo. Bien entrada la
noche fue al domicilio de una de sus asesoras de comunicación,
donde pernoctó.

El coronel

Se desencantó el coronel Hermenegildo Torres cuando vio que los
coroneles se proclamaban jefes del Comando Conjunto y pensó que
eso no era normal: ahí estaban entrando en juego las vanidades
personales y se estaba dejando de lado a muchos generales de
excelente preparación y hondo sentido ético. ¿Por qué no los
reconocían? No le preocupó, en cambio, que no exhibiera plan de
gobierno alguno porque, conociendo la capacidad de quienes salen
de la Academia de Guerra, creía que el documento podía ser
elaborado al día siguiente; además ¿qué gobierno civil había
presentado un plan de gobierno? Las imágenes se le superponían
y, aunque quería mantener la cabeza fría, le preocupaba el
destino de sus compañeros si el movimiento fracasaba. Sobre todo
pensaba en en la familia de cada uno de ellos. No le angustió,
en cambio, el aparecimiento de Carlos Solórzano, a quien vio como
el representante de la justicia, mientras Antonio Vargas
encarnaba a una comunidad postergada por más de 500 años, y el
coronel Lucio Gutiérrez a un pensamiento joven y renovador. Sin
embargo, se sorprendió cuando, después, apareció el general
Carlos Mendoza. ¿Para qué?, se preguntó. Transcurrida la
madrugada y cuando los acontecimientos llevaron al poder a
Gustavo Noboa, el coronel Hermenegildo Torres, apagó el último
cigarrillo de su tercera cajetilla, bebió el último sorbo de la
vigésima taza de café y, desconcertado, dijo: ahora va a ser
mucho más difícil sostener nuestra doctrina de que podemos estar
junto al pueblo y junto a los indígenas con quienes tanto
trabajamos. Creo que con todo esto perdimos. Sí: creo que
perdimos.

Salvador Quishpe

Yo dejé Carondelet y volví al Congreso. Pedí un carro y me
acompañaron dos militares. Informé lo que había pasado. Las cosas
estaban bien. Pero luego nos dijeron que el general Carlos
Mendoza había desistido. Y que las cosas llegaban hasta allí.
Tomamos la noticia con calma, porque sabíamos que eso no iba a
sostenerse porque no era nuestra gente la que estaba allí, sino
el general Mendoza. Hubiera sido distinto si estaba Lucio
Gutiérrez. Carlos Mendoza nunca asumió el reto. Renunció. Se fue.


Nos quitaron todo tipo de apoyo, la seguridad, todo. Nos
atrincheramos en el Congreso hasta que amaneció. Podía pasar
cualquier cosa. Teníamos el triunfo de que Mahuad estaba afuera
y esa era una victoria. Nos comunicaron que la policía venía a
desalojarnos. Podíamos quedarnos en el Congreso un par de días
más, pero no íbamos a lograr nada adicional y había el riesgo de
enfrentarnos con la policía. En el Congreso había madres con sus
niños, ancianos, y hubiera sido terrible un desalojo con
violencia. Además, la violencia no era nuestro objetivo. Nunca
lo fue. Cantamos el Himno y salimos.

Fuimos a la Casa de la Cultura y ahí había gente que lloraba,
otra que estaba con coraje, otros chuchaquis. En el Agora
informamos lo que pasó y nos avisaron que la policía nos iba a
tomar presos. Había mucha confusión. Escapamos en un auto,
queríamos ir a Cotopaxi, dimos muchas vueltas y nos quedamos en
una casa en el valle de los Chillos. Nos invitaron a comer algo,
pude bañarme, lavar las medias a los cinco días y así pudieron
respirar mis pies.

Creo que triunfamos. Nosotros esperamos que Noboa entienda lo que
está pasando, qué es lo que quiso decir el pueblo a través de ese
levantamiento. Lo nuestro fue un buen jalón de orejas al poder
político. La lucha sigue. No ha terminado. (Texto tomado de El
Universo)
EXPLORED
en Ciudad Guayaquil

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