Quito. 31.03.93. No, amigos universitarios. No vamos a referirnos
a la "Reforma de Córdoba", que desde 1918 inflamó los corazones
estudiantiles de Nuestra América, y al eco que esta tuvo en
nuestro país, sino a una reforma anterior e igualmente
importante: la que emprendió en 1803 el presidente Carondelet
respecto de la Real y Pública Universidad de Santo Tomás de
Aquino.

Esta institución educativa surgió a consecuencia de la extinción
de hecho y de derecho que sufrió la universidad jesuita de San
Gregorio tras la expulsión de la Compañía de Jesús, y por la
necesidad que Quito tenía de un centro de estudios superiores
para la formación de su juventud.

El 9 de abril de 1788, la joven universidad se instaló
oficialmente en el edificio donde funcionara el colegio jesuita
de San Luis. Tres días más tarde, los miembros del claustro se
instalaron en junta general para proceder a la elección del
rector y demás autoridades universitarias, saliendo electo el
licenciado Nicolás Carrión, "de estado secular y viudo".

Carrión era un criollo rico que, tiempo atrás, se había
desempeñado largos años como administrador del Ramo de
Aguardientes y que, para la fecha, actuaba como Mayordomo de la
fábrica de la Catedral de Quito. Pero, según parece, sus méritos
intelectuales no eran suficientes como para ocupar el rectorado.
Fue así que, casi de inmediato, los deanes de las universidades
extinguidas -don Ramón Yépez y don Juan Ignacio de Aguilar-, y
otros varios eclesiásticos, plantearon ante el presidente
Villalengua una impugnación de su elección, argumentando que en
ella se habían violado disposiciones estatutarias y que el rector
electo adolecía de defectos morales e insuficiencias
intelectuales que lo inhabilitaban para el desempeño del cargo.
En consecuencia, solicitaban se declarase la nulidad de dichas
elecciones y se convocase a otras nuevas.

Desatado el conflicto y encendidos los ánimos al rojo vivo, el
presidente Villalengua vió desbordada su autoridad y solicitó la
ayuda del obispo para aplacar las pasiones, pero todos sus
comunes esfuerzos resultaron vanos. Al fin, fastidiado con la
situación, el gobernante solicitó que el rey designase
directamente al primer rector de la universidad quiteña, como
único arbitrio para restablecer la paz.

Dos años más tarde, don Juan José de Villalengua y Marfil se
retiraba de la Presidencia de Quito sin haber logrado resolver el
problema de la universidad. Con todo, antes de ausentarse de esta
capital dejó a su sucesor, don Juan Antonio Mon y Velarde, una
"Relación" completa de la situación de la audiencia, en la que
puntualizaba: "La Universidad Real y Pública de Santo Tomás ha
sido... para mí uno de los objetos de más atención; se ha
trabajado lo posible por establecerle con el mayor lustre y
decoración, pero la desabenencia, discordia y oposiciones
susitadas entre los mismos Individuos del claustro, ha
entorpecido el progreso ventajoso que sin ella tendría ya, pero
todavía podrá verificarlo, si mi sucesor consigue el que
olvidados resentimientos y partidos se reunan los animos por el
comun interes, y se realicen las Dotaciones de Cátedras...".

El presidente Mon trató de solucionar el conflicto universitario
durante su breve período gubernativo de once meses, con tan malos
resultados como su antecesor. Al fin, dos semanas antes de volver
a España se dirigió al ministro Porlier, quejándose del atraso
que existía en el establecimiento de la Universidad de Santo
Tomás, a causa de rencillas entre los sacerdotes y los maestros
seglares.

Lenta y pesada, la burocracia española resolvió el problema
universitario de Quito según lo propuesto por el presidente
Villalengua -elección directa de un rector por parte del rey-
pero recién cuatro años más tarde, durante el gobierno del
presidente Muñoz de Guzmán. El ungido por la real voluntad fue un
aristócrata criollo, el doctor Jacinto Sánchez de Orellana,
Marqués de Villaorellana y estrecho amigo del nuevo Presidente de
Quito..

Esta designación calmó aparentemente los ánimos encendidos de los
bandos universitarios, constreñidos también por la política de
mano dura que aplicaba Muñoz de Guzmán, un militarote despótico y
violento, que rápidamente se había hecho temer por la ciudadanía.
Empero, la designación no dejó de causar protestas en la ciudad y
una de ellas llegó hasta las manos del rey. Sus autores, los
regidores del cabildo Juan Domínguez y Joaquín Donoso, afirmaban
en ella que la universidad, "necesitando para su fomento, en su
actual estado de atraso, un superior literato y celoso", tenía
como rector, por desgracia, "al dicho Marqués, hombre ignorante,
jugador, adulador, y conocido en esta corte por "el Abate
Orellana", que fue comprehendido en la famosa causa de la bella
unión".

Para cuando asumió la Presidencia de Quito el Barón de
Carondelet, cinco años después, la Universidad de Santo Tomás se
hallaba en un estado realmente lamentable, tanto por la sorda
lucha que mantenían a su interior los bandos de maestros como por
la irresponsabilidad y corrupción que reinaban en el manejo de
los asuntos académicos.

Militar prestigioso y gobernante "Ilustrado" a la vez, Carondelet
decidió enfrentar los problemas universitarios y resolverlos
mediante una profunda reforma legal y académica. Particular
preocupación le causó la situación económica de la universidad,
que desde sus inicios sufriese una crónica falta de recursos.
Buscando resolverla, dispuso la suspensión de la contribución de
2.000 pesos anuales que las cajas de Quito hacían a la
Universidad de San Marcos de Lima y reasignó esos fondos a la
Universidad de Santo Tomás de Aquino. Según pensaba Carondelet,
esa contribución, iniciada desde la extinción de la universidad
de San Gregorio (1767), como un aporte oficial para la educación
de los jóvenes quiteños en la universidad de Lima, había perdido
su razón de ser al crearse y desarrollarse la Real y Pública
Universidad de Santo Tomás.

No opinaron del mismo modo las autoridades de Lima, que
protestaron por la medida y pidieron al rey la restitución de la
contribución quiteña, que, tras larga disputa, fue
definitivamente eliminada por la corona, en atención a las
razones expuestas por el presidente de Quito, quien demostró la
ninguna razón que existía para la continuidad de esa obligación
"...habiendo perecido el motivo de la contribución, que no fue
otro que el que iban antiguamente a estudiar los jóvenes de estas
Provincias a aquel Reyno, lo cual ya no se verifica, pues hacen
sus ejercicios literarios en esta Real Academia desde su
creación, y obtienen en ella todos sus grados..."

Por otra parte, en su calidad de vice-patrono de la universidad,
el presidente se abocó a la tarea de reorganizar dicho centro de
estudios, siguiendo los principios de la reforma universitaria
ejecutada por los ministros liberales de Carlos III, quienes
años antes sometieran las universidades de la península a la
jurisdicción real y crearan los Estudios de San Isidro de Madrid,
como un primer centro de enseñanza moderna. Para ello, comenzó
por disponer que el doctor Ramón de Yepes preparase un proyecto
de nuevos estatutos y un plan de estudios "fixo y adaptado a las
proporciones y circunstancias de esta Universidad".

En mayo de 1800, al remitir para la real aprobación el texto de
los nuevos estatutos, Carondelet expresaba que se vió en la
necesidad de preparar esa reforma ante "los desórdenes que reinan
en la Universidad de esta Capital del Reino por hallarse
pendientes de la aprobación de S.M. sus estatutos desde treze
años que rigen los provisionales, la insuficiencia y
defectuosidad de estos, generalmente confesada por sus
individuos, la facilidad y parcialidad con que se conceden los
grados, la arbitrariedad que gobierna sus estudios, la falta de
puntualidad en la asistencia de los catedráticos: los partidos
que se forman cuando se trata de la elección del Rector,
suscitando discordias, invectivas, animosidad entre sus miembros,
con tales excesos y escándalos que me vi precisado para
contenerlos a presidir la elección del actual Rector..."

Posteriormente, a fines del mismo año, el presidente sometió a la
real aprobación una "Adición a los Estatutos de la Universidad de
Santo Tomás", que buscaba perfeccionar aun más el sistema
académico de dicho claustro.

Casi doscientos años después, rememorar esta historia nos lleva
inevitablemente a pensar en la situación actual de nuestras
universidades nacionales, en su mayor parte plagadas de los
mismos vicios del pasado, y a descubrir la urgencia de una nueva
y profunda reforma universitaria.
EXPLORED
en Ciudad N/D

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