Especial para HOY
Quito (Ecuador). 12 oct 95. La inflación: ¡Otra obra de León!
Eso ya lo sabíamos.

Sin embargo, gracias al reconocimiento público de Alberto
Dahik, principal autor e inspirador de la política económica
del febrescorderato, podemos recordar detalles de esa
"premeditada destrucción de la economía".

Manipulación económica de las elecciones

Sobre todo en épocas de elecciones, cuando está en pleno auge
lo que se conoce como el "ciclo político de la economía", los
gobernantes emplean una infinidad de mecanismos de política
económica, para favorecer a sus candidatos y fortalecer su
imagen. En ocasiones se privilegian políticas expansivas -lo
que se ha registrado con más frecuencia en el Ecuador- y en
otras recurren a un manejo contractivo -como ha sucedido en
países con tradición inflacionaria, como en Argentina-.

Asimismo, previo a las elecciones, más de un mandatario
posterga decisiones que pueden ser impopulares. Recordemos
cómo en el primer gobierno socialcristiano, de Camilo Ponce
Enríquez, el gerente del Banco Central, a principios del año
1960, se opuso a la unificación de los tipos de cambio,
recomendada por el FMI; al gerente de ese entonces le
preocupaba una devaluación cuando "se ha iniciado la etapa
política de las elecciones..." Y de paso, le dejó una ingrata
tarea al cuarto gobierno de José María Velasco Ibarra.

Posteriormente, ya en el actual período democrático, todos los
gobiernos han sido tentados para manipular la economía con
miras a obtener algún resultado político. Pero en ninguno ha
jugado un papel tan preponderante la inflación premeditada,
como en el gobierno de León Febres Cordero.

El efecto "funeraria" y el efecto "monumento"

León quería pulir su imagen, más que asegurar una sucesión de
su agrado. Para lo cual, al terminar su gestión, buscó dejar
un buen recuerdo entre la ciudadanía, sobre todo a través de
un creciente gasto público que se manifestó en la
proliferación de obras públicas que se promocionaban como
"Otra obra de León".

Como contrapartida, en un proceso también deliberado, se
deterioraban las condiciones económicas para hacer más
difíciles las cosas al gobierno de Rodrigo Borja. La reducción
de la disciplina fiscal, el incremento del crédito o a la
entrega de cuantiosas donaciones a través de la Junta
Monetaria financiaban las obras leoninas, al tiempo que
exacerbaban la inflación. Y otras medidas, como la firma de
generosos contratos colectivos, creaban condiciones adversas
para su sucesor.

En una economía golpeada por la crisis de la deuda, por la
caída de los precios del petróleo y por la destrucción del
oleoducto, este manejo expansivo desbocó el proceso
inflacionario. Así, la tasa de variación anual de los precios,
que en el año 1987 tuvo un nivel promedio de 29,5 %, pasó de
34,4 % en enero de 1988 a un 47,3 % en abril, para alcanzar,
en agosto de 1988, una tasa anualizada de 63 %. Y desde
entonces, hasta marzo de 1989, se inauguró una incontenible
estampida inflacionaria.

Este fenómeno, inmerso en un proceso electoral violento y en
un ambiente de marcado autoritarismo presidencial, provocó lo
que Jürgen Schuldt definió como el "efecto monumento" (desde
el punto de vista de León) y el "efecto funeraria" (desde la
perspectiva de la población y del próximo gobierno).

La crisis económica cedió paso al caos, caracterizado también
por una -hasta entonces- inusitada ola de corrupción. Mientras
tanto León consolidó su imagen entre importantes sectores de
la población costeña, en especial en Guayaquil. Y en Quevedo,
haciendo honor al "efecto monumento", en octubre de 1987, el
propio León inauguró su estatua ecuestre.

Lo que nos ocultó Dahik

La inflación premeditada sirvió para otros menesteres. Si la
inflación fue un flagelo, también permitió conseguir ciertos
objetivos, no mencionados por Dahik.

En el origen de la inflación encontramos una serie de
condicionamientos exógenos -inundaciones, terremoto, caída de
los precios del petróleo, alza de las tasas de interés
internacionales-, así como antiguas y arraigadas
restricciones de nuestro subdesarrollo. Pero más que eso, la
inflación, provocada por los desequilibrios desatados a raíz
la crisis de la deuda externa, también fue alimentada por el
manejo económico con que se quería resolverlos. Así las cosas,
a contrapelo de las repetidas declaraciones oficiales,
constatamos que con la inflación y con las políticas
antiinflacionarias se propiciaron varios cambios
estructurales.

Teniendo como telón de fondo el peso de la exigencias
externas, dicha inflación programada se constituyó en un
palanca para garantizar una doble transferencia de recursos:
desde los sectores populares y medios al Estado, y desde éste
hacia los acreedores internacionales. Además, la inflación
facilitó la concentración de la riqueza a través del
incremento sostenido de los precios, que empobrecía a amplios
segmentos de la población.

Aquí también podemos mencionar las devaluaciones en beneficio
de grupos tradicionales o emergentes dedicados a la
agroexportación. También cabe recordar el apoyo que recibió la
banca y el sistema financiero en general, sea a través de
créditos del Banco Central, del canje de deuda o de la
"sucretización". Y así como la estatización de la deuda
externa de los agentes económicos privados fue uno de los
detonantes del proceso inflacionario, el valor de los créditos
"sucretizados" se licuó vía inflación.

En suma, mientras la inflación permitía a los sucesivos
gobiernos recaudar recursos para servir la deuda, no tenían
que adoptar medidas que hubieran sido política y socialmente
costosas, particularmente que no hubieran sido del agrado de
los grupos oligopólicos.

Y con la "inflación programada", complementada con "recesiones
programadas" para combatirla, se propiciaron (las más de las
veces taimadamente) cambios en el aparato productivo,
tendiendo hacia la desindustrialización de determinados
sectores orientados a satisfacer las necesidades domésticas,
el fortalecimiento de actividades primarias orientadas al
mercado internacional y la informalización como tabla de
salvación para los marginados.

Dahik no salió con las manos limpias

En el marco de su defensa ante el Parlamento y en uno de los
episodios de mayor cinismo, Dahik habló de dicha premeditación
febrescorderista y reconoció que esta inflación "favoreció a
los que tenemos algo de información".

Sobre todo a personas como él, que sabía más que todos:
primero como presidente de la Junta Monetaria, luego como
ministro de Finanzas y hasta el final como asesor económico de
León, En cuyo seno se refugió luego de su destitución en el
Congreso, a raíz de la debacle económica que provocaron sus
liberalizaciones cambiarias y financieras, dictadas el 11 de
agosto de 1986.

En esas funciones Dahik aprendió a gastar a manos llenas y con
alegría el dinero del Estado. Sobre todo vía donaciones de la
Junta Monetaria que, según Dahik, "completan la película" de
los gastos reservados del febrescorderato. Y que alcanzaron la
suma de 98 millones de dólares para pagar premios de concursos
ecuestres, adquirir bandas destinadas a certámenes de belleza,
contratar asesinos encargados de garantizar la estabilidad del
gobierno y a lo mejor hasta para financiar viajes secretos a
Panamá...

Y en lo personal, aprovechándose de lo que sabía, Dahik no
salió con las manos vacías del gobierno de su "maestro", el
ingeniero Febres Cordero. Dahik, que sabía lo que significaba
la "premeditada destrucción de la economía" y que nos contó
este episodio en su juicio político, compró una casa en esos
precisos momentos, contratando un crédito hipotecario en
sucres, cuyos dividendos se derritieron como un helado bajo el
sol gracias a la enorme plusvalía que le producía la
inflación. Luego esa casa le sirvió para comprar un avión para
traer los billetes desde su fábrica de hielo en la Península y
después negociar otro, hasta poder financiar su mansión en
Biblos, ya en plena goce de su poder vicepresidencial y de sus
propios gastos reservados. (Economía)(Diario Hoy)(9A)
EXPLORED
en Autor: Alberto Acosta - Ciudad Especial para HOY Quito (Ecua

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