Quito. 22 sep 2001. (Editorial) A la manera del vía crucis que recorrió Jesús en su camino hasta el Gólgota, los pintores de Tigua representaron a los indígenas de su comunidad en las doce estaciones que hicieron desde el distante páramo andino hasta el Palacio de Carondelet durante los sucesos del levantamiento del 21 de enero del año anterior.

Las pinturas ilustran muy bien los sufrimientos y las condiciones
desalentadoras que soportan cientos de comunidades que, cuando son
convocadas por sus líderes, acuden prestas para apoyarlos en sus planes de acción. Movidas por el deseo de expresar la unidad colectiva y sin buscar ni poder ni notoriedad, dejan sus tierras, animales y sembríos, demostrando una lealtad a toda prueba.

Desde la época de la Colonia, las comunidades indígenas han cumplido un
papel capital en las sublevaciones y levantamientos que, a lo largo de
siglos, se han sucedido ininterrumpidamente y han sido, precisamente ellas, la fuente de valores y actitudes sociales de sus pueblos.

Al contrario de lo que puede creerse, el comportamiento comunal no obedece a un proyecto arcaico, pues las comunidades han tenido su propia dinámica. Si bien en la antigua comunidad la concepción colectiva era regional y aislada, los niveles políticos alcanzados por el movimiento indígena en su conjunto han sido el mejor medio para autoanalizar su lucha con una nueva perspectiva, la de los pueblos y nacionalidades, lo que significa un claro adelanto en su conciencia colectiva.

Si comparamos el movimiento indígena con la política oficial, constatamos
que mientras esta cuenta cada vez menos con el respaldo popular, la lucha de los indios, va ganando mayor influencia en la práctica y pensamiento
democráticos, y desempeña un papel más importante que los mecanismos
electorales o legislativos del Estado. La razón estriba en que, en las
esferas gubernamentales, se enfoca la política independientemente de la
moral. Una dosis de cinismo se va convirtiendo en método, mientras que la
actitud de los indígenas expresa una democracia comunitaria, otra forma de organizarse y actuar. Las decisiones no se toman verticalmente como en los partidos políticos, sino que se impulsan desde los principios comunales.

Haciendo valer el derecho que les asiste como pueblos específicos dentro de un Estado, las organizaciones indígenas pugnan por participar en el destino del país, lo que amplía la democracia ecuatoriana, renueva las ideas y abre nuevas esferas en la vida institucional.

Pero el movimiento indígena no está exento de contradicciones. Son propias de su maduración; ellas se irán resolviendo a base de reflexión y práctica.

Sin embargo, hay una contradicción que debe ser superada con urgencia:
consiste en la falta de reciprocidad que hay entre las comunidades y las
organizaciones que las representan. Si las comunidades aportan el
invalorable sustrato humano que alienta el movimiento, sus líderes están
obligados a velar por ellas. Las comunidades necesitan elevar de inmediato su nivel de vida y alcanzar bienestar material y espiritual, conservar su integridad territorial.

Los líderes de las organizaciones están interesados por cubrir muchos
aspectos de la complicada realidad política del país y a ratos parecen
olvidarse de las comunidades, que son las que confieren la fuerza y el
aliento que demanda su lucha. La primera y más trascendental tarea de las
organizaciones es salvar a sus pueblos recordando que las comunidades son
identidades fundamentales para lograr ese objetivo.

La poca atención que los líderes indios prestan a sus comunidades permite la intromisión del Gobierno en ellas. Pasando por encima de las organizaciones, este opta por aislados actos de beneficencia que, en verdad, no son sino formas de manipulación a favor de su política.

La existencia y desarrollo de los pueblos indios exige que ellos mismos
manejen niveles de autonomía, ya que los intereses del Gobierno no pueden
ser superiores a los de los pueblos. Si no se respeta el grado de poder que deben tener las organizaciones indígenas como cabezas del movimiento, el nombramiento de funcionarios públicos, como el del ministro Maldonado, se vuelve imposición que vulnera los derechos de los pueblos indios.

La cuestión indígena no se restringe a coyunturas sociales puntuales.

Abarca una realidad que se extiende por siglos hacia el pasado y que ecesariamente va a moldear el futuro del país. De ahí la importancia de entender la cuestión indígena a cabalidad si realmente se quiere compensar el desprecio étnico absurdo y el desamparo político que han soportado.

* Filóloga, especialista en la cuestión indígena.(Diario Hoy)
EXPLORED
en Ciudad Quito

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