Cualquier visitante que llegue a Ginebra se llevará la misma impresión: es una ciudad de cuento. Bordeando el lago Leman, el conjunto de sus edificios, autos y ciudadanos se mueve con la misma pulcritud, organización y exactitud de un reloj. Pero suizo. Casi no hay espacio para lo erróneo, en una ciudad que pese a su cosmopolitanismo extremo -es la segunda sede más importante para las instituciones que conforman el sistema de NNUU y es, a su vez, un centro financiero, cultural y diplomático de nivel mundial- se percibe como un todo en el que lo distinto se adapta y se adopta, en esa especie de torre de Babel que sorprende por su parsimonia y paz aparentes.
Sin embargo, lo que a primeras luces aparece como un cuento idílico se transforma en uno negro, cuando el destino le permite al extranjero "de paso" saber cómo son los trotes para los inmigrantes "en serio". Ese fue el caso de Alejandra y Mario, jóvenes ecuatorianos a quienes conocí en un puesto de paninis -unos sánduches que tienen de todo- y a quienes la necesidad de comunicarse en español los delató compatriotas míos. "Es muy difícil", me cuenta ella, "vivir en la incertidumbre de no saber si mañana te agarran los policías y te deportan". Alejandra, como tantos otros extranjeros, está en la ilegalidad, trabajando en lo que "caiga", sin horarios ni seguro social, con la vulnerabilidad de no manejar el francés y sin conocimiento de sus derechos, pero sabiéndose productiva para su familia: "no me importa romperme el alma con tal de saber que después voy a comprarme una casa, aunque eso sí, lo que vivimos acá no se lo aconsejo a nadie".
Con ellos encontré a Omar Zapata, mejor conocido en la noche ginebrina como "DJ Omar". Este quiteño de 32 años, estudiante del Vicente Rocafuerte de Guayaquil e ingeniero químico de profesión, llegó hace seis años a Ginebra con la ilusión de triunfar. Sin más herramienta que una voluntad de hierro, comenzó, también desde la marginalidad, como pintor de brocha gorda. Pinchando por todos lados, el destino lo condujo a la limpieza de una discoteca en la que en sus horas libres aprendió los tejes y manejes de los aparatos que mezclan música. "Aprendía, pese a que mi jefe se reía de mí. Sin embargo, en mi interior sabía que en algún momento la oportunidad se iba a dar". De hecho se dio, y de tal manera, que al poco tiempo se encontraba a cargo de la música de una de las mejores salsotecas ginebrinas.
Hoy, Omar es uno de los discjokeys más reconocidos de Ginebra, gracias a la calidad musical que impone en la Bomba Latina, una de las discotecas de moda de este verano. Pese a tener sus papeles en regla, trabaja solo con un objetivo: regresar al Ecuador. "Trabajo durante las noches y madrugadas de los siete días a la semana para ganar 300 francos suizos diarios (unos $200) con el objetivo de poner una microempresa en el Ecuador". Con tanta fe en el país y en sí mismo, me parece reconocer en carnes y huesos lo que el tan mentado eslogan del "sí se puede" en realidad quiere decir: que en cada ecuatoriano hay un amor último y sincero hacia la Patria, y que ese amor, realmente, todo lo puede.
EXPLORED
en Autor: Juan Jacobo Velasco - [email protected] Ciudad QUITO

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