LA NUEVA OTAN

Los Angeles. 15.03.92. La Alianza del Atlántico se creó en
1949, cuando los ejércitos soviéticos estaban en el Elba y la
invasión de Europa occidental parecía inminente. Alemania
estaba dividida y desmilitarizada, y Europa comenzaba apenas
su recuperación económica. La importancia de la OTAN creció
con la necesidad de acomodar el rearme alemán en un marco
mayor que el de la nación-estado.

Similarmente, la Comunidad Europea, concebida como estructura
acompañante para la Alianza del Atlántico, buscó un lugar para
una floreciente Alemania y restaurar el sentido de identidad
de una Europa destruida por la guerra resolviendo antiguas
rivalidades.

Actualmente, los ejércitos soviéticos están 1.600 kilómetros
al este y el número de tropas norteamericanas en Europa se
reduce drásticamente. La unificación de Alemania y su
creciente poder han derrocado la premisa no verbal de las
instituciones del Atlántico. Mientras existieron los dos lados
de Alemania, el trato implícito era que la República Federal
no traduciría su creciente poder económico y fuerza militar en
una moneda política a cambio de mayor estatus entre sus
aliados que el otorgado a su rival estealemán. El llamado
liderazgo francés de la comunidad dependía de la abstinencia
de Bonn a cuestionarlo.

Renovadas influencias

Alemania unificada ya no necesita la certificación francesa de
que es una "buena europea". Europa del Este y lo que fue la
Unión Soviética dependían de la asistencia económica de
Alemania. Sus socios de Europa occidental están demasiado
conscientes de esta fuerza económica, financiera y militar. En
estas circunstancias, la Comunidad Europea podría
transformarse de un refreno para Alemania en un mecanismo para
hacer más atractivo el domino alemán de Europa. Esto explica
por qué la integración europea, alabada en un principio,
encuentra creciente resistencia en la práctica. La opinión de
la ex primer ministra Margaret Thatcher, que Europa debe
basarse sobra la nación estado y no en instituciones
supernacionales, podría predominar todavía aun cuando esté
siendo castigada.

Y en cuanto a las relaciones entre la Comunidad Europea y los
Estados Unidos, una medida de discriminación en contra de
América ha sido inminente desde el principio. Pues las
barreras externas de un Mercado Común son por definición más
altas que las internas. Por la mayor parte del período de la
posguerra, el concepto de la seguridad causó que estos
intereses en competencia ocuparan el asiento posterior.

En los años venideros, Europa no tendrá tan gran necesidad de
protección norteamericana; Norteamérica no se sacrificará
tanto por la seguridad europea; a su tiempo, Alemania
insistirá en la influencia política a la que le hacen
acreedora su poder militar y económico; la Comunidad Europea
muestra ya todos los síntomas de buscar sus intereses
económicos propios aún al riego de la cohesión del Atlántico.

Sería un desastroso error concluir de estos hechos que la
relación del Atlántico ha servido su propósito. Las nuevas
condiciones la hacen más necesaria que nunca, aunque no puede
seguir bajo el viejo patrón.

Por un lado, el colapso soviético no ha acabado con toda
amenaza potencial del Este. Aún si lo que fue la Unión
Soviética implotara en sus 15 repúblicas constituyentes, la
República Rusa seria todavía mucho más grande y tendría una
población más numerosa que cualquier nación europea. Y
retendrá miles de cabezas de guerra nucleares, excediendo por
mucho cualquier potencial nuclear concebible en Europa.

Dos veces en una generación, Norteamérica fue a la guerra
porque sus líderes creyeron que una Europa dominada por un
solo poder hostil constituiría una amenaza para su seguridad y
su economía. La realidad no ha cambiado. Aunque no hay
potencias hostensiblemente hostiles a Norteamérica en Europa
actualmente, cualquier patrón de hegemonía rápidamente se
percibiría como hostil.

Podría evolucionar una amenaza del caos en el territorio de lo
que fue la Unión Soviética, de los conflictos étnicos e
inestibilidad política de Europa en la actualidad y de la
redefinición del papel alemán. El gran logro de la generación
de la posguerra para los líderes de Occidente fue reconocer
que, a menos que Norteamérica participara pronto en el
mantenimiento de la estabilidad, se vería obligada a restaurar
el equilibrio bajo condiciones desastrosas.

Esto es aún más cierto hoy. Alemania es tan fuerte que las
instituciones europeas existentes no pueden por sí mismas
establecer el equilibrio entre Alemania y sus aliados, menos
entre Alemania y lo que fue la Unión Soviética. No es del
interés de nadie que Alemania y Rusia perciban a la otra como
su principal opción política. Si se acercan demasiado,
presentarán el peligro de la hegemonía; si riñen, involucrarán
al mundo en una crisis escalante. Todos los países europeos
tienen interés en evitar lo que la historia ha demostrado con
amplitud -que una política puramente nacionalista no es
sostenible en el centro del continente para ningún país
europeo.

Sin Norteamérica, Gran Bretaña y Francia no pueden sostener el
equilibrio político en Europa occidental; Alemania carecería
de una ancla para evitar tentaciones nacionalistas y presiones
del exterior; Rusia no tendría un aliado a largo plazo en las
cuestiones mundiales. Y Norteamérica necesita de Europa para
evitar convertirse en una isla de las afueras de Eurasia, y
convertirse gradualmente en una potencia económica de segunda
categoría.

Reconsiderar enfoques

El enfrentamiento con esta realidad se ha visto afectado por
el perenne conflicto entre las posiciones norteamericana y
francesa en las relaciones en el Atlántico. Norteamérica ha
dominado la OTAN bajo la bandera de la integración. Francia,
buscando la independencia de Europa, ha dado forma ala
Comunidad Europea. El resultado de este atolladero es que el
papel de Norteamérica es demasiado grande para la cohesión de
la OTAN y demasiado pequeño para la vitalidad de la Comunidad
Europea. El papel de Francia es demasiado pequeño para la OTAN
y demasiado obstrusivo para la Comunidad.

Si comprenden sus verdaderos intereses, los Estados Unidos y
Francia reconocerán que no tienen otra opción para
reconsiderar sus enfoques.Para Norteamérica, el comando
integral de la OTAN ha sido símbolo de la unión de los
aliados; para Francia, ha sido una bandera roja.

Los líderes norteamericanos tiene problemas para comprender
por qué un país habría que insistir en su derecho a la
independencia a menos que deseara retener la opción a dejar al
aliado repentinamente. Francia ha considerado la negativa
norteamericana al derecho de acción independiente como
esfuerzo oculto de domino. Norteamérica ha resistido una
fuerza europea autónoma dentro de la OTAN porque, decía el
argumento, si los objetivos europeos norteamericanos eran
idénticos, era innecesaria; y, si diferían, era peligroso
porque Norteamérica no aceptaría verse forzada a una guerra.
Igualmente, Francia ha abogado por una fuerza europea que,
para todo propósito práctico, parece estar fuera de la OTAN,
de hecho una forma de sacar a Norteamérica de la OTAN.

En ciertos niveles, la disputa ha sido principalmente
teológica. Las fuerzas "asignadas" a la OTAN siempre han
estado bajo el comando nacional en tiempos de paz y por ello a
disposición de todos los aliados en un derecho ejercido por
Francia en la guerra de Argelia, por los Estados Unidos en la
crisis del Golfo y por Gran Bretaña en el conflicto de las
Malvinas, entre muchos otros ejemplos. La integración proveyó
un mecanismo y una reafirmación. Al final, sin embargo, no es
el comando integrado sino los intereses políticos y de
seguridad comunes lo que genera la unidad. Esta unión para la
Alianza es lo que necesita reforzarse en la actualidad.

La OTAN es necesaria porque sigue siendo el único nexo
institucional entre Norteamérica y Europa y la mejor
protección en contra del chantaje nuclear. Pero los Estados
Unidos deben acceder a la identidad europea dentro de la OTAN;
Francia debe abandonar sus incasables esfuerzos por levantar
una defensa europea fuera de la OTAN; la Comunidad Europea
debe alentar un mayor papel político de los Estados Unidos
dentro de sus deliberaciones; y, debe lograrse un trato
económico entre los Estados Unidos y la Comunidad para evitar
que las relaciones del Atlántico se disuelvan en el pleito
por los intereses especiales.

Una estructura más flexible en la OTAN es deseable porque los
peligros más probables son los conflictos étnicos como en
Yugoslavia, crisis entre las repúblicas de lo que fue la Unión
Soviética o un levantamiento en el mundo musulmán. Con
respecto a estos temas, el patrón de la guerra del Golfo, en
que Norteamérica cargó con el peso del esfuerzo mientras
nuestros aliados europeos con la honrosa excepción de Gran
Bretaña y a un menor grado Francia, -se confinaron al apoyo
político y económico, podría bien verse invertido -como
ocurrió el hecho en Yugoslavia.

Un diálogo político revitalizado por el Atlántico tiene que
intentar por encima de todo esbozar una visión del futuro
común. La política norteamericana con respecto a las
relaciones en el Atlántico ha sido demasiado reactiva y
dispuesta a evitar la controversia bendiciendo las iniciativas
multilaterales de todos los aliados. Irónicamente, la sopa de
letras de las instituciones -EEC (Comunidad Europea), CSCE
(Conferencia de Seguridad Europea), WEU (Unión de Europa
Occidental) y el candidato más nuevo pero sin etiqueta
todavía, la Europa desde Vladivostok hasta Vancouver -
contribuye al creciente nacionalismo, pues provee un menú del
que cualquier país puede escoger la institución que más
favorece sus metas nacionales inmediatas en cualquier caso -
como de hecho ocurrió con Yugoslavia.

Cada lado del Atlántico tiene que ir más allá de lo táctico.
al reducir sus fuerzas, los Estados Unidos tendrán que
explicar por qué lo que queda es importante en relación con
qué peligros y en combinación con qué fuerzas europeas. Europa
necesita definir en dónde concibe sus fronteras y cómo se ha
de relacionar con los desarrollos de lo que fue la Unión
Soviética, incluyendo un enfoque conjunto al auxilio.

Ninguna cuestión es mas importante que relacionar los
satélites de lo que fue la Unión Soviética en Europa del Este
a Europa occidental y a la OTAN. Al menos Polonia,
Checoslovaquia y Hungría deberían poder unirse rápidamente a
la Comunidad. Es difícilmente crédito para Occidente que
después de hablar por más de una generación de libertad para
Europa del Este, haya hecha tan poco para vindicarla. Aún más,
si queremos evitar que Europa del Este se convierta en tierra
de nadie, la OTAN no debe dejar dudas de que las presiones
contra estos países serán consideradas un reto para la
seguridad de Occidente -cualquiera que sea el aspecto formal
de estos procedimientos.

Ocurren cambios históricos en lo que fue el mundo comunista.
Su amenaza unió antes a las naciones que bordean el Atlántico.
Su resolución las reta a articular nuevos propósitos
merecedores de su victoria en la Guerra Fría. (P-6)



EXPLORED
en Ciudad N/D

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