Quito. 15.11.94. Francisco Febres Cordero, con el apoyo de Marco
Jurado, ambos de HOY, fueron los únicos periodistas que pudieron
hacer una entrevista a Daniel Camargo Barbosa, en junio de 1986,
luego de la captura del asesino. Ahora, Francisco Febres Cordero
recuerda al violador colombiano.

-¿Cómo se logró la entrevista?

Durante muchos días Marco y yo intentamos hablar con Camargo. La
tarea parecía imposible no solo por el cerco policial que le
rodeaba sino, además, porque él exigía una fuerte suma de dinero
por hablar, pago que nos repugnaba. Entonces, nos hicimos pasar
por sicólogos y así pudimos dialogar con él durante algunas
horas.

-¿Cómo era él físicamente?

Flaco, pequeño, casi sesentón. Tenía orjedas y manos grandes,
cráneo plano. Vestía con modesta pulcritud. Fumaba.

- ¿Y mentalmente?

Como todo psicópata, brillante. Tenía una respuesta para todo y
podía hablar, con igual soltura, de Dios y del diablo. Buen
lector (su formación literaria parece que la adquirió en la isla
prisión Gorgona) citaba a Hesse, Vargas Llosa, García Márquez,
Guimaraes Rosa, Nietzche, Sthendal o Freud. Cuando lo capturaron,
encontraron en el maletín de mano que portaba, junto con una
prenda íntima de la última niña a quien acababa de matar y
violar, "Crimen y castigo", de Dostoievky. Además, pintaba,
aunque sus cuadros tenían "tonos oscuros".

-¿Hacía deporte?

En la Gorgona aprendió a bucear y a jugar ping-pong. De joven
practicaba fútbol y básquetbol.

-¿Cómo comenzó su vida delictiva?

Tarde, como a los 30 años. Pero, para entender su camino, hay que
remontarse a su infancia.

-Remontémonos allá, entonces.

Su madre murió cuando Camargo era muy niño. La reemplazó una
madrastra mala, como la de los cuentos de hadas, que le tenía
especial ojeriza, le castigaba con alfileres y a veces lo vestía
de mujer, para lucirlo así ante sus compañeros de escuela y
hacerle víctima del escarnio. Un padre despótico y lejano,
severo, a quien no le interesaba otra cosa que la plata. Con su
hijo no tuvo jamás un gesto de cariño, de afecto. Esta es una
primera vertiente para tratar de comprender su conducta
posterior.

-¿Y la otra?

La virginidad. Sexualmente Camargo fue normal hasta los treinta y
tres años, más o menos. Incluso mantuvo una unión de hecho con
Alcira, a resultas de la cual tuvo dos hijos. Rota esa unión, se
enamoró de una mujer, Esperanza, de 28 años, con quien pensaba
casarse, pero descubrió (y aquí viene una subhistoria que me
salto, en honor al espacio) que su novia no era virgen. Entonces,
entre los dos convinieron en que ofrendarían esa virginidad
perdida por su novia, en otros cuerpos.

-¿En otros cuerpos?

Sí: de jovencitas -niñas, más bien- que Esperanza llevaba a un
departamento con engaños, las adormecía allí con unas cápsulas de
seconal sódico y Camargo las violaba. Así cometieron cinco
violaciones, sin muerte, todavía.

-¿Impunemente?

No. La quinta niña los denunció. Camargo y su novia fueron
capturados y llevados a prisiones distintas. Nunca más se
volvieron a ver. Un juez sentenció a Camargo a tres años de
prisión y, además, le aconsejó con cariño, "como mi padre jamás
me había hablado". El se dio cuenta de su delito y juró
regenerarse. Sin embargo, la causa subió en grado y el nuevo juez
lo condenó a ocho años, sin contemplaciones. Ese hecho
desencadenó en el reo una profunda rebeldía, un odio contra la
justicia y los hombres.

-¿Cumplió la pena?

Sí. Y cuando salió de la prisión se puso a vender pantallas de
televisión, como ambulante. Un día pasó frente a una escuela y
vio a una jovencita, cuyo físico le encandiló. Se la llevó con
engaños, la violó y entonces pensó que si la dejaba con vida
podía denunciarlo, como ocurrió con la otra. La mató. Esa fue su
primera violación con muerte.

-¿Fue capturado?

Al día siguiente, cuando regresó al lugar de los hechos para
recuperar las pantallas de televisión que había olvidado junto a
la víctima. Fue condenado a 25 años en la isla prisión Gorgona.

-¿Qué veía él en las mujeres?

Algo, que él mismo no sabía explicar bien. A veces era su forma
de mirar, su manera al andar, su pelo. Un "algo" indefinible que
le obligaba a pensar: "Tengo que hacerla mía". El explicaba eso
como un demonio que tenía dentro de su cerebro.

-¿Cumplió su pena en la Gorgona?

No. Huyó en una balsa, casi como "Papillón". Ese hecho, el de su
huída, es uno de los puntos más oscuros en su biografía, suena
truculento, fantasioso, cinematográfico.

-¿Y cómo vino a parar al Ecuador?

Antes había ido al Brasil, donde aprendió portugués, idioma que
hablaba bastante bien, aunque menos que el inglés, que leía y
hablaba con cierta dificultad. Recorriendo el continente vino a
dar por acá, llegó a Quito, durmió una noche en los portales de
Santo Domingo y a la mañana siguiente preguntó: "¿No hay un sitio
más caliente en este país?, aquí me voy a morir de frío". Así
llegó en bus a Guayaquil, el 5 ó 6 de diciembre de 1984. Y allí
comenzó su dantesca, horripilante historia.

-¿Cómo conquistaba a las chicas, si era tan insignificante, viejo
y feo?

Aquellas características físicas consideraba él una ventaja. Su
apariencia le permitía abordar a cualquier chica y, con una
biblia en la mano, pedirle que le acompañara a encontrar la
iglesia del pastor George Winchester. Tomaban un bus y viajaban
en busca de esa iglesia hasta adentrarse por parajes desolados.

-Pero la chica se pondría nerviosa, protestaría...

Era entonces cuando él, que marchaba siempre adelante para darle
seguridad a su víctima, se regresaba y le decía que el pastor no
existía y que él le había llevado allí para hacer el amor. En ese
instante, que él consideraba crítico, se ponía la una mano a la
espalda, como si tuviera un revólver (en realidad tenía un
cuchillo que aseguraba que nunca lo usó) y la sometía. "Yo optaba
por la persuasión antes que por la amenaza", decía.

-¿Se llevaba los objetos personales de la víctimas?

Consideraba que la violación con muerte era un acto único,
irrepetible. Por eso retenía tantos detalles -aun los más
insignificantes- de sus víctimas. Y sus nombres. Sobre todo sus
nombres. Todo lo que le quedaba era eso. A veces, sin embargo,
guardaba para así alguna prenda o algún objeto de valor, que
luego vendía. Pero, obviamente, su móvil no era, ni de lejos, el
robo.

-¿Si tenía tanta fijación por las mujeres, por qué no iba donde
las prostitutas?

Las odiaba. Le causaban asco. Tenía pavor de las enfermedades
venéreas y sus estragos. El quería mujeres puras, vírgenes. Eso
explica porqué violó y mató también a niñas.

-¿Se arrepintió de sus crímenes?

Decía que sí, pero vaya uno a saber qué torbellino había en su
psiquis. "Mi mal está en la cabeza", repetía.

-¿Cuántos crímenes cometió en el Ecuador?

Afirmaba que setenta y uno.

-¿Actuó solo?

Insistía en que sí. Por lo menos, jamás se pudo relacionarlo con
los posibles cómplices de los que tanto se habló a su hora. "Yo
creo que con mi caso se podría hacer una colección de todas las
mentiras que se han echado a rodar", dijo.

-¿Lo volviste a ver?

Yo había pedido reiteradamente en HOY que me asignaran la crónica
policial. El director me dio gusto con el caso Camargo para que
no siguiera molestando. Sin embargo, tras mi experiencia con el
asesino (al día siguiente de nuestra reunión me dejó entrar a su
celda para tomarle fotos, con el pretexto de que las necesitaba
para hacer un estudio morfológico de su cráneo pero que en
realidad me sirvieron para ilustrar la serie de reportajes), pedí
que, por favor, me regresaran a mis fuentes naturales, que eran
las de cultura. Nunca más lo volví a ver, aunque a veces, he de
reconocerlo, estuve tentado... Lo más doloroso de la serie fueron
las entrevistas con algunos de los familiares de las víctimas,
para reconstruir las historias de cinco de las seis chicas
brutalmente asesinadas en Quito. (6A)
EXPLORED
en Ciudad N/D

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