Quito. 17 ene 2002. La economía anda bien. Pero el país, patojea. Con
estas palabras se podría reaccionar ante el Informe del presidente de la
República, pronunciado en el Congreso Nacional, anteayer.

Gustavo Noboa Bejarano habló, con acentuado optimismo, de los variados
signos de la recuperación macroeconómica. Y prefirió ser parco al momento
de mencionar los graves problemas que continúan esperando una solución en
el país.

Se lo podría considerar un mandatario privilegiado, si se aprecia su
discurso en la perspectiva de los últimos cinco años: por fin, un
presidente que ha podido enseñar números que confirman los síntomas de
una convalecencia económica. Este solo hecho ya es extraordinario, y
debería devolver la confianza en el futuro del país.

No obstante, mientras las grandes cifras revelan el movimiento positivo
de la sociedad considerada en su conjunto a la vez ocultan otros
problemas, como la injusta distribución del ingreso, el drama de la
migración, la persistencia de la pobreza y la atrofia política de las
élites.

Ecuador creció el año pasado un 5,4% en relación con el PIB, según el
presidente. Ese es un dato notable que podría marearnos si no lo
contrapesamos con otras cifras, lamentablemente ignoradas en el mensaje
del gobernante: 80% de la población ecuatoriana bajo el nivel de pobreza
(dato del Banco Mundial, que afirma que un 15% de la población está
sumido en pobreza extrema); se calcula que 13,6% de la población
económicamente activa ha dejado el país en los dos últimos años
(alrededor de 680 mil ecuatorianos, según registros de la Dirección
Nacional de Migración); la concentración de la riqueza, datos del Ildis,
seguía siendo dramática en noviembre de 2000: el 20% más pobre de la
población ecuatoriana solo recibía 2,5% del total de los ingresos
nacionales, mientras que el 20% más rico era dueño de 61,2%. (y no hay
razones de peso para pensar que esta relación haya cambiado radicalmente
en el último año); y, con seguridad, la drástica reducción en la tasa de
desempleo de la que se jactó el jefe de Estado se debió, en gran medida,
al éxodo de los ecuatorianos en busca de trabajo en el exterior mientras,
sin duda, parte del incremento de los depósitos en la banca es el reflejo
de las remesas de dólares que envían esos compatriotas. Es decir, la
economía anda bien, pero el país patojea.

Y podría quedar parapléjico, en este 2002, si la llamada clase política,
representada en el Congreso Nacional, no responde con prontitud y visión
para acordar una reforma fiscal y decidir sobre la creación de un fondo
de estabilización petrolera.

El régimen monetario de la dolarización exige extrema austeridad en el
gasto público, "disciplina y prudencia" dice el proyecto de ley enviado
por el Ejecutivo. Y, además, acciones preventivas, pero forzosas, para
aprovechar al máximo los excedentes petroleros, con un fondo que deberá
operar a modo de seguro, a la hora de afrontar situaciones de emergencia
en caso de crisis en los precios internacionales, mientras la principal
fuente de divisas esté en la comercialización del petróleo.

Esas élites están llamadas a demostrar un desarrollo cívico y un
crecimiento democrático, independencia de intereses grupales y
consistencia ideológica, en este año en que se eligirá un nuevo Gobierno.
En su alocución, Gustavo Noboa hizo un llamado a derrumbar "aquellos
paradigmas que hacen pensar en que un año electoral es un año perdido".
Es un planteamiento voluntarista, casi una declaración de fe, mientras la
escena pública ha venido demostrando que el problema de fondo de Ecuador
es de carácter político.

E-mail: [email protected] (Diario Hoy)
EXPLORED
en Ciudad Quito

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