LA DEMOCRACIA AMENAZADA. Felipe Burbano de Lara

Quito. 01.04.92. (Editorial) Uno de los desafíos que tiene por
delante el proceso político chileno es comprometerle a la
derecha con el sistema democrático. La razón es fácil de
entender: la derecha estuvo orgánicamente vinculada con la
dictadura, se siente tributaria del modelo dejado por Pinochet
y siempre queda, además, una nostalgia autoritaria -la
nostalgia por el orden de la dictadura frente al desorden de
la democracia- capaz de irrumpir en cualquier momento.

¿Qué significa comprometerle a la derecha chilena con el
proceso democrático? La respuesta la da un sociólogo y
dirigente socialista de Chile, Osvaldo Puccio. Significa, dice
él, tres cosas: 1) que la misma derecha se sienta parte y
protagonista del sistema democrático; 2) la disposición de las
fuerzas progresistas a reconocer valor y validez a su acción;
y 3) hacer que la derecha sea un efectivo cogobernante -obtuvo
alrededor del 40% del respaldo electoral- de la transición a
la democracia.

Me parece que los dos primeros puntos del análisis de Puccio
se aplican perfectamente al caso ecuatoriano. Aquí, la
democracia no está amenazada por un golpe pero sí está en
peligro por la crisis económica y más todavía por el carácter
irreconciliable de la lucha política. Estos dos factores
sumados van provocando un creciente deterioro de la
institucionalidad democrática y por lo tanto una ausencia
total de compromiso y cooperación de la gente -del pueblo- con
el sistema político, lo cual se refleja en la corrosiva apatía
e indiferencia políticas.

¿A qué se debe el carácter irreconciliable de la lucha
política? A mi juicio, a los dos puntos que señala Puccio. La
concepción del poder que tiene la derecha -esta poderosa
derecha oligárquica, con base en Guayaquil- hace que lo
entienda como un ejercicio permanente, sin restricciones ni
mediaciones. Es un poder directo y que aspira siempre a ser
total. No reconoce ni comparte espacios políticos. Y está, de
otro lado, una equivocada autovaloración de las llamadas
fuerzas progresistas -aquellas que entran en escena con el
retorno democrático-, y que les lleva a considerar la
democracia como su propiedad y patrimonio y a ver en la
derecha una fuerza por esencia antidemocrática. Han sido, las
dos, fuerzas excluyentes, guerreras. Han buscado, sin
resultado, aniquilarse, pero han logrado, con su
confrontación, erosionar las bases para una existencia común.

Ya no es posible el diálogo, ni la discusión razonable, solo
hay un deseo mutuo por descalificarse. (Alfredo Vera y Camilo
Ponce dieron el domingo último una demostración perfecta de
este enfrentamiento: ninguno pudo elaborar ideas, peor
confrontarlas. Sus debates son un griterío tonto,
incoherente).

El mejor pretexto que tiene la derecha para justificarse es la
beligerancia en contra de ella. Allí su violencia encuentra
razones. Nebot se vuelve agresivo cuando su hábil, inteligente
y costoso protagonismo es enfrentado con ataques. Claro que
allí muestra la fragilidad de su "comportamiento democrático"
-adaptado y maquillado para la época- y su tendencia casi
congénita a generar más violencia.

Y está una tercera razón: vivimos en un país cuyos actores
políticos tienen complejo de salvadores (¿una tradición
populista?). Cada uno cree que salvará al país por su cuenta.

Por eso, la derecha no comparte el poder (quiere salvarse
sola); el centro izquierda no puede lograr acuerdos y Abdalá
anda delirando frente a sus seguidores con correa en mano. La
derecha no tiene una concepción democrática de la política, el
progresismo no es lo suficientemente democrático como para
tolerar a la derecha y el populismo los considera a los otros
dos unos demonios. Ninguno tiene oídos para el otro. Sordos y
mudos y a ratos esquizofrénicos. (4A)

EXPLORED
en Autor: Felipe Burbano - [email protected] Ciudad N/D

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