Quito. 19.05.94. "Antes de la invasión y colonización española
sola existía la propiedad comunal. Por la influencia de la
propiedad privada nuestros antepasados han tenido la sabiduría de
combinar las dos formas de propiedad y la han mantenido en
términos familiares individuales. La propiedad comunal no se la
entiende solo en término de titularidad sino que implica el
respeto mutuo y el compartir el usufructo", dice Nina Pacari,
dirigente de la Confederación de Nacionalidades Indígenas del
Ecuador (CONAIE).

Esta aseveración -que defiende la comuna, pero deja la puerta
abierta para entender que más allá de ella puede desarrollarse
una cultura enmarcada en su propia filosofía de vida- es quizás
la piedra medular del debate que se ha dado alrededor del
proyecto de ley agraria que el Congreso acaba de negar.

Para los más radicales, la posibilidad de mantener la tierra en
propiedad comunal es la base de su desarrollo cultural. La
propiedad individual -dicen- terminará "civilizando" al indio,
aculturizándole, alienándole. Temen que el indígena propietario
de su parcela la venda y vuelva a su condición de peón de
hacienda o trabajador en funciones degradantes en la ciudad. Hay
detrás de estos temores la sospecha de que los hacendados
volverían a comprar a precios irrisorios las tierras que una vez
fueron expropiadas en favor de los indígenas.

En el fondo del debate subyacen dos escenarios irreconciliables
sobre el desarrollo indígena. Por un lado quienes quieren
mantener la pureza cultural en el marco de un desarrollo ligado a
la naturaleza y enmarcado en sus valores ancestrales, y, por
otro, quienes aspiran a "integrar" al indio al proceso productivo
blancomestizo. La CONAIE podría considerarse la abanderada de la
primera posición y otros grupos -algunos también de indígenas- de
la segunda. Es claro que el camino adoptado por el Gobierno, con
nombramientos como el de Duchicela por ejemplo, es la
"integración". Duchicela podría considerarse como el prototipo
del indio integrado exitosamente.

Desde luego hay quienes consideran que la propiedad comunal no
es, ni mucho menos, la única forma de preservar las raíces. Un
importante antropólogo vinculado con organizaciones no
gubernamentales interesadas en la cuestión indígena, opina que
"lo que interesa es la ligazón del campesino con la tierra y no
necesariamente la propiedad comunitaria". Deja entrever que puede
haber esa relación mística del indio con la tierra sin necesidad
de la propiedad comunal. Es más, este especialista en el tema
asegura que "la comunidad no es una institución ancestral
indígena", sino un invento colonial, y que "las tierras de
comunidad fueron declaradas invendibles con el afán sentimental
de los promotores de la reforma agraria de conservar el sentido
de comunidad".

Pero Nina Pacari no parece estar tan de acuerdo con este punto de
vista, aunque deja entrever que la identidad cultural es
inmensamente más poderosa que la mera propiedad comunal. Para
ella la tierra es como una madre. "Históricamente no estaba
sujeta a la oferta y la demanda, o a la compra y venta. Tiene su
sentido en la medida en que es un espacio para desarrollarse
cultural, social y políticamente. La tierra es muy entrañable
para los pueblos indígenas", asegura.

Para la sociedad blancomestiza la tierra es un instrumento de
producción como cualquier otro, como puede serlo una fábrica o un
banco. Aunque Andrés Borja, de la Asociación de Ganaderos de la
Sierra, reivindica también una cierta vinculación sentimental
ligada al mestizaje. "La tierra es un importantísimo elemento de
la producción, que debe ser cuidada para que este recurso
subsista para futuras generaciones. Pero también está íntimamente
vinculada a valores ancestrales relacionados con nuestro
mestizaje e historia", apunta Borja. Nostalgias de la conquista,
podría decirse también.

Alejandro Moreano ensaya también su propia definición: "la tierra
no es una mercancía -no es producto del trabajo- sino la
condición de la producción. La propiedad de la tierra, más que
económica, es una categoría política y, en muchos casos,
cultural. En el Ecuador, además, la problemática étnico-cultural
es definitiva. Para los indios, la tierra es una categoría
ontológica". Para Moreano en este problema está en juego el
camino del desarrollo agrario y nacional del Ecuador: o la gran
empresa agroindustrial, o una economía capitalista de pequeños
productores "que combine formas étnico-culturales de propiedad y
uso del territorio". Disyuntiva difícil de armonizar en una ley.

Comunidad e individualismo

Desde luego parece claro que en la práctica la comuna tiene un
enemigo mortal en el individualismo, que traspasa ideologías,
tradiciones y teorías. Una analogía palpable acaso pueda
encontrase en la imposibilidad del socialismo real de construir
el "hombre nuevo", aquel descontaminado de la ambición de poseer,
solidario y altruista. Acaso sea mucho pedir que nuestros
indígenas se mantengan estoicamente al lado de sus ancestros
frente a las tentaciones de la competitiva sociedad capitalista.
Aunque Nina Pacari nos recuerde que en los bailes "se zapatea a
la tierra en una forma de comunión, de fiesta con ella". O cuando
luego de un nacimiento el cordón umbilical se lo entierre "en un
acto que significa que se lo siembra". Pero de todos modos
Pacari dice una gran verdad: "nuestra concepción es diferente a
la de la mentalidad occidental o de los terratenientes, para los
que la tierra solamente tiene significado mercantilista. Por ello
no les importa la sobreexplotación mientras que nosotros la
cuidamos. Para nosotros no solo es una unidad de producción sino
una base sustancial para el desarrollo de la cultura y de la
vida". Aún asumiendo esto como verdad, un experto consultado por
HOY cree que "la institución comuna tengo la impresión de que se
está agotando. Que no tiene futuro, se ha quedado anquilosada,
defendiendo el status quo de los pobres". Porque -asegura este
experto que prefiere el anonimato- "la historia de las tierras
comunitarias es contradictoria. Los indígenas esperan acabar de
pagar al IERAC para repartirse la tierra (ocurrió recién en
Quinchuquí, cerca de Otavalo). No viven el sentido comunitario de
la propiedad sino el sentido comunitario de la vida, la sociedad
comunitaria, los prestamanos, la pertenencia a una tierra, a un
lugar. Si repasáramos los proyectos de reforma agraria que la
Iglesia inició hace veinte años y que incluían la propiedad
comunitaria de la tierra, posiblemente nos encontraremos con que
ni una sola comunidad mantiene la propiedad colectiva". Esta
posición parece oponerse a aquella otra, pesimista, que no
vislumbra para el indio que ha perdido su tierra sino la
servidumbre humillante o el trabajo marginal.

Por el lado de agricultores y ganaderos, Andrés Borja dice
respetar la institución de la comuna, la cual -sugiere- "debe
mantenerse adaptándose a un proceso de modernización". Y el
proceso de modernización no es otra cosa que el derecho del
comunero a desvincularse de la comuna y vender su tierra.
"Consideramos que el comunero en relación a la propiedad, debe
tener los mismos derechos que el resto de ecuatorianos. En la
actualidad, el comunero no puede dejar de herencia a sus hijos su
propiedad e incluso puede ser expulsado de su propia casa por el
presidente de la comuna", sostiene Borja. Este es precisamente
uno de los puntos que enfrentan a indígenas y terratenientes.

DE LIBERTAD Y DUDAS

El otro gran tema de polémica es la seguridad de la tenencia de
la tierra. Para la CONAIE debe facilitarse el proceso de
expropiaciones. Para los agricultores debe terminarse con ellas.

Para Borja la seguridad es la clave para la productividad del
campo. Ignacio Pérez, subsecretario de Agricultura, también
refuerza este punto. "Lo que nosotros estamos diciendo, en un
solo artículo de Ley, es que las comunidades, las cooperativas,
las asociaciones, las empresas agrícolas, etc, pueden tomar libre
y voluntariamente sus decisiones; por ejemplo, si quieren
enajenar un pedazo para construir una escuela pueden hacerlo, sin
pedir permiso al ministerio de Agricultura como se hace
actualmente.

"A través de este sistema les estamos dando a estas
organizaciones la capacidad de resolver por sí mismas lo que
desean para el futuro. Eso es levantar la dignidad del hombre.
Los comuneros serán quienes hacen la comuna y resuelven sus
propios problemas. Son hombres libres e inteligentes que pueden
tomar sus decisiones. Nunca se puede decir que queremos destruir
la comunidad, más bien la fortalecemos", sostiene Pérez.

Pero el argumento no convence a la dirigencia indígena. "Quienes
critican la comuna no conocen la misma y quieren interpretar
conceptos nuestros", asegura Nina Pacari.

Sin embargo, la posición favorable a los títulos de propiedad
individuales tiene adeptos también entre los indios. Para Manuel
Aucansela de una de las FENOC -antigua organización indígena y
campesina ahora dividida- "los pequeños campesinos adscritos a
una sociedad comunal, se hallan perjudicados puesto que no pueden
arrendar, trabajar al partido o vender tierras". Este dirigente
cree que los únicos beneficiados con el actual sistema son los
presidentes de las comunas, quienes "se enriquecen a costa del
campesino". Aucansela está convencido de que el sistema comunal
que ha operado bajo el auspicio de la Ley de Reforma Agraria no
ha funcionado y que tiene que ser modificado. "Lo que al
campesino más le interesa es tener derecho a la tierra en forma
individual", piensa Aucansela, quien sostiene que se debe ser más
realista y dejar de lado las consideraciones ancestrales y
culturales para permitir al indígena y al campesino tener acceso
a la tecnología y a una mayor producción. "Me duele que mis
compañeros sean utilizados por políticos y por los líderes de las
organizaciones que como la CONAIE no invierten en los pobres los
dineros que reciben de las fundaciones extranjeras", acusa.

Luis Macas, presidente de la CONAIE es terminante y rechaza las
versiones que acusan a la dirigencia indígena de oponerse al
proyecto porque perderían su poder. "Eso no tiene sentido", dice,
al reiterar que el proyecto de Ley favorece a los terratenientes,
"quienes empezarán a comprar la tierra a los comuneros pobres
para extender sus propiedades".

"Se destruirá a la comunidad, a los sistemas cooperativos, el
agua pasará a ser propiedad privada, en fin, es un proyecto de
muerte con el cual se retrocede en 100 años", advierte Macas.

No hay duda de que estamos frente a un replanteamiento de la
cuestión indígena. Está en juego el modelo de sociedad que
queremos para nuestra realidad pluricultural y multiétnica. No es
un problema menor y será muy difícil el consenso. Los puntos en
disputa marcan unas diferencias que nos acompañan ya varias
generaciones. Aquello de "la comuna ¿mito o realidad?" es apenas
una de las inquietantes preguntas que acompañan una realidad
extremadamente compleja, que requiere de la sociedad en su
conjunto una reflexión auténticamente modernizante, en el marco
de un mundo en el que -cierto- ha caído el muro de Berlín, pero
en el cual también Nelson Mandela salió de la cárcel para
convertirse en presidente. (2A)
EXPLORED
en Ciudad N/D

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