Quito. 13.11.93. Vivía en Catacocha y aprendió a tocar el
rondador a la edad de 10 años, hizo la conscripción militar, se
casó y procreó varios hijos. A una edad en la que el hombre deja
de ser joven, comienza a presentársele una enfermedad que le deja
ciego del ojo derecho y bastante del izquierdo, esto le impide
seguir afrontando el hogar. Su esposa le abandona por
considerarlo una pesada carga de sobrellevar, y todo confluye
para que él lance su suerte el destino, deja su pueblo, sus
amigos y familiares, para ganarse el pan de cualquier forma y
poder subsistir -ahora- viejo, solo y en lugares extraños.

César Alberto Bueno Bueno actualmente viaja trabajando con lo
único que no le abandonó: la música. Quito, Guayaquil, Santo
Domingo, Otavalo y otras, son ciudades que visita
permanentemente. En Quito se hospeda en "El Vergel", albergue
para personas de escasos recursos, donde los religiosos que lo
administran en el barrio El Tejar le han podido grabar un
cassette con la música que ejecuta con su rondador. A veces le
roban el poco dinero que recoge e inclusive su instrumento
musical, al que cariñosamente "baña" todos los días para que se
mantenga húmedo y puede -según sus propias palabras- "hablar
bien" a lo largo de su día de trabajo.

Esta puede ser la historia de vida de cualquier músico de la
calle que encontramos en alguna esquina y en cada ciudad de
nuestro país. Muchos les consideran "mendigos" y una imagen
negativa para la urbe, pero muy pocos se han detenido a pensar
que varios de éstos músicos son verdaderos artífices del
cancionero nacional ecuatoriano y no sería exagerado pensar, sean
los depositarios más fervientes de esta memoria tradicional. En
muchos casos tienen una imagen depauperizada, pero esa es una
realidad que la sociedad quiere concederles, de mendicantes, y no
como lo que son, músicos cuyo escenario de trabajo es la calle.

Testimonios

"Yo soy músico de la calle por dos razones, en primer lugar por
el trabajo, por que esto le tomo como trabajo, como profesión, y
en segundo lugar por difundir la música nacional, para que no
siga perdiéndose" (Testimonio de Guillermo Trajano, 40 años,
ambateño y acordeonista).

En el presente artículo nosotros partimos de una investigación
cuyo objeto pretende otorgar una valoración cultural y estética a
la actividad desplegada por los músicos de la calle, para luego
incidir de alguna manera en los estamentos pertinentes dentro de
un reconocimiento legal a sus actividades (como ocurre en otras
ciudades del mundo) y caso contrario, quizá al menos lograr a
quien corresponda, un reconocimiento de sus funciones
socio-culturales y a su arte marginal.

"Cuando salí del Conservatorio de Música, dando gracias a dios
fui tal vez uno de los primeros pianistas de Quito, después actúe
en orquestas y ahora me dedico a tocar el acordeón. La razón por
la que estoy aquí, es por que tengo a mi mujer y a mis hijos,
entonces he tenido que hacerme músico de la calle, para poder
trabajar y así ganarme para una taza de café o una sopa"
(Testimonio de Don Antonio Armas, 73 años, oriundo de Tulcán,
socio-fundador de la Honorable sociedad de ciegos "Luis Freire"
de Pichincha).

Es evidente que el impacto de la crisis económica, la migración,
el crecimiento demográfico y demás factores quehan empborecido a
la población, han producido el aparecimiento de fenómenos
sociales que en las últimas décadas se han relacionado con la
marginalidad.

Sin embargo en diferentes órdenes de esa cotidianidad, se dan
formas de supervivencia y expresiones culturales muy
particulares, a las que no se quiere reconocer, en la medida que
sus intereses no coinciden con otras expresiones quizá
hegemónicas u oficiales. Es el caso de los músicos de la calle
quienes en nuestro país son excluidos dentro de su papel cultural
y artístico, por parte de las instituciones pertinentes que
pueden ofrecer dicho reconocimiento.

Se ganan el sustento diario en las más bajas condiciones -a lo
que se suma casi siempre sus dolencias físicas- pero son
marginados de una contemplación profesional, gremial, seguro
social, artística, y peor aún, cultural. "Yo me hice operar de
la vista a los 24 años y pude ver a los tiempos, pero como era
demasiado tarde no puede aprender a leer. Hay jovencitos que se
amarran un pie, una mano, y van a pedir limosna. Yo no. Yo
estoy haciendo siquiera algo para que la gente me colabore. me
puse a tocar la música cuando mi mujer también perdió la vista,
nos pusimos a vender canciones luego la gente nos pidió cassettes
y nos pusimos a grabar. Yo tengo derecho a dejarles a mis nietos
aunque sea un granito de arna". (Testimonio de Julio Tobías
Figueroa y Doña María Julia Vallejo).

Que piden a las autoridades y a la gente

"Nuestra música no les molesta a la policía, pero no nos dejan
que estemos aquí, nos toca ir a una parte donde no nos controlen.
La gente no nos molesta mayormente, pero yo les pido a las
autoridades simplemente que amen este sentir a nuestra música"
(Testimonio de Don Manuel Oswaldo Arauz, Cruz, guitarrista
quiteño de 60 años, nacido en el barrio de San Sebastián).

Don Jorge Quevedo Leiva saxofonista ciego y gran ejecutante de
música nacional muy conocido en el medio capitalino, es enfático
en afirmar su categoría de artista profesional. Exige que esta
actividad realizada en la calle, sea considerada al igual que en
otros países del mundo, donde -según sus anhelos- se puede tocar
libremente en los metros, parques y plazas, con un permiso
municipal o de otra índole.

El señor Manuel Arauz de 60 años pide que se respete su condicion
de enfermo y persona de edad. Además de dar valor a su actividad
defiende con ahínco lo nuestro. "Será por la edad, siempre hago
valer lo que es mío, lo de mi tierra y la música nuestra. A mi
me atacó la enfermedad del corazón, el Dr. Oswaldo Vásconez me
hizo los análisis, y me dijo que ya no podía fatigarme. Pero
como necesito, después de dios, trabajar para poder vivir,
tocamos con mi compañero Guillermo Vásconez y formamos el dúo
Pichincha".

Finalmente una mujer, Doña María Julia Vallejo de Figueroa, ciega
y cantante del dúo que hace con su esposo, afirma que esta es una
actividad digna y más segura, para personas como ella pobres y
con carencias físicas. "No hay otra manera de vivir, antes
vendíamos lotería, el periódico, pero nos robaban los ladrones.
En razón de eso ahora cantamos y nos vamos de pueblo en pueblo.
A veces los policías nos retiran, y es por esto que pido una
mayor consideración a nosotros, lo único que queremos es vender
nuestros cassettes con nuestras canciones ecuatorianas".

Acciones concretas

A lo largo de las entrevistas y de esta investigación en general,
se verificó necesidades básicas que piden estos músicos, no en la
medida que les regalen nada, pero si pequeñas acciones que todos
nosotros podemos brindar.

1) Que no sean considerados "mendicantes" sino artistas
profesionales de la calle.

2) Que puedan ser amparados por algún gremio artístico o
institución cultural

3) Que al ser difusores y preservadores del cancionero nacional
ecuatoriano, sean reconocidos como tales por parte de los
diversos medios de difusión, comunicación y personas en general.

4) Que alguna institución les acredite un documento que ampare al
músico de la calle, en el que se verifique su pertenencia a una
entidad que los proteja del abuso por parte de autoridades y
demás. (1C)
EXPLORED
en Ciudad N/D

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