Jericó. 27.09.93. "No, todavía no ha empezado a aumentar el
precio de las casas", dice Yamil Khalef, el alcalde de Jericó
de 63 años. En cambio, a 2.000 metros de su oficina, en el
asentamiento judío de Vered Ierijó (La Rosa de Jericó), el
valor de la propiedad ha caído a cero. Los precios de la paz,
sin duda, serán muy distintos allí y en Ariha, que es como los
árabes llaman a la bíblica Jericó, capital del autogobierno
palestino y campo de pruebas para experimentar los acuerdos
judeo-palestinos firmados el 13 de septiembre en Washington.

"Mi padre no se marchó de Libia para que yo acabe viviendo en
un Estado palestino", se indigna Amos, uno de los pocos
agricultores de Vered Ierijó. Desde su pedazo de tierra en una
colina, se domina el pueblo, el más antiguo del planeta, con
10.000 años de vida humana. A su alrededor, en el desierto de
Judea, restallan bajo el sol las ruinas de adobe de un campo
de refugiados palestinos que huyeron hace casi 25 años a
Jordania.

"Cuando reine la paz, los asentamientos judíos, que son cuatro
o cinco en esta zona, podrán quedarse con nosotros. Esta será
una ciudad abierta", dice a CAMBIO 16 con un deje de
ingenuidad más que de ironía, el alcalde Khalef. "Yo no tengo
problemas en vivir con los palestinos, pero en un Estado bajo
soberanía judía", replica Amos, mientras calibra la salida de
agua para obtener un riego más eficaz de su tierra plagada de
semillas.

En Jericó, otrora importante centro turístico de invierno para
potentados árabes, no hay ninguna casa con más de dos plantas.
En sus calles se pueden comprar dátiles de cualquier color y
sabor, que guardan la dulzura que saben extraer sus raíces de
las tierras salinas del desierto donde crecen, a un paso del
viejo Mar Muerto. Un mar en evaporación pero, en realidad, un
almacén de minerales vital para la economía de paz que deben
construir árabes e israelíes.

"La paz no será un acto de magia; es cosa de los políticos, e
irá avanzando paso a paso", advierte Khalef. "Pero, de
momento, el Acuerdo entre la Organización para la Liberación
de Palestina (OLP) e Israel no está muy claro. Solo cuando
podamos verlo y empecemos a aplicarlo sabremos qué ocurrirá",
aclara con cautela.

En la calle, unas palestinas hurgan en un puesto de ropa usada
de la única avenida central de Jericó. Los soldados israelíes
brillan por su ausencia.

Para el alcalde todo puede ser más fácil de lo que parece.
"Judíos y palestinos somos primos -recuerda-, y la paz
beneficiará a los dos pueblos. Pero no hay que marchar de
prisa; hay que darle su tiempo a los políticos para que
negocien". Y pronostica que sus hijos, educados en
universidades de Egipto, y sus nietos "verán con sus propios
hijos un estado independiente".

Dentro de cinco años -ésta es la semilla de la incertidumbre
para los judíos-, Amos, su mujer uruguaya y sus dos hijos
pueden encontrarse viviendo en el territorio de un Estado
palestino. En estos primeros cinco años, y en Jericó desde
diciembre próximo, sus 31.000 habitantes árabes serán por
primera vez en su historia, autónomos. Solo autónomos. "¿A
dónde iré dentro de cinco años, cuando tenga 50? ¿Iré a
cultivar flores a Tel Aviv?", pregunta más indignado Amos sin
distraerse de su tarea.

Una foto de Yaser Arafat preside la tienda de comestibles del
palestino Ahmed Izak. Al principio le cuesta hablar, pero
finalmente lo dice de un tirón: "El es mi presidente y le
ofreceré gratis todos los productos. Será un honor para mí si
los acepta". Dentro de tres o cuatro meses, Arafat, "que no ha
cambiado sus costumbres de soltero", al decir de su mujer
Soha, se zurcirá los calcetines en la mansión que le espera en
Jericó. La Casa Blanca donde parece que residirá Abu Amar -el
nombre de guerra de Arafat- está a tres minutos del centro de
Jericó y a 20 minutos de Jerusalén. En estos días, obreros
palestinos están arreglando el techo de la casa ante la
llegada del otoño.

Los colonos judíos como Amos, concede Izak, "podrán quedarse
en el Estado palestino, así como hay árabes viviendo en
Israel. ¿Qué tiene de malo?", pregunta con los ojos
encendidos. De treinta años y padre de dos niños, Izak estuvo
entre los 250.000 palestinos que salieron a las calles de los
territorios conquistados por Israel en la Guerra de los Seis
Días (1967) para celebrar el acuerdo de paz, ante la mirada
alelada de soldados y policías hebreos. Los israelíes, lejos
de la euforia o la alegría, incrédulos o temerosos, veían
plantar la semilla de una nueva nación.

Los pacifistas judíos están encantados con el apretón de manos
entre su primer ministro, Issac Rabin, y Yaser Arafat. Pero la
mayoría de los israelíes llevan la procesión por dentro. El
presidente del país, el general Ezer Weizman, va a la cabeza
de los que con la suavidad de la vaselina procuran comprender
el dolor de los iracundos colonos de Gaza y Cisjordania, y
evitar lo que para muchos temerosos puede terminar en una
guerra civil. Algo que los judíos ya experimentaron en el
pasado: en el año 70 de esta era una guerra civil facilitó a
Roma la conquista de Judea y la destrucción de su templo en
Jerusalén.

Tras el acuerdo con la OLP, en más de cien asentamientos
judíos de Gaza y Cisjordania y en la meseta del Golán 140.000
israelíes que aspiraban a reconstruir el templo de Salomón y
Herodes en Jerusalén -donde ahora están las mezquitas de Al
Aksa y de Omar- tiene las barbas en remojo, y no pocos el dedo
en el gatillo.

Khalef, un viejo refugiado palestino que llegó a Jericó hace
más de cuatro décadas, cree tener el secreto de la
supervivencia. "Nunca fui amenazado por extremistas judíos ni
árabes, porque quien va por el camino derecho y sin poner en
peligro la seguridad de nadie, no corre ningún riesgo".


"Los palestinos van a tener una entidad, pero nosotros, que
somos solo 40 familias en Vered Ierijó, no sabemos qué nos va
a ocurrir. ¿Quién querrá venir a vivir ahora aquí?", se
pregunta Amos mirando hacia el pueblo.

"Todo empezó con la Intifada -rememora Amos refiriéndose al
lanzamiento palestino de 1987 contra la ocupación militar
israelí-. Antes éramos amigos y nos visitábamos. Ellos venían
a nuestras fiestas y nosotros asistíamos a las de los
palestinos. Después de todo, unos dependemos de los otros en
el trabajo. Pero ahora ellos y nosotros tenemos miedo".

Amos continúa observando el riego y hablando con desasosiego:
"Las autoridades militares me han prometido que mis hijos
serán protegidos por la Policía cuando vayan a la escuela, y
también al regresar de ella. A esto hemos llegado en Israel: a
que mis hijos tengan que ir a la escuela con custodia
policial". Y vuelve a enfurecerse: "¿Y si mis hijos quieren
andar en bicicleta? ¿También vendrá la Policía para
cuidarlos?".

"No quiero ni la ocupación israelí ni a Arafat", dice el
palestino Ahmed, muy probablemente un nombre falso que da para
no ser reconocido. No es fácil conseguir declaraciones de los
que saben que están en minoría, más aún si desconocen al
interlocutor. La chilaba rayada de Ahmed recuerda a los
batones de los integristas judíos de la secta de los Naturei
Karta, los que tratan de nazis a los policías sionistas del
Estado judío, al que no reconocen, y a los que Yaser Arafat
-dicen- les reserva un puesto en el futuro gobierno de
Palestina.

Mientras espanta las moscas atraídas por la miel de unos
pasteles árabes, Ahmed lanza algunas frases. "No pictures"
(fotos no), ruega al periodista. "Para mí lo importante es la
justicia; que todos los derechos se respeten y que no haya ni
pobres ni ricos -dice acerando la mirada-. Si los árabes
volviesen al islam, nadie más tendría hambre en este mundo",
se entusiasma Ahmed, que no reconocerá más que a sus íntimos
el odio que sintió cuando vio a Arafat y Rabin estrechándose
la mano en Washington ante el presidente de EEUU, Bill
Clinton.

Un israelí descubre a Ahmed como militante del movimiento de
la Resistencia Islámica (Hamas), el grupo integrista que no
pertenece a la OLP y que amenaza, al igual que la izquierda
palestina, con aguar la fiesta de la reconciliación.

Israel es un Estado creado "en tierras sagradas del islam", y
por tanto -se lee en el credo de los integristas de Hamas- no
hay que negociar con los judíos. Solo se les concederá -
aseguran- su residencia en Palestina como una minoría
religiosa; lo que fueron los judíos en el mundo árabe desde
que surgió el islam hace trece siglos y hasta la creación del
moderno estado de Israel en mayo de 1948.

Para el alcalde de Jericó "es prematuro hablar de
enfrentamientos entre los palestinos que apoyan a Arafat y sus
opositores". Khalef no quiere identificarse políticamente: "No
soy nada; soy un simple palestino que ama a su líder". En
cuanto a los integristas de Hamas, según Khalef, son "un 25 o
30% entre los habitantes de Jericó, pero más son los de la
OLP".

Jericó, quizá la futura capital de Palestina, será un campo de
pruebas perfecto para saber si los palestinos pueden convivir
con los judíos y con ellos mismos. El experimento tiene que
funcionar; no hay otro camino.

APIÑADOS EN EL INFIERNO

Es la Calcuta del Oriente Medio, un verdadero infierno en el
que se amontonan 800.000 personas, la mitad de las cuales
viven en campos de refugiados. La viejísima Gaza, puerto de
los mil comercios en los tiempos antiguos, sigue haciendo
historia. En los 343 kilómetros cuadrados de la franja, el
líder palestino Yaser Arafat se juega a todo o nada el futuro
de la apuesta de paz y reconciliación con los israelíes.

El plan de autogobierno propone en Gaza todas las
dificultades, escollos y emboscadas mortales que pueden
imaginarse: la gente está desesperada por la falta de trabajo
y por las condiciones espantosas en que vive; un caldo de
cultivo extraordinario para el crecimiento continuo del
fanatismo islamista. Un concienzudo estudio realizado por los
noruegos -que orquestaron la mediación que llevó a la firma
del acuerdo de Washington-demuestra que el tiempo corre contra
la OLP de Arafat. Los años de la Intifada, la rebelión que
comenzó en Gaza y Cisjordania en diciembre de 1987, con un
saldo hasta ahora de 1.400 palestinos y 154 israelíes muertos,
han producido una creciente radicalización en la zona y una
generación acunada en el odio, el resentimiento y la falta de
perspectivas inmediatas.

Entre los jóvenes de 15 años en adelante se ahonda la
convicción de una identidad islámica fundamentalista que
desdeña la convivencia democrática. Las adolescentes adoptan
con entusiasmo el vestir tradicional musulmán y las
tradiciones religiosas.

La situación se agravó a fines de marzo, cuando Israel cerró
los grifos del trabajo en su territorio a los desesperados de
Gaza como represalia a una serie de 15 atentados contra
israelíes. Se quedaron sin empleo unas 42.000 personas que
diariamente iban a trabajar a Israel y regresaban a casa,
aportando la mitad de la riqueza económica producida en la
franja. El insensato apoyo palestino al líder iraquí, Sadam
Husein, durante la Guerra del Golfo secó las fuentes de
petrodólares provenientes de las otras monarquías del Golfo,
que echaron de sus territorios -sobre todo de Kuwait- a
cientos de miles de palestinos que enviaban 300 millones de
dólares anuales a los parientes en Cisjordania y Gaza. Un
desastre completo que pagó en primer lugar la OLP: sin dinero,
la organización no pudo seguir financiando a las llamadas
instituciones nacionales, que incluyeron los subsidios a las
familias de mártires y combatientes.

Hamas, el movimiento integrista que nació en 1988 a raíz de la
Intifada y que Israel, Estados Unidos, Arabia Saudita y Kuwait
apoyaron -otra insensatez- para debilitar a la OLP, logró en
cambio crear una red asistencial capilar conectada con las
mezquitas.

La prueba de fuerza entre radicales y moderados es inevitable.
Hamas hizo saber varias veces que utilizará todos los medios
para combatir al "enemigo sionista" hasta hechar a los judíos
al mar, pero que no está en sus planes matar "al traidor
Arafat" ni empeñarse en una guerra civil interpalestina.

Israel, por su parte, no ve la hora de abandonar el infierno
de Gaza. "Que se maten entre ellos", dijo un sargento, ansioso
por regresar a su casa de Haifa. El ministro de Salud Pública,
Haim Ramon, ha aclarado que "no enviaremos soldados a los
territorios en régimen de autonomía aunque sean teatro de un
baño de sangre entre palestinos".

Arafat sostiene por su parte que "no emplearemos la violencia
para domar a Hamas, sino que haremos una negociación
democrática entre palestinos". Pero dentro de cuatro meses
comenzarán a llegar las vanguardias de los 17.000 mujahidines
(combatientes) del Ejército de Liberación Palestina (ELP),
reciclados como policías encargados de mantener el orden en
los territorios autónomos, e iniciarán su trabajo. (REVISTA
CAMBIO 16 N§1140, PP. 22-25)
EXPLORED
en Ciudad N/D

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