Quito. 10.10.94. Mientras ultima los preparativos de su regreso a
Haití, el presidente electo Aristide no ve con buenos ojos que
los golpistas que lo derrocaron sigan en el país

Los <> estadounidenses se encuentran en Haití con el
objetivo de hacer respetar la democracia y restablecer al
presidente electo Jean Bertrand Aristide, depuesto por los
militares golpistas el 30 de septiembre de 1991. De esa forma,
Aristide cumpliría el mandato que le dieron las urnas en
diciembre de 1990 con un 70 por ciento de los votos. Era una
victoria clamorosa en las primeras elecciones libres que se
celebraban en el país, desde que en 1804 Jean Dessalines
derrotara y expulsara a las tropas de Napoleón y se proclamara
emperador de todos los haitianos con el nombre de Jacques I.

Ahora, mientras ultima los preparativos de su regreso a Puerto
Príncipe, su satisfacción no es completa. Y aunque exteriormente
mantiene una actitud de gratitud hacia la Administración del
presidente Bill Clinton, en privado discrepa con los acuerdos a
los que llegó la comisión estadounidense formada por el ex-
presidente Jimmy Carter, el senador Sam Nunn y el general Colin
Powell. Al fin y al cabo, el pacto acordado con la Junta Militar
haitiana que lo derrocó hace cuatro años encabezada por el
general Cédras, el general Philippe Biamby y el jefe de la
Policía, Joseph Michel Francoise- no consiguió exiliar a los
dictadores y desarmar a su Ejército, Policía y milicia.

P. Cuando vuelva a Haití se encontrará con sus enemigos. ¿Cómo
reaccionará?

R. Desde el primer momento debe quedar muy claro que yo soy el
presidente electo de todos los haitianos, elegido en unas
elecciones libres por más del 70 por ciento de los electores. En
tales circunstancias yo dirigiré la política de mi país,
basándome en mi respaldo electoral. Honestamente debo reconocer
que me encontraría más cómodo sin la presencia de los actuales
miembros de la Junta Militar y sus colaboradores. Así evitaríamos
situaciones delicadas. Pero dado que se ha llegado a un pacto
para que ellos permanezcan en Haití, cohabitaremos de forma
armónica, aunque con las lógicas discrepancias ideológicas y, en
ocasiones, éticas. No regreso a Haití como un inquisidor, lo hago
como un puente de unión entre todos los haitianos de buena
voluntad.

P. ¿Qué le dice la fecha del 30 de septiembre de 1991?

R. Un día nefasto, uno más de la historia de Haití. Esperaba un
<>, pero no tan pronto. Confiaba en la integridad y
la responsabilidad del jefe del Ejército, que yo libremente había
nombrado, pero igual que al presidente chileno Salvador Allende,
con Augusto Pinochet, a mí me <> Raoul Cédras.

P. Allende murió, pero, según parece, el general Cédras evitó que
el jefe de la Policía, Joseph Francoise, le asesinara. Las
circunstancias son distintas.

R. No fue Cédras sino Dios quien me mantuvo con vida. El no
difiere en nada de los generales golpistas que tanto han abundado
en el centro y subcontinente americano. A él le habría sido
difícil justificar el magnicidio de un presidente electo por la
mayoría de su pueblo en sufragio universal. Aunque es posible que
se haya arrepentido de haberme dejado marchar con vida: desde el
exilio yo he sido la voz de su conciencia.

P. ¿Entonces no tiene motivo de agradecimiento hacia el general
Cédras?

R. Cédras me traicionó a mí y al pueblo de Haití, y basta. Todo
lo demás ha sido fruto del destino.

P. ¿Desagradecido y rencoroso?

R. En los últimos tres años han muerto en Haití más de 3.000
ciudadanos por el delito de no opinar lo mismo que el general
Cédras y su Junta Militar. ¿Qué ha traído al país la dictadura?
Lo que siempre traen los dictadores: el que los ricos sean más
ricos y los pobres, más pobres. Desigualdad, insolidaridad,
miseria, sufrimiento, tortura y muerte. Ni en la época de los
Duvalier, con el malvado Roger Lafontant y sus sanguinarios
tontons macoutes, han existido tanto salvajismo y represión
incontrolada en Haití. Pinochet llenaba los campos de fútbol de
prisioneros; Cédras y sus secuaces han llenado los cementerios y
las fosas comunes. Allende y yo tenemos puntos coincidentes y es
posible que si Dios no lo remedia, yo algún día siga su camino.
En cuanto al rencor, que Dios me perdone, pero hay gentes que no
merecen el perdón por tanto daño como han hecho. No obstante, soy
partidario de una amplia amnistía que nos permita convivir en paz
a los haitianos.

P. Presidente, ¿se olvida de que bajo los auspicios del delegado
de la ONU, Dante Caputo, usted firmó el acuerdo de isla
Gobernador el 3 de julio de 1993, en el que aceptaba una amnistía
para los militares?

R. Voy a ser generoso en busca de la reconciliación nacional, a
pesar de que en el acuerdo de 1993 no se incluían los delitos de
sangre, y alguien debería responder por las 3.000 víctimas que se
han producido en los últimos tres años de dictadura militar. No
es nuestra intención ponemos a la altura de los asesinos y
torturadores, sino intentar olvidamos de los agravios del pasado,
sin rencor.

P. ¿Sus seguidores más radicales no van a utilizar su apreciado
<>, o lo que es lo mismo, quemar a sus enemigos
con un neumático ardiendo alrededor de su cuello?

R. Evitaremos esos excesos; buscamos la concordia, no el
enfrentamiento.

P. ¿Como hicieron en enero de 1991, cuando sus partidarios del
Frente Nacional para el Cambio y la Democracia quemaron vivos a
centenares de sus rivales políticos sin que usted hiciera nada
por impedirlo?

R. La propaganda de los militares magnificó hechos que no pasaron
de ser pequeños incidentes de incontrolados. Lamentablemente la
violencia engendra violencia, y no fuimos nosotros los que la
iniciamos.

P. ¿Pero, quiénes asaltaron la embajada de la Iglesia católica en
Puerto Príncipe? ¿Quiénes quemaron la catedral y persiguieron a
las jerarquías eclesiásticas que tuvieron que exiliarse durante
su corto mandato?

R. Los pobres, los menesterosos reaccionaron contra aquellos
clérigos que siempre han estado al lado de los ricos y poderosos
y se alejaban de los desheredados de la fortuna. Nunca estuve de
acuerdo con esos actos vandálicos, fruto de la desesperación de
algunos seres humanos que no han vivido más que miserias y
penalidades. Me gustaría decir que hemos aprendido la lección,
que hemos pagado un elevado precio por los errores que, por
carecer de experiencia, pudimos haber cometido. Después debemos
pensar en los provocadores que se mezclan entre las masas, en lo
que los servicios secretos militares y los tontons macoutes son
todo unos maestros.

P. ¿Es usted un resentido?

R. Soy un ser humano sensible a las debilidades y sufrimientos de
las gentes, sobre todo de aquellos menos favorecidos por la
fortuna. Me rebelo contra las injusticias de cualquier signo.

P. Hay quienes le califican de <>.

R. Peligrosos son aquellos que no respetan los derechos humanos.
Los que me consideran peligroso son aquellos con los que no
sintonizo en nada, ni siquiera en gustos deportivos o
gastronómicos. Y que Dios perdone por su mala fe e ignorancia a
aquellos que dicen que me considero un <>. Soy únicamente
un pobre clérigo.

P. Otros dicen que es un clérigo peligroso, partidario de la
Teología de la Liberación e insubordinado con sus superiores de
la congregación salesiana y con el mismísimo Papa Juan Pablo
II...

R. Estoy orgulloso de si sacerdocio, de los orígenes de la
religión que profeso, con sus imperfecciones. Sé que la cúpula de
mi Iglesia está formada por seres humanos, por mortales que
pueden equivocarse o seguir caminos equivocados. Con esos son con
quienes discrepo en ocasiones, menos de las que algunos dicen, y
siempre lo hago en defensa de los marginados, de los pobres. Me
han acusado de no haber evitado algunos excesos de mis
seguidores, pero nadie ha dicho mucho de quienes incendiaron la
iglesia donde yo oficiaba la santa misa, y en la que fallecieron
carbonizadas numerosas personas y otras todavía tienen secuelas
por las quemaduras que sufrieron. Tampoco se ha hablado mucho de
las conspiraciones que han existido para asesinarme.

P. ¿Cree que la Agencia de Inteligencia Norteamericana, CIA, le
considera un elemento peligroso?

R Todo aquello que huela a progresismo, derechos humanos,
democracia... no está bien visto en ciertos organismos. Lo que sí
estoy seguro es que, sin el visto bueno de la embajada
estadounidense en Puerto Príncipe, no se habría producido el
pronunciamiento del general Cédras y mi exilio.

P. ¿Cómo son sus relaciones con el presidente Clinton?

R. Cordiales, y agradezco todo lo que ha hecho para restablecer
la democracia en mi país; sin sus iniciativas no se habría
conseguido nada positivo.

P. Abandonará la política al término de su mandato presidencial
en 1995?

R. Haré honor a mi palabra, no como otros que hoy dicen blanco y
mañana negro. Pero los objetivos del movimiento engarzado en el
Frente Nacional para el Cambio y la Democracia seguirán adelante
en busca de un Haití mejor. Yo jamás seré un obstáculo para mi
país y su futuro.

P. Con su llegada a su país, ¿se frenará la emigración masiva que
se ha producido en los últimos tiempos y que ha conducido a más
de 15.000 haitianos a la base militar de Guantánamo, en Cuba?

R. No voy a ocultar el problema social, económico y laboral que
vive mi país y fruto de todos esos factores es el 90 por ciento
de la emigración legal e ilegal. Desearía poder tener en mi mano
planes económicos que pudieran dar un estado de bienestar a los
haitianos, pero lamentablemente no poseo ese milagro. Eso deberá
ser fruto de muchos años de sacrificios y colaboración con los
países ricos. Los haitianos saben que yo no hago milagros,
únicamente busco que exista menos desigualdad entre unos
ciudadanos y otros.

P. ¿Qué esperan de usted los haitianos que le han votado?

R. Honradez, dignidad, defensa de los derechos humanos, y que
dedicaré mi vida a ellos.

P. ¿Cree que ha sido acertada la negociación de Carter, Nunn y
Powell con el general Cédras?

R. Creo que han sido excesivamente generosos, aunque con la
presencia del general Powell no me ha sorprendido.

P. ¿Cuánto tiempo deberá permanecer la fuerza que comanda el
general Hugh Shelton en Haití?

R. Ellos deben ser los garantes de mi reposición en el poder
legal, y deben controlar a aquellos que puedan atentar contra los
principios democráticos que de-seamos seguir. Reconozco que la
presencia de esas fuerzas de Estados Unidos son un mal menor. A
nadie le gusta ver su país supervisado por una fuerza militar
extranjera, pero en estas circunstancias no existía otro camino.

P. ¿Qué le diría al general Cédras si se encontraran frente a
frente?

R. Que respete lo que en las últimas elecciones decidió el pueblo
haitiano, y lo que posteriormente ha decidido la ONU. No tengo
otras cosas de las que hablar de él.

* Texto tomado de CAMBIO 16 # 1994 (p. 58 y 59)
EXPLORED
en Ciudad N/D

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