A finales de diciembre en la Academia Universal de la Cultura en París, se llevó a cabo una discusión sobre cómo ‘imaginar’ la paz hoy en día. La discusión no era sobre cómo alcanzar la paz o cómo definirla. Esta celebración es una segura señal de que la paz es aún una meta lejana, así como también un objeto desconocido.
Los teólogos definen la paz como tranquilitas ordinis, que traducido del latín al español es ‘orden de tranquilidad’. Sin embargo, hay que preguntarse ‘tranquilidad’ ¿de qué orden? Todos somos víctimas de un mito original que reza: En el principio había un ‘estado edénico’, y que luego este estado fue violado por el primer acto de violencia. No obstante, Heráclito advirtió que “la lucha es la regla general del mundo y la guerra es la generadora común que nos lleva a todas las cosas”. En el principio hubo guerra y el hombre siempre fue depredador para bien del hombre; la evolución nos conduce a la lucha por la vida.
Los grandes períodos de paz que hemos conocido en la historia como la Pax Romana, o más recientemente en nuestro tiempo la Pax Americana (también hubo la Pax Soviética, la Pax Otomana y la Pax China), fueron el resultado de alguna conquista y de una continua presión militar que ayuda a mantener un cierto orden. Esto reduce el grado de conflictos al corazón del imperio, pero produce varias guerras pequeñas, pero sangrientas en la periferia.
Desde luego, este orden se aplica a aquellos que están en el ojo de la tormenta, pero los que están en las afueras de esa área tienen que sufrir la violencia que sirve para mantener un cierto equilibrio del orden establecido en el sistema. ‘Nuestra’ paz siempre se obtiene pagando el precio de una guerra librada por otros.
Esto no lleva a una cínica, pero realista conclusión: Si quieres la paz (para ti mismo) prepárate para la guerra (contra otros). Con la excepción de las últimas décadas, las guerras se han vuelto tan complicadas, que parecieran que no son solución alguna (aun las guerras cortas) para generar la paz.
En el curso de los siglos, las guerras se libraban para obtener ciertas metas, para derrotar al enemigo en su propio territorio, para mantenerlo en la ignorancia sobre nuestros movimientos a fin de poderlos agarrar por sorpresa y crear así un frente interno fuerte y unificado.
Ahora, luego de la guerra del golfo y el conflicto en Kosovo, no solamente hemos visto a los periodistas occidentales cubriendo las noticias desde las ciudades enemigas que eran bombardeadas, sino que también vimos a los representantes de los países enemigos hablando libremente y expresando sus puntos de vista en nuestras pantallas de televisión. Los medios informan al enemigo de la posición y de los planes de nuestros soldados, del mismo modo como Mata Hari se convirtió en una productora de TV local. Los apelativos y las imágenes visuales del enemigo en nuestros hogares resultan una evidencia intolerable de la tragedia a la que conduce una guerra y conducen a la decisión de que no debemos matar al enemigo (a menos que resulte muerto por accidente). Mas aún, la idea de que uno de nuestros soldados resultó muerto, se torna algo indefendible.¿Cómo es que alguien puede ir a la guerra en tales condiciones?
La cosa es aún peor después de los atentados del 11 de septiembre de 2001. El enemigo está en nuestro propio suelo, pero los medios no pueden seguirlo o televisarlo porque es clandestino. Cada acto terrorista es aumentado en sus consecuencias por los medios, los cuales, sin proponérselo, ayudan al enemigo.
Vamos hasta Iraq para quitarle las armas a Saddam Hussein y que son armas que el mismo occidente le dio (y que sepamos, aún le sigue surtiendo). Pero el verdadero enemigo, tal y como lo hemos visto, ni siquiera necesita armas propias o tecnología propia, sino que usa las armas y la tecnología de las naciones que quiere destruir. Los alemanes tuvieron que construir sus propias bombas para atacar Londres, pero dos torres de Estados Unidos fueron destruidas por aviones norteamericanos.
La división entre los dos frente se torna clara finalmente: los fabricantes de armas están a favor de la guerra, mientras que las líneas aéreas, la industria del turismo y el comercio en general, se oponen fuertemente a ella.
De modo que, el nuevo estilo de guerra se ha convertido en una situación permanente entre nosotros. Por un lado, el aspecto elusivo del adversario, y por otro, porque todos los combatientes están temerosos de llevar la batalla a sus últimas consecuencias. Varios intereses multinacionales tratan de aceptarlo como un mal endémico, pero no decisivo.
Finalmente, mientras hubo un tiempo en que una guerra garantizaba la paz en el corazón del imperio, ahora, no obstante, el enemigo ataca y lo hace más fácilmente, donde están los bancos que guardan los recursos financieros del adversario. La guerra en ultramar no garantiza más la paz del suelo patrio. En la era de la globalización, la paz global parece imposible.
Así que solo queda una sola posibilidad para la paz: trabajar para la paz caso por caso creando, si fuera posible, una solución pacífica en esa inmensa periferia donde se libran las guerras y que se siguen la una a la otra, una tras otra, siempre.
La paz a base de pequeñas localidades se puede lograr cuando, en un momento de fatiga por parte de los combatientes, una acción negociadora se ofrezca como parte mediadora en esa región del mundo donde se batalla y produzca un cese al fuego.
Una continua sucesión de este tipo de ‘paz corta’, podría a largo plazo actuar como una especie de máquina que libere la tensión producida por la guerra permanente. Por ejemplo, en la actualidad la paz en Jerusalén contribuiría a la disminución de las tensiones en el epicentro de la guerra global. La paz universal es como el deseo de la inmortalidad: algo tan difícil de lograr que las religiones la ofrecen como una promesa, pero para después de la muerte. Sin embargo, una paz pequeña actúa como lo hace un doctor que cura una herida: no es una promesa de inmortalidad, pero es una posposición de la muerte.

* Umberto Eco es semiólogo y novelista italiano, es autor de El Nombre de la Rosa, de El Péndulo de Foucault y de Baudolino, su más reciente novela.
EXPLORED
en Ciudad Quito

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