GUAYAQUIL EN LA CREACION LITERARIA: TRADICION Y RUPTURA. Por
Diego Araujo Sánchez

Quito. 20.03.92. ¿Cómo han visto Guayaquil sus escritores?
¿Cuál es el aporte propio de ellos a la expresión literaria
ecuatoriana? Una respuesta a esas preguntas no pretende ser
la dudosa exaltación a una literatura local. Aquel afán
provinciano en tratar la historia literaria desde las parcelas
de la patria chica sólo se explica, en algunos casos, por la
existencia de una sociedad con pliegues y divisiones y, en
otros, por la manía de entronizar a los próceres locales.

Cuando desde otras regiones del país se piensa en Guayaquil de
hoy, vienen a la mente de muchos el ñeque guayaco, la
actividad comercial y económica, el populismo, el suburbio, la
basura, la insolente y poco escrupulosa oligarquía, etc., pero
pocos quieren recordar que la ciudad es más, mucho más que
eso. Y aquel más consiste en un sustrato perdurable que se
refleja, junto a otras manifestaciones, en cierta tradición
literaria que, con una larga historia, sobrevive en
Guayaquil y ha sido impulso mayor de las letras ecuatorianas,
como suelen ser el sueño y las mitologías, la imaginación y
las pasiones, el lenguaje o el pensamiento.

Hacia el pasado

Una de las referencias en estricto sentido literarias más
antiguas de Guayaquil puede leerse en el curioso, extenso y
poco conocido poema épico de comienzos del siglo XVII "Armas
Antárticas", que cuenta las conquistas de Francisco Pizarro y
Almagro, los enfrentamientos de los españoles con Francis
Drake y los amores de dos príncipes indígenas, Chalcuchima y
Curicoyllor. Al describir la provincia de Quito, el autor del
poema, el español Juan Miramontes y Zuázola, dice : "su puerto
es Guayaquil, que circundado/ de un monte excelso, de árboles
sombríos,/ de naves astillero, está ilustrado/ con un profundo
y navegable río". Por primera vez, el verso en lengua española
se aproxima al "topos" de la ciudad. Allí están el cerro, la
vegetación y sobre todo el río. Y también la notable fama que
se ganó Guayaquil como gran astillero que durante los siglos
coloniales aprovechó la madera de "sus árboles sombríos".

Un siglo y medio más tarde, la ciudad es exaltación y
nostalgia en la pluma del jesuita dauleño Juan Bautista
Aguirre. Como parte de la exaltación el poeta registra la
hermosura de la ciudad y, para nombrarla, usa por primera vez
la metáfora de perla, muy del gusto barroco, y que se quedó
para siempre en la canción de Nicasio Safadi ("Eres perla que
surgiste..." o en el tópico de "Perla del Pacífico"). La
exaltación es también hipérbole: "Ciudad que por su
esplendor,/entre las que dora Febo, /la mejor del mundo
nuevo/y hoy del mundo la mejor", dice Aguirre. Y acumula las
virtudes: es tierra que abunda en toda riqueza, pero es sobre
todo fecunda en ingenios. No sólo la tierra ofrece tributo a
la ciudad, sino el cielo y el mar que "le besa humilde la
planta"; todos los elementos se conjugan para conferirle un
clima de eterna primavera. "Es en fin ciudad tan bella/ que
parece en tal hechizo/ que la ominipotencia quiso/ dar una
seña patente/ de que está en el Occidente/ el terrenal
paraíso". Pero el diseño de Guayaquil es también nostalgia,
quizás como una premonición del verdadero exilio, cuando
Aguirre tuvo que salir hacia Italia, con los jesuitas
expulsados de los dominios españoles en 1767 por Carlos III.
"Esta ciudad primorosa,/ manantial de gente amable/ cortés,
discreta y afable, / advertida e ingeniosa/ es mi patria
venturosa; /pero la siempre importuna/ crueldad de mi
fortuna,/ rompiendo a mi dicha el lazo,/ me arrebató del
regazo/ de esa mi adorada cuna".

Después, ya en el siglo XIX, la gran figura de José Joaquín
Olmedo deja para Guayaquil, en su poesía menor, una
inscripción para el teatro de la ciudad y unos versos cívicos
al 9 de Octubre; en el Canto a Bolívar la referencia al lugar
- "..las risueñas playas que manso lame el caudaloso Guayas"
- en donde su inspiración, como era el gusto de la época, fue
arrebatada por las musas para cantar las glorias de Junín y
Ayacucho.

Durante las primeras décadas del siglo XX, Guayaquil entrega
dos nombres claves a la generación modernista: el de Ernesto
Noboa Caamaño y sobre todo, el mayor entre todos los poetas de
la generación decapitada, el de Medardo Angel Silva. Los
modernistas evadieron el paisaje inmediato, exterior. No
obstante, en la poesía de Noboa Caamaño perduró del topos
lejano algunas evocaciones marinas. Los biógrafos de Medardo
Angel suelen aludir a la temprana experiencia de la muerte, su
invocación poética más obsesiva, como tributaria de la
experiencia infantil en la casa de su madre, localizada muy
cerca del cementerio. Pero la presencia del entorno puede
hallarse en la intensidad sentimental, en la verdad patética
con que vivió su concepción trágica de la vida. Pero más que
en la poesía, la imagen de la ciudad se halla en las
abundantes crónicas periodísticas que escribiera Silva.

Paralelamente, una gran figura guayaquileña -periodista,
narrador, notable humorista- José Antonio Campos incorporó
por primera vez como personaje de las narraciones a los
montuvios. Desde las vertientes costumbristas, se aproximó a a
los valores, hábitos y al lenguaje de aquel grupo. Pero
también la litertura de Campos nos acerca a la ciudad, a las
costumbres de sus pobladores : las fiestas, el noviazgo, la
política, la burocracia, los impuestos, las palancas, los
contrastes entre la vida rural y urbana, etc. son temas
frecuentes de los cuadros periodísticos de ese autor.

La ruptura

La verdadera fundación de la literatura ecuatoriana del
siglo XX fue hecha por el Grupo de Guayaquil: José de la
Cuadra, Joaquín Gallegos Lara, Enrique Gil Gilbert, Demetrio
Aguilera Malta, Alfredo Pareja. El grupo fue marcado por el 15
de Noviembre de 1925. La primera recuperación de la historia
de la matanza obrera fue hecha por la novela: "Las cruces
sobre el agua" de Joaquín Gallegos Lara, "Baldomera" de
Alfredo Pareja y, más tarde, por "Los animales puros" de
Pedro Jorge Vera, otro autor guayaquileño muy cerca del grupo
fundacional. La ciudad está en aquellas novelas, pero
también en los cuentos urbanos de José de la Cuadra, en las
añoranzas del "Cholo que se fue pa Guayaquil, de "Los que se
van", en "El muelle" de Pareja Diezcanseco. Gran parte de la
literatura de estos autores se ubicó en el agro y reveló allí
con extremada violencia la vida de cholos y montuvios.

Personajes, lenguaje, una fuerza de crónica y descubrimiento
de realidades antes desconocidas y los caminos precursores
del realismo mágico, pero sobre todo la dimensión ética y
política de su quehacer intelectual fueron los más notables
aportes del Grupo de Guayaquil a las letras ecuatorianas. Con
todo ello, produjo la ruptura más violenta, más intensa, de
consecuencias más perdurables, con la tradición precedente:
la ciudad y el campo serían, desde entonces, no simple
escenario, sino, con sus habitantes, mundo problemático,
desgarrado, espacio por ser redescubierto.

Guayaquil es un reto

Después, en muchos otros obras de autores Guayaquileños se
halla de alguna manera presente la ciudad: en la poesía de
David Ledesma, Ileana Espinel, Fernando Cazón, Fernando Nieto,
Fernando Balseca, Jorge Martillo, Mario Campaña; en la
narrativa de Miguel Donoso, Jorge Velasco, Raúl Vallejo, entre
muchos otros ... A pesar de tan importantes asedios a la
ciudad marginal, como el que se hace en "el Rincón de los
Justos", la novela de Jorge Velasco, Guyayaquil sigue siendo
el más complejo reto como tema literario. Todavía la ciudad se
escabulle, en su contradictoria complejidad, para ser el gran
protagonista de una obra literaria.


EXPLORED
en Autor: Diego Araujo - [email protected] Ciudad N/D

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