Durban. 08 sep 2001. En contrapartida con la declaración oficial, las ONG se mostraron más frontales en sus conclusiones

Las cartas han quedado echadas. Con la firma de la Declaración de
la Conferencia Mundial de las Naciones Unidas contra el Racismo, la
discriminación racial, la xenofobia y otras formas de intolerancia los
Estados miembros suscriben, al mismo tiempo, la polarización entre el Norte y el Sur y la brecha, cada vez más profunda, entre gobiernos y sociedad civil.

El temprano retiro de Estados Unidos y las subsiguientes amenazas de
deserción de la Unidad Europea, sumadas a su inflexibilidad extrema en el
tratamiento de las reparaciones por el colonialismo y la esclavitud,
pusieron de manifiesto su escasa voluntad para contrarrestar las oprobiosas realidades que impiden el alcance de la paz, la democracia y el desarrollo en los países del Tercer Mundo.

Poco o ningún oído se perestó al clamor de las víctimas del racismo
escuchado en la Declaración y el Plan de Acción de las Organizaciones No
Gubernamentales que, no incluidas en la agenda oficial, quedarían para la
historia como el diagnóstico más cabal de la situacion política, social y
económica por la que atraviesan las naciones pobres.

En ellas no solamente se ha consignado el mapa del racismo sino ese otro que subyace: el de las consecuencias negativas de la globalización, cuyos
beneficios son desigualmente compartidos, el de las políticas de los
organismos financieros internacionales, de las estrategias de acuerdos como el ALCA y el Plan Colombia, que llevan a la negación de los derechos
humanos, incluso el de la autodeterminación, y causan deterioro ambiental y crecimiento de la militarización, de la creciente popularidad de ciertos partidos políticos y otros grupos que utilizan ideologías racistas y xenófobas para ganar y mantener el poder.

En contraste con el lenguaje neutral -y más titubeante de lo que se
esperaba- de la Declaracion oficial, las ONG hablan con toda claridad de las violaciones del Gobierno de Israel a los derechos humanos de los palestinos, del derecho de estos últimos a la autodeterminación, a su Estado, a la independencia y a la libertad, sin por ello desconocer que el antisemitismo es una de las más antiguas, perniciosas y prevalecientes formas de racismo.

Reconocen explícitamente el sufrimiento de los tibetanos, los kurdos, los
dalits, ausentes del documento oficial, y los derechos colectivos e
individuales de los pueblos indígenas.

Denuncian y exigen medidas concretas para combatir el sistema de castas que impera en la India. Abordan las especiales maneras en las que raza y género interactúan para infligir una doble discriminación contra las mujeres de color.

Enumeran los países, incluyendo a los africanos, donde se practican formas de esclavitud contemporáneas. Encaran sin subterfugios el tema de las reparaciones. Hablan abiertamente de los problemas que enfrenta la gente de color que pertenece a las minorías sexuales. Reconocen la situación de millones de refugiados que huyen del racismo para solo encontrar intolerancia y el desproporcionado impacto del sida en la gente de color.

Pero también quedó al descubierto la debilidad del sistema de las Naciones Unidas. Tras el arrogante retiro norteamericano, los europeos optaron por el recato para evitar un fracaso que habría tenido, dentro de la ONU que se supone lugar de entendimiento y consensos, consecuencias en las relaciones entre los países en desarrollo y las naciones occidentales, como lo reconoció un ministro francés.

Una situación anecdótica sirve para ilustrar las nuevas realidades que se
desprenden de esta Conferencia.

Día tras día, las innumerables manifestaciones de dalits, indígenas,
afrodescendientes, gays y lesbianas, pueblos gitanos, palestinos, migrantes, mujeres salían, desde los distintos puntos de congregación, encabezadas no precisamente en muestra de adhesión, desde luego- por miembros de la Policía de las Naciones Unidas, suizos por lo general, encargados de evitar cualquier desmán.

Una vez en la calle, esas voces diversas de las víctimas del racismo, como las llamó la indígena nicaragüense Myrna Cunningham al entregar los
documentos de las ONGs al Plenario, se expresaron claras y libres. Algo de eso ha sucedido en los salones de la Conferencia. Los Gobiernos del norte, de las naciones occidentales, han querido evitar los desmanes de los pueblos del sur y del este.

Y la sociedad civil ha cometido un solo desmán: demostrar que las causas que le quitan el sueño a los grandes han logrado entre los chicos una adhesión y un grado de compromiso cuyas proporciones resultaban, hasta Durban, impensables. (ALAI)(Diario Hoy)
EXPLORED
en Ciudad Durban

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