Quito. 15.05.94. "No es por salvar el mundo. No creo en eso. Es
porque, si vivo aquí, quiero tener limpia mi casa", dice,
mientras me muestra la cría experimental de chanchos con carnaza
y la descomposición de residuos con lombrices, con los quiere
mermar a "casi nada" la porquería que vierte al río la curtiembre
que gerencia. Y en realidad, nunca imaginé una tenería que
apestara tan poco.

Después de haber creado, dirigido y hecho crecer a la fábrica de
muebles Artepráctico hasta que fue el principal empleador del
Austro, de haberla acompañado en su prolongada agonía y visto -ya
de lejos- su vergonzoso final, Frank Tosi Iñiguez ha comenzado
otra vez desde el principio.

Ahora, de regreso a la organización familiar, ha sucumbido otra
vez a su obsesión por la gran calidad, a su manía por las
computadoras y a su optimismo frente a la superación y el
progreso. Y los ojos se le humedecen cuando habla de su padre,
fundador del consorcio forjado luego por sus hermanos, tíos y
primos, muchos de ellos venidos para eso desde Italia.

¿Cómo vino tu padre al Ecuador?

Llegó al Ecuador en 1919, después de haber trabajado de leñador
en Africa y Alemania y construído carros pullman para la Southern
Pacific en Nevada. Fue al Oriente en busca de oro, pero una noche
el río Napo se llevó campamento y oro y dejó a mi padre en la
orilla. En Ambato trabajó primero para el ferrocarril como
carpintero, negoció con bambalinas, hizo sociedad con otro
italiano, Domingo Romano, con el que vendían jabones en la plaza,
cuando uno valía "medio" y el segundo "calé". Hasta que
consiguieron la distribución de la Algodonera y montaron su
primer almacén.

Vendían chillo para camisas. Conoció a mi mamá (María Iñiguez) en
1920 y se estableció definitivamente en Cuenca a partir de 1921.
En 1935 arrancó en el patio de la casa, en el centro de la
ciudad, con un grupo pequeño de trenzadoras lo que llamó la
"Pasamanería Tosi".

¿De que pueblo son ustedes?

Mi padre. Yo soy del "pueblo" de Cuenca. Mi padre se nacionalizó
justo antes de que yo nazca. El pueblo de mi padre se llama Urbe
en los Apeninos. Cuando yo lo conocí tenía 400 personas y cuando
mi padre vivía allí también.

¿Cuales son los valores heredados de tu familia?

El valor más fuerte que mi padre puso en mi mente y ejecutó con
mucho sacrificio fue la educación. Estuve interno en el Colegio
Alemán en Quito a los 8 años de edad. Y no fue asunto de
crueldad, sino que las escuelas aquí tenían un nivel muy
deficiente. Luego, a pedido de mi hermano Augusto, de diez años,
partimos con Pietro, de 15, y yo, de doce, a Estados Unidos. Allí
me quedé diez años. Pero volvía en vacaciones y acompañaba a mi
padre, que tenía la costumbre de caminar horas enteras en el
corredor de la casa. Eran horas de charla. Sembró en mi la
independencia, pero cuando decidí separarme de sus empresas se
enojó.

¿Era rabioso?

­Uh! Cuando hablaba, estaba gritando y cuando gritaba, cuidado.
Pero era un hombre muy justo.

Lo que se suele decir de ustedes es que son trabajadores y
honestos. ¿Son éstas cualidades tan raras?

Hay mucha gente que trabaja. Pero aún falta inculcar muchos
hábitos de trabajo. Y lo de la honradez... Nadie es totalmente
honrado, seamos honrados. Pero los niveles de corrupción a los
que ha llegado nuestro pueblo me hacen pensar que estamos mal,
que necesitamos cambiar a todos los niveles. Estamos enviciados
con la corrupción de la misma forma como uno podría ser
drogadicto o fumador. Estamos muy cerca del fondo y ya no hay
nadie más que lo pueda componer que nosostros mismos.

¿Y tú qué piensas hacer?

Acabo de ser elegido presidente de la Cámara de Industrias y en
la Federación de Cámaras en Guayaquil denuncié que no podemos
continuar ese camino, que era necesario que paguemos nuestros
impuestos, que dejemos de coimarnos el uno al otro hasta el punto
de perder la paz.

Ninguno de los Tosi se ha metido en política.

Yo sólo puedo hablar por mí. Creo que los que tenemos un cierto
nivel de actividad debemos hacer política. Sin embargo, no creo
en los partidos. Todos ellos son mentirosos, oportunistas y aún
los partidos por los cuales he tenido más simpatía, como el
socialcristiano, traicionaron totalmente su ideología por meros
réditos electorales. Jaime Nebot es un hombre de empresa
privada, que ha predicado la privatización, y cuando un gobierno
que no es el suyo lo quiere hacer, en vez de apoyarle, como
Oswaldo Hurtado, se opone tan tercamente que hace pensar que
posiblemente es un comunista de la Rusia o algo por el estilo. A
mí me ha decepcionado.

¿No te aterra la idea de un ecuatoriano eficiente y puntual?

Los norteamericanos son gente sencilla y de trabajo y funcionan y
han hecho de su país algo que el resto del mundo envidia. ¿Son
felices? Muchos son felices, muchos no.

¿Cual es la fuente de tu felicidad personal?

¿Quién puede decir que soy feliz? Bueno, me considero un ser
humano que tiene felicidad. Creo que la norma de los orientales
de querer lo que se tiene, tiene mucho que ver con mi estado de
felicidad.

¿Y tus fracasos?

Los hombres que nos arriesgamos, siempre fracasamos. Pero
fracasar una, dos o tres veces en la vida no significa ser un
fracasado. Es el caso de Artepráctico. Yo era un muchacho jóven y
todo lo que hacía era primer intento. Uno de mis aciertos fue
haber exigido un alto nivel de calidad en el producto, pero
calidad en mi organización no había. Hasta que llegó un hombre
que fue un maestro para mí, el español Gonzalo Bauluz, y despertó
en mí el concepto de un administración formal.

¿Una vez se quemó la fábrica?

En el año 1973. Eso fue una cosa muy buena, porque fue el primer
paso de crecimiento rápido. Y la reconstrucción duro sólo cuatro
meses. Llegó a ser una empresa muy exitosa hasta 1980. Esto nos
llevó a la gran expansión que culminó justo con la crisis
económica. Hubo cosas que, vistas desde la perspectiva de hoy,
pudieron ser evitadas. Mi orgullo, que llevó a buscar un
sobreprecio sobre las acciones. Eso retrasó la capitalización.
Perdimos un año y medio con el BID, una de esas organizaciones
que necesitan tanto de la modernización como el Gobierno
Ecuatoriano. Otra decisión equivocada: Cuando hicimos el análisis
de rentabilidad de la compañía, era tan grande que sugería como
política un mayor endeudamiento y un capital menor. O sea, la
ambición.

Orgullo y ambición ....

Si. Y vino el tercer defecto. Con los intereses más altos, con el
cierre de las exportaciones a Venezuela, con una huelga atroz, en
agosto de 1981 se agotó el capital. Un compás de confianza de la
Banca hacia la empresa hubiese resuelto el problema con 50
millones de sucres. Pero durante tres años la gerencia de
Artepráctico no trabajó en nada más constructivo que rendir
tributo a la Banca. La documentación la llevábamos en maletas.
Nunca la leyeron. En los tres años no tomaron ni una sola
decisión. Miles de millones de sucres salieron de las arcas de
esta empresa enferma para llenar los bolsillos de banqueros
gordos, que hoy son más gordos todavía. En el mismo estado
estuvieron decenas de compañías grandes y chicas y los banqueros
hicieron su agosto. Este poder tan fuerte de algunas
instituciones no se compagina con ninguno de los progresos que
estamos planificando para este país. Colombia tiene leyes para
proteger las inversiones de su pueblo.

¿Ni así has querido participar en lo que se decide en Quito?

Es difícil que a un hombre que "ha fracasado" se le hagan esas
propuestas. Tal vez, cuando se vean contrarrestados los fracasos
con uno que otro éxito...

He oído decir que serías un buen alcalde.

Ese debe ser un trabajo bien difícil, porque no nombras a tu
directorio, ni siquiera lo hacen tus accionistas. No sé si tenga
el don de político flexible para aceptar cosas que me sacarían de
quicio.

¿Tienes entonces la rabia de los Tosi?

Si. Hay cosas que me enojan. Hay cosas que me duelen. Me enojan
los sucesos de violencia innecesaria. Me duele cuando mido los
sacrificios que necesitas para hacer algo y las gentes se oponen
al funcionamiento lógico de las cosas.

Me entran las dudas respecto al proverbio oriental.

Querer lo que tengo significa también aceptarme como soy.

Acabas de superar una grave enfermedad.

Nunca se sabe. Fue una experiencia valiosa. Pienso mucho en la
muerte. A veces temo no tener el tiempo suficiente para alcanzar
lo que me he propuesto, para que no se desmorone después. Pero el
instante último debe ser maravilloso. Como casarse o hacer la
primera comunión. Luego siempre cuesta acostumbrarse. Pero, como
es el paso a la eternidad, habrá mucho tiempo para irse
acomodando. (12A)
EXPLORED
en Autor: Susana Klinkicht - Ciudad N/D

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