ESA VIEJA COSTUMBRE DE SENTIR. Por Mario Benedetti

MONTEVIDEO. 05.03.92. En las últimas décadas de este siglo
revuelto han ocurrido relevantes hallazgos, mutaciones,
rupturas, vaivenes. Cualquier interesado en el tema podría
hacer la lista; yo también, pero no quiero cansar al lector
con una nómina de señales que la prensa exhibe diariamente en
sus titulares. Sin embargo, se han producido otras
alteraciones, menos espectaculares, ya no entre poder y poder,
o entre invasor e invadido, sino entre prójimo y prójimo.
Como extraña derivación de tales reajustes, los sentimientos
están pasando a la clandestinidad. La violencia como
abrumadora propuesta de los medios audiovisuales; la
desaforada obsesión del consumismo y la inescrupulosa
persecución del sacrosanto status; el fundamentalismo del
confort; la plaga universal de la corrupción; la represión
legal, y la otra, la autorizada; la antigua brecha, hoy
convertida en profundo abismo, entre acaudalados y
menesterosos; todo ello conforma un azote colectivo que
castiga las emociones, cuando no las expulsa, la exilia.
Acorralados y escarnecidos, los sentimiento pasan a la
clandestinidad. A veces hay que esconderse para ejercer o
recibir la solidaridad.
Por otra parte, el virus antisentimental se ha transmitido a
las artes y las letras. En más de un país pueden detectarse
posturas de cierta crítica que no soporta la aparición o
exteriorización del sentimiento.
Poseedores de un recién incorporado scanner llamado Kundera,
lo deslizan por los altozanos y planicies de cada nuevo libro
o nueva canción o nuevo drama, y cuando tropiezan con algún
sentimiento rezagado o que aún no ha pasado a la
clandestinidad, se atropellan y no dan abasto para etiquetarlo
como "kitsch", palabra importada del alemán que significa
cursi, vulgar, chabacano, de mal gusto, y otras linduras. A
veces uno tiene la impresión de que algunos reseñadores
culturales sólo están preparados para buscar y detectar lo
"kitsch" (les parece demasiado vulgar decir vulgar). No es
que no estén capacitados para sentir, pero quizá se lo
oculten a sí mismos para no morirse de vergüenza.
Curiosamente, estos fanáticos de Bukovski, sus borracheras,
sus eructos en televisión y su sexo explícito, suelen ignorar
olímpicamente a Henry Miller, quien también se emborrachaba y
fornicaba explícitamente, pero lograba meter todo eso en un
clima de poesía, casi de misticismo, y así elevaba su realismo
sucio "avant-la-lettre" a la categoría de arte universal.

De "Corazón" a los pistoleros galáxicos

En este hoy agobiante, la agresión al sentimiento comienza
desde la infancia. Hace sesenta o setenta años, y antes aún,
los niños leían a Verne, a Salgari, los más precoces a Dumas,
pero también se entusiasmaban con un libro mucho más ingenuo,
"Cuore" ("Corazón"), del italiano Edmundo de Amicis
(1846-1908), a quien Benedetto Croce calificó de "non artista
puro, ma scrittore moralista" Es posible que ahora, resecos
por mezquindades y laceraciones varias, juzguemos aquella obra
como sensiblera, pero lo cierto es que en las infancias de
varias generaciones cumplió una función no despreciable:
enseñó a sentir. Aun considerando las blanduras y
compunciones de "II piccolo scrivano Florentino", "Sangue
Romagnolo" o "Dagli Appennini alle Ande" y otros relatos de
Cuore ¿no constituía aquel libro una "educación sentimental"
menos desalmada que los monstruos extraterrestres, los
pistoleros galáxicos o las ametralladoras de rayos cósmicos,
que hoy pueblan las jugueterías , los árboles navideños y las
pesadillas infantiles?
La vieja historia, cuyo final es anunciado con tanta soberbia
por un reputado nipoyariqui, ¿quedará paralizada en este cruce
de violencias? Mientras los politólogos intentan responder a
esa interrogante, el sentimiento auténtico es desalojado por
lo frívolo programado. Aunque los mass media y ciertas
tiernas elites, incluyan el sentimiento en sus "listas
negras". el ser tuvo y sigue teniendo necesidad de sentir.
Lo malo es que si la televisión sólo le brinda un simulacro de
sentimientos, él (o más amenudo ella) igualmente se aferran a
la pobre imitación. Tal vez fuera últil indagar, sin ánimo
encuestador pero sí reflexivo, a que se debe el actual éxito,
en todo el orbe, de las telenovelas o culebrones. ¿No será
que la gente se está aburriendo de guerras interplanetarias y
trasplantes de cerebros asesinos, y aspira a que las imágenes
y las peripecias de la pantallita familiar de algún modo
apelen a sus sensaciones presentes y no a los improbables
fulgores del siglo XXII? Ya que le son birladas las emociones
de buena ley, el público se atiende a remedos mediocres, a
efusiones de pacotilla.

Para ver desde la galería

Si el espectador antes se había conmovido por ejemplo, con
seriales españolas de excelente factura, como "Fortunata y
Jacinta" o los gozos y las sombras, ahora su vieja necesidad
de sentir lo arrastra a hipnotizarse con "Dallas", sin duda
una bazofia, pero de técnica impecable. Es obvio que en las
seriales norteamericanas los pobres no existen. Los pobres no
sólo son indeseables en la realidad y en los presupuestos del
Estado; lo son asimismo en la televisión. Aunque lo formulen
desde una visión clasista, los británicos (vbg. "Los de arriba
y los de abajo") al menos no los ignoran totalmente. Entre
los latinoamericanos, Brasil (que es el de mejor nivel
profesional) hace sus equilibrios. Los mejores en este rubro
quizá sean los australianos, que están produciendo seriales de
indudable calidad artística y honesta proyección social., En
cambio, en sus equivalentes norteamericanas ("Dallas",
"Dinastía", "Falcon Crest", etcétera) las pasiones, los
crímenes, las escenas de cama, las gestas de la hipocresía,
ocurren por lo general entre acaudaladas familias que generan
su peculiar y suntuosa ley de la selva. La verdad es que
cuando las recibimos en el Tercer Mundo, resultan historias
para ser contempladas desde lejos, nunca desde un palco
proscenio sino desde el gallinero, puesto que tales dramas no
nos involucran. Se trata de chismes y puteríos, pero de un
remoto Walhalla. Aun así, puede ser francamente divertido
presenciar cómo héroes y semihéroes, diosas y vicediosas, se
traicionan y abofetean, se despanzurran o se inmolan, sin que,
por otra parte, nada de ello signifique el final de la trama.
¿Acaso no aparecen, tras el boato de cada funeral, los
cuantiosos legados, con sus cruentas batallas anexas, gracias
a las cuales pueden prolongarse la expectativa y los
consiguientes dividendos mundiales?

Sentimientos incómodos

Ya no en la televisión sino en la vida monda y lironda, las
las hecatombes varias de estos años de delirio han generado
nuevos prejuicios, xenofobias, discriminaciones, condenas.
Haber luchado alguna vez (cercana o remota, poco importa) por
la justicia y la distribución decente de la riqueza, puede ser
hoy una mancha en el currículo del más pintado. Lo cierto es
que los sentimientos son incómodos: no caben en la
computadora, no pagan impuestos, no convocan multitudes y ya
ni siquiera hacen goles. Por otro lado, la televisión enseña
a sus mirones a aburrirse de los indigentes y a entretenerse
con los espléndidos. Es claro que también los pobres se
aburren de su pobreza. Un anónimo humorista uruguayo pergeñó
hace poco un chiste tan macabro como verosímil: "El Uruguay no
es un país subdesarrollado, sino en vías de subdesarrollo" .
No obstante , antes de hundirse en ese subdesarrollo y en la
insensibilidad programada desde el poder , la gente busca
afanosamente volver o sentir. El sentimiento es una vieja
costumbre y, en el fondo, el hombre y la mujer corrientes no
se resignan a perderlo.

Utopía y sentimientos

Para el publicitado y congelante posmodernismo el sentimiento
no cuenta; es apenas un insignificante rescoldo del
romanticismo. Es claro que para el posmodernismo es tan sólo
un inmolado más. No obstante, en los países "en vías de
subdesarrollo", donde el fabuloso consumismo de los sectores
priviligiados puede llegar a ser una insultante exhibición
para aquellos hombres y mujeres que ni siquiera tienen seguros
el techo o la comida, el sentimiento es aún un refugio, una
cantera.
En un mundo donde, al decir del cardenal Roger Etchegarry "el
capitalismo se siente debilitado por su propia victoria y
busca una ética como nunca lo ha hecho", el sentimiento podría
ir saliendo de sus catacumbas, ya que el capitalismo, por más
esfuerzos que haga, le va a ser muy difícil encontrar una
ética que nunca tuvo. En el pasado (después de Cristo, pero
antes de Kundera) el sentimiento representó una fuerza vital,
un sostén y un resguardo de la ética. Quizá hoy el
sentimiento sólo pueda movilizarse a golpes de utopía.
No estría mal, después de todo, las utopias, realizadas o no,
pero siempre generosas y abiertas, han funcionado muchas veces
como sistemas de circulación del sentimiento, y es obvio que
el mundo en crisis necesita esa savia.
EXPLORED
en Ciudad N/D

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