Quito. 13.02.92. "Nada para el coronel", dice el administrador de correos,
con su habitual tono desdeñoso, pero sin poder evitar sentirse
viejo y ajado, como aquel anciano a quien habla y que
invariablemente encuentra parado junto a las herrumbrosas
casillas postales de ese pueblo cenagoso, donde atraca su
lancha cada semana.

"No esperaba nada. Yo no tengo quien me escriba", contesta el;
coronel, mientras siente que sus tripas se crispan como las
plumas de sus gallos de pelea, cuando percibe la proximidad de
su contendor.

Pero no es cierto. El coronel espera una carta, su dinero de
la jubilación. Quere poner madera al piso de tierra de su
casa, cubrir de cal sus paredes deconchadas, tener café
abundante todas las mañanas, comprarse un nuevo traje de dril,
pagar un buen doctor para sus mujer asmática, adornar con
flores la tumba de su hijo asesinado.

Así que el coronel gira despaciosamente, como buscándose a sí
mismo. Levanta la vista y ve a un niño que lo observa desde el
vidrio trizado de una ventana. Emprende el camino de regreso
hacia su casa, cuidando que el fango de las calles no se
enquiste en las costuras de sus zapatos negros. Vendrá el
próximo viiernes. Hasta tanto no le queda más que continuar
esperando...

El drama de la espera

La historia de este personaje garciamarquiano ilustra
perfectamente la vida económica y, sobre todo, política de los
pueblos latinoamericanos, marcada por las promesas
incumplidas, las necesidades postergadas y, claro, el
creciente desencanto de porciones cada vez mayores de la
sociedad, que sufren un continuo deterioro de sus niveles de
vida, sin que, al parecer, nada se pueda hacer para evitarlo.

El drama del latinoamericano está justamente en esa permanente
espera que le consume las entrañas. La carta, la buena nueva
que espera la gente como el coronel, no viene a pesar de las
reiteradas promesas recibidas.

El caso ecuatoriano es, en este sentido, sumamente elocuente.
Desde finales de la década de los 70, cuando la bonanza
petrolera estaba por terminar y el período constitucional
recién empezaba, llegó al poder "La Fuerza del cambio" con una
serie de propuestas sociales que llenaron de esperanzas a
extensos sectores del país. Dos jóvenes políticos llenos de
buenas intenciones, pero no más que eso.

Se creía que el nuevo Estado democrático -alimentado por los
ingentes recursos petroleros que por esos años todavía
ingresaban al país- sería capaz de solucionar todos los
problemas económicos y sociales que agobiaban a la población,
a través de una serie de políticas que intentaban erradicar la
pobreza y promocionar la participación popular, entre otros
objetivos.

Sin embargo, estas iniciativas no pasaron de convertirse, en
el mejor de los casos, en políticas asistenciales, de fuerte
corte populista, que no permitieron otra cosa que la formación
de clientelas urbanas y rurales que concentraron los recursos
destinados hacia este rubro, en desmedro de sectores
verdaderamente desposeídos que no podían acceder a los
beneficios de estas acciones, por no poseer una filiación
política concreta.

Así, lo que básicamente se consiguió es engordar un sector
burocrático privilegiado que entorpeció las acciones
estatales, e impidió una mejor gestión de la crisis, a partir
de 1982.

En efecto, con la asfixia financiera que sobrevino a partir de
la crisis económicainternacional de 1982, el Estado
ecautoriano debió emprender en fuertes procesos de recorte de
gastos y de disciplina fiscal -inuasuales para la época-que
dejaron al descubierto las fuertes limitaciones y deficiencias
de los servicios que prestaba.

El excesivo burocratismo, la concentración y superposición de
funciones y el desperdicio de dinero, marcaron la tónica de
las políticas sociales de aquellos años.

Así las cosas, los proyectos e iniciativas que buscaban
promover la gestión social tuvieron que ser abortados
prematuramente, para dar paso, hacia la segunda mitad de 1982
y durante 1983, a las primeras medidas de ajuste aplicadas
durante la década pasada.

Como siempre, las medidas en cuestión consistieron en poner
limitaciones al crecimiento de los medios de pago y al gasto
deficitario del sector público, así como modificar la
estructura de los precios relativos, principalmente a través
de la manipulación del tipo de cambio.

Se impone la gestión del corto plazo

De allí en adelante, el manejo ecoñomico del país se
caracterizó fundamentalmente por la aplicación sucesiva de
programas de ajuste y estabilización ortodoxos, con distintos
resultados en el sector externo y en el control de la
inflación.

Esto supuso, naturalmente, un retroceso de las iniciativas de
corte social que incorporaban una perspectiva de más largo
aliento en sus políticas, para dar paso a una modalidad de
gestión de la crisis exclusivamente cortoplacista, donde la
terapéutica recomendada fue, como se ha dicho, invariablemente
la misma: la de los programas de ajuste auspiciados por el
FMI.

Con el advenimiento del nuevo gobierno, durante la
administración de Febres Cordero, la gestión de lo social se
debilitó aún más, pues la conveniencia o no de invertir en lo
social era analizada desde el punto de vista de la
rentabilidad económica que reportarían esos recursos. Así, lo
que más se privilegió en este campo, fue la construcción de
obras de gran magnitud, en desmedro de iniciativas "menos
visibles", como las campañas de alfabetización, por ejemplo.

Con el ascenso del actual gobierno socialdemócrata, la
política social recobró alguna vigencia -sobre todo en el
rubro de desarrollo rural integral- aunque, como se verá más
adelante, el porcentaje de recursos erogados hacia el campo de
acción no varió sustancialmente de los rangos registrados en
años anteriores. (REVISTA 15 DIAS)
EXPLORED
en Ciudad N/D

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