JOVENES ECUATORIANOS SE MANIFIESTAN EN DESACUERDO CON LAS
RELACIONES PREMATRIMONIALES Y CREEN QUE LA MUJER DEBE LLEGAR
VIRGEN AL MATRIMONIO, por Alexandra Ayala Marín

Quito. 24.11.90. Mientras los acordes de la "salsa erótica"
suenan en las radios, y los video clips respectivos convierten
en más evidentes las sugerencias sonoras, los jóvenes
ecuatorianos, hombres y mujeres, de 15 a 24 años de edad, se
manifiestan en desacuerdo con las relaciones prematrimoniales
y creen que la mujer debe llegar virgen al matrimonio.

La última encuesta realizada por CEPAR, Centro Ecuatoriano de
Población y Paternidad Responsable, en Quito y Guayaquil, deja
ver estos resultados que demuestran, al mismo tiempo, no sólo
la diferencia de criterios entre ambos sexos, sino las
contradicciones de los individuos en sus opiniones sobre la
sexualidad, y la paradoja que reviste el ejercicio de una
importante actividad biológica, respecto a la cual la mujer se
mueve entre la represión y la sanción social. Diferencia se
aprecia entre hombres y mujeres, cuando éstas, en
aproximadamente 65 %, no creen que debe haber relaciones
prematrimoniales; la proporción cobra más peso cuando ellos,
en más del 80 %, se manifiestan favorables a tenerlas.

Igual diferencia, aunque en menor medida, se expresa en el
criterio a favor de la virginidad de la mujer para el
matrimonio: un promedio del 50% de los varones así lo cree,
mientras que el porcentaje sube entre las damas al 70 %.

La diferencia de criterios entre hombres y mujeres no asombra;
llama la atención, sin embargo, la contradicción de las
posturas masculinas, pues mientras ellos se muestran más
liberales respecto a las relaciones sexuales antes del
matrimonio, exigen, al contrario, esa frágil condición
fisiológica que, supuestamente, hace más apta a la mujer para
ser esposa respetable y confiable. Ellas, en cambio, aparecen
más coherentes en ese sentido, pues un porcentaje casi similar
de respuestas se registra para las dos preguntas (65 %).

Paradójico es el hecho de que, a pesar de los criterios
anteriores, los mismos jóvenes encuestados admitieron haber
tenido relaciones prematrimoniales, siempre las mujeres en
menor medida (26,1 % y los hombres, 67,7 %). La diferencia
entre ambos géneros deviene más evidente conforme aumenta la
edad: entre 23 y 24 años, el 46 % de ellas, y el 98.8 % de
ellos.

Las cifras son, sin duda, ilustrativas, y nos remiten a ese
universo de la sexualidad donde la paradoja fundamental se
presenta en el desajuste que existe entre la concepción que se
tiene sobre ella y su ejercicio; entre la permisividad para el
sexo masculino, y la prohibición para el femenino.

La diferencia de concepción y de ejercicio según el sexo al
que se pertenezca, nos remite también a otro síntoma de la
sociedad, que es causa y efecto a la vez: la doble moral
respecto al hombre y a la mujer y la doble moral en relación
con el mundo público y privado. El hombre, que pertenece al
mundo público, puede admitir para una encuesta que tiene o ha
tenido relaciones sin casarse: a él le está permitido
socialmente, sin sanciones. La mujer, propia del mundo
privado, no sólo fue socializada en la idea o en la norma del
pecado respecto a la sexualidad fuera del matrimonio, sino que
como es prohibida, experimenta cierto temor de admitirlo
públicamente, como es responder para una encuesta. La
paradoja es que si bien para el hombre no existe la dicotomía
entre el ser y el debe ser, para la mujer, en cambio, es
tajante. No de otra manera puede interpretarse el hecho de
que estén en desacuerdo con las relaciones prematrimoniales y
sin embargo las practiquen: contradicción entre el modelo (el
debe ser) y la realidad (el ser); paradojas de los seres
humanos que viven en sociedad.

Cabe preguntarse, sin embargo, qué es lo que hace que mujeres
y hombres sigan exigiendo la virginidad de ellas para llegar
al matrimonio. Este síntoma del mundo occidental de los años
80 que, al parecer, se reforzará en la presente década, ya ha
hecho pensar a los estudiosos en un retorno a anteriores
creencias y costumbres cuestionadas en las dos décadas
precedentes. Este neo-conservadurismo sigue afectando,
evidentemente, a la mujer en la medida que, no obstante
métodos anticonceptivos, a ella es a quien se exige la
represión de un impulso vital.

El discurso público que se institucionaliza sobre el erotismo
y su libre curso, y que se manifiesta en el pretendidamente
nuevo género musical, la salsa erótica, sigue teniendo como
protagonista, de la palabra y la sexualidad, al hombre. El
habla, él ejecuta, él pide u ordena: "deja la luz encendida/
quiero mirarte desnuda/ ahora no hay ninguna prisa/ y te amaré
de punta a punta", dice el El Grupo Canso, de Colombia, para
citar un ejemplo. No son dos seres humanos en igualdad de
condiciones los que están dispuestos a batallar en la lid
amorosa, ambos sujetos del acto y la palabra. No, ella casi
obedece, se deja amar, hace lo que le piden. La liberalidad
del discurso y las costumbres no es nada más que supuesta;
encierra los valores de siempre: la desigualdad hombre-mujer
también en el ejercicio de la sexualidad (él activo, ella
pasiva, dispuesta), que es uno de los viejos aspectos de su
subordinación. Si ya no sólo para la reproducción, sino para
el goce, es el hombre quien todavía impone sus reglas.

Así puede interpretarse, quizá, esa mayor amplitud de los
muchachos para tener relaciones prematrimoniales, en
contraposición a las muchachas, aún más conservadoras, por
esas razones históricas que conocemos.

Las diferencias de criterios entre hombres y mujeres ponen de
manifiesto también las divisiones que la sociedad establece
para las mujeres. Si ellos están de acuerdo con las
relaciones prematrimoniales y las practican, éstas pueden ser
entendidas en general, como relaciones antes del matrimonio y
no necesariamente con aquella que será su esposa: la
empleadita doméstica o la muchacha de más bajo estrato social,
en el mejor de los casos, ya que la transacción mercantil con
la mujer prostituida es la que lleva la delantera; como éstas
son "fáciles", digna para el matrimonio debe ser virgen. Y la
escogida para esposa aceptará las relaciones previas sólo con
aquél que será su compañero legalmente, sino se casa con el
mismo, el "estigma" de la virginidad perdida pesará en su
comportamiento y en sus relaciones futuras con otros
hombres.

Mucho más podría deducirse de las cifras de la encuesta, que
no se detiene en los tres aspectos comentados. Lo evidente
es, sin embargo, que la sexualidad sigue siendo tabú, y no a
nivel de discurso, sino a nivel de práctica. Ya no es
prohibido hablar sobre ella. Se siente prohibición para
ejercerla fuera de la institución que la avala, el matrimonio.
Y si en la práctica, la prohibición resulta una verdad a
medias, eso no muestra más que la paradoja de los seres
humanos: saberse seres sexuados y rechazar el reconocerse como
tales, al menos para la mitad de la humanidad, ésa constituida
por las mujeres.

La paradoja es, además, resultado de la lógica social
imperante: despertar la sexualidad, incitarla a través de los
medios de comunicación, del discurso público ya aceptado, y
reprimirla, a través de las normas vigentes. Quizá por ello
el erotismo se ha convertido en la más antigua última
mercancía del mundo. Quizá por ello, la lambada recrea tanto
a la vista y remueve tantos comentarios adversos y moralistas.
Porque ese baile, ni más ni menos sensual que cualquier otro,
tiene la virtud de enrostrarle a la sociedad su hipocresía.

Sólo una pregunta final: ¿qué hacer para que no exista
desajuste entre el ser y el deber ser, y entre el hacer y el
pensar? (C-3).
EXPLORED
en Ciudad Quito

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