EN LA VISPERA, LAS CUENTAS CLARAS Por Felipe Burbano

Quito. 09.08.92. En junio de 1988, el economista Alberto Dahik
declaró a la prensa que el mayor problema que tendría por
delante el gobierno de Rodrigo Borja sería el déficit fiscal.

Para esa fecha, el Banco Mundial estimaba que el déficit
ascendía al12% del Producto Interno Bruto (PIB), un nivel sin
precedentes. La situación se había vuelto tan difícil que el
entonces vicepresidente de la República, Blasco Peñaherrera,
ya distanciado totalmente de León Febres Cordero, declararía
preocupado a la prensa: "(el país) tiene un déficit
presupuestario que nadie sabe cómo podrá ser resuelto".

Cuatro años después, y solo días antes de la segunda vuelta
electoral, el candidato a la vicepresidencia por la alianza de
republicanos y conservadores, el mismo Alberto Dahik, repetía
casi lo mismo que había dicho en junio de 1988: el gobierno de
Borja deja como herencia una difícil situación fiscal. La
única diferencia es que hoy el déficit público -según el
ministro Pablo Better- llegará, en el peor de los casos, al 3%
del PIB.

Entre el 12% y el 3% hay un abismo: una situación inmanejable
contra una manejable. Pero alrededor de esas cifras hay otra
circunstancia diferente: el gobierno de Borja asumió el mando
del Estado sin recibir un solo informe previo sobre la
situación económica del país. Una vez posesionado, empezaron
las sorpresas: el 12% estimado del Banco Mundial, se volvió,
revisadas las cifras, 17%. Hoy el ministro de Finanzas
designado, Mario Ribadeneira, ha recibido de su antecesor toda
la información requerida y la han analizado y discutido
juntos. Detrás del 3% no hay sorpresas.

Las furias de LFC

Un mes antes de entregar el poder, León Febres Cordero no
podía ocultar su decepción frente a lo ocurrido con la famosa
"flotación cambiaria": "Pese a que le dio la mayor oportunidad
de su vida al sistema empresarial, fue el propio sector el que
lo desvirtuó con su especulación". En el blanco de sus
críticas estuvieron los exportadores: les faltó "ética y
decencia", dijo, para hacerle funcionar al sistema de
flotación.

El tono de sus críticas era un reflejo de la situación
imperante en el mercado cambiario. El 3 de marzo el gobierno
se había visto forzado a reemplazar el sistema de flotación,
puesto en vigencia el 11 de agosto de 1986 ("las medidas de
los mil años", de Dahik), por un sistema de tipo de cambio
fijo, en confuso mercado "libre controlado". ¿En qué
consistía? En que los exportadores en lugar de vender sus
dólares al mercado "libre-libre", como lo venían haciendo,
tenían ahora que venderlos obligatoriamente a los bancos, a
una cotización fija de 275,00 sucres, para que estos a su vez
los vendieran a los importadores. En el nuevo sistema, los
bancos privados cumplían las funciones que tradicionalmente
correspondían al Banco Central.
Existían, entonces, tres mercados: el oficial (donde se
vendían los dólares del petróleo); el "libre controlado"
(donde se vendían los dólares de las exportaciones privadas);
y el "libre-libre". Febres Cordero sabía que el sistema no era
el mejor, pero sostenía que "era el único frente al abuso del
sector empresarial".

En realidad, se vivía un clima de guerra alrededor de los
dólares. El ministro de gobierno de entonces, Heinz Moeller,
denunció a la prensa la "audacia y el cinismo" de ciertos
bancos que vendían los dólares en el mercado
"libre-controlado" por debajo de la mesa y con un sobreprecio
de 60 sucres. Frente al caos, el gobierno ordenó investigar a
66 empresas exportadoras -algunos exportadores fueron
detenidos- para verificar si entragaban sus dólares
normalmente y la Superintendencia de Bancos anunciaba
"inspecciones sorpresivas" a bancos y empresas importadores y
exportadoras.

El 21 de junio, la situación era insostenible: el presidente
de la Cámara de Industriales de Pichincha, Pedro Kohn,
denunciaba la "extorsión" de la que eran objeto los
importadores en el mercado "libre controlado", donde los
dólares se vendían con un sobreprecio de 100 y 150 sucres.

Mientras esto ocurría en el "libre controlado", en el
"libre-libre" la cotización seguía en ascenso: de 435 sucres
en abril pasó a 525 en agosto. La brecha entre el tipo de
cambio libre y el oficial (congelado en 250 sucres) era del
110%. Un comentarista escribió: "el gobierno va ahora de tumbo
en tumbo en la economía, sin encontrar las fórmulas para
contener la escalada vertiginosa del dólar".

Hoy, con la subida de los últimos días incluida, la brecha es
del 12%. Los importadores han recibido los dólares que han
querido -incluso para acumular inventarios- y el tipo de
cambio ha evolucionado al compás del ritmo marcado por el
gradualismo de las minidevaluaciones: sin sobresaltos, desde
el comienzo hasta el fin. ¿El resultado? El nuevo gobierno
recibe un mercado estable, con un pequeño rezago, las
exportaciones en ascenso y una reserva monetaria cómoda.

Los nuevos billetes

El 14 de abril de 1988 el país sufrió un golpe inflacionario
sicológico: el Banco Central del Ecuador anunciaba la emisión
de billetes de 5.000 sucres, síntoma inequívoco de la pérdida
progresiva del valor de la moneda ecuatoriana. Y es que si en
enero de 1988 la inflación anual era del 34,3% , en agosto
trepó al 62,9%, y todo hacía pensar que la ola seguiría en
ascenso. En efecto, la economía tenía inyectada un carburante
explosivo para los precios: el gobierno había mantenido un
ritmo de gastos digno de los mejores tiempos petroleros,
reflejado en los préstamos obtenidos del Banco Central: de
diciembre de 1986 a agosto de 1988 esos préstamos pasaron de
4.476 millones de sucres a 67.729 mil millones (­crecieron
1.400%!). En un año y medio el gobierno había recibido
préstamos del Banco Central en cantidades superiores a lo que
recibieron los diferentes gobiernos en todos los últimos diez
años. Allí estaba una de las causas del abultadísimo déficit
fiscal y el carburante de los precios.

Pero cuatro años después, el país vuelve a tener un golpe
inflacionario: el Banco Central pone esta vez a circular los
billetes de 10.000 sucres. La inflación sigue presente en la
economía, pero con nuevas facetas: no aumenta pero tampoco
baja; menos alborotada y más estructural; actúa en la
superficie del sistema y en el inconsciente de cada
ecuatoriano; no hay un factor, como hace cuatro años, que la
combustione; sus causas se han vuelto "inerciales". No
conmociona pero estorba y cada vez más. Tras perder la guerra
antinflacionaria después de dos años de combate, el gobierno
renunció a nuevas batallas y se contentó con solo no verla
crecer. Prefirió el insomnio a los ajustes.

En medio de la transición democrática, ordenada y cordial que
ha vivido el país, tan contrastante con la turbulenta
transición de hace 4 años, la inflación es un crespón negro
que presagia tiempos difíciles para los ecuatorianos. Pesada
herencia que asume el nuevo gobierno en medio de una economía
bien retocada en el frente externo y con todas las cuentas
claras. 2-A
EXPLORED
en Autor: Felipe Burbano - [email protected] Ciudad N/D

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