EMBAJADORES AL BORDE DE UN ATAQUE DE NERVIOS, por Juan
Gasparini

Bagdad. 01.06.91. "Acá vamos a morir todos". La frase
lapidaria de uno de los doce embajadores de la Comunidad
Económica Europea cae como una losa.

Después del atardecer se instala el frío en Bagdad. Anuncia el
invierno, el clima esperado por los enemigos de Saddam Hussein
para lanzarse a la conquista. Las noches se alargan y
desciende la temperatura.

En algunas regiones las lluvias suelen provocar hasta
inundaciones trastornando las comunicaciones y los
transportes. Mal augurio para Irak, pues impediría una
recuperación rápida en caso de ataque.

La mirada del diplomático atraviesa los ventanales de la
residencia en el barrio de Jadria, donde se alinean chálets de
gente pudiente.

Los ojos recorren las riberas del Tigris antes de perderse en
la negrura del firmamento. Sin embargo, la luna no aparece.
Ese es el signo que debería preanunciar los bombardeos, según
las hipótesis de guerra que circulan en medios pro
occidentales en Irak.

Pensar que Saddam va a ceder antes que lo golpeen es
desconocer su forma de actuar. Resistirá. Desde que se hizo
con el poder en 1979, no ha hecho otra cosa que la guerra. La
política en este país es sangrienta. Un ministro se equivoca y
en vez de hacerlo dimitir y darle el premio consuelo de una
embajada en Holanda, lo fusila. Después los comunicados dicen
siempre lo mismo: dio informaciones falsas al liderazgo.

La mención del presidente de Irak tensa el comentario
político. Hablar de aquel a quien prácticamente ningún
diplomático ha visto personalmente, agiganta el enigma.
¿Acaso por aquello del miedo a lo desconocido en un personaje
tenido por implacable?

Las cartas credenciales las recibe el viceprimerministro Taha
Yassin Ramadhan, número tres del régimen. Saddam no recurre a
recepciones, alimentando los rumores sobre un sistema de poder
en el que se hace difícil diferenciar una purga interna de un
golpe de mano de un sector contra otro.

La versión es que el mariscal Hussein vive en un bunker
subterráneo del que emerge para recibir fugaces visitas o para
efectuar súbitas inspecciones a las tropas, gestos registrados
sistemáticamente por la televisión.

El mito ha hecho eco en la prensa extranjera. Para esquivar
los oídos de los servicios secretos del líder retratado en
todas las calles vestido de militar, hombre del desierto y
dirigente occidental, los periodistas le ponen seudónimos.
Así pueden mencionarlo en voz alta.

Digamos -para no revelar detalles- que los franceses lo llaman
"Francois" y los españoles lo apelan "Paco". Las visas para
los periodistas en Irak son de una semana para la prensa
escrita y de diez días para la gente de radio y televisión.
Raramente se renuevan. "Los viejos esquemas no sirven"

Esta no será una guerra clásica, como las coloniales. Los
Estados Unidos no pueden aspirar a doblegar, sin pérdidas
enormes, a un ejército que puede poner cuatro millones de
hombres en armas. Las cincuenta y cinco mil bajas que tuvieron
en Vietnam todavía pesan en la opinión pública.

Acá la guerra tiene que ser de destrucción antes que de
ocupación, para ahorrar balas, y eso no se consigue con la
infantería y los tanques, sino con los aviones y misiles. Acá
aplicarán la táctica que les permita descabezar el poder
aniquilándolo como potencia regional."

La reflexión proviene de uno de los tres embajadores con que
todavía cuenta América Latina en Irak. Cuando ella se traduce
en mensajes cifrados a su Cancillería, las respuestas que
recibe podrían resumirse en un "no seas boludo; si ahí no va a
pasar nada. Ya vas a ver cómo al final todo se arregla con la
negociación".

Estos fotogramas se suceden desordenados en una larga
película. Mientras los gobiernos en las capitales dudan entre
un apoyo abierto a la solución militar propugnada por la Casa
Blanca o alguna otra actitud que los desmarque de Washington,
sus representantes en Bagdad buscan desesperadamente algún
camino mágico que les permita trasponer los seiscientos
kilómetros hasta la frontera con Turquía ni bien empiecen a
caer los proyectiles.

"Todo el mundo sabe que el único escape es por el norte. No
vamos a ir para el sur, hacia Kuwait... Pero me temo que en el
primer control de carreteras nos van a hacer volver atrás. No
importa. Necesito creer en algo." Esta vez la angustiada
confidencia proviene de otro de los funcionarios de América
Latina. Al igual que la mayoría de sus pares, no comprende por
qué su país no levanta la embajada. "Me han puesto en la
disyuntiva" -agrega-: "O renuncio y me voy, o me quedo y lo
más probable es que me maten.

¿Cuál es el sentido de quejarse? "Los embajadores se sienten
abandonados a su suerte en Bagdad. Nadie quiere pasar por un
cobarde y desertar. Todos preferirían que sus capitales les
dieran la orden de irse. Ante la misma pregunta confiesan que
han acondicionado alguna dependencia para guarecerse de los
bombardeos.

Las delegaciones que este enviado pudo visitar parece que
estuvieran en vías de ser desmanteladas. Los clavos en las
paredes son señal de cuadros ausentes. Los muebles escasean.
Los archivos de los cables en clave en no pocos casos han
terminado en fogatas dado el riesgo y los costos del
transporte a Amman, Jordania, la primera escala en el replique
parcial efectuado después del 2 de agosto.

Las representaciones que quedan son raquíticas. Raramente
pasan de tres funcionarios: un embajador, un encargado de
negocios y un administrativo, cuyas esposas, en su mayoría, ya
han sido repatriadas. Los Estados Unidos tienen sólo cinco
diplomáticos. La embajadora, de vacaciones cuando la invasión
de Kuwait, no ha vuelto. Quedan un cónsul, un encargado de
negocios y tres empleados de oficina.

La Argentina dispone sólo de un embajador, Gerónimo Cortés
Funes, en quien podría haberse inspirado Osvaldo Soriano para
su novela "A sus plantas rendido un león" si no la hubiera
escrito en 1988. Trata de vivir el naufragio con dignidad y
humor, no obstante que las coronarias lo tienen a mal traer.
Logró sacar a la treintena de rehenes al principio de la
crisis, pero de tanto en tanto le aparece uno nuevo. Ahora le
gotean dobles nacionales que han recuperado la memoria de una
lejana ciudadanía argentina.

Uruguay, Chile, Bolivia, Paraguay y Perú no tienen
representación en Bagdad. Aparte de los contactos y amistades
de cada embajador en particular, los integrantes de cada grupo
diplomático continental se reúnen periódicamente para
coordinar la acción y apoyarse mutuamente.

Los embajadores de la CEE, para citar sólo un ejemplo, se ven
tres veces por semana. Para mantener el equilibrio psíquico
del personal algunas embajadas han puesto en práctica un
mecanismo de descanso para sus funcionarios: quince días en
Bagdad, quince días en Amman. En Jordania se aprovecha para
cobrar los sueldos, despachar y recibir las valijas
diplomáticas y relajarse.

Las embajadas se vacían y, paralelamente, se preparan para lo
peor. Las viejas máquinas de escribir mecánicas han sido
reparadas para afrontar los cortes de luz. Se comienza a ver
nuevos portones corredizos reforzados con planchas metálicas;
rejas alrededor de los jardines; cerraduras sofisticadas en
las puertas, y hasta algunos han mandado a construir un muro
de ladrillos que impida la vista desde el exterior de las
fincas.

Se teme la venganza de la población contra los extranjeros en
caso de ataque aéreo a la capital, particularmente del millón
de obreros y empleados de los viejos barrios de Al Thaura, hoy
rebautizados "Saddam City", en el cinturón de la que fuera
capital del mundo árabe y que, en u totalidad, alberga
actualmente a cuatro millones de habitantes.

La guerra de nervios que libran los embajadores al borde de
ciento veinte días de crisis parece no tener límites. Las
autoridades irakíes les hacen la vida imposible. No los
reciben o los hacen esperar hasta cansarlos. Les envían
dirigentes de empresas a pedir visas cuando es sabido que el
comercio se ha interrumpido con el bloqueo.

Un problema suplementario se presenta si los contratos de
alquiler de las embajadas se aproximan al punto de expirar.
Los propietarios adelantan que no los renovarán, y nadie
quiere nuevas casas que pueden terminar convertidas en
escombros del saqueo. La solución sería comprar, pero el
gobierno autoriza hacerlo exclusivamente en un barrio alejado
de la ciudad, concebido como un ghetto para diplomáticos,
vecino del "Saddam International Airport", previsiblemente uno
de los blancos preferidos de los norteamericanos.

Muchas veces los télex de las embajadas tienen salida pero no
entrada. Si los mensajes son cifrados las comunicaciones
pueden cortarse abruptamente, o en los textos asoman letras
intrusas arruinando el contenido. Las llamadas telefónicas de
las Cancillerías pueden cesar duramente el día, agrupándose
abruptamente por la noche, como si el diablo metiera la cola
para que los diplomáticos no conciliaran el sueño.

Un corresponsal europeo contó tres interrupciones telefónicas
del ministro de Relaciones Exteriores en cuestión, durante una
cena en que el embajador agasajó a sus compatriotas
periodistas de paso por Irak.

Para colmo, las penurias comienzan a hacerse sentir. Y
exasperan. Antes todo podía comprarse en ese enorme
supermercado que era Kuwait, hoy convertido en cuartel
militar. Ahora el Estado de Irak acapara ciertos productos por
necesidades de su aparato, sacándolos de la venta (cintas de
télex, lámparas de luz, papel para escribir, lápices, sobres,
medicinas, cintas engomadas, mercaderías de consumo occidental
-como el papel higiénico, que no se consigue en Irak por
costumbres diferentes, ya que los irakíes prefieren lavarse
con agua después de defecar-, etcétera)

La empresa que más florece gracias a los diplomáticos es la
suiza "Danzas", la única que efectúa mudanzas desde Irak hacia
Europa. Si hasta antes del dos de agosto llevar treinta metros
cuadrados de carga a Alemania, por ejemplo, costaba unos
treinta y ocho mil dólares, hoy el precio se ha duplicado. Al
fin y al cabo, por algún costado la amenaza de guerra tenía
que terminar convirtiéndose en un buen negocio.

Este artículo fue escrito desde Bagdad, para "Quehacer",
diciembre 1990-enero 1991. C-3)
EXPLORED
en Ciudad N/D

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