Quito. 04 ago 2001. (Editorial) Las elecciones ecuatorianas están a las
puertas y ningún episodio político, de ahora en adelante, va a poder ser
analizado sin tomar en cuenta el posicionamiento de las figuras públicas,
de los partidos políticos y de los movimientos sociales, fuera de ese
escenario.

La apertura de la temporada tiene consecuencias inmediatas en la
política.

Una de ellas es que la capacidad gubernamental de gestión se va a ver
limitada al menos por tres razones centrales. En primer lugar, los
partidos políticos y los futuros candidatos tienen en ciernes un futuro
inmediato en donde la cercanía al Ejecutivo tiene que ser medida
cuidadosamente. La posibilidad de lograr mayorías parlamentarias y
subsecuentemente fallos amigables en el Tribunal Constitucional y en la
Corte Suprema, va a estar condicionada al cálculo de los partidos y a los
costos o beneficios que cualquier decisión pueda tener. Al presidente de
la República le va a resultar cada vez más difícil argumentar razones de
Estado para sustentar sus políticas.

En segundo lugar, la amable complacencia con que los partidos políticos
ecuatorianos y sus caudillos han tratado al presidente, puede llegar a su
fin en cualquier momento. Esta actitud, explicable después de la
turbulencia de los años de Bucaram, Alarcón y Mahuad, le dio un respiro
al régimen que no ha tenido, como en el caso de sus antecesores, que
enfrentar una oposición desleal cuyo fin último sea su derrocamiento.
Noboa ha gozado de la fortuna de gobernar con una clase política agotada,
desprestigiada y canibalizada. Más allá de las angustias del Frente
político, la realidad es que este Gobierno no ha enfrentado serias
conspiraciones. La apertura del proceso electoral inevitablemente va a
suponer el endurecimiento de los partidos y la indagación de escándalos
explotables.

En tercer lugar, la agenda del Gobierno va a ser marcada por las demandas
de los partidos y candidatos y por sus necesidades, y no al revés. Temas
como los de costo de vida, conflicto colombiano, inseguridad,
regionalismo y corrupción, probablemente copen poco a poco los debates
parlamentarios. La iniciativa política en escenario electoral ya no está
en manos del ejecutivo.

Todos estos elementos deben confrontarse, además, ante el hecho de que el
Gobierno nunca ha sido fuerte estructuralmente. A pesar de que el período
de Noboa es largo, no ha dejado nunca de ser en realidad otro gobierno
más de transición. El presidente fue entronizado por los militares luego
de un golpe de Estado y no ha contado sino con apoyos efímeros y no
siempre leales. La relación del régimen con el PSC, por ejemplo, da
cuenta de esta dramática debilidad. Más de una vez ha tenido que ceder a
cambio de nada, y más de una vez ha quedado huérfano de respaldo o
desconcertado frente a las críticas de sus extraños amigos. El Gobierno
no ha tenido el respaldo permanente de ningún partido político, ni de
ninguna Cámara de la Producción ni organización de masas alguna. Es en
este año que probablemente despierte a la realidad de una angustiante
soledad.

Central en este proceso, independientemente de que sea candidato o no, va
a ser el ingeniero Febres Cordero. La temporada de hecho ha sido
inaugurada por él, y hasta el momento también la agenda electoral
ecuatoriana ha sido marcada por él. Su rama de olivo a la Izquierda
Democrática lo ha posicionado más al centro, el distanciamiento con el
alcalde de Guayaquil le ha otorgado el control del partido, la catarata
de epítetos al presidente de la República y al conjunto de los ministros
lo ha puesto en una cómoda oposición y, finalmente, el activismo
militante de los medios anuncia próximos respaldos financieros de otros
sectores. Estos elementos van trazando la cancha en donde operarán las
próximas candidaturas.

Cinco fuerzas políticas se perfilan como las más importantes, aunque solo
haya un candidato insinuado. El Partido Social Cristiano, la Izquierda
Democrática, el Partido Roldosista, Pachacutik y la Democracia Popular
seguirán siendo determinantes en el Ecuador. Alvaro Noboa se mantiene
prudente y silencioso, como una sombra ominosa, sin desgastar sus
posibilidades.

Las próximas elecciones, si las últimas tendencias se siguen confirmando,
encontrarán una brecha demográfica cada vez más amplia entre Costa y
Sierra y un electorado cada vez más regionalizado. Un presidente costeño,
de centro derecha, con campaña de corte populista, es una probabilidad
con la que se debe contar si uno se guía por la historia reciente
ecuatoriana. Pero también, por la misma razón, todo es imprevisible. Lo
que es seguro es que, a pesar de los denuestos contra los políticos,
estas elecciones, como todas las anteriores, tampoco serán aburridas.

*Subdirector de Flacso (Diario Hoy)
EXPLORED
en Ciudad Quito

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