Quito. 17 jul 2001. (Editorial) Nadie sabe con certeza cuántos
conciudadanos viven fuera del país. Ni siquiera sabe nadie cuántos han
emigrado a los Estados Unidos, España e Italia. Son muchos los que se han
ido con esperanza y con lágrimas.

HOY informaba ayer de los resultados de una encuesta de Market sobre las
expectativas electorales de los ciudadanos. Una expectativa oscilante
entre el desencanto y el cansancio. Los mismos nombres, los mismos
apellidos, las mismas posiciones desde hace cinco, diez, veinte años. En
Absurdistán las instituciones son pasajeras; los candidatos, permanentes.

(Certezas, grises certezas). Pero lo que sí se sabe es que los emigrados
no pueden ejercer su derecho al voto. Pero lo que sí se espera es que
su anhelada participación vigorizará la democracia ecuatoriana.

Hay varias razones para apoyar el voto de los emigrados: Su contribución
a la economía nacional es la primera. Después del oro negro, el oro rojo
es el que más dólares pone en el mercado ecuatoriano. El oro negro es el
crudo pesado, liviano, contaminante. El oro rojo es la sangre escapada,
abundante, emigrante. En un mundo cuyo valor máximo consiste en pago
tanto valgo tanto, el espíritu del mercado exige que a quienes pagan a
Ecuador se les dé el ejercicio del voto aunque trabajen en Columbus,
Ohio, USA; en Cabeza del Buey, provincia de Badajoz, España, o en
Lucca de Toscana, Italia.

Su perspectiva vital es la segunda razón. Salidos del hueco provincial,
los emigrados pueden mirarlo con nuevos ojos, olerlo con narices nuevas,
entenderlo con nuevo entendimiento. Quien viaja por placer o por dolor
se pone en un punto de vista cuatridimensional: alejado, profundizado,
nostálgico, esperanzado. Un emigrado puede votar con más conciencia. La
conciencia se aguza cuando brota de la consideración de estar solo en el
mundo y de la necesidad de que esa circunstancia se altere al menos
social y políticamente.

Su educación es el tercer motivo. Un emigrado compara las condiciones
materiales, políticas y culturales del lugar de su trabajo. Entiende,
porque ve, que las instituciones permanecen, que la democracia funciona,
que es importante para todos elegir bien. Ya no son los ingenuos votantes
prestos a tragarse cualquier rueda de molino echada a rodar por algún
candidato inescrupuloso. El emigrado ha adquirido a fuerza de sufrimiento
una nueva educación, y también una nueva educación política.

El cuarto motivo viene a ser el fundamental aunque poco funcione en el
país: "Los ecuatorianos domiciliados en el exterior podrán elegir
presidente y vicepresidente de la República en el lugar de su registro o
empadronamiento. La ley regulará el ejercicio de este derecho". (Art. 27,
cap. 3, De los derechos políticos, Constitución del 98).

De modo que en teoría los emigrados pueden votar en las elecciones
presidenciales del 2002. En la práctica, sin embargo, no podrán hacerlo
porque falta la voluntad política del Congreso, porque incluso si hubiere
una ley que regule este derecho, no hay la infraestructura adecuada para
hacerlo.

Estos obstáculos no son, con todo, insalvables. Con un poco de gracia y
otra cosita, podría estar listo el camino para que nuestros
conciudadanos acudan a votar en el lugar de su emigración, trabajo y
domicilio.

El Congreso tiene que legislar. No es una ley difícil. El presidente del
Congreso, el doctor José Cordero, tiene agallas y puede sacar la ley en
poco tiempo. El Tribunal Supremo Electoral y la Cancillería podrían
redactar un reglamento decente para que lo promulgue don Gustavo Noboa,
ejecutivo viajero que ha dialogado con los emigrados españoles in situ, o
mejor todavía, en la mata. Las embajadas y consulados podrían implementar
el aparato de empadronamiento y registro, y organizar el acto electoral
en puntos centrales de la red de emigrantes. Embajadores y cónsules
podrían entonces dar gracias a Dios porque les permite hacer un trabajito
extra que los saque del aburrimiento, compañero permanente de la vida
diplomática.

Y la vida electoral cobraría nueva vida. Sería una vida doble, una vida
al cuadrado. Los candidatos haciendo propaganda electoral en Murcia, en
Miami, en Milán, aprendiendo nuevas realidades,conversando con electores
sazonados en la vida, avergonzándose de mentirles porque los emigrados
saben muy bien que si tuvieron que dejar el país no fue por la corriente
del Niño, las erupciones del Tungurahua, los derrumbes de Papallacta, la
falta de recursos del país sino por los políticos mediocres, los
candidatos corruptos, los salvadores de la patria instant coffee que
nunca previeron más allá de las narices y de los bolsillos inmediatos,
enseguidos, rápidos.

Todos estos motivos, y otros que seguramente habrá, anuncian que ha
llegado el momento de que la Legislatura, el Ejecutivo y los órganos
electorales pongan en marcha el aparato necesario para que José
Chiliquinga pueda votar en Madrid y Josefina Carbo en Nueva York, y Juan
Escalante en Sicilia, y todos ellos emigrados, víctimas de la torpeza
política, puedan elegir mejor desde la dureza de la experiencia
acumulada. Su voto tendrá un peso definitivo el día de las elecciones.

[email protected] (Diario Hoy)
EXPLORED
en Autor: Simón Espinosa - [email protected] Ciudad Quito

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