Se calcula que en ciudades como Quito y Guayaquil, se producen entre cinco y diez secuestros semanales. Los familiares de las víctimas no los denuncian


La Policía poco a poco va quedando fuera, mientras el delito de secuestro entra cada día más en la cotidianidad de los ecuatorianos. La Policía lo investiga pero la ciudadanía lo sufre. Eso se concluye después de conocer varios secuestros ocurridos en los últimos meses y de escuchar a altos jefes policiales lamentarse porque los familiares de las víctimas no denuncian los casos, sino que se los guardan para negociarlos por su cuenta y riesgo o con la ayuda de negociadores extranjeros.

Uno de los principales responsables de la Unidad Antisecuestros y Extorsión (Unase) admite que las cifras que maneja esa entidad no reflejan ni de lejos la real dimensión del problema. La Unase ha registrado, en lo que va del año 2000, ocho secuestros en el Ecuador, de los cuales cinco se han resuelto sin pago de rescate, uno con pago, y en dos casos no se conoce el desenlace. Pero esas
cifras se quedan cortas comparadas con las que maneja Juan Méndez, director de la empresa Alta Seguridad Empresarial (Aseprec), quien sostiene que en ciudades como Quito y Guayaquil se producen entre cinco y diez secuestros semanales.

Méndez, un ex general del Ejército, experto en seguridad, dice que ahora los delincuentes ya no secuestran a millonarios para exigir grandes sumas, sino a gente de menor poder económico con cuyas familias pueden negociar rescates de entre 1 000 y 3 000 dólares, cifras manejables por las que nadie se arriesgaría a poner en juego la vida de un familiar denunciando a la Policía. A esos se los llama "secuestros caseros" y son cosa de todos los días.

Una modalidad que comienza a tomar fuerza en el Ecuador es el secuestro de niños, como el ocurrido el jueves 22 de junio, cuando dos estudiantes tomaron como rehén a una niña de tres años en Sangolquí para exigir primero 600 000 dólares por su rescate y luego bajar la cifra a 50 000. La novatada de los secuestradores facilitó su captura, pero dejó en claro que este tipo de delito ya está posicionado en el país.

También están en la mira comerciantes, agricultores o ganaderos medianamente prósperos. Por ejemplo, el 9 de junio terminó el cautiverio de un agricultor y comerciante de la provincia de Los Ríos, a quien tuvieron secuestrado durante 22 días bajo la exigencia de que su familia pagara 300 000 dólares por su rescate. En ese caso, la Policía intervino y capturó a parte de la banda.

Pero no solo el secuestro, también la extorsión crece como una mancha de aceite. BLANCO y NEGRO pudo conocer varios casos, como el de una compañía constructora con sede en Quito a la que los extorsionadores pedían 30 000 dólares a cambio de no hacer volar su campamento en la Amazonía. O como el de la dueña de una sala de masajes de La Mariscal, a quien una de sus empleadas le exigía 4 000 dólares a cambio de no atentar contra su vida.

Un dato curioso es que, en la mayoría de casos conocidos, los delincuentes dicen pertenecer a una organización subversiva. "FARC-EP, comandante Duberney Agudelo", "Nueva guerrilla colombiana" "Frente Guerrillero", entre otros, son los nombres utilizados probablemente para infundir miedo, cuando en realidad se trata de delincuentes comunes.

Pero una de las cosas que más preocupa a la Policía es la
intervención de negociadores extranjeros, expertos en servir de enlace entre los secuestradores y los familiares de las víctimas, con lo cual excluyen la participación de la Policía. Uno de esos casos se habría producido, según la Unase, en el secuestro de María Aspiazu, el 8 de marzo anterior. Según una fuente reservada, ella habría sido liberada 38 días después, sin que la Policía haya
podido intervenir ni conocer detalles de su liberación ni de sus captores.

Por su parte, Juan Méndez asegura que el caso de ocho técnicos petroleros de la compañía United Pipeline, secuestrados en Sucumbíos el 11 de septiembre anterior, se resolvió precisamente por la intervención de negociadores extranjeros, que manejaron el pago de 3,5 millones de dólares de rescate. Un investigador de la Unase realizó un seguimiento del caso, y estableció detalles de esa negociación, en la que, según el informe, para la entrega del dinero se utilizó a un sacerdote, y nunca se supo quiénes fueron los responsables. El Ecuador ya está amordazado.



Así comenzó Colombia



El Ecuador está en la lista de los diez países con mayor
incidencia del secuestro en el mundo, según un informe de la Unase, que cita al semanario Newsweek. El primer lugar de esta triste carrera de violencia lo tiene Colombia, en donde se calcula que existen alrededor de 3 500 personas secuestradas, ya sea en poder de la guerrilla, de las bandas paramilitares o de delincuentes comunes.

Según despachos de prensa internacionales, que citan datos
oficiales, solo en 1999 se produjeron 2 991 secuestros en
Colombia. Un dato más reciente dice que en los cinco primeros meses de 2000 se produjeron 1 403, lo cual hace prever que este año habrá más gente cautiva en ese país. Se calcula que las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) son responsables del 25% de los casos; El Ejército de Liberación Nacional (ELN) tendría el 20%; el Ejército Popular de Liberación (EPL), el 10%; y las bandas paramilitares, el 7%. El resto se lo reparten los delincuentes comunes, que se quedan con "los huesos"
del negocio.

¿Cómo llegó Colombia a esta situación? De la misma manera que está llegando el Ecuador, dice un alto oficial de la Unase, quien considera que el salto desde el octavo lugar al primero, solo es cuestión de tiempo si las familias siguen negociando por su cuenta, al margen de la Policía; si continúan interviniendo negociadores extranjeros, que llegan al país en calidad de turistas y se van cobrando altas sumas de dinero por su "asesoramiento"; y si no se toma conciencia de que, quien paga una vez lo seguirá haciendo el resto de su vida.

Al respecto, BLANCO y NEGRO pudo conocer el caso de un negociador internacional(la Unase pidió no divulgar su nombre para no entorpecer la investigación), quien vive en Miami, y ha venido varias veces al Ecuador a resolver secuestros.

En el Ecuador, la condena por delito de secuestro va de nueve a 12 años de reclusión, pero puede bajar hasta seis meses, según las circunstancias. En Colombia, las leyes son más duras. Allá es prohibido negociar con los secuestradores y, aún así, no se ha podido frenar el delito, que ha llegado casi a niveles de ficción.

Por ejemplo, la cadena Caracol mantiene el programa radial Voces del secuestro que sale al aire todos los sábados a la medianoche. Es un espacio para que los familiares de personas secuestradas se comuniquen con ellos. El locutor antes de iniciar el programa pide a los secuestradores que enciendan sus aparatos de radio y se los pasen a sus víctimas para que, desde los lugares más sombríos de la selva o de los suburbios, escuchen noticias de su familia.

Las voces del secuestro todavía no se escuchan en el Ecuador, pero todo indica que cuando lo hagan serán realmente desgarradoras. (GA)


Los que negocian las vidas ajenas



Según la policía cada vez es más frecuente la presencia en el Ecuador de negociadores extranjeros, expertos en transar con los secuestradores, pero no contribuye a esclarecer los casos


Toda mi vida he sido agricultor y comerciante y, gracias a Dios y a mi trabajo, he logrado una buena posición económica para vivir cómodamente con mi familia. Hasta el día en que fui secuestrado.

Recuerdo que el jueves 18 de mayo, como a las 13:00, salí desde mi casa, en el cantón Buena Fe, provincia de Los Ríos, en dirección a una de mis fincas en el km 26 de la vía a Santo Domingo. Iba en mi camioneta Mitsubishi azul, y todo parecía normal. En algún lugar del camino me rebasó una camioneta roja a toda velocidad, en la que únicamente vi al conductor, por lo que no le di mayor importancia. Ese descuido fue lamentable.

Tres kilómetros más adelante, vi nuevamente a la camioneta, estacionada junto a una guardarraya, y tampoco me pareció extraño. Pero cuando pasé a su lado, de entre los matorrales salieron cuatro o cinco sujetos y, apuntándome con armas de fuego, me obligaron a detenerme y salir de mi carro. Yo no sabía lo que pasaba, pero ellos me amenazaron de muerte y me subieron al cajón de la camioneta, me colocaron bocabajo y me amarraron las manos
por la espalda.

-Solo queremos tu carro y tu plata-recuerdo que me dijeron.

Después condujeron por la vía principal, y luego de una hora se desviaron hacia un escondite fuera del camino hasta que se hiciera de noche. Cuando oscureció, comenzamos a caminar y caminar por más de dos horas, por caminos de herradura, hasta que llegamos a una casa en el campo. Allí me obligaron a entrar en una habitación
donde solo había una pequeña cama de madera con una cobija vieja. Y me dejaron solo en la oscuridad sin decirme nada.

A la mañana siguiente, me ofrecieron una taza de café con
patacones. Cuando terminé de comer, entró uno de los sujetos, me colocó una cadena de acero en mi tobillo derecho y la amarró contra un puntal de madera. Mientras uno me amarraba, otros dos me apuntaban con sus armas de fuego.

Durante mis días de cautiverio, nunca escuché sus nombres ni sus apodos, pero noté que alguien llegaba todos los días a caballo, se quedaba por un rato, y se marchaba en seguida. Un día me dijeron que habían pedido una colaboración de 300 000 dólares a mi familia a cambio de mi libertad. Yo les dije que no tenía esa cantidad aunque vendiera todas mis propiedades. Recuerdo que les ofrecí una cantidad menor, pero ellos no aceptaron.

Me obligaron a escribir tres cartas, bajo amenaza de muerte. Que le dijera a mi familia que entregara el dinero...que les pidiera que no avisaran a la Policía... que les dijera que me iban a matar si no pagaban el rescate...Todo ello amarrado con la cadena al puntal de madera. Nunca me desataron, ni siquiera para mis
necesidades biológicas, que las cumplía en la misma habitación oscura y maloliente. Una vez me dijeron que pertenecían a un grupo subversivo de 60 personas, que necesitaban el dinero para comprar armas. Pero yo no les creí. Para mí, siempre fueron unos delincuentes comunes.
Yo pude contar los días de mi cautiverio: fueron 22. Al amanecer del último día, escuché ruidos de carreras fuera de la casa. Cuando alguien rompió la puerta de mi habitación, pude ver que era la Policía, que venía a rescatarme...

El anterior es un testimonio de la víctima de un secuestro que terminó el pasado 9 de junio, cuando la Policía asaltó la casa de los delincuentes en el sitio El Esfuerzo, entre Quevedo y Santo Domingo. Fueron capturados tres sujetos, de una banda de nueve. Los otros seis, todavía no aparecen. (GA)


El rescate en Tarapoa lo entregó un sacerdote



Varios negociadores y un sacerdote intervinieron para recuperar con vida a los ocho extranjeros secuestrados en Sucumbios en septiembre pasado


La intervención de negociadores extranjeros en la liberación de los secuestrados parece ser la forma más usual en el Ecuador, especialmente cuando se trata de exigencias millonarias a cambio de la libertad de personas importantes. Así lo señalan las investigaciones de la Unidad Antisecuestros y Extorsiones (Unase) de la Policía. Un investigador de esa entidad dijo a BLANCO y NEGRO que las familias o las empresas a las que pertenecen los
secuestrados tratan, con ello, de evitar los operativos de rescate armados, sumamente peligrosos para los cautivos.

El investigador siguió de cerca el desenlace del secuestro de 12 extranjeros en la vía Lago Agrio-Tarapoa, el 11 de septiembre de 1999, y elaboró un informe que revela las negociaciones en esos días de tensión. Por su parte, un experto en seguridad consultado por BLANCO y NEGRO dice que en esa operación intervinieron negociadores puertorriqueños, estadounidenses, cubanos de Miami y
colombianos.

Entre los secuestrados estaban ocho técnicos petroleros (siete canadienses y un estadounidense) y cuatro turistas (tres españoles y una belga). Los turistas fueron liberados en menos de un mes, no así los técnicos petroleros, que pertenecían a la compañía United
Pipeline, la cual a su vez prestaba servicios a la compañía City Investing en la Amazonía ecuatoriana. Los secuestradores apuntaban contra el poder económico de la petrolera.

El investigador en su informe dice que, luego de la liberación del español Ander Mimenza el 26 de septiembre, los negociadores comenzaron a trabajar. Tres días después, el 29 de septiembre, hicieron el primer contacto con los secuestradores, con quienes establecieron ciertas claves para el proceso de negociación.

El 9 de octubre liberan a los españoles Jesús María
Magunagoycochea, María Jesús Mimenza y a la belga Sabine Roblain, pero no se llega a ningún acuerdo económico con respecto a los ocho técnicos sino hasta el 25 de noviembre, cuando los negociadores anuncian que luego de varias reuniones con los secuestradores se ha acordado el pago de 3,5 millones de dólares, cifra tope que estaba dispuesta a pagar la petrolera norteamericana.

Según el investigador, el 27 de noviembre los negociadores
extranjeros se entrevistaron directamente con los secuestrados para constatar que se encontraban con vida. Luego regresaron a preparar la entrega del rescate que debía cumplirse el 1 de diciembre. Para ello, los secuestradores exigieron un vehículo equipado con una radio en la misma frecuencia de comunicación. A las 17:00 de ese día, los secuestradores dan las instrucciones, paso por paso, para la entrega del dinero, que debía ser entregado por un sacerdote, en un sitio no revelado, pero a las 23:40, el religioso comunica que no ha podido realizar la entrega, lo cual provoca una gran tensión en ambas partes.

El 2 de diciembre, al mediodía, se renueva el contacto. Los secuestradores vuelven a dar instrucciones y, por fin, a las 20:00 se concreta la entrega del dinero. Los secuestradores dicen que los técnicos petroleros iban a ser liberados 15 días más tarde, puesto que se encontraban muy lejos.

En efecto, el 19 de diciembre, los ocho secuestrados fueron liberados cerca de Lago Agrio, en donde fueron recogidos por miembros del Ejército, quienes los trasladaron al hostal "Los Lagos" en donde fueron interrogados por agentes del FBI y de la Policía Montada del Canadá. Los negociadores hicieron bien su papel.



De estudiantes a secuestradores



Una niña de tres años fue tomada como rehén para pedir un rescate de 600 000 dólares. El responsable es un grupo de estudiantes, uno de ellos menor de edad


Los amigos de Juan Pablo López sabían que este tramaba hacerse millonario lo más rápido posible, pues él mismo se los había repetido varias veces, e incluso había dado a entender que planificaba cometer un secuestro. López vivía con su familia en Conocoto, pero estudiaba en el sexto curso del colegio Juan de Salinas, de Sangolquí, hasta el día en que decidió ejecutar su plan en pos de una fácil fortuna.

El último paro de los maestros, que obligó a la vagancia a miles de estudiantes en todo el país, aceleró la imaginación de este muchacho de 18 años, quien, junto con su amigo y compañero de aula Kléver Patricio Quimuña, de la misma edad, comenzó a pensar en serio en un secuestro, para lo cual tenían que encontrar una víctima.

Quimuña trabajaba como caddie en el Club de Golf Los Cerros, en Sangolquí, por lo que conocía a muchas personas adineradas que acuden a ese club. Entonces los dos amigos decidieron estudiar durante dos semanas los movimientos del vehículo y del chofer de uno de los socios (cuyo nombre se omite por pedido de la fuente) y descubrieron que este tenía una hija de tres años, la cual todos
los días, a cierta hora, era retirada de un transporte escolar por el chofer y por la empleada de la familia para llevarla a su casa, en Sangolquí, a bordo de una camioneta. Ella sería la víctima.

El jueves 22 de junio, repitieron la vigilancia y decidieron que ese era el día del golpe. Se adelantaron a la camioneta y esperaron escondidos entre los matorrales junto al camino que conduce a la casa del padre de la menor, no sin antes colocar un tronco en medio de la vía. Cuando la camioneta llegó a ese sitio, el chofer se detuvo y se bajó para retirar el tronco, mientras la empleada y la niña esperaban en el vehículo. Fue entonces cuando los dos estudiantes salieron de su escondite y lo amenazaron con una pistola y un cuchillo, y lo obligaron a embarcarse.

López tomó el volante y condujo en dirección a la nueva vía Oriental, evitando los puestos policiales. En un lugar de esa vía, escribieron una carta para el padre de la niña, en la que le exigían 600 000 dólares por su liberación, y se la entregaron al chofer, quien fue obligado a abandonar la camioneta y llevar la carta. Luego regresaron a Conocoto utilizando todos los atajos
posibles, hasta la casa de un vecino y amigo de López (llamado Dany) en donde escondieron a la empleada y a la menor hasta la noche. Mientras tanto, López aprovechó para abandonar la camioneta en el mismo sitio donde dejaron al chofer horas antes.

Más tarde, en la casa de Dany, López y Quimuña decidieron que debían devolver a la mujer y la niña, pero sin renunciar al cobro del rescate. En la computadora de Dany escribieron una carta al padre de la menor, en la que le decían que ellos solo eran los ejecutores de un plan ideado por otros delincuentes más peligrosos que los tenían amenazados, y que por eso iban a liberar a la
empleada y a la niña, pero que por ese "favor" querían
50 000 dólares.

En seguida, llamaron a un amigo de López, llamado José Vicente Conde, de 17 años, y le pidieron que les prestara su carro para trasladar a las secuestradas hasta un sitio en donde serían liberadas. Conde decidió colaborar, y acudió con su carro, en compañía de su amigo Edwin Arroba, de 18 años, al sitio que le habían indicado. Y así, la mujer y la niña fueron puestas en libertad esa misma noche. Los muchachos las colocaron en un taxi y le entregaron a la empleada la carta en la que decían que los 50 000 dólares debían ser depositados en el redondel del "choclo" a las 16:00 del viernes 23 de junio.

El padre hizo lo que le indicaron. A la hora señalada, dejó una maleta en el redondel y se retiró. Luego llegó López, recogió el dinero y, cuando se aprestaba a escapar en un bus de la cooperativa Vingala, fue detenido por la Policía, que había sido alertada sobre el secuestro. Los otros tres muchachos fueron apresados pocas horas más tarde y enfrentan un juicio en el juzgado 14 de lo Penal.


Dejaron fuera a la Policía


No se sabe con exactitud cuánto tiempo permaneció secuestrada, ni las condiciones en las que fue liberada María Aspiazu, hija del ex banquero Fernando Aspiazu, pero miembros de la Policía consultados por BLANCO y NEGRO aseguran que en ese caso a la Policía la dejaron fuera.

El 8 de marzo de este año, Aspiazu salía del ex Penal García Moreno de Quito, luego de visitar a su padre. Iba en una camioneta. El chofer salió a la Occidental, para tomar hacia el norte, en dirección al aeropuerto, mientras la mujer escuchaba mensajes en su celular.

Cuando pasaban por el sector de El Bosque, los rebasó un automóvil azul, con vidrios ahumados y con una sirena amarilla, en el que viajaban cinco personas. Más adelante, el chofer de Aspiazu intentó virar a la derecha por una calle que conduce al aeropuerto, pero cuando apenas había girado se encontró con el automóvil parqueado y con cuatro de sus ocupantes en la calle apuntándole con pistolas.

Dos de los secuestradores obligaron a Aspiazu a subir al automóvil azul y arrancaron a toda velocidad. Los otros dos se apoderaron de la camioneta y obligaron al chofer a colocarse en medio, con el rostro entre las piernas. Le dijeron que eran miembros de la nueva guerrilla colombiana, que Aspiazu había estafado a mucha gente en
el Ecuador y que quería a su hija para poder escapar a Colombia.

Lo llevaron hasta el sector de El Condado, siempre apuntándole con un arma. Allí lo abandonaron, no sin antes advertirle que si la Policía o el Ejército intervenían, iban a matar a la chica. La Policía dice que la sacaron del caso. (GA)



Extorsión por vía telefónica



La llamada parecía ser desde fuera de Quito, y el hombre del otro lado de la línea parecía ser costeño o colombiano. La secretaria de una compañía constructora que tiene sus oficinas en Quito no pudo dar mayores pistas acerca de esa llamada, pero sí supo informar que el hombre exigía 30 000 dólares a cambio de no hacer volar el campamento que la compañía tiene en la provincia de
Sucumbíos.

La Unidad Antisecuestros y Extorsión (Unase) comenzó a investigar la amenaza ocurrida el 28 de junio anterior. Según el gerente de la constructora, hace un ño y medio recibió varias llamadas similares de parte de un tal "Comandante Marcos", pero no las denunció porque no se volvieron a producir. Sin embargo, esta vez, sí dio aviso a la Policía, puesto que antes de esta llamada el
campamento de la empresa en Sucumbíos había sufrido dos
misteriosos incendios, probablemente como estrategia de
ablandamiento.

El 13 de junio, por la mañana, se desata el primer incendio, que consume tres carpas, un contenedor de baños, y las pertenencias de 80 trabajadores. El 23 de junio se produce un incendio similar.

Los investigadores policiales señalan que ese sistema se conoce vulgarmente como "boleteo", que también puede ser por escrito. Se trata de un aviso para que la víctima entregue su dinero a cambio de evitarse un mal mayor. (GA)


Las voces del secuestro



Todos los sábados, pasada la media noche, miles de colombianos utilizan un programa radial para enviar mensajes a sus familiares secuestrados


Por Gonzalo Guillén
Periodista colombiano




Pasadas las doce de la noche de cada sábado, cerca de 3 500 personas, algunas solitarias y otras en grupos no mayores de doce, comienzan a escuchar, entre el silencio y las tinieblas, un programa de radio por el que han vivido toda la semana confinadas entre barracas, agazapadas en las selvas húmedas, en fosas excavadas en jardines suburbanos o en tabiques creados entre falsas paredes en casas de barrios populares de ciudades como Bogotá, Medellín o Cali.

Estos peculiares radioescuchas, a veces encadenados, con barba de meses y aún de años, permanecen al lado de sus aparatos de radio, a lo largo y ancho de la geografía colombiana, hasta las cuatro de la mañana, hora en que comienzan a tratar de conciliar el sueño, transidos por la ansiedad y la pesadumbre, y así continuarán hasta la noche anhelada del sábado siguiente.

Un velo musical con cierto aire de tensión subraya la apertura del show: "Aquí nace la esperanza, inicia un nuevo día. Amanecer en América: el programa con mayor impacto de la radio hispana en el mundo", que evoca el sabor de las radionovelas de los años 60.

Herbin Hoyos Medina, director y coordinador, arropado con una chaqueta de cuero para invierno y un par de audífonos, comienza: "Muy buenos días. Aquí iniciamos esta cita con todos los secuestrados en Colombia. Enlazamos a Caracol Nueva York, Caracol Miami, Caracol Panamá, Radio Latina en París, Francia, y todas las estaciones de Caracol en Colombia: 162 emisoras enlazadas con Santafé de Bogotá. Estamos en Internet para nuestros oyentes en www.caracol.com.co. Aquí está Las voces del secuestro, de
Caracol".

Antes de entrar en materia, Herbin solicita: "A quienes están en el terrible papel de secuestradores les pido que nos permitan los radios, para que los siguientes mensajes lleguen a los secuestrados. Que si hay alguien dormido allí, en los cambuches (escondrijos), por favor despiértenlos, porque ellos están esperando los mensajes de sus familias".

Actualmente, en Colombia hay cerca de 3 500 personas secuestradas, de las cuales algo más de 2 000 han sido reportadas a las autoridades. La dirección nacional de los Grupos de Acción Unificada por la Libertad Personal (Gaulas) considera que cada día ocurren siete secuestros en Colombia, la tasa más alta jamás reportada en cualquier parte del mundo.

Es el amanecer del Domingo de Ramos, 16 de abril de 2000, y una hilera de ocho teléfonos suenan al mismo tiempo mientras un colaborador del programa los contesta, uno a uno, pregunta el nombre de quien va a hablar y del destinatario, anota los datos en fichas que posteriormente serán archivadas y pide esperar. "Vamos con el seis", grita el productor. "Después, el dos y el ocho", contesta Herbin desde el estudio.

La primera voz que sube al aire proviene de la ciudad de
Florencia, (departamento de Caquetá). Janett Rosas se dirige a su esposo, Oscar: "Estamos orando por ti y por todos los secuestrados. Tú también haz lo mismo. Sabes que el poder de Dios es infinito. Estamos todos aquí, te enviamos mil besos y mil abrazos. Quiero decirles a las personas que lo tienen que, por favor, ya son 28 meses. Que tengan compasión de esta familia, que nosotros también estamos secuestrados. Te amo, gordo, que Dios te bendiga. Saludos a todos los que están contigo. Gracias, Caracol.
Gracias, Herbin".


"No te dejes decaer"



El show continúa, recogiendo palabras desde todos los rincones de Colombia. "A mi padre", "a mi hijo", "a mi madre", "a mi hermano". Los teléfonos suenan... "Hola, papito. Te mando una voz de aliento. Tienes que seguir adelante. No te dejes decaer...", dice una niña con un nudo en la garganta y Herbín recomienda a su público
"brevedad en los mensajes", pues son centenares las personas que intentan establecer comunicación con la emisora.

Decenas de ellas ya lo han hecho y esperan ir al aire pero sus llamadas están retenidas en el conmutador central y en los ocho teléfonos en el estudio.

Existe la esperanza de dar paso a más de 500 llamadas esa noche.

En pasadas semanas han podido pasar 700 en una misma emisión.

La marca de Las voces del secuestro fue impuesta el 1998: salieron al aire 1 220 llamadas. Herbin dice que de esta manera desafió amenazas de muerte que recibía por su programa y comenzó a hacer las emisiones desde la plaza de Bolívar de Bogotá, donde instalaba un toldo con capacidad para 400 personas sentadas, que iban pasando, una a una, frente al micrófono.

El cataclismo del secuestro en Colombia es de tal naturaleza que el programa de Herbin, el pionero, fundado en 1994, ahora es imitado por cerca de 20 estaciones locales de radio en 17 ciudades del país. "El jueves 13 de abril, por ejemplo", dice Herbin, "Radio Bolivariana, de Bucaramanga (Santander), hizo una maratón de 36 horas y pasaron 12 000 mensajes".

"Querida hija, si me está oyendo, quiero que sepa que no la olvidamos en ningún momento. Siempre le pedimos a Dios y a la Virgen que nos ayuden para que pronto esté con nosotros...". A cada interesado se le recomienda que no exceda los 40 segundos.

Basado en su propia experiencia, el programa prohíbe que este espacio sea usado para negociar con los secuestradores, actividad vedada por disposiciones penales que se violan todos los días. No obstante, las familias de los secuestrados buscan la manera de eludir la norma radial usando claves: "Ya pagamos la vaca, pero no
nos la han entregado", dice una mujer a su esposo.

Faltan tres minutos para las dos de la mañana y la esposa del coronel de la Policía Nacional Luis Mendieta (secuestrado al cabo de un combate de tres días contra las FARC, en agosto de 1998, que dejó 35 muertos y 129 militares secuestrados, en Miraflores, Guaviare, Meca del narcotráfico) le informa que una hermana de él murió en un accidente de tránsito.

A continuación entra una mujer para agradecer a Caracol y revela que su esposo, Pascual Henao, acaba de recobrar la libertad tras siete semanas de cautiverio. Pascual pasa al teléfono y certifica que siempre oyó Las voces del secuestro.

Sigue un menaje para Joaquín Celis Gutiérrez, un médico de Cúcuta, que fue conducido a la fuerza por el ELN (Ejército de Liberación Nacional) para atender en la jungla vecina del Catatumbo a un grupo de guerrilleros heridos, luego de lo cual ellos decidieron dejarlo secuestrado.

Pasadas las dos de la mañana, el torrente de llamadas bloquea el conmutador y, mientras se restablece, el programa avanza con mensajes pregrabados, recibidos durante el día desde lejanas poblaciones del país y con la lectura de comunicaciones que llegan, vía Internet, por el e-mail [email protected].

A través de este medio entran, principalmente, notas de aliento de ex secuestrados, generalmente desde el exilio, pues se cree que el 80% de quienes recobran la libertad huye del país, casi siempre a Estados Unidos.

"Para Jaime García. Nubia" anuncia Herbin, "...Tío, ya han pasado 15 meses desde aquel día que te alejaron de nosotros. Mi papá y mis tíos hacen todo lo posible para que las cosas se solucionen pronto, pero no ha sido fácil...". (GG)


Dos amenazas de muerte



Hasta fines de 1998, el programa se hizo con la presencia de los parientes de los secuestrados que llegaban de noche a las instalaciones de Caracol en Bogotá y formaban una fila que comenzaba en las puertas del estudio, seguía por un pasillo de 100 metros, en el tercer piso, bajaba hasta el primero y continuaba en la calle. Por esos días estuvo una reportera de la televisión alemana cuyo trabajo se dificultó, cuenta Herbin, pues "desde que llegó no pudo dejar de llorar".

Otro periodista, enviado especial de la televisión japonesa, preguntó, algo confundido, si toda aquella gente iba a enviar mensajes a un solo secuestrado y le costó trabajo aceptar que se trataba de uno por cada miembro de la fila.

La presencia del público fue suprimida, dijo Darío Arizmendi, director de Noticias de Caracol, a raíz de dos amenazas de atentados contra el edificio, que además obligaron a Herbin, en tres oportunidades, a abandonar el país. En dos ocasiones se refugió en Estados Unidos y luego en España. No ha estado ausente más de tres meses.

Arizmendi asegura que Las voces del secuestro permanecerán hasta cuando subsista en Colombia este delito, expectativa que parece lejana. Ex secuestrados que hablaron con El Nuevo Herald, dijeron que, de no haber sido por el programa de Herbin, pudieron haber muerto en Cautiverio, de pena o suicidio.

Eduardo Márquez, propietario de una bodega que abastece productos para la construcción en Bogotá, dijo que el impacto de este programa de radio hace que muchos cautivos midan el tiempo de sábado en sábado. "Yo, por ejemplo, duré 95 sábados en poder de las FARC", precisó. "Una noche", cuenta Herbin, "un guerrillero llamó desde un teléfono satelital para confirmar que un secuestrado había recibido un mensaje de su familia".

Posteriormente, la madre de un soldado secuestrado al final de un combate contra la guerrilla le implora que no vaya a tratar de huir, pues durante el programa de la semana pasada se informó que diez militares (de los 500 que se encuentran en poder de la subversión), habían escapado y los mandos guerrilleros dieron orden de matarlos en caso de ser hallados. Aún no han aparecido. (GG)

(*) Reportaje publicado en el Nuevo Herald, el 6 de mayo de 2000.





CRONICA ROJA





Un parricidio en Campo de Moha, con un leño



En la noche del 15 de mayo pasado, agentes de la Policía Judicial de Quevedo detuvieron a los hermanos Jacinto Laurentino Meza Montes y Hermógenes Agustín Meza Montes. Fueron trasladados a los calabozos del Comando del Servicio Rural Los Ríos. En ese sitio, aceptaron haber matado a su padre, Lizandro Meza Macías, en diciembre de 1999. Pronto, la noticia llegó a los canales de televisión y los acusados fueron presentados a la prensa, desenterrando el cadáver de su padre.

En la Policía declararon cómo cometieron el asesinato y cómo ocultaron y desaparecieron las pruebas que podían incriminarlos.

Extractamos lo principal de los testimonios de cada uno, que consta en el proceso que se instauró en el Juzgado Vigésimo Segundo de lo Penal del Guayas-Empalme.

Las aclaraciones que sean necesarias, constarán entre paréntesis.

Por razones de claridad se han omitido ciertas expresiones propias del lenguaje verbal.

El primero, Jacinto Laurentino tiene 24 años, es soltero, católico y se dedica a actividades de jornalero: "Hace dos años llegue del recinto Juan Cobo a vivir en la casa de mi padre, que está en el recinto de Campo de Moha (jurisdicción del cantón El Empalme), en donde me dediqué a las labores agrícolas".

"Pronto me di cuenta de que mi papá tenía frecuentemente problemas con mi mamá. El 5 de diciembre de 1999, ellos discutieron, como él se encontraba borracho le alzó la mano pegándole una cachetada. Mi mamá también le pegó".

"En ese instante, me percaté de que mi papá tenía sometida a mi mamá y me metí a defenderla. Mi papá trató de coger un machete, pero yo le propiné un garrotazo en la espalda, luego procedí a darle otro garrotazo en la nuca. Cayó al suelo inconsciente en donde le metí una patada. Mi mamá se percató que mi papá se encontraba muerto; decidimos cavar un hueco a 20 metros de la casa y enterrar el cadáver".

Ese mismo día, declaró en las dependencias policiales Hermógenes Agustín Meza Montes. También es católico, de profesión jornalero y es el hermano menor: "El domingo 5 de diciembre me encontraba en mi casa con mi hermano Jacinto, mi madre, Merbita Montes y mi padre Lizardo Meza, quien ese día se encontraba borracho y peleaba con mi madre. La discusión se había calmado un poco. El se fue a
la casa de un hermano mío, Eduardo Meza, y regresó una hora después, a las 19:00, para seguir insultando a mi madre, diciendo que la quería matar. Mi mamá gritaba: "¡Mijo, mijo, auxilio! ¡Me mata Lizardo!". Mi hermano Jacinto se levantó".

"Yo escuchaba unos golpes, cuando me levante, me encontré con la sorpresa de que mi padre estaba tendido en el suelo, agonizante; murió enseguida. Lo bajamos de la casa y resolvimos enterrarlo cerca. Quedamos en que nadie diría nada de lo sucedido".

De las declaraciones se desprendía que Jacinto mató a su padre con un leño. La hermana, Fátima Meza, que presenció todo, comenzó a llorar. Los hermanos agarraron el cadáver y lo envolvieron en una sábana. Llevaron el cuerpo a 20 metros de la casa en donde cavaron la fosa. Todos prometieron guardar el secreto. Cuando los otros
hermanos comenzaron a preguntar por Lizandro dijeron que se había ido a trabajar en otra parte.

A comienzos de mayo se acercó a la Policía Ramón Vicente Montes para denunciar que los hermanos Jacinto y Hermógenes Meza podían ser los responsables de un asesinato. La denuncia se confirmó.

La noche del crimen, el leño con el que Jacinto mató a su padre les sirviópara atizar el fuego. (JT)


Detenidos mientras bebían una cerveza



Cuando los agentes detuvieron a los hermanos Meza Montes, que no registraban antecedentes policiales, el 15 de mayo de 2000, les incautaron un bolso de color negro, en donde hallaron una pistola marca Precise, calibre 22, de color plateado, en mal estado. Estaban bebiendo unas cervezas en Quevedo.

Al día siguiente, la Policía envió el oficio 200-791-PJQ al juez vigésimo segundo de lo Penal del Guayas, Hugo Coronel Zapata, haciéndole conocer sobre las detenciones de quienes estarían implicados en el asesinato de Lizandro Meza Macías. En el documento solicitaban al juez que emita las boletas de captura para "realizar las investigaciones correspondientes".

Ese mismo día, el subjefe de la Policía Judicial de Quevedo recibió el oficio del Juzgado autorizando el inicio de las investigaciones. Los agentes, con el fiscal de turno, Antonio Zevallos Vera, se trasladaron con los detenidos al recinto de Campo de Moha, a la vivienda de la familia Meza Montes: una construcción de madera y caña guadua.

En ese sitio, los acusados indicaron donde se cavó la fosa en la que sepultaron a su padre, en una pequeña loma.

Ellos fueron los encargados de desenterrar el cadáver, que fue hallado a 1,5 metros de profundidad. El cuerpo estaba en estado de descomposición. Estas diligencias se realizaron en presencia de los medios de comunicación. En la casa estaba la mamá de los detenidos, Merbita Montes, quien entregó a los agentes una varilla de hierro de dos pulgadas de espesor, con la que supuestamente uno
de los detenidos golpeó a su padre.

El cadáver fue llevado a la morgue de El Empalme para practicar la autopsia y las evidencias a las oficinas de la Policía. El proceso continúa en El Empalme. Los hermanos reconocieron, en sus primeras declaraciones, haber cometido el crimen y haber enterrado a su padre para que todo quede en el olvido. (JT)




Una muerte con 40 tragos de tequila y...



Luego de preparar el desayuno, Rocío, empleada de la familia Hablich Avilés, fue a despertar, la mañana del domingo anterior, a John Cristian Maquilón, pero no reaccionaba... estaba muerto. Lo trasladaron a la clínica Kennedy, donde los médicos certificaron su muerte.

Es que la noche anterior él, pese a sus 17 años de edad, ganó un concurso en la discoteca Romanos, al norte de Guayaquil (avenida Francisco de Orellana): bebió de forma continua 40 vasos de licor (tequila y aguardiente). Los aplausos y gritos de los asistentes estimulaban a los participantes que, en la pista, trataban de lograr el primer lugar. El premio: un pase gratis a la discoteca
por un año.

El miércoles, la discoteca fue clausurada por el intendente Pedro Cruz, con el argumento de que permitía el ingreso a menores de edad. El Comisario de Salud, Fernando Romero, puso otro sello de clausura para comprobar si expendían o no alcohol adulterado.

La Policía realizó la autopsia: la muerte se produjo por un edema agudo en el pulmón. Se tomaron muestras de sangre que fueron llevadas al Instituto de Higiene para realizar estudios toxicológicos, que ampliarán los resultados.

El juez Segundo de lo Penal del Guayas, Fernando Moreira, inició el martes pasado, luego de la denuncia de Johnny Maquilón (padre), el juicio en contra de autores, cómplices y encubridores y, además, ordenó que se inicien las investigaciones respectivas.

Una humilde vivienda que está ubicada en la V Etapa de la
Alborada, al norte de la ciudad, era la residencia de John y su familia; parte de su infancia y adolescencia la vivió en Estados Unidos junto a sus padres, Marjorie y Johnny .

En 1997, retornaron a Guayaquil, cuando Jhon había cumplido 14 años.

"La familia se encuentra muy afectada, en especial su madre, quien está desconsolada; pasa varias horas en el cuarto de su hijo, no desea hablar con nadie", dice con una mezcla de tristeza e indignación María del Carmen Avilés, tía de John. El cursaba el sexto curso en El Liceo Cristiano y, sin embargo, el habitual concurso -aunque los dueños de Romanos dicen lo contrario- no le permitió graduarse ni aprovechar el premio, luego de beber los 40
vasos mortales de licor. (RSV)
(DIARIO HOY) (BLANCO Y NEGRO) (5-A 6-A 7-A y 8-A)

EXPLORED
en Ciudad Quito

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