Quito. 2 mar 2002. (Editorial) Fue primero en Irán. El Ayatollah
Khomeini, con el ceño fruncido y la mirada helada, instaló la teocracia.
Desde hace más de un cuarto de siglo ese país gime bajo la férula
clerical, única autorizada para interpretar los designios divinos de El
Corán. La otra gran teocracia reciente ha sido Afganistán. Luchando por
evitar el despotismo estalinista soviético, el pueblo afgano cayó bajo la
feroz dominación de unos aspirantes a clérigos denominados talibanes.
Sin el petróleo de Irán, esta otra teocracia hundió a los afganos en la
pobreza total, a más de en la crueldad más abyecta.

En tierras americanas no se han dado intentos teocráticos desde el
asesinato de García Moreno en 1875 en el Ecuador. Sin embargo la
presencia clerical ha sido notoria en Nicaragua y Haití, al término de
los regímenes dictatoriales de Somoza y Duvalier. El sacerdote y poeta
Ernesto Cardenal fue influyente entre los sandinistas. El clérigo
Aristide ha llegado por dos ocasiones a la Presidencia haitiana.

El retorno clerical más reciente a la palestra política se ha producido
en el Ecuador. Pero con una característica curiosa. Han convocado para
deliberar sobre proyectos políticos a la centroizquierda, a la izquierda
inclinada a la democracia y al golpismo que intenta emular al Coronel
Hugo Chávez. Y a la cita han acudido personajes de trayectoria
anticlerical y democrática hasta ahora sin mácula. En efecto, cuando
Rodrigo Borja, muy joven, llegó por vez primera al Congreso, elegido
dentro de una lista del Partido Liberal Radical, se destacó por su
versación constitucional, por su exaltación del laicismo y por una áspera
e invariable posición anticlerical.

Casi no había intervención suya sin ácidas referencias a la influencia
clerical en las fuerzas políticas de derecha. Mucho tuvo que lidiar con
los púlpitos cuando participó activamente en la campaña del frente
Democrático Nacional que auspiciaba la candidatura de Huerta para la
elección de 1956.

La campaña terminó inclinando la balanza en favor de Camilo Ponce
gracias, en gran medida, a los encendidos sermones de brillantes oradores
traídos especialmente desde España para la Novena de La Dolorosa de abril
de ese año. Los jesuitas Huelin, Arcusa y Moneo hicieron vibrar el
púlpito de La Compañía junto al ecuatoriano Chacón. Era fundamental
virar al electorado de Quito de tendencia laica predominante. Y lo
lograron. Claro que también ayudaron algunas negativas de absolución a
señoras de prominentes políticos frentistas por auspiciar a candidatos
liberales y socialistas.

Pero este planeta insiste en dar vueltas y vueltas con una necedad
cósmica.

Y el rato menos pensado nos encontramos en el lado opuesto.
Personas de impecables credenciales democráticas pueden, también,
terminar sentados en la misma mesa con golpistas fallidos. En realidad,
los clérigos no son demasiado fieles al imperio de las leyes humanas, a
través de las cuales se intenta consolidar la soberanía popular. Son
vulnerables a tentaciones autoritarias. En actividad política,
acostumbran imponer su propia versión de la ley divina, a la cual tienen
acceso excluyente. Pero Rodrigo Borja, Auki Tituaña y León Roldós
parecían inmunes a las malas compañías. Medardo Mora sí fue consecuente
con sus convicciones. Por eso no acudió a la cita. Hubo, en cambio,
informaciones de prensa de que el nuevo movimiento Patria Solidaria
reclamó por no haber sido invitado. En ese caso puede haber afinidades
con los clérigos, pero no con los golpistas. ¿O son cosas de la
despreocupada juventud?

E-mail: [email protected] (Diario Hoy)
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