Quito. 28 may 96. Perdidos en la cumbre del Cayambe, a 5.500
metros de altura, con una temperatura de menos 25 grados
centígrados y una visibilidad cero, las posibilidades que
tenían Alvaro Mantilla, Margarita Sevilla y Francisco
Semblantes de sobrevivir eran prácticamente nulas.

Habían salido del refugio a la 1h15 de la mañana del domingo.
Una hora que podría parecer extravagante, pero que es la ideal
porque la nieve está dura y porque luego de una caminata
extenuante se llega a la cumbre al amanecer, cuando el paisaje
es espectacular.

Repentinamente, una hora antes de llegar a la cumbre, el cielo
que durante toda la semana estuvo despejado y que en la noche
del sábado se mostraba cargado de estrellas cambió de humor.
¿Qué pasó? Nadie lo sabe explicar. Los andinistas contestan
que así son las montañas, que esa es su magia.

Antes de llegar a la cumbre, los tres andinistas que con menos
de 25 años se enfrentaron cara a cara con la muerte,
encontraron a otro grupo que iniciaba el descenso con algo de
alarma por aquello que amenazaba convertirse en un temporal.
"La cumbre te llama y decidimos coronar. Quizá ese fue el
error", lo confiesa Alvaro.

En lo alto, el paisaje no fue lo que esperaban. Parecía una
traición: la montaña se nubló y se desplomó una virulenta
nevada que, en 45 minutos, cubrió las huellas de la ruta de
acceso. En menos de un hora, la neblina lo había cubierto
todo. Alvaro, Margarita y Francisco estaban perdidos en la
nieve.

El Cayambe es conocido por sus grietas, dice Alvaro al relatar
como se inició la aventura. El ascenso se hace a través de los
puentes que teje la nieve de lado a lado de las quebradas.
"Varias veces intentamos bajar, pero con ese nivel de
visibilidad y luego de 45 minutos de intensa nevada, encontrar
los puentes resultaba imposible".

Aproximadamente, a las 10h00, a través de un teléfono celular,
los jóvenes decidieron alertar a la familia de Alvaro. Aquel
fue el primer pedido de auxilio.

Francisco cuenta que decidieron esperar que llegara el equipo
de rescate y que el reto era sobrevivir al frío. En medio de
la niebla y durante varias horas, los jóvenes hicieron
flexiones de pecho, saltaron, cantaron y trataron de mantener
la calma. Pero con el paso de las horas, "lo único posible era
rezar".

Alvaro, de 24 años y con larga experiencia como andinista,
asegura que después de varias horas de viento inclemente y
cuando empezaron a sentirse exhaustos, se les ocurrió la idea
de construir un "iglú" y cavar una cueva en la pendiente de la
montaña que les proteja del viento, que empezaba a lastimarles
la piel. "Nos metimos dentro de la cueva, pero al estar
inmóviles el frío era aún peor".

"Empecé a preocuparme cuando me di cuenta de que el temporal
hacía prácticamente imposible que alguien llegué a
rescatarnos. Un rescate en esas condiciones era un suicidio",
asegura Margarita, de 22 años.

Luego de ocho horas de espera, aproximadamente a las 18h00,
mojados y con un frío que calaba los huesos, los jóvenes
empezaron a pensar en la muerte.

"Sentí que me paralizaba", asegura Margarita. Los andinistas
saben que, con una temperatura de menos 25 grados, si no se
mantienen en movimiento, la muerte puede llegar en apenas una
hora. "Sabíamos que no sobreviviríamos al amanecer", asegura
Alvaro.

En una decisión en la que estaba en juego la vida y la muerte,
Alvaro, Margarita y Francisco, decidieron emprender el
descenso. "Las alternativas que teníamos eran claras: o
moríamos de frío o intentábamos el descenso, con un 90 por
ciento de posibilidad de caer en una grieta y de golpearnos".

Margarita asegura que sintió que la única opción que tenía era
elegir el modo de morir. Pero que debían actuar de la mejor
manera: "luchando por la vida hasta el final".

Cincuenta metros más abajo, se produjo la primera caída.
"Rodamos entre 40 y 50 metros. Por suerte caímos en un hueco
donde se había acumulado nieve fresca y el golpe fue suave.
Demoramos una hora en rehacer los lazos de la cuerda que nos
mantenían atados", dice Alvaro.

Una hora más tarde, Alvaro, Margarita y Francisco decidieron
proseguir el descenso. "Teníamos una linterna, pero no
sabíamos en qué lugar nos encontrábamos. Buscábamos un paso
seguro, pero el lugar estaba lleno de grietas".

Unos metros más abajo, el cálculo falló. Alvaro Mantilla cayó
en una grieta de 20 metros. La cuerda que le ataba a sus
compañeros -con diez metros de distancia uno del otro-,
lograron frenar su caída. Eran las 23h00.

"Cuando caí deduje que el accidente iba a ser fatal. Apenas
habíamos comido. Era imposible que mis compañeros después de
todo el día de esfuerzo fueran capaces de rescatarme y yo no
tenía fuerzas para salir". Colgado de la cuerda, Alvaro
confiesa que se entregó a Dios.

UN DEPORTE "ESPIRITUAL"

"Uno dice no temerle a la muerte. Eso no es verdad. Yo me
sentí horrorizada con la idea de morir tan joven", asegura
Margarita. Cuando la vida de Alvaro pendía de una cuerda que
le ataba a sus dos compañeros exhaustos fue cuando apareció
una luz de esperanza. "Vi una linterna, igual a la de Alvaro.
Pensé que había logrado salir de la grieta por su cuenta. Los
vi acercarse. Eran los de la ASEGUIM -la Asociación de Guías
de Montaña-. Hoy creo que hay un Dios".

A los seis guías de ASEGUIM, les tomó una hora sacar a Alvaro
de la grieta. "La cuerda que me sostenía quedó atrapada.
Tuvieron que mandarme otra, atada a una polea para que pueda
ascender".

Luego de una dosis de bebida caliente, la pesadilla terminaba.
Junto con los andinistas de alta montaña, Alvaro, Francisco y
Margarita iniciaron el descenso. Eran las 3h00 del lunes.
Luego de 28 horas de angustia, los jóvenes encontraron a su
familia en el refugio, asistidos por voluntarios de la Cruz
Roja.

Margarita asegura que cuando llegó a casa, observó con
detenimiento sus cosas, los perros y que aún está anonadada.
"Lo primero que hice fue darme un baño. Ahora lo entiendo. Uno
debe vivir una vida que le llene, aunque sea simple".

Asegura que seguirá con sus clases de medicina en la
Universidad San Francisco y con su instrucción de aeróbicos.
Como Alvaro y Francisco, Margarita no duda en volver a la
montaña. "¿Dejar el andinismo?, para nada. Lo importante es
hacerlo con el equipo y las precauciones necesarias".

¿Qué fascinación ejerce la montaña, para que Alvaro, Margarita
y Francisco - y tantos otros andinistas- no duden en volver a
las alturas?

"Es una lucha contra uno mismo. Cada paso supone un esfuerzo
sobrehumano. Entonces uno se pregunta ¿por qué no me doy la
vuelta, por qué no regreso? Luego lo entiendes: es la visión,
el paisaje en la cumbre", asegura Francisco. Después de dos
años de andinismo, Francisco, de 25 años, asegura que el
andinismo es un deporte "espiritual".

La aventura concluye. "Llegar a la cima es un conquista de ti
mismo y de la naturaleza", dice Alvaro. Para Alvaro, Francisco
y Margarita, la montaña ahora tiene otro significado: el
triunfo de la vida frente a la muerte.

EL RESCATE FRUSTRADO

Por Francisco Febres Cordero

Desde la redacción de HOY seguía el drama, con esa
desesperante sensación que da la inutilidad. ¿Qué podía
hacer, sino comunicarme de cuando en cuando con el refugio del
Cayambe para saber que una patrulla estaba ya en camino, que
un helicóptero aguardaba que se despejaran las nubes para
sobrevolar la zona y tratar de izar a los andinistas con una
cuerda?

¿Qué más podía hacer?

A las seis de la tarde lo descubrí: Javier Ponce llamó para
decirme que allá, en el refugio, necesitaban bolsas de dormir,
velas, cadenas para las llantas de un jeep, algo de líquido y
comida para pasar la noche.

-Te recojo y nos vamos enseguida- me dijo.

Llegamos a Cayambe a una velocidad de vértigo. Allá nos
esperaba Chicho Chiriboga con las tales cadenas y las bolsas
de dormir, pedidas a él por celular. Entonces nos dimos
cuenta que nuestra magra fortuna solo nos permitía comprar
tres velas, dos bolsitas de bizcochos, un queso diminuto, una
botella de agua y una caminera de "Norteño" para que los del
refugio evitaran el soroche, además de unas quince pastillas
de chocolate que deben haber tenido la antigüedad de Cayambe.

Luego Javier se atrevió, tímidamente, a preguntar a Chicho
cómo se instalaban las cadenas en las llantas del jeep.
Chicho nos lo demostró con una cientificismo un poco excesivo
para nuestro gusto. Enseguida, y sacando fuerzas de
flaquezas, Javier averiguó: ¿Y cómo se acciona la doble
transmisión?

¿Y estos estúpidos son los que van al rescate?, debió haber
pensado Chicho, aunque no dijo nada; al contrario, procedió a
darnos una clase de tracción en las cuatro ruedas que nosotros
asimilamos a medias.

Comenzamos a trepar hacia el Cayambe por un camino infernal,
en una noche que para nosotros se presentaba negra, más por
los malos presagios que por la ausencia de luna. Al primer
lodazal nos vimos las caras... o mejor dicho medimos la
dimensión de nuestra audacia.

Nos cruzamos con un jeep que descendía. Paramos. Era
Fernando Calisto, que nos aconsejó que no subiéramos más. Que
él venía del refugio y que había evitado precipitarse al vacío
solo gracias a su singular habilidad de viejo rallysta, y que,
además, otras patrullas habían llevado ya todo lo necesario.

-¿Hasta velas?, pregunté.

-Lámparas- me contestó Fernando con un tono despectivo,
intuyendo que yo me había quedado atrasado muchos años en la
historia de la electricidad.

Sin embargo, decidimos no darnos por vencidos, en la seguridad
de que de algo podría servir arriba nuestra pericia de.

-¿De qué? -pregunté a Javier, sin obtener más respuesta que el
silencio.

Nos habían dicho que el último tambo anterior al refugio era
la hacienda "Piamonte". Y, ante nuestro propio estupor, la
encontramos.

-Debemos estar a unos quince mil metros de altura- le dije a
Javier.

-Sigamos -contestó con una voz que casi no llegó a mis oídos:
se quedó a la mitad congelada por el frío del páramo.

Y seguimos. Aproximadamente dos metros. El jeep se resbalaba
sin control y giraba sobre su propio eje en esa senda jabonosa
de lodo y nieve. Maldijimos no ser cadenólogos, ni doble
transmisionistas, ni ascensionistas. Ni nada.

Humillados, tocamos la puerta de la casa de "Piamonte" y
pedimos al indígena que nos abrió que, si alguien subía hacia
el refugio, le entregara esta bolsita con. Una vez libres las
manos, no necesitamos confesarnos lo que presentíamos: ni bien
comenzáramos a bajar, la familia del guardián de "Piamonte"
destaparía la media de "Norteño" y haría buen uso de los
bizcochos, guardándose las velas para épocas del estiaje en
Paute.

E iniciamos un vertiginoso descenso hacia nuestra inutilidad.

Mientras tanto, arriba...

Pero esa es otra historia.

GUIAS ALTAMENTE PROFESIONALES

En el rescate de los tres andinistas que se perdieron por más
de veinte horas en la cumbre del Cayambe, participó un grupo
especializado de la Asociación Ecuatoriana de Guías de Montaña
(ASEGUIM).

Rafael Martínez, presidente de ASEGUIM, quien encabezó la
operación de rescate aseguró para HOY que a las 11h30, la
Asociación tomó conocimiento de la pérdida de los andinistas y
que, inmediatamente, dispusieron la salida de seis guías con
equipo especializado.

"Lo primero que se hizo fue señalizar la ruta con banderolas",
dijo Rafael Martínez. Según el presidente de ASEGUIM la
señalización fue fácil porque contaban con personas que
conocían 'de cabo a rabo' el Cayambe.

Martínez dijo que el rescate se dificultó por tres factores.
En primer lugar, en horas de la mañana se desató una tormenta,
con vientos de entre 60 y 70 kilómetros por hora. La
temperatura llegaba a 20 y 25 grados bajo cero.

Sin embargo, el mayor problema fue la visibilidad, que era
imposible a mas de cinco metros. "A veces no veíamos más allá
de nuestras narices", dijo Martínez.

A las 21h00, los andinistas lograron tomar contacto visual con
los Alvaro, Margarita y Francisco. "Cuando los encontramos,
estaban en un momento crítico. Dos de ellos tenían síntomas de
hipotermia", dijo Martínez.

A las 03h00 de ayer, llegaron al refugio del Cayambe con los
tres andinistas extraviados. "A pesar de que pusimos
banderolas en el camino para facilitar el regreso tuvimos
algunos problemas por la inmensidad del nevado y por el mal
tiempo", dijo Martínez.

El presidente de ASEGUIM aseguró que en el rescate no contaron
con la ayuda ni de Defensa Civil, ni de la Policía. "El Grupo
de Intervención y Rescate dijo que no tenía equipos".

Para Martínez el principal problema que tienen ellos como
institución es la falta de información sobre su labor y la
falta de equipos. Aseguró que no reciben ningún apoyo
gubernamental a pesar de ser el único grupo especializado en
rescate de alta montaña. (DIARIO HOY) (P. 12-B)
EXPLORED
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