Quito. 25.mar 97.

EN ESTE CAPITULO, SE CUENTA COMO ABDALA BUCARAM QUISO, PARA
SALVARSE, FORZARLE LA MANO A LOS MILITARES, PIDIENDOLES SACAR
LOS TANQUES A LAS CALLES. COMO EL PRE ARMO UNA ESTRATEGIA DE
ULTIMA HORA PARA SALVAR A SU LIDER TRATANDO DE DIVIDIR A LOS
SOCIALCRISTIANOS. COMO LOS MILITARES LE DIERON LA PRIMICIA DE
SU DECISION A LOS DIRIGENTES QUE DESFILARON POR SUS OFICINAS
EL 6. Y COMO CARLOS SOLORZANO NO PERDIO LA ESPERANZA DE SER
LA CUARTA OPCION...

Que saquen los tanques a las calles: esta orden fue dada según
una alta fuente militar, por Abdalá Bucaram y el general
Víctor Manuel Bayas. Sorprendido, el Alto Mando se opuso
argumentando que se había dado todas las disposicones de
seguridad. Los tanques en la calle volverían explosiva la
situación.

Los militares, que casi un mes vieron multiplicarse las
manifestaciones en el país, temían cualquier desbordamiento el
miércoles 5. La tropas habían sido acuarteladas y se seguía
un plan severo de seguridad. Por fortuna la aprensión fue
superior a la realidad.

Es posible que las escenas de violencia y vandalismo que los
ecuatorianos contemplaron antes del paro hayan funcionado como
un cerrojo. Durante ese mes, en efecto, entre los jubilados,
estudiantes, monjitas, universitarios, enfermeras, obreros y
periodistas que salieron a la calle se colocaron encapuchados;
algunos con revólver en mano. Hubo repudio y llamados de la
Iglesia, los militares, los líderes políticos y la prensa para
manifestar en calma. Solo el MPD se abstuvo de condenar por
adelantado el recurso a la violencia.

El 5 sorprendió por su magnitud y por el cariz abiertamente
político de las demandas que se leían en pancartas y que en
coro se entonanban: "fuera Bucaram", "que se vaya"... Solo los
historiadores podrán decir si ese reclamo masivo y profundó
ahogó las veleidades vandálicas de los que siempre pescan a
río revuelto.

En el Congreso la entrada fue a las 08h30, como de costumbre.
Los primeros en llegar se encontraron con unos cinco o seis
militares vestidos de civil. El personal de la Escolta
Legislativa les pidió que salgan, pues no podían estar sin una
orden. Y se fueron.

A las 09h30, se supo que había cambiado el jefe de la Escolta,
mayor Plácido Enríquez. No faltaba más para que se armara la
de Troya. Y se armó: Fabián Alarcón no admitió el reemplazo
en su entorno se manejó el peor escenario. Se dijo que no
había sido enviado para proteger al Congreso sino para espiar
a Fabián Alarcón y a los otros "conspiradores". Pero, para
detenerlos. La Policía mástarde explicó, en una nota, que el
nuevo Jefe de Escolta había sido escogido por ser especialista
en situaciones candentes. Era un esfuerzo, no una mala jugada
ordenada por el Gobierno.

Pero el caso siguió: al mediodía, mientras Alarcón daba una
rueda de prensa en el Salón de los Presidentes, un jefe
policial trató de cumplir una orden que hasta ese momento y
después no pasó de ser un rumor: capturarlo. Se les ordenó a
dos policias del GIR, vestidos de negro, esperar a Alarcón
camino a su oficina: uno en el ascensor, el otro en las
gradas.

Fabián Alarcón no bajó solo. Lo acompañaban los jefes de
bloques y Rafael Cuesta, quien ya estaba enterado. "Venga, mi
presidente", le dijo mientras lo abrazaba y lo arrastraba a
territorio seguro. Otros empleados, especialmente mujeres, le
hicieron un cerco para protegerlo.

En el Congreso ya todo estaba previsto, solo faltaba "amarrar"
algunos votos. La víspera, Alarcón no asistió a una reunión
en el Consejo de Seguridad Nacional, Cosena. Tenía un temor:
que los militares invocando la seguridad nacional u otra
figura, le pusieran objeciones a la convocatoria a un período
extraordinario, que a pesar de la retórica con la que fue
citado, perseguían un objetivo: tumbar a Bucaram.

En esa reunión del Cosena -a la que tampoco asistió Carlos
Solórzano, presidente de la Corte Suprema- la Visepresidente
les dijo a los militares que era ilegal lo que pensaba hacer
el Congreso. Ella y Bucaram intentaron que las Fuerzas
Armadas desautorizaran públicamente lo que se aprestaba a
hacer el Congreso. Los militares no se movieron.

Leslie Alexander, embajador de EE.UU., también habló con el
General Paco Moncayo y le dijo que para su país sería difícil
mantener relaciones con una persona salida de un dudoso
proceso legal. Esas intervenciones podrían explicar, en
parte, la conducta osada de Rosalía Arteaga.

La tarde encontró al Congreso rodeado de polícias y soldados.
Los manifestantes entraron por el acceso principal, en la
calle Juan Montalvo. El forcejeó duró hasta que se rompió el
cerco policial. Además de los ex presidente Rodrigo Borja y
Osvaldo Hurtado, solo unos pocos lograron pasar. Miles de
manifestantes gritaban en contra del Gobierno. "He visto
rabia en algunos rostros", diría más tarde Rodrigo Paz.

La masa es impredecible. Esta parecía salir de todos los
lados, de la Carolina especialmente. Ahí se habían citado esa
mañana los dirigentes de la Asamblea de la Ciudad. A las
12h00, el momento más emotivo del mitin, la multitud no estaba
para escuchar a cinco oradores. Por eso solo habló el alcalde
de Quito, Jamil Mahuad, y tras cantar el Himno Nacional fue
literalmente engullido por la multitud.

En el Congreso Fabián Alarcón seguía sus contactos directos
con la oficina de León Febres Cordero en Guayaquil. Una línea
telefónica exclusiva fue instalada para concertar tiempos y
movimientos.

Por la noche hubo una reunión del directorio de la Asamblea,
en la zonal norte, para hacer una evaluación. Mahuad se
reunió con el directorio de la Asamblea, junto a Marcelo
Merlo, Cornelio Merchán y Alexandra Vela.

Los empresarios hicieron las suyas. Gustavo Pinto, presidente
de la Cámara de Industriales de Pichincha, reconoció que nunca
había imaginado que el paro alcanzara semejantes magnitudes.
Solo después, los empresarios comprendieron -cuenta Nicolás
Espinoza, presidente de la Cámara de Comercio de Quito- que
estaban ante un hecho histórico cuyo desenlace desconocían.

Los empresarios se habían cuidado de tomar suficiente
distancia de las demandas del FUT. Sin embargo, tras el
anuncio de la adhesión al paro recibieron presiones del
gobierno de Bucaram para reveer su decisión. Gustavo Pinto
afirma que fueron fuertes y diario. Pero la decisión estaba
tomada: ese Gobierno los había ignorado y había desconocido
las demandas formuladas contra la corrupción. El tiempo y
los escenarios conspiraban contra el Gobierno y los
empresarios, maltratados y puestos en la picota por Bucaram
como ologarcas, no iban a tenderle la mano. Eso fue notorio
en el Congreso de Industriales, realizado en Manta del 29 al
31 de enero. En él decidieron oponerse frontalmente al
esquema de convertibilidad monetaria.

El Gobierno midió el peligro que encerraba ese encuentro y
envió al Ministro de Comercio Exterior e Industrias, Jorge
Marún. El era el único enlace que los empresarios reconocían
como válido con la administración Bucaram. Pero su gestión
para apaciguar los ánimos y vender la idea de que vendrán
rectificaciones, se estrelló contra un muro: Marún salió por
la puerta trasera y el comunicado público fue mucho más duro
de lo que el Gobierno esperaba.

La cuenta regresiva había comenzado y esa noche, tras ese
masivo y pacífico paro, todo el mundo sabía que Abdalá Bucaram
estaba políticamente liquidado. En los dos minutos que duró
su cadena nacional, en la que anunció rectificaciones, no
logró disimular esa realidad.

Así lo entendieron los movimientos sociales y la clase
política que, como si se hubieran pasado la voz, comenzaron a
desfilar el jueves 6 por La Recoleta. "Por el Ministerio de
Defensa pasaron todos", dice un alto oficial. Los miembros
del Frente Unitario de Trabajadores (FUT) y el Comando
Conjunto hablaron un cuarto de hora. Según Fausto Dután, les
explicaron que su pedido ya era un hecho. "El general Moncayo
nos dijo que el pueblo lo había deslegitimado (a Bucaram) y
que en Guayaquil se le había comenzado a retirar la escolta de
su casa".

Los generales lucían unánimes en tres puntos: el paro había
confirmado la situación de ingobernabilidad que estaba
viviendo el país. La única salida para ellos era retirarle el
apoyo a Bucaram. Se había tardado una horas más ( de lo que
algunos esperaban) para ver como evolucionaban los hechos.

Salió el FUT y llegaron los representantes de los sectores
empresariales. el mismo pedido, la misma respuesta. La
vicepresidenta Rosalía Arteaga también se apuntó: fue con sus
asesores para darles a conocer su punto de vista a los
miltares.

Los representantes de la Asamblea de Quito fueron recibidos
desde las 11h00 hasta las 15h00 por el Comandao Conjunto.
Ellos querían saber cuál era la posición de las FF.AA. porque
no les parecía nada claro su posición. A los militares les
preocupaba que la figura escogida por el Congreso tuviera
repercuciones internacionales. El Comando Conjunto también
recibió al Consejo de Generales y Al mirantes en servicio
pasivo.

A pesar de todos estos movimientos, el Gobierno seguía
apuntándole a otros escenarios: ese jueves 6, en las oficinas
del FUT sonaron insistentemente los teléfonos. Dos veces
llamó Gustavo Larrea para decir que el Gobierno estaba
pensando seriamente en derogar las medidas económicas. Los
dirigentes de FUT afirmaron haberse hecho negar, pero las
secretarias les dieron los mensajes: el Gobierno estaba
dispuesto a rectificar y los salarios subirían en un 25 por
ciento.

En el Congreso, la maquina política seguía funcionando sin
parar. La víspera, los diputados durmieron en sus oficinas y
en las de los bloques. Los emplados de la Asociación de
Servidores Legislativos lo hicieron a la entrada del Salón de
Sesiones. Esa noche los militares requisaron del séptimo piso
para abajo: encontraron aras en el bloque del PRE. Alarcón
se fue a las 03h00 y volvió antes de las 07h00.

El contingente militar se redobló desde la madrugada. Alarcón
recibió a tres militares, encabezados por el general Suárez,
que venían a comunicarle que su seguridad y la de los
legisladores estaba garantizada. Alarcón respiró e inició lo
que sería la negociación final para cesar a Bucaram. "Ya
estoy en esto y debo ir hasta el final", dijo hacia las 14h30
cuando fue citado a una reunión con los jefes de bloque.
Franklin Verduga, celular en mano, hacía de puente.

Hasta esa hora, Alarcón no admitía ser el reemplazo de
Bucaram. A lo sumo reconocía que había "dos buenos
candidatos, Solórzano y Alarcón". Pero a juzagr por el
movimiento inusitado en su despacho y la nube de diputados y
otros interesados, no cabía duda: él era el ungido.

A esas horas, el PRE hacía lo imposible para salvar a su
líder. Miguel Salem, vía celular, consultaba a cada diputado
sobre su voto. En sus diálogos no había ofrecimientos ni
insinuaciones. Ese trabajo fue delegado al llamado hombre del
maletín que al parecer no fue uno sino dos: Eduardo Véliz,
diputado por Galápagos, era uno de los encargados de abordar a
os independientes luego de que hablaban con Salem.

El Gobierno intentó otra estrategia: romper el bloque opositor
desde el PSC. Para eso pensaban en Rafael Cuesta. El PRE
quería convencer a 10 diputados socialcristianos y a algunos
independientes. A Cuesta le pedirían presentar una propuesta
para dividir en dos la moción del Presidente y otra a la
elección de su reemplazo.

El PRE garantizaría la salida de Bucaram por la vía de la
reunica pero impulsaría el nombre de Cuesta como sustituto,
amparado en la Constitución no decía que la Vicepresidenta
debía serlo. ¿Contactaron realmente a Cuesta? Este habría
sondeado a por lo menos tres independientes, pero su gestión
no habría prosperado.

Ecuador -inquieto y perplejo ante la demostración de unidad y
fuerza que había dado- asistió por televisión al desenlace: 44
votos encontra de Bucaram. A las 22h04 Fabián Alarcón era el
presidente interino.

Ese capítulo había salido bien. Los dirigentes de las fuerzas
sociales aplaudieron y se lanzaron de cuerpo entero en el
siguiente: marchar hacia Carondelet. Jamil Mahuad y parte de
las personas de la Asamblea de la Ciudad esperaban en la
Politécnica Nacional en compañía de los profesores y de
Rodrigo Arroba, el rector. Nadie se acordó de que tenía
hambre hasta que las secretarias llegaron con canguil.

A las 21h30, parte de Quito armaba una fiesta motorizada con
banderas y vivas al nuevo Presidente. Mahuad se dirigió en la
caravana a la Plaza Grande en cuyos alrededores se
concentraban limes de manifestantes. Pocos pudieron entrar al
parque, los suficientes para causarle pánico al entonces ex
Presidente encerrado con sus fantasmas en Palacio.

Después de la marcha, Alarcón volvió a la medianoche al
Congreso: estaba desmadejado. A esa hora, Fabrizzio Brito, el
secretario del Congreso, no pasaba el chuchaqui por su
actuación ante la pregunta de Jorge Montero en la sesión de la
noche.

Estaba sentado en el suelo del recibidor de la Presidencia del
Congreso siguiendo la noticias por televisión. De su
ensimismamiento salió cuando se vio en una cadena montada por
la Senacom en la cual apareció desorientado: no podía
encontrar en la Constitución el artículo que facultaba a los
diputados a elegir Presidente.

Alarcón no perdió tiempo. Se reunió con los jefes de cloque y
abandonó el Congreso a las 03h00 del viernes, convencido de
haber dado un paso sin retorno. Las dudas lo embargaban: en
ese momento se evocaba la posibilidad de un cuarto
candidato...

Carlos Solórzano, presidente de la Corte Suprema de Justicia,
era ese hombre. También él se había visto con la banda
presidencial y siguió los acontecimientos del 5 y el 6 desde
su despacho.

Varios diputados, informalmente o mediante mensajes, le
consultaron la posibilidad de ser uno de los candidatos a la
Presidencia. El no se negó a darle cuerpo a esa posibilidad y
hasta puso reglas: ningún partido le impondría condiciones
para su gestión, los ministros y colaboradores deberían ser
independientes o personas técnicas...

Sus movimientos también los midió. Así, por ejemplo, cuando
Franco Romero le llamó para ir con tres expresidentes del
Congreso a su oficina y hacerle conocer la resolución según la
cual Alarcón era presidente, les dió una explicación que unía
su lógica con la del Congreso: como amigos no tendría
inconveniente en recibirlos pero no como Presidente de la
Corte. Menos, en delegación oficial. A su juicio eso era
legitimar la decisión tomada por el Congreso.

Ese rato, Solórzano no creía haber agotado sus posibilidades:
por eso, al otro día, viernes 7, salió de su incierro y fue al
Comando Conjunto de las Fuerzas Armadas donde fue recibido por
los generales y almirantes. (Texto tomado de EL COMERCIO)
(Pág. A2)
EXPLORED
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