Quito. 01.12.93. En los últimos años se han multiplicado centros
naturistas, restaurantes vegetarianos y macrobióticos,
consultorios que elaboran carta astral -a mano o por
computadora-, nuevas prácticas médicas -homeopatía, acupuntura,
bioenergética, digitopuntura-, bares en los cuales se lee la
suerte con las cartas del Tarot, otros en los cuales se reúnen
oficiantes de ritos de magia negra, shamanes y yacchas indios y
mestizos, lectores de cartas, guijarros, fuego, granos de trigo,
números, residuos del té, ceniza de cigarrillo, manos, estrategas
del hexagrama de I Chinh, cultores del horóscopo chino, sesiones
de quija y espiritismo, cursos de masajes japoneses -el shiatzu-
y coreano, academias de gimnasia china, prácticas de
concentración y meditación -yoga, tai chi, qi jon, taijiqual,
daoin-. El tao, el zen... La lista es interminable.

Los gurús y pitonisas de amplios sectores de las capas medias y
altas, se han sumado así a los adivinos, brujos y suerteros que
proliferan, desde hace muchos años, en el centro histórico y en
los barrios pobres. De hecho se ha creado un conjunto de nuevas
prácticas y conocimientos, articuladas entre si -es decir una
forma cultural- sobre alimentación, medicina, el destino, la
suerte, el cuerpo, la energía. Un collage de conocimientos que
domina las conversaciones de sobremesa, los intersticios de la
música de las salsotecas, el epílogo del amor.


Un nuevo saber de la naturaleza

El encuentro entre el pensamiento ecológico, el saber occidental
crítico, las culturas de Oriente y el shamanismo indio, ha
fundado una nueva concepción de la naturaleza, el cuerpo, la vida
-la unidad de todas ellas como ases de pulsiones, flujos y
centros energéticos en equilibrios cambiantes e inestables- que
empieza a abrirse paso.

Occidente es una cultura abierta y voraz, capaz de asimilar
procesos culturales diferentes y transformarlos, en este caso, en
técnicas funcionales a la cultura del cuerpo productivo.

Salvo excepciones, esos flujos culturales han llegado como
prácticas antes que como cosmovisión. Se articulan en un collage
heteróclito y flexible, con prácticas de la racionalidad moderna:
de hecho, la mayoría mira a los "militantes", como la
ultraizquierda radical y dogmática.

Hedonismo y miedo a la muerte

En un restaurante macrobiótico tuve una sensación escalofriante:
los asistentes, al unísono y con ritmo, masticaban cada bocado
con gran decisión. De pronto sentí un concierto de quijadas y
calaveras unidas por el miedo a la muerte.

La cultura moderna se organizó sobre la concepción del tiempo
como un contínuo irreversible, cuyo sentido se encuentra en el
futuro y se expresa en las ideas de vanguardia, utopía,
revolución política y renovación de la formas estéticas.

El futuro es el tiempo de la especie y de la historia, más que
del individuo. La modernidad se organizó a partir de la
trascendencia, histórica y metafísica del individuo. La política,
el arte y el amor-erotismo han sido las formas privilegiadas de
la misma que definen un sentido de la muerte sintetizada por
Octavio Paz, prototrozquista de los 50, en palabras referidas a
la guerra civil española: "La muerte había sido vencida. Se podía
morir porque morir era dar vida".

Luego de la catástrofe ecológica y el fin de la noción de
progreso, una nueva dimensión del tiempo, fundado en el presente
y lo efímero emerge como la matriz de la cultura post-moderna. El
fin de la URSS, además, resquebrajó la grata tranquilidad de una
historia ya hecha, que solo esperaba el momento oportuno para
desplegarse, y ha sacado a flote la incertidumbre como uno de los
ejes de la cultura actual. La precariedad de la existencia del
mundo post-industrial, en el cual, el delirio del mercado funda
la libertad del individuo en la fugacidad. La celeridad del
tiempo de consumo, la moda, la guerra, el despilfarro. Vivimos la
euforia de los desechables, el apocalíptico cotidiano de las
mercancías.

La cultura postmoderna asume dos direcciones distintas y
complementarias: el hedonismo -el tiempo del placer es el
presente- y el miedo a la muerte.

Un hedonismo de la postorgía. Una técnica de placer, liberada de
la intensidad erótica, en la indiferenciación de los sexos y las
formas. La banalización de la sexualidad -la relación erótica en
lugar de singularización a los amantes, los vuelve
intercambiables: el sexo efímero y desechable-, la disolución del
producto estético en su valor de cambio y la crisis de la
política, marcan la muerte de las mediaciones para escapar a la
muerte.

Esta nueva forma cultural que se abre paso, se funda en torno de
la incertidumbre y el miedo a la muerte: el cuidado de la salud,
la interrogación sobre la suerte.

A la vez, esas dos caras -el hedonismo y la muerte- se
complementan. Hay una cierta coquetería con el destino. Nadie
cree, a pie juntillas, lo que augura la carta astral. Es más un
proceso de introspección; una sugerencia técnica de autoanálisis
que encuentra su espacio en el discurso ambiguo de las prácticas
proféticas. La meditación, además, se transforma en técnica de
mejoramiento para alcanzar una sensación de armonía, bienestar y
soberanía del cuerpo, formas todas de un nuevo, delicado y
discreto hedonismo.

Cocina y simulacro

La carne vegetal es un eje de la dieta vegetariana. Filet
mignons, ceviches, pollos chateubriands y hasta hamburguesas,
carne en palito y hotdogs vegetarianos. Es la cocina del
simulacro: los vegetarianos son carnívoros al revés.

La dieta vegetariana se organiza al margen de la comida como
creación humana, técnica y forma artística. Combina principios,
características nutritivas y efectos salutíferos, pero no
sabores. Es un promédico, una moral y hasta una filosofía.

El sabor es el elemento superpuesto, aun cuando a veces lo sea
exquisito. De allí la necesidad de recurrir a la simulación y a
la memoria de los sabores.

Dicha dicta no se funda en el placer. Su principio organizador,
fundamento y objetivo es la salud. Es decir el cuerpo producto de
la razón moderna. El cuerpo no como pulsión erótica sino como
gesto y reproducción de energía.

En resumen, un nuevo saber, hedonismo y miedo a la muerte, una
frontera ambigua entre el cuerpo pánico y el cuerpo productivo.

Sobre adivinaciones

Silvana, lee el tarot: "Yo creo que la gente quiere comunicarse
con el universo y saber de esa forma cual es su destino. Eso es
válido".

Rosa, 31 años: "Generalmente se ha menospreciado este tipo de
cosas pero ahora se comienza a aceptar que hay una energía más
allá de la realidad científica, y sí existen formas de videncia.
Por eso creo en el tarot, como en los ritos surgidos de los
negros africanos".

Orlando, 40 años: "No creo en la videncia, para mi es una forma
de escape que busca la gente debido a los problemas que tiene,
sean económicos, sean familiares"

Juan 53 años: "Yo creo en este tipo de cosas desde hace mucho
tiempo. A mi me han dicho cosas que luego ocurrieron, aunque
mucha gente se ría. Una de ellas, es que me divorciaría".

Sobre comidas naturistas

Rosa, 33 años: "Las verduras y la comida vegetariana en general
nos ayuda a oxigenar el cuerpo, por lo tanto no veo por que no
aprovechar en un país donde hay tan buenas verduras y además de
buen sabor"

Ruben 38 años: "Creo que la comida vegetariana es una moda como
tantas otras. Yo prefiero mis fritaditas, puede ser que sean
peores para la salud pero mientras hay vida hay que disfrutar".
Ivonne, 25 años: "Las comidas vegetarianas son buenas porque el
cuerpo no absorbe tantas grasas como cuando se come carne. Por
otra parte sirve para mantenerse medianamente delgada sin dejar
de comer buenas proteínas".

Sobre medicinas

Orlando 29 años: "El problema es que la los médicos te tratan mal
y cobran caro, los acupunturistas no cobran tanto y te curan".

Arturo 34 años: "Yo sufrí de sinusitis crónica y los médicos no
podían curarla, fui a un acupunturista y se me terminó. Tanto yo
como mi esposa e hijos siempre nos tratamos con acupunturista,
pero es médico".

Amparo, 45 años: "Hace tiempo que dejé de creer en los médicos. A
mis hijos los hago tratar con una homeópata que además sabe ser
cariñosa con ellos". (4B)


EXPLORED
en Ciudad N/D

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