EL MARISCAL SUCRE. Por Arturo Uslar Pietri

Quito. 24.05.92. Había nacido en Cumaná, Venezuela, el año de
1795. Durante los primeros años de su vida militar ocupa
destinos subalternos. Mientras otros rápidamente ascienden y
llegan a ostentar grados de coroneles y generales, Antonio
José de Sucre permanece en rango de teniente, de capitán, y es
muy tardíamente cuando empieza a escalar los puestos
superiores. Esto en gran parte se debe a su propio carácter.

Es un hombre reservado, un poco taciturno, nada comunicativo,
poco amigo de hacerse valer, de una modestia que en el fondo
era orgullo del propio valer, pero que le impedía recurrir a
ninguna de las formas que comúnmente los hombres emplean para
ascender rápidamente. Junto a esto tenía un valor sereno, una
inteligencia sumamente lúcida, un desprendimiento en grado
heroico, que más tarde pudo manifestarse en plenitud, y una
formación de ingeniero y de técnico que le daba una
superioridad sobre la mayor parte de sus conmilitantes en la
lucha de la Independencia.

Estas virtudes las supo distinguir muy pronto Simón Bolívar y
comenzó desde entonces a destacar de un modo continuo al joven
oficial y a encomendarle cada vez misiones más importantes y
de responsabilidad mayor.

El año de 1821, Bolívar concibe la necesidad de enviar una
fuerza expedicionaria al sur de Colombia, que más tarde va a
pasar al Ecuador, y a quien designa para esa misión tan
delicada, en la que se necesitaba no solamente los
conocimientos y la inteligencia de un gran jefe militar, sino
además la habilidad de un político cauto y todas las virtudes
de un diplomático hábil, no es a otro que a Antonio José de
Sucre.El año de 1821, Sucre marcha al sur de Colombia, de allí
va a pasar muy pronto de Pasto a Guayaquil, y en Pichincha va
a obtener la independencia definitiva de lo que es hoy la
República de El Ecuador. Se le asciende a general de
División, y más tarde pasa al Perú, donde se encuentra de
pronto siendo el jefe del ejército expedicionario
colombiano.

En 1824 se constituye lo que se llamó "el Ejército Unido",
que era un cuerpo compuesto de fuerzas expedicionarias de la
Gran Colombia, de fuerzas peruanas y de algunos destacamentos
chilenos y argentinos. A la cabeza de esas tropas, Antonio
José de Sucre va a desarrollar una de las campañas más
brillantes que guardan los fastos militares de la América del
Sur y acaso del mundo. Con fuerzas inferiores en número a las
del ejército español del Perú, maniobrando en terrenos casi
inaccesibles, en el rincón más cerrado y alto de los Andes
peruanos, Sucre logra conservar la unidad de sus tropas, su
movilidad, su iniciativa y escoger el sitio donde considera
que puede arriesgar todo ese proceso en la suerte de una
batalla.La independencia de Hispanoamérica se había venido
ganando cruentamente en las luchas iniciadas en Venezuela, en
la Argentina, en la actual Colombia y en Chile, pero el viejo
virreinato del Perú, que había sido uno de los centros
fundamentales de la dominación colonial, continuaba estando en
manos españolas, y allí estaba concentrado un poderoso
ejército, el más poderoso de todos los ejércitos que España
tuvo en ningún momento en el continente americano.

Mientras ese ejército no estuviera vencido, la independencia
obtenida en las otras secciones era sencillamente precaria y
estaba sujeta a cualquier revés de las armas para estar de
nuevo perdida. Antonio José de Sucre, con un ejército de
apenas 6.000 hombres, la mayoría de los cuales no estaban
acostumbrados ni a las alturas ni al clima de los Andes
peruanos, maniobrando en condiciones difíciles, se enfrenta a
un ejército de más de 10.000 hombres, comandado por el virrey
en persona y por más de catorce generales.

El encuentro definitivo tiene lugar el 9 de diciembre de 1824,
en un altiplano de los Andes, que se conoce con el nombre de
Campo de Ayacucho. En ese combate, Sucre, con una
sorprendente seguridad y con una rapidez de maniobra y de
concepción extraordinarias, desbarata en una lucha sumamente
breve al ejército del virrey español, que doblaba al suyo, y
en las horas de la tarde ese ejército, derrotado y destruido,
hace su rendición formal.

De esa victoria de Ayacucho se abre para Sucre un destino en
la América que ocupaban el Perú, Bolivia y El Ecuador. Va a
quedar allí, atado por su propia victoria, durante mucho
tiempo, y además por su afecto. El va a sentir un afecto
entrañable toda su vida por la ciudad de Quito, en donde va a
conocer a la famosa Mariana Carcelén y Larrea, marquesa de
Solanda, con la que ha de contraer matrimonio más tarde.Al
frente del ejército, Bolívar lo disputa para que vaya al Alto
Perú.

En el Alto Perú, en medio de grandes facciones y dificultades
políticas, da los pasos necesarios para que se constituya la
nueva nación que va a llevar el nombre de Bolivia.Esa nueva
nación lo elige no solamente su primer presidente, sino su
presidente vitalicio. Sucre no acepta la presidencia. En
repetidas ocasiones se niega, y sólo cuando Bolívar interviene
y fuerza su decisión, Sucre acepta la presidencia, pero
reducido su término a dos años.Esos años de presidencia
boliviana van a ser de gran prueba para este hombre.

Va a encontrarse en medio de pasiones y de intrigas sin
número, se va a conspirar hasta contra su vida, se va a tratar
de enlodarlo, de rebajarlo y de infamarlo, pero ha rectitud
irreprochable de aquel carácter heroico logrará
imponerse.Sucre regresa a Quito, donde se reúne con la
marquesa de Solanda, con la que se había casado por poder.
Allí parece que va a llevar la vida que él añoraba y deseaba.
Una vida de paz y de tranquilidad, apartado de los menesteres
y de los desagrados de la vida pública. Ha comprado una casa,
que es la que todavía se conserva en Quito con su nombre.
Allí discurrió su corta vida matrimonial. No vivieron juntos
más de once meses. Allí nació su única hija, Teresita, y del
balcón cayó, un año después de la muerte de Sucre, Teresita,
de los brazos del general Barriga, que se había casado con la
viuda del mariscal.

Cuando estuvo Sucre en esa casa, entregado a sus tareas
agrícolas, cuidando de las tierras de su mujer y viviendo en
el mayor apartamiento posible, el general Lamar, que para
entonces había venido a ocupar la posición preponderante en el
Perú y que había entrado en pugna con El Ecuador, decide
movilizar un ejército contra El Ecuador. A Sucre se le llama
para ponerlo al frente del ejército que representaba los
intereses de la Gran Colombia. El acepta el mando, y para
evitar la guerra se esfuerza hasta el último extremo en lograr
que no se llegue a la lucha armada.

Hace promesas de toda índole, propone las transacciones que le
parecen más favorables para los peruanos, pero Lamar,
envalentonado porque su ejército doblaba en cantidad al que
estaba bajo el mando de Sucre, no acepta ninguna transacción
honorable y ataca.Tiene lugar el año de 1829 la batalla de
Tarqui, y en ella, en pocas horas, Sucre destroza el ejército
de Lamar en la más completa derrota.

Cuando el combate termina y los vencidos vienen a solicitar
las condiciones, que esperan terribles, Sucre les dice que son
exactamente las mismas que antes de la batalla les había
sometido, y la manera como lo razona está en este párrafo, que
igualmente es un monumento moral a la gloria de este varón
ejemplar.Dice Sucre: "Juzgue indecoroso a la República y a su
jefe humillar al Perú después de una derrota con mayores
imposiciones que las pedidas cuando ellos tenían un ejército
doble en número al nuestro, y mostrar que nuestra justicia era
la misma antes que después de la victoria". Esto, más tarde,
los juristas americanos lo han traducido en una hermosa
fórmula, fórmula, por desgracia, que está más allá de lo que
la civilización humana permite, y que se expresa diciendo: "La
victoria no da derechos".

Eso fue lo que expresó y practicó el gran mariscal de
Ayacucho, Antonio José de Sucre, en la ocasión de
Tarqui.Vuelve al retiro de nuevo, esperando poder estar
tranquilo, pero la situación de la Gran Colombia se agrava.

Surgen las ambiciones locales. En el Ecuador, Flores; en
Venezuela, Páez; en la antigua Nueva Granada, Santander.
Bolívar, que se siente enfermo y viejo y que ve con horror la
anarquía, convoca el llamado "Congreso Admirable", en 1830. A
ese Congreso va Sucre como delegado de su vieja provincia de
Cumandá. Le hacen presidente del Congreso con grandes honores,
pero él no se hace ilusiones sobre la posibilidad de remediar
nada. Hace una tentativa de entendimiento con Páez. Llega
hasta la raya del río Táchira, y las autoridades venezolanas
no lo dejan pasar al territorio nacional.Regresa a la Nueva
Granada, y con el sentimiento de que ya nada hay que esperar,
casi con un movimiento de sacrificio, de ser que sabe que lo
único que le resta es la vida y que está dispuesto a
entregarla, vuelve solo, con un pequeño acompañamiento, a su
tierra de El Ecuador. Tiene que atravesar Pasto y las
regiones del Sur, infestadas de bandidos y de enemigos
políticos, y atravesándolas, en la montaña de Berruecos, muy
de mañana, una partida que se había apostado a esperarlo,
dispara sobre él y le mata.

Se conserva el sombrero que llevaba el mariscal Sucre en
Berruecos en el momento de su muerte. Tiene las roturas
hechas por los disparos que le hicieron la cabeza. De
Berruecos le trasladaron más tarde a Quito y allí le
enterraron. (Revista Domingo p.6-7)
EXPLORED
en Ciudad N/D

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