Quito. 24 jul 96. Víctima de una larga enfermedad, en la madrugada
del martes falleció en Quito Clemente Vallejo Larrea, ciudadano de
ejemplares ejecutorias en los distintos ámbitos en que le tocó
actuar.

Clemente Vallejo, a pesar de haber culminado sus estudios de
Derecho, estuvo, desde muy joven, vinculado a la actividad
económica del país, donde dio demostraciones fehacientes no
solo de amplios conocimientos en la materia bancaria sino,
fundamentalmente, de una honradez acrisolada que, junto a la
verticalidad de sus procedimientos, le granjearon la confianza
de la ciudadanía.

Sin embargo, rebasando este campo que fue el de su
especialidad, Clemente Vallejo se demostró como un auténtico
hombre de cultura, actividad a la que apoyó ya desde la
función pública como la privada. Su debilidad fue la música,
de la que era, más que un aficionado, un cultor permanente.

Con su muerte, el país no solo pierde a un banquero probo
sino, sobre todo, a un humanista en el más auténtico sentido
del término.

Por Francisco Febres Cordero

Había dejado de verlo por algún tiempo, pensando siempre que
estaba ahí, tan a la mano, tan en la vecindad, tan en la
intimidad, que era solo cuestión de cruzar la calle para
volverlo a encontrar.

Pero, antes, se cruzó su larga enfermedad.

Y después, se cruzó la muerte.

Hasta que ahora, Clemente Vallejo permanece cruzado en mi
recuerdo, como si mi memoria estuviera atravesada por estos
últimos catorce años de mi vida en HOY.

El era ya viejo cuando lo conocí, en esos instantes en que el
Diario más joven del mundo iba a nacer. Era viejo, digo, y
era, además, una autoridad protegida bajo el título de
"presidente del directorio", creo. Tan viejo y tan
presidente, que yo lo llamaba "don". Don Clemente.

Y él se dejó llamar así. Y yo, mientras tanto, iba
descubriendo que ese hombre tan viejo y tan presidente, no era
ser de un solo don, sino de muchos, tantos que, al poco
tiempo, ya no lo veía ni tan viejo ni tan presidente: había
rejuvenecido hasta el extremo de ser casi un adolescente, por
esa visión fresca, ilusionada, irreverente y juguetona que
tenía sobre las cosas y el mundo.

Creo que fue entonces cuando comenzamos a ser amigos. Y él
pasó a ser Clemente, sin ese don que yo anteponía a su nombre,
sino con todos esos otros dones que acompañaban su espíritu y
que yo, en secreto, iba descubriendo con una admiración que
rayaba en estupor.

El don de la lucha, por ejemplo: nada parecía capaz de
derrotar a ese hombre de principios férreos y creencias
definidas.

El don de la solidaridad con las causas justas.

El don de la rectitud y la honorabilidad a toda prueba.

El don del humor. Comenzaba a reírse de él mismo y, luego, se
reía de los otros, sobre todo si éstos eran los poderosos
detentadores del poder, seres prevalidos de vanidades y
riquezas.

El don de la inquietud que, comenzando en los libros, llegaba
a la música, pasando por la economía, el deporte y la
política.

Lo demás lo marcó el tiempo: creo que este Diario no hubiera
sido el mismo que es, si la impronta de Clemente no se hubiera
fijado en nosotros y nos hubiera marcado. Para siempre.

Sabíamos que él estaba siempre ahí. Bastaba con cruzar la
calle para encontrarlo.

Ahora, basta cruzar la muerte.

Y ahí lo encontraremos en el recuerdo para, bajo su égida,
seguir caminando la misma ruta de siempre. Una ruta que,
habiendo sido la suya, es, por su generosidad, la nuestra.

CLEMENTE, MAS ALLA DE LOS ESQUEMAS

Por Benjamín Ortiz Brennan

Clemente Vallejo Larrea era un hombre sorprendente. Su
personalidad desbordaba los esquemas. Banquero, de los más
prestantes y prestigiosos, tenía un profundo sentido social.
Jamás fue indiferente ante la injusticia. Ni ante la pobreza.

Alguna vez, mientras viajábamos en el auto de una reunión a
otra, dijo algo que para mí sonó a confesión: "En el fondo soy
un socialista", comentó como quien piensa en voz alta, y
siguió elaborando en forma chispeante sobre los primeros días
de la crisis de los ochenta, que hasta ahora no acabamos de
superar como país.

La claridad y certeza con que discernía estaba acompañada de
un gran sentido del humor. Disfrutaba con su propio ingenio y
con el de los demás. En el momento preciso relataba una
anécdota pintoresca, de lo cual era una mina inagotable, que
calzaba con la circunstancia. Aquellos temas que en otros
ambientes eran densos e insufribles, con Clemente se volvían
ligeros y, por sobre todo, humanos.

El presidió el directorio del Diario HOY en los difíciles
años del alumbramiento del nuevo periódico. Pero fue mucho más
que un alto personero.

Creyó con todas las fuerzas de su inmenso corazón en este
proyecto periodístico. En el pluralismo, en la independencia,
en la altivez, y en el sentido social y progresista que quiere
proyectar el diario en cada una de sus páginas.

Sufrió persecución por la causa de una prensa libre en los
tiempos del autoritarismo. Pero lo hizo en un digno silencio.

Tampoco buscó reconocimiento o halago. Es difícil medir cuánto
le debemos, como periódico y como personas, pero sin duda
algunos resplandores de su alma grande seguirán reflejándose
por siempre en el Diario HOY.

UN BUEN ECUATORIANO

Por Thalía Flores y Flores

Lo conocí en una de esas reuniones en las que HOY juntaba a
los editorialistas y editores, para hablar del país, y
descubrí en él toda la sapiencia que los años entrega a los
seres humanos, como recompensa a su paso por la vida, junto a
una envidiable prudencia: esa reservada a los hombres de
talento. Y me cayó bien. Y me agradó ser su amiga. Y que me
identificara, en las poquísimas ocasiones que tuve el
privilegio de conversar, para enriquecerme con sus palabras,
animarme con sus bromas y meditar con sus reflexiones.

Clemente Vallejo tuvo las cualidades reservadas a los seres
especiales: la bondad y la solidaridad fueron formas de
expresión constante. Tuvo siempre una palabra de aliento para
los débiles, pero nunca conspiró contra los poderosos.

Con frecuencia recordaba a Cuenca. Y, entonces, me hablaba de
sus amigos de años atrás. Y se entusiasmaba al referirme
anécdotas de una ciudad pequeña en la que -decía-, había gente
de talento. Muchos "artistas". Y personas de trabajo.

En una de esas reuniones con los periodistas de HOY, el
presidente del Directorio me habló de su pasión por las
letras. Leo todo lo que encuentro, me dijo, pero me confesó un
secreto con algo de frustración: "habría querido ser
periodista", ya que le fascinaba la posibilidad de "husmear en
todo lado y hablar mal de todos", siempre y cuando el objetivo
fuera encontrar la verdad.

Yo creo que Clemente Vallejo no tuvo necesidad de escribir
para decir la verdad. Creo que él siempre la dijo. Y se jugó
por ella. Por eso sus vivencias son ejemplo de honestidad, en
un mundo que, da la impresión, ha trasmutado sus valores. Esos
valores que, en cambio, Vallejo nos dejó como su mejor legado.
El fue un buen ecuatoriano. (Diario HOY) (6A)
EXPLORED
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