Quito. 23 jun 97. Ya no se hace poesía en las paredes. Los
grafiteros que a fines de los ochentas cambiaron el paisaje de
Quito con leyendas que llamaban a la reflexión, hoy venden su
trabajo como publicistas. Sus clientes: políticos empeñados en
campañas negativas contra sus adversarios.

Las historias de Iván Garcés y Alexis Puertas empiezan con su
militancia izquierdista. Pertenecían a la Brigada Pedro Saad,
del Patido Comunista y luego del LN, que pintaba monumentales
murales de campaña, como los que durante años permanecieron en
el Trébol y en la Y.

Era divertido, recuerdan, pero no fácil. Se trataba de un
trabajo clandestino que tomaba varias noches y exigía una
movilización respetable (unas veinte personas, dos camionetas,
escaleras) Tenía que hacerse lejos de las miradas de la Policía
y de los militantes del MPD, que pegaban aun más duro. Se
necesitaba gente montando guardia y hasta personal armado. Ahí
aprendieron la disciplina de la calle.

Cuando el desencanto recorrió como un fantasma las izquierdas,
la brigada se disolvió pero ellos no perdieron la costumbre de
andar con un tarro de pintura aerosol en la mochila, haciendo
cada noche lo que mejor sabían y más disfrutaban. Ya no había
consignas, eran libres de pintar cuanto quisieran. Así nació el
grafitti quiteño, al que se sumaron otros jóvenes iconoclastas,
como Alex Rohn. Firmaban con un triángulo, un espiral o una
bicicleta. Un fenómeno de comunicación del que se han escrito
dos estudios.

La política lo cambia todo. Cuando en 1992 un grafitero se
intentó aquel famoso acróstico de Nebot ("No estaría bien otro
tirano"), lo hizo de corazón, cuenta Alexis Puertas: odiaba a
Nebot. El graffiti era tan bueno que empezaron a difundirlo,
hasta que "se lo propusieron a (César) Verduga, y se convirtió
en el primer graffiti pagado masivo". Alex Rohn, Juan Martín
Cueva, Ricardo Buitrón y otros manejaron esa campaña que cubrió
el país.
La efectividad del graffiti en una campaña negativa tenía sus
antecedentes.

Jamás se llegará a saber el verdadero paso de la consigna
"Sixtorbay atatatay" en la derrota de Durán Ballén, en 1988,
aunque en ese caso no hubo contratos de por medio.

¿Quién no teme a lo que le puedan escribir en las paredes? Para
los políticos, la aparicición de los grafiteros significó un
recurso más para lo que se denomina campaña sucia, aquella que
destaca características negativas del contrincante, usa medios
alternativos de comunicación y es anónima.

Del lado de los grafiteros significó una posibilidad de ganar
dinero, aun desvirtuando el concepto romántico del graffiti
original. Los políticos en campaña siempre han contratado gente
que pinte consignas. La diferencia, en este caso, es el nivel
del trabajo: un verdadero servicio de publicidad.
"Cobramos por la creatividad del graffiti", explica Iván Garcés,
quien dice haber sido contratado por la campaña de Rodrigo Paz
para golpear a Freddy Ehlers. El ideó las consignas "No te
acelehers" y "Pocahontas vicepresidente", pero nunca estuvo de
acuerdo con graffitis como "Fujiehlers" y "Freddymori" que, según
dice, fueron hechos por gente de la misma DP. Garcés cuenta que
recibían su paga de Eduardo Madriñán, en cheques de Casa Paz.

El Alex Rohn volvieron a poner sus brochas al servicio de la
política en la segunda vuelta de las elecciones, del lado de
Abdalá Bucaram. entonces pintaron "Nobocop", junto a una
callabera cruzada por dos tibias. "La plata venía de Sandra
Correa y la depositaba Miguel Salem".

Garcés y otra gente también fueron contratados en la última
Consulta Popular, esta vez por Rosalía Arteaga, para pintar por
el No. De ahí salieron "Sapo interiNO", "Fabiolo tiende a subir
y el pueblo sube a tender", entre otros. La campaña cubrió
Quito, Ibarra, Latacunga, Ambato, Riobamba, Cuenca, Machala,
Guayaquil, con muchas dificultades, manta y Portoviejo.

Alexis Puertas, quien prefiere mantener en reserva los nombres
de los políticos que lo han contratado, explica la mecánica del
trabajo. El político interesado se contacta a través de un
intermediario (se sabe que, en el caso de Arteaga, el
intermediario era su hermana Claudia). El acuerdo es verbal,
previa presentación de un proyecto de campaña que tiene todos los
elementos de un plan de mercadeo.

"En el proyecto explicó cómo puedo difundir los graffitis, qué
ciudades son las principales para hacerlo y cuáles las
secundarias, en qué momento se va a hacer, etc. Y luego, una
estrategia para que no me agarren".

Luego se contratan ayudantes, que cobran no menos de cien mil
sucres por tres horas de trabajo nocturno. Y se establece un
número aproximado de graffitis, que casi nunca se cumple y, en
todo caso, no puede ser verificado.

Algunos políticos han llegado a pagar hasta 30 millones de sucres
por una campaña. No está mal para un ejercicio que se define
como alternativo, clandestino y anónimo. Tres características
que, en manos de los políticos, son una cortina de humo.

Políticos: ¿Graffiti? ¿Cuál graffiti?

Los políticos niegan todo, se declaran sorprendidos, dicen no
saber nada del asunto, preguntan qué quiere decir "graffiti".
Ellos no quieren mancharse las manos con una actividad que podría
relacionarse con campañas sucias.
Ninguno de ellos accedió a dialogar sobre este tema con El
Comercio. En su lugar, sus asesores se encargaron de desmentir
las historias contadas por los grafiteros.

Según Fausto Jaramillo, asesor de la Vicepresidenta, ella "no
puede estar involucrada en esa clase de hechos porque la
Contraloría investiga cada centavo que invierte esta dependencia.

En el caso hipotético de que el Mira haya sido el contratante,
cosa que no puedo asegurar ni negar, hay que recordar que Rosalía
Arteaga está liberada de la disciplina partidista".

Jaramillo sostiene, sin embargo, que la situación económica del
Mira no le permite costear esas campañas. "Pero sobre todo debo
rechazar tales afirmaciones porque ni siquiera se les conoce a
los denunciantes. Nunca los he visto en mi vida".

Igual de determinante es Marcelo Garcés, asesor de César Verduga,
quien habría financiado varias campañas según los grafiteros: "es
una situación de falsedad absoluta".

También gente del equipo de campaña de Rodrigo Paz declaró no
saber nada del asunto.

La modalidad de los contratos, de los que no quedan pruebas
escritas, y de los contactos, que se realizan por intermedio de
terceros, cubren las espaldas de quienes pagan por el trabajo de
los grafiteros. Lo cierto es que las campañas sucias son parte
de la actividad política del país. (EL COMERCIO) (P. A-11)
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