Quito. 7 feb 2002. (Editorial) Rosita: Aquí jóvenes y niños y hasta
algunos mayorcitos han comenzado a jugar el carnaval con gusto. Será
porque en la sequedad de la crisis mojarse y remojarse y manosearse cura
la melancolía. Con las planillas de agua potable tan caras, reirán hoy y
llorarán mañana; pero qué importa: hoy es y mañana todavía no ha llegado.

El padre Piti, Rosita, viajó a Cuenca. Me dijo al despedirse: "Dirigirás,
en mi ausencia, el grupo de reflexión de los martes". El Poeta, Rosita,
al enterarse de la ausencia del padre, me dijo que debería invitar a un
etnohistoriador graduado en Alemania con honores, para que dirija el
grupo de reflexión y nos hable del carnaval. "Ese hombre de pelo blanco",
me dijo el Poeta, es la Enciclopedia Británica en persona.

Nos contó el doctor, Rosita, que en la antigua Roma había una fiesta
llamada "De las mujeres casadas". Cuando llegaba la primera luna nueva,
todas ellas sentían en sus entrañas una inquietud que les hacía salivar.
Cuando la salivación era insoportable, corrían al mercado y compraban
vino, mandrágoras y ostiones para agasajar a sus esposos. Las matronas se
quitaban la ropa, se perfumaban y se envolvían en un manto transparente y
le daban la mandrágora al vino, el vino al ostión, el ostión a la
matrona, la matrona al marido de la otra y la otra a la mandrágora en un
círculo virtuoso de dulce amor y encendida pasión. Nos dijo el doctor,
que esta costumbre era para celebrar una antigua leyenda sobre unos
mocetones del equipo de la Roma que se metieron una noche en un internado
de jovencitas dirigidas por una señora Sabina y las secuestraron y
pasaron unos quince días de revolcones que nueve meses más tarde
acrecentaron la población del lugar y que así nació el equipo de la
Lacio.

Todos, Rosita, le oíamos con la boca abierta al doctor, porque hablaba
con autoridad. El doctor nos contó que la Iglesia católica cambió estas
fiestas poniendo a Santa Agueda en lugar de las matronas. Esta Aguedita
era una siciliana muy parecida a la Cardinale, pero con unos senos
mejores. Los mafiosos de Sicilia querían que Aguedita les ayudara a lavar
dinero. Pero ella se negó. Así que le dijeron "con que te niegas, ya
verás lo que es bueno" y le llevaron a un motel y ella no se dejó tocar,
entonces le cortaron las tetitas, pero la Divina Providencia la liberó y
mandó un cirujano plástico que la dejó como un locro de aguacates con
cuero.

Una santa así era mucho más atractiva, Rosita, para los españoles que el
santo padre José María Escrivá de Balaguer. Y su devoción se extendió por
los pueblos de Murcia, donde las mujeres en el carnaval toman las riendas
del gobierno, ensillan a sus esposos y amantes, les ponen frenos y salen
por el pueblo acicateándoles las posaderas con espuelas afiladas. Los
maridos corren al mar para cicatrizarse las heridas y las mujeres vuelan
al mar y entre la ola que revienta y la ola que revuelca y el surfing se
las pasan de chupete y rechupete.

El doctor, Rosita, después de su conferencia se marchó discretamente. Ni
para qué decirte, Rosita, lo que hicimos aprovechando la ausencia del
padre Piti. Es que la crisis nos permite desahogarnos. Te escribo estos
detalles y ni menciono al Johnsito, para que tú también en este carnaval
des gusto al cuerpo, Rosita, porque lo que ha de comer el gusano que lo
coma el cristiano. Pero eso sí que no sea con un gringo, Rosita. Con
esto, se despide tu [email protected]

E-Mail: [email protected] (Diario Hoy)
EXPLORED
en Autor: Simón Espinosa - [email protected] Ciudad Quito

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