Quito. 16 dic 2001. (Editorial) La guerra en Afganistán va llegando a su
final: el régimen talibán fue derrocado, está listo un gobierno interino
de amplia base y la banda terrorista Al Qaida ya capituló y está
entregando fortines y armas. Los vaticinios de que sería una guerra larga
y cruel, como las que durante siglos se libraron en el inhóspito suelo
afgano, no se están cumpliendo: los combatientes de la guerra santa del
mulá Omar se rindieron sin reservas, huyeron en desbandada o se
mimetizaron entre los millones de habitantes de las zonas liberadas, en
vez de reagruparse según se anunciaba para emprender una guerra de
guerrillas como la que terminó venciendo al imperio soviético. Buen
triunfo, qué duda cabe, de Estados Unidos.

¿Buen triunfo, en verdad? La duda procede porque el objetivo primero y
mayor de los Estados Unidos no era ninguno de los cumplidos en estas diez
semanas de guerra en Afganistán. Los estadounidenses tenían, por
supuesto, que derribar a los talibanes y desmantelar Al Qaida. Pero su
misión fundamental, aquella en la que justificaron la guerra al
terrorismo, era la captura o muerte del hombre que se convirtió en su
enemigo más temible y en el motivo de todos sus desvelos: Usama Ben
Laden. Pero lo cierto es que, casi cien días después de los atentados del
11 de septiembre, de Ben Laden no tienen ni las pisadas.

Lo que sí tienen es un vídeo que, si es auténtico, ratifica la
culpabilidad de Ben Laden en los atentados y, por lo tanto, refuerza la
necesidad, incluso la urgencia, de cazarlo. Pero, según informó esta
semana el diario británico The Observer, después de haberlo rastreado
metro a metro, sin éxito, en Afganistán, los americanos ahora están
buscando a Ben Laden en Somalia: dos barcos de guerra están listos frente
a la capital somalí, Mogadishu, mientras aviones de reconocimiento
sobrevuelan a diario una región selvática fronteriza con Kenia, donde Al
Qaida tendría dos campos de entrenamiento.

¿Dónde se metió Ben Laden? La pregunta tiene frenéticos y desesperados al
gobierno estadounidense y a sus militares. ¿Dónde se escondió? Es que,
mientras no aparezca vivo o muerto, todo un país dormirá con un ojo
abierto.

Ben Laden, con su figura alta, su barba de patriarca y su mirada triste,
se aparecerá en todas sus pesadillas, en todos sus temores y en todas sus
angustias. Millones de personas se preguntarán a diario, con pavor, dónde
será el nuevo golpe, la siguiente masacre, el próximo ataque. En torno a
él surgirán leyendas y fantasías. Será como Elvis Presley, a quien sus
admiradores más devotos siguen creyendo ver en una calle de Nueva York,
en una farmacia de Memphis, en una gasolinera de Los Ángeles o la vuelta
de cualquier esquina.

Elvis murió en 1977, pero su figura corpulenta y cimbreante sigue viva y
presente en la imaginación de millones de personas. ¿No ocurrirá lo mismo
con Ben Laden? Más que un jeque terrorista medieval y feroz, capaz de los
actos de violencia más salvajes, Ben Laden es, cada día más, un mito, una
leyenda que seguirá creciendo y alimentando la imaginación popular
mientras los estaounidenses no lo capturen y lo metan en un calabozo o lo
maten y exhiban su cadáver hasta que no quede ni el menor resquicio de
duda. No será fácil, desde luego, porque es probable que cuando esté
rodeado y sin escape, Ben Laden ordene a su gente que lo mate y haga
desaparecer sus restos, de manera que, al esfumarse de la faz de la
Tierra, sin que nadie sepa si está vivo o muerto, todos los días millones
de personas se pregunten cuándo y dónde será su próximo golpe. Con lo que
el terror sería eterno. Y su leyenda también. (Diario Hoy)
EXPLORED
en Ciudad Quito

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