Quito. 09.07.93. Místicos y estudiosos de la fe consideran que el
ritmo acelerado que rige a la actual época, ha convertido al
espíritu en esclavo del cuerpo.

Otros, rompiendo esquemas y mitos van más allá. Consideran que
los hombres, en su desesperanza, en su necesidad de encontrar la
razón y verdad de sus vidas han ido creando ídolos y doctrinas,
que tampoco han logrado llegar a la esencia del ser. Por el
contrario, han acrecentado sus confusiones y fricciones.

Frente a este sentir que sacude a las sociedades postmodernas, la
doctrina espiritual de los pueblos nativos de América, su
religión, sabiduría y verdad milenaria, surgida del cosmos y de
la misma tierra, se presenta como la alterativa, como el
resurgimiento a la vida.

Cesáreo e Hilario, shamanes de las comunidades secoya y shuar,
respectivamente, están conscientes de ello, de la misión que como
líderes de sus pueblos deben cumplir. Misión que la toman como el
encausamiento físico y espiritual del hombre, por la senda
natural de la vida, de la tierra, de la paccha...

Y lo están haciendo ya. Cada uno en sitios distintos.

Cesáreo, con sus 69 años a cuestas, hijo y nieto de guerreros y
shamanes es el curandero de su comunidad, localizada cerca de la
reserva de Cuyabeno, en las riberas del río Aguarico. Su
sabiduría, pura, silvestre, ya ha trascendido las fronteras de su
grupo étnico. Hasta él acuden hombres y mujeres que, a pesar de
ser ajenos a su mundo, buscan en él la fuerza que le impregna la
tierra, el sol y la vida.

Con Hilario, de apenas 29 años, el medio físico cambia, mas no el
objetivo de la misión, que en él se traduce en pregonar su
conocimiento por pueblos y ciudades, "para ayudar a recuperar a
la gente los valores espirituales, culturales y religiosos de
nuestros pueblos, porque es el único camino para encontrar
nuestra verdad".

Pero, pese a que el hombre urbano está despertado al reencuentro
con su ser, con argumentos que den a la vida una perspectiva
mejor; el de la selva se enfrenta al peligro de perderla, de
dejar de ser libre, de ser amordazado por la colonización, que en
nombre del "desarrollo", impone y domina, cuestiona y critica su
manera de percibir el mundo.

CESAREO, UNA HERENCIA TRUNCA

Cesáreo Piaguaje está considerado uno de los más antiguos y de
los pocos shamanes que quedan en al Amazonía. Se inició en la
curandería a los 13 años. De su padre y de su tío heredó los
conocimientos y misterios de la vida y de la selva, que parece
morirán con él.

Al explicar el por qué de esta sentencia, su rostro cobrizo se
muestra desconcertado. No quiere herir a su único hijo, José, de
34 años, un despierto pastor evangélico que prefiere quedarse
solo con el conocimiento de la medicina natural o vegetariana, y
dejar de lado el shamanismo, por temor a la reacción que el
ayahuasca, (bejuco del que sale el brebaje que trasporta al
shamán al mundo espiritual) produce en los iniciados; "a la
borrachera que, me cuentan, puede durar días".

Pero, en realidad, para José existe otra razón de peso que le
impide ingresar al mundo mágico de su padre: "haber conocido al
Señor Jesús", que entró en su vida, y tal parece que para
siempre.

Y, de pronto, la inquietud en Cesáreo se convierte en nostalgia.
Con cierto orgullo comenta sobre el respeto que inspiraba su
esposa, una shamán con la fortaleza y poderes que muy pocos
hombres de la comunidad han logrado, pero que quedarán para la
historia, si es que alguien logra contarla, pues a ella también
la "convirtieron". Hoy ya no bebe ayahuasca para invocar a los
espíritus; reza en un idioma ajeno, implora a un dios hipotético.


Pero, a pesar de todo, Cesáreo no pierde la esperanza de que en
cualquier momento algún joven, aunque no sea su hijo, le pida que
lo inicie. "Tengo miedo de enfermar, de morir sabiendo que nadie
de mi gente pudo hacer nada por mí".

HILARIO, UN CASO DISTINTO

La situación de Hilario Chiriap es distinta a la de Cesáreo. Es
hijo de un shamán que dejó su tradición, su mundo espiritual para
convertirse al catolicismo, negando todo acceso de conocimiento
de shamanismo a sus hijos.

Desde muy chico fue internado, lejos de la selva, bajo la tutela
de los salesianos, con quienes logró culminar los estudios
secundarios.

Graduado de bachiller decide continuar sus estudios en la
Universidad Católica. Pero una enfermedad le obliga a retirarse
de este centro de estudios e internarse en la selva, en busca de
la medicina milenaria de su pueblo.

A partir de entonces, comenta Hilario, "empecé a ver las cosas de
otra manera, a sentir la realidad, a tomar conciencia de que a la
vida se la debe sentir".

En el aislamiento al que se sometió, la realidad, que le habían
enseñado como única, se desmoronaba de a poco. "Empecé a entender
que la prédica del Evangelio, como retórica es buena, pero es
nula en la práctica, porque no propone cambios, porque la
sociedad sigue igual, o mejor dicho, desigual. Clasificada en
estratos. Entendí que la verdadera religiosidad rompe con esos
esquemas".

Con sus maestros comprendió que no es necesario imponer una
religión, porque toda persona en sí es religiosa, y sobre esa
base busca la superación.

Que si le imponen valores ajenos a su esencia, el hombre termina
por negarse a sí mismo. "Porque una vez que han dominado su
conciencia, terminará por perder su identidad. Y así, el camino
se allana para la dominación".

Retornar a la selva, retomar su idioma y costumbres, para Hilario
ha sido duro, más de lo que fue cuando lo arrancaron de su
habitat, de su mundo, siendo aún niño.

Pero, a pesar de ello, y contrariando la disposición de su padre,
se sometió a las duras pruebas que el shamanismo impone a los
inciados. Pero lo logró. Hoy es uno de los shamanes más jóvenes
de toda la Amazonía ecuatoriana.
EXPLORED
en Ciudad N/D

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