Quito. 21 dic 2001. (Editorial) Enrique, Marcela y Diego. En los treinta
últimos años vinieron a Quito estos tres Reyes Magos. Llegaron
sucesivamente, luego se juntaron y después empezaron a irse, así mismo,
sucesivamente. El primero en marcharse fue el rey Enrique, quien
abandonó el planeta Tierra para abrir librerías en otras estrellas.
Marcela y Diego permanecen todavía en la tienda. Anteanoche hubo tragos,
guitarras y bocados para celebrar los treinta.

El rey Enrique tenía cara de rey, trato de rey, sed de rey. Venía de la
tierra donde los Reyes Magos tienen una catedral deslumbradora. Amaba
tanto a Ecuador que fundó Libri Mundi para difundir la cultura y la
naturaleza de esta tierra. Supo, con la fuerza del instinto, que una
tienda de libros es una confitería para golosos que quieren ser tratados
con atención y cierta distancia, con conocimiento y precisión. "Enrique:
hay un chico al que le apasionan los atlas y la historia. ¿Tienes algo
para él? ¿Lee el francés? Sí, es alumno de La Condamine, el colegio menos
atlético del país. Hay uno excelente. Un poco caro: Los grandes atlas de
la historia moderna".

La reina Marcela cantaba y fotografiaba y con su canto y su encanto
cautivó el corazón del Rey que siempre parecía añorar algo extraño e
inasible. Venía de la tierra del Chimborazo donde la naturaleza tiene un
palacio deslumbrante de tres cúpulas de nieve. El rey y la reina vivieron
felices, la librería creció y se multiplicó en Quito y Guayaquil. Y un
día, el Rey, siempre considerado, se murió sin previo aviso para no
molestar a nadie.

Marcela se hizo cargo con grande hombría (palabra machista, pero
insustituible) y la librería continuó más atractiva que nunca.

En toda historia, hay un coprotagonista, un malo que hace sombra al héroe
a fin de que los perfiles del rey se perfilen más regios todavía. Este
malvado es Diego, que viene de Quito y sus tres Panecillos a tres mil
metros sobre la mar. Sin Diego, Libri Mundi sería un huevo sin sal. En
el perfil del perfecto vendedor, habría sido el candidato menos apto. -
"Echenlo que espanta a los clientes", habría aconsejado el sicólogo
industrial conocedor de tests y de perfiles, pero no de la naturaleza
humana. El malo tiene el encanto del Diablo. El pecador vuelve al
escenario de la librería para ser tentado. Y Diego sabe de libros no
tanto por librero sino por Diablo. Tienta con una sinceridad que
espantaría a los mercaderes de la insincera mercadotecnia.

Una librería es un don. Para el lector pragmático necesitado de un
instrumento de trabajo, Libri Mundi es un don como la ferretería Kiwi.
Para el lector de ficciones, una librería es el don por excelencia. Dicen
que los grandes lectores suelen ser grandes tímidos que se pierden en
bosques de fantasías y actúan en los personajes que leen y en ellos se
ven reflejados y añoran no haber sido como ellos. Para los lectores de
narrativa, la librería es una sala de primeros auxilios. "Venid a mí
todos los que andáis atribulados que yo os consolaré".

Una librería es también el sitio apropiado para los estresados por la
competitividad de no ser sorprendidos en un coctel sin que sepan cuál es
el último libro de moda. Una librería es, además,una feria de vanidades.

Libri Mundi pertenece a una época de Quito. Es el gallo catedralicio de
la Mariscal. Los Reyes Magos han entrado definitivamente en la región
neblinosa de la nostalgia quiteña. Felicitaciones a los Reyes y a sus
dones: a su oro, a su incienso y a su mirra: a su confitería, a su
ferretería y a su sala de primeros auxilios. Y, a su feria de vanidades.

E-Mail: [email protected] (Diario Hoy)
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en Autor: Simón Espinosa - [email protected] Ciudad Quito

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