Quito. 18.05.93. (Editorial) ¿Sabe usted cómo se instituye un
santo de la Iglesia? ¿Quién reconoce sus méritos? ¿Cómo se
proclama su santidad? ¿Cuánto cuesta probarla?

Fuera de los niveles especializados de la iglesia, en general es
muy poco lo que se sabe al respecto: Que el candidato tiene que
ser presentado por algún organismo religioso, quien debe probar
de modo incontrovertible la extraordinaria fe y ciertos poderes
sobrenaturales del candidato, tales como su capacidad de obrar
milagros aún después de muerto. Que el Vaticano coteja esas
pruebas con un minucioso e implacable rigor. Y que, si logra
pasar todas las pruebas y análisis, el candidato es proclamado
sucesivamente "siervo de Dios", "beato" y finalmente "santo",
mediando muchos años entre una y otra proclamación.

Al menos, esto era todo lo que yo sabía sobre el tema hasta que
un día de 1990, investigando en el Archivo General de Indias, de
Sevilla, me encontré con un expediente inusitado: el informe de
cuentas que presentaba al Rey de España don Juan del Castillo,
postulador de la causa de beatificación de la venerable Mariana
de Jesús, respecto a la inversión de los fondos dados por la
corona española para el efecto.

LA BEATIFICACION DE "LA AZUCENA DE QUITO": UNA CAUSA POLITICA.

Ante todo, comencemos por aclarar que, desde el siglo XVII, los
iniciales promotores de esta beatificación habían sido los
jesuitas, en razón de que miembros de esta orden habían actuado
como guías espirituales de Mariana de Jesús Paredes y Flores,
llamada "la Azucena de Quito", y de su sobrina doña Sebastiana
Caso.

En 1694, el jesuita guayaquileño Jacinto Morán de Butrón escribió
una Historia de la vida de Mariana de Jesús, que fue impresa en
Lima en 1702, siendo su editor el capitán José Guerrero de
Salazar, sobrino de Mariana. Ese mismo año de 1694, a ruego de la
Compañía de Jesús, el rey Carlos II expidió la Real Cédula de 20
de julio, disponiendo que se pidiese limosnas en todas las
colonias españolas de América para promover la beatificación de
estas dos quiteñas.

¿Por qué se interesó la corona española por esta causa? En
esencia, por conveniencia política: la beatificación de dos
jóvenes vírgenes americanas, pertenecientes una rancia familia de
encomenderos, fortalecería los lazos de identidad de la
aristocracia criolla con su madre patria y proporcionaría al
pueblo hispanoamericano una "heroína de la fe", que sirviese a la
vez de ejemplo de virtudes y de símbolo del reconocimiento de las
dos majestades (el Rey y el Papa) al catolicismo americano. Con
lo cual la beatificación de "la Azucena de Quito" fue, desde sus
inicios, una causa tanto religiosa como política.


EL INFORME DE CUENTAS DE DON JUAN DEL CASTILLO

Tras la expulsión de los jesuitas, en 1767, la monarquía española
tomó directamente a su cargo el asunto. Así, don Juan del
Castillo, Canónigo de la Catedral de Chile, fue designado por la
corona como Regio Postulador de la causa ante la Santa Sede, para
lo cual el Consejo de Su Majestad Católica se encargaría de
proporcionarle los recursos económicos del caso. Por su parte, el
sacerdote chileno debía justificar periódicamente los gastos
realizados.

El expediente que analizamos aquí cubre las cuentas referentes al
período 1770-1780, en el cual se gastó un total de 11.026 escudos
romanos, sin contar los sueldos del postulador. Y la minuciosidad
con que fueron llevadas esas cuentas nos revelan no solo los
valores mismos de la beatificación sino el regio estilo de vida a
que estaba acostumbrada la corte papal, e inclusive los gustos
aristocráticos y refinados vicios de los cardenales del Vaticano.

Previamente, y para que se tenga una idea del valor adquisitivo
del escudo romano y de los precios vigentes en la Roma de esa
época, precisemos que una misa costaba diez centavos de escudo,
un cuadro al óleo tenía el elevado precio de ocho escudos y una
libra del finísimo y caro tabaco importado de La Habana valía
tres escudos.

Dentro del ámbito de lo que podríamos considerar como "gastos
generales del trámite" (sueldos, misas, traducciones, transporte,
correo y encuadernación), el gasto se elevó a un monto de cuatro
mil cuarenta y nueve escudos, es decir, el 36 por ciento del
total gastado.

En cuanto a "honorarios profesionales y derechos de trámite", su
monto fue de mil seiscientos seis escudos, lo que equivalía al
14.5 por ciento del total.

Un tercer rubro importante fue el que hemos llamado "gastos de
propaganda", que abarca la impresión de libros, folletos,
grabados y estampados, así como la elaboración de copias de un
retrato original de la venerable Mariana de Jesús, llevado desde
Quito por el Regio Postulador. El total de gastos por este rubro
fue de dos mil ciento ochenta y tres escudos, equivalente a cerca
del 20 por ciento del gasto total.

LOS GUSTOS DE LOS SIBARITAS CARDENALES

El rubro más interesante de todos es el que hemos denominado
"regalos", que abarca un sinnúmero de presentes y obsequios dados
por don Juan del Castillo a las gentes del Vaticano, para
"aceitar" el rodamiento del trámite, y que se eleva a un 31 por
ciento del total gastado.

En el nivel más bajo de este rubro figuran innumerables propinas
dadas a los empleados y sirvientes de la corte papal. Como
explicaría el postulador, a estas personas "se les dan lo que
ellos llaman manchas, como por costumbre". Su monto fue, en los
diez años, de trescientos sesenta y cuatro escudos.

Subiendo de nivel, nos hallamos con unos más costosos regalos de
"cera y azúcar", hechos periódicamente a los empleados del
Vaticano y que son citados como "los acostumbrados regalos de
agosto" o "los acostumbrados regalos de Navidad", revelando así
que eran una especie de coimas obligatorias que debían pagar los
postuladores de causas de beatificación o santificación. Su valor
total fue, en este caso, de seiscientos veintitrés pesos.

Un poco más arriba, ya en el ámbito de los "monsignores", figuran
los regalos de dos productos de consumo suntuario: chocolate y
tabaco. Los obsequios de chocolate se elevaron, en el decenio, a
setecientos cincuenta y ocho escudos y los de tabaco a ciento
sesenta, lo que equivalía al precio de 7.580 misas y 1.600 misas,
respectivamente.

Sin duda, el valor gastado en chocolate fue alto, pero la cosa
pudo ser peor si el Real Consejo español no hubiera optado por
enviar a Roma una buena cantidad de tabaco selecto de La Habana y
una gruesa partida de cacao fino de Guayaquil, a fin de que don
Juan del Castillo lo hiciese procesar por un chocolatero experto
y pudiese satisfacer la insaciable gula de los purpurados, con
mayor calidad y menor costo para la corona. ­Cuan grande sería el
envío que alcanzó para 48 moliendas de chocolate, cuyo solo
trabajo costó sesenta y ocho escudos!

El Regio Postulador, por su parte, se esmeraba en atender la
menor insinuación de los sibaritas prelados, "para favorecer la
causa". Así, cuando algunos de ellos se manifestaron cansados de
tomar "chianti", don Juan se apresuró a proporcionarles una
docena de selectas botellas "de vino generoso de España". Claro
que el regalito costó más que todas las misas dadas en la
década...

EL VERDADERO PRECIO: AYER Y HOY.

Los regalos verdaderamente costosos resultaron ser las joyas y la
platería que Del Castillo repartió entre los monseñores que
interesaban, unas veces porque su intuición le aconsejaba pero
otras porque, como decía en sus cuentas, "en dichas ocasiones es
costumbre regalar al Monseñor Promotor". Así, en nombre de la
"Azucena de Quito", los más afamados plateros italianos -como
Valadier- elaboraron juegos de café, chocolateras, bandejas,
candelabros, cajas de tabaco y aguasantas, mientras los orfebres
labraban juegos de escritorio en piedras finas y oro, anillos de
oro con brillantes y esmeraldas, relicarios de filigrana, etc.
­Todo ello para que monseñor Juan Fco. Abani y sus colegas
pudieran, al fin, convencerse de "la Inocencia purísima" y la
"Penitencia portentosísima" de la Sierva de Dios quiteña...!

Obviamente, el postulador no podía dejar de agradecer "a Su
Santidad, por tanto que ha favorecido la causa". Le obsequió,
pues, una alhaja superior a todas las demás, teniendo la fineza
de no hacer constar su precio, pero dejando constancia de sus
características excepcionales: "Al Papa regalé -escribió- una
piedra Bezuar de peso 39 onzas y 1/4, ligada en América con 7
onzas y media de oro riquísimo".

Entre tanto, afamados pintores y grabadores italianos -Cecci,
Caprinosi, Bombelli- preparaban artes con el retrato de la virgen
quiteña y los mejores impresores y estampadores romanos
-Salomoni, Quagliozzi, Ambrogio, Cappelli, Camaral- sacaban miles
de láminas y más de noventa mil estampas de Mariana, para
distribuirlas por toda la América española, en una formidable
operación propagandística.

¿Cuánto costará hoy la promoción de alguien a los altares? Hace
poco tiempo, prelados españoles denunciaron que el Opus Dei había
pagado las enormes deudas del Vaticano a cambio de la rápida
beatificación de monseñor José Ma. Escrivá de Balaguer, su
fundador e ideólogo, mientras que por falta de dinero no avanzaba
la causa de Juan XXIII, pese a los múltiples milagros que le son
atribuidos. En fin, ¿será que falta "aceite" en los rieles o que
el Papa Wojtyla se preocupa más de bendecir a su "bien amado
hijo" el general Pinochet que de beatificar al "Papa Bueno"? (4A)
EXPLORED
en Ciudad N/D

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