Quito. 22 mar 97. En la Cancillería ecuatoriana los empleados
lo saludan al verlo entrar con su carpeta bajo el brazo. Algunos
lo reconocen; otros no lo identifican con zapatos de suela y
elegante camisa de cuello duro. Ya saben que Washington "Coco"
Aires busca avanzar, un paso más, en su largo trámite en busca
de la nacionalización.

Cuando los descansos entre los entrenamientos lo permiten, el
"Coco" Aires se dirige al segundo piso de la Cancillería y entra
en la oficina de Asuntos Legales para averiguar si el montón de
documentos que presentó están en regla. Y un amable burócrata
abre la carpeta, analiza el record policial, y recuerda que falta
el certificado de no tener deudas pendientes con el IESS.
En esos días, Ariel Grazziani, delantero argentino de EMELEC,
anunciaba junto al presidente de la Ecuafútbol, Galo Roggiero,
que pronto obtendría su nacionalización por decreto presidencial
interino.

Pero el "Coco" no se decepciona. El ya sabía que el trámite de
nacionalización era largo. Muchos de sus amigos uruguayos que se
convirtieron en ecuatorianos se han demorado hasta un año solo
en el papeleo. Cuando termina el entrenamiento, el "Coco" se
dirige al Seguro Social en busca del documento.

¿Qué fue lo que primero le impactó del Ecuador? Las montañas.
Cuando el Barcelona se desplazaba por la Sierra para jugar los
partidos, al "Coco" le extasiaba contemplar los Andes desde la
ventana del avión, desde el balcón del hotel o del asiento del
bus. Es que Uruguay es un país llano, con un máximo de 400 metros
de altura. Y el "Coco" no encontraba un placer más exquisito que
fotografiar los nevados y enviarlos por correo a su familia. En
esas postales, al reverso del Tungurahua, del Altar, del
Pichincha y del Chimborazo, escribía los goles para su mamá y su
papá.

Entre las "paredes" que hacía con Walkir Silva (uruguayo) y los
pases gol para Lupo Quiñónez, nació su hija Valentina, en
Guayaquil: sin proponérselo, poco a poco empezaba a encariñarse
con el Ecuador. Los 1.600 kilómetros que lo separaban de
Montevideo ya no le parecían tan lejanos. Gracias a los Andes,
conservaba el contacto con sus amigos y familiares. Y el mate que
le enviaba su madre le mantenía dormida la nostalgia.

El "Coco" nació en Montevideo, en 1966. Le dicen "Coco" desde
bebé. En Montevideo, como en todos lados, los niños juegan en las
calles al fútbol. Y a Washington su mamá lo colocaba en un
corral, en la vereda de la casa, para que jugara sin peligro y
recibiera el cálido sol rioplatense. Pero, a cada instante, el
balón de los callejeros se estrellaba en la cabeza de Washington.
"Pobre pibe, le dieron en el coco", repetía con pena un amigo
judío de la familia llamado Rabín.

Como suele ser común en Uruguay, el "Coco" se inició en las
divisiones inferiores. Jugó en River Plate de Uruguay, Atlético
Cerro (el primer dueño de su pase) y Peñarol. Con los aurinegros
fue campeón de la Copa de Oro de 1986, currículum que le valió
fichar para el Barcelona de Guayaquil, que dirigía Roque Gastón
Máspoli. Llegó a Guayaquil casado con María del Rosario Pérez y
un hijo, Nicolás.

Antes de la victoria del Barcelona sobre el Deportivo Quito de
Alex Aguinaga y Freddy "La Colorina" Barreto, un gol a cero, el
20 de diciembre de 1987, Heinz Moeller (en aquel entonces
presidente del club) le comentó que había la posibilidad de
obtener la nacionalidad ecuatoriana. Mientras daba la vuelta
olímpica en el Atahualpa, el "Coco" soñaba con agrado en que el
Pichincha podía ser suyo de a de veras, y no solo en postales.
Bastaría con cumplir dos temporadas más en Barcelona (así
completaría los tres años que pide la Ley). No obstante, el
"Coco" se vio obligado a cumplir los designios de Atlético Cerro,
el dueño de su pase, que quería transferirlo a Independiente de
Avellaneda (Argentina). El "Coco" solo pudo jugar hasta la
inauguración del estadio del Barcelona (27 de diciembre de 1987).
El rival era Peñarol. Barcelona perdió tres a uno. El "Coco"
marcó el gol canario al minuto 85, tras centro de Jimmy
Izquierdo. La derrota no impidió dar la vuelta olímpica en el
flamante estadio junto a León Febres Cordero, ni bailar al ritmo
de Daniel Santos, "El Jefe". "Réntame un cuartito en un rincón
de tu alma", cantaba con melancolía "El Jefe" ante 27 mil
espectadores. Uno de los oyentes se iba del Barcelona para
siempre.

El "Coco" regresó a Montevideo en 1988. Tuvo problemas para su
venta a Independiente y se disgustó con los dirigentes de
Atlético Cerro. Le habían quitado un año de tiempo por egoístas
intereses económicos. El "Coco" decidió apuntar a las montañas
ecuatorianas y firmó, en 1989, para el Macará de Ambato. Y para
1990 firmó para el Deportivo Quito. En ese año nació su hijo
Matías y el Quito cumplió una gran campaña. El "Coco" convirtió
goles importantísimos, pero no bastaron para evitar la
eliminación ante la resucitada Liga de Polo Carrera. Mientras
Matías daba guerra para pedir su biberón, Liga empataba 2 a 2 al
Quito. El "Coco"marcó un gol que quedó tan lejano como
Montevideo: su esposa y él obtuvieron la cédula ecuatoriana de
identificación. El siguiente paso era obtener la de ciudadanía.

Su fama de excelente volante le permitió fichar, en 1991 y 1992,
en un equipo húngaro: el modesto Volán FC. El "Coco" siempre
quiso jugar en Europa, así que no lo pensó dos veces cuanto tuvo
la ocasión. Dejó atrás el Tungurahua y se instaló en Budapest.

La vida en el país de los magyares fue buena. Del Volán fue
transferido al Vasas (el Barcelona de Hungría) y marcó un gol de
chilena que recorrió el mundo. Las páginas deportivas siempre
dedicaba un espacio al hábil jugador que abrió el camino a otros
sudamericanos. Pero los niños no entendían el idioma, de origen
asiático, y no podían ir a la escuela. El país, con la economía
en transición, no era estable. Se retiraban las estatuas de
Lenin. A Budapest empezó a llamársela "Budasex", por el auge de
la prostitución.

Después de un partido bronco, el "Coco" regresó a casa con su
maleta deportiva. La tarde de Buda se escondía en el puente que
lleva a Pest cuando María del Rosario, de repente, sonrió y
exigió: "volvamos al Ecuador". El "Coco" devolvió la sonrisa. En
el Vasas hubo decepción.

Sin embargo, el equipo más cercano al Ecuador que encontró a mano
fue el Alianza Lima. Ahí jugó hasta octubre de 1992, cuando pudo
fichar para el Valdez (el ex Filanbanco). Y, por fin, regresó a
la cordillera: en 1993 jugó para Liga de Quito. Al año siguiente
nació su hija Sabrina, su tercer descendiente ecuatoriano.
Realizó una pequeña gira por Centroamérica, regresó al Deportivo
Quito, dirigido por Polo Carrera, en 1996, y reinició los
trámites de nacionalización. Mientras tanto, Ariel Grazziani
llegó al Aucas (1995) y empezó su meteórica carrera que lo llevó
a ser el goleador de Emelec (1996 y 1997).

Ahora el "Coco" se ve en el espejo y se descubre unas pocas
canas. A Grazziani le bastaron menos de tres años para intentar
triunfar en la selección nacional. Entonces, el "Coco" piensa en
el futuro. Se siente bien físicamente, pero sabe que no le queda
mucho tiempo en el fútbol. A lo mejor sigue activo dos o tres año
más. Todo depende de lo que indique el preparador físico, el
capitán Bedoya. No tiene casa propia. Sería bueno conseguir un
negocio para cuando llegue la hora del retiro. Hasta entonces,
luego de que Polo Carrera ordene el fin de la jornada de
entrenamiento, el "Coco" seguirá escalando las gradas hacia el
segundo piso de la Cancillería. Al menos, ya tiene el certificado
del IESS. Algún día, por fin, un ecuatoriano le dirá
"compatriota". Y ojalá sea Grazziani. (DIARIO HOY) (P. 10-A)
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