Quito (Ecuador). 22 jul 96. Eran las 07h00 del sábado. En
Calguasig, a 4.300 metros sobre el nivel del mar, soplaba un
viento helado. Los indígenas vigilaban el lugar en el que se
encontraban las supuestas brujas. Todavía recuerdan los libros
de San Gonzalo."Hasta el nombre del gobernador está escrito.
Dice que se haga mujeriego con mujeres negras. Si no quiere
morir como mujeriego tiene que pagar un millón de sucres",
dijo Pedro Casahuano.

A las 11h00 comenzaron a llegar los dirigentes de todas las
comunidades de la Corporación de Organizaciones Indígenas de
Quisapincha (COCIQ).

Por los altoparlantes de la casa comunal llamaban a los
dirigentes a una reunión. En la plaza, los indígenas se
protegían con plásticos del viento helado.

En un corredor de la escuela, preparaban agua de canela que
servían con un pan. Otros repartían mellocos y algunos niños
vendían huevos cocinados.

La comunidad, de 700 habitantes, de pronto se vio invadida de
gente. Llegaban de Casahuala, Pucará, Ambatillo. Todos querían
ver si sus nombres constaban en los libros de San Gonzalo.

A las 11h30 llegaron Aníbal Nieto, gobernador de Tungurahua, y
Carlos Trujillo, jefe Provincial de la Policía, acompañados de
Margarita Chito, la joven indígena diagnosticada con
tuberculosis, quien salió del carro del gobernador y subió
corriendo a su vivienda.

"Me muero de frío", comentó Aníbal Nieto, pero algunos
indígenas le recordaron que con ese frío viven más de doce mil
indígenas de Quisapincha.

Todos esperamos pacientes que terminara la reunión. Las
canelas amortiguaban los cuatro grados bajo cero de
temperatura. En la reunión, 18 comunidades se pronunciaron por
quemar a las supuestas brujas, frente a todas las autoridades
y medios de comunicación, para demostrar al país que las leyes
no protegen a los indígenas.

"Los hermanos y los maridos de ellas andan por afuera robando,
robando, robando. Eso no será violar la ley. ¿Para qué sirve
la ley? Para llenar los bolsillos de los que hacen las leyes",
dijo Segundo Cuza, un indígena de la comunidad de Pucará.

Los indígenas explicaban a quienes querían escuchar las
estafas millonarias de las hermanas Heredia. Aseguraban que
las cuentas de un libro de San Gonzalo llegaban a los
trescientos millones de sucres.

El gobernador y el jefe de la Policía pronunciaron un lírico
discurso para calmar los ímpetus, pero solo recibieron como
respuesta dos palabras: "¡Queremos justicia!".

A las 12h00 llegaron representantes del Ministerio de Salud
para hacer una evaluación médica. Dijeron que los casos de
Angel y Margarita se manifestaban como un cuadro de
tuberculosis y no de brujería. "Son los únicos casos que se
presentaron en Calguasig", dijo Edison Salazar, médico que
llegó a la comuna. Aseguró que necesitaban hacer una
evaluación para determinar si existía una epidemia. A las
13h00 salieron sin hacer nada.

La reunión terminó a las 15h00. Pedro Pombosa, secretario de
la COCIQ, leyó el acta. Pedían a las autoridades que
aseguraran el restablecimiento de la salud de todos los
indígenas enfermos, la pena máxima para las hermanas Heredia,
que se capturara al resto de las brujas que estafan a los
indígenas, y el restablecimiento de la salud de Angel Pinto y
Margarita Chito.

Una justicia diferente

Después de algunas mediaciones, los indígenas resolvieron
entregar a las supuestas hechiceras, pero no sin antes aplicar
la justicia indígena.

"Una justicia diferente que tal vez no encaja en la
mentalidad occidental", dijo el párroco de Quisapincha, Luis
Vásconez.

Eran las 16h00. El viento helado soplaba más fuerte. Margoth y
Sonia comenzaron a temblar en medio de la plaza. Vestidas con
sacos blancos y zapatos rojos dijeron que aprendieron a hacer
los libros con los Camana, unos brujos que trabajan en la vía
a Baños.

En sus rostros se dibujaba angustia y miedo, sobre todo cuando
alguien pidió dos galones de gasolina. Los indígenas esperaban
el castigo. "¡Queremos justicia!", era el grito más frecuente.

Las hermanas tenían que sacarse la ropa. Margoth quiso
negarse, alegando que su calzón era muy pequeño. Al quedar
semidesnudas, cada una recibió un azote con un cabestro.

Gritaban desesperadas mientras se restregaban los muslos;
después varias indígenas las azotaron con ortiga. "La ortiga
sirve para dar calor al cuerpo", decían.

Terminado el castigo, el gobernador y los indígenas firmaron
un acta mediante la cual la autoridad se comprometía a
respetar la vida de los comuneros y a castigar con la pena de
20 años de cárcel a las hechiceras.

A las 18h00 las dejaron salir. En Quisapincha la gente se
arremolinó en las calles. Todos esperaban ver bajar los
cadáveres de las hechiceras, pero solo vieron a dos mujeres
asustadas que juraban no volver a estafar con los libros de
San Gonzalo.

Convertidos en fantasmas

"¿Donde están sus identificaciones?", nos preguntaron cuando
llegamos a Calguasig. De pronto, en cuestión de minutos, los
indígenas se arremolinaron alrededor del equipo informativo de
HOY.

Retiraron nuestros documentos y nos dijeron que no saldríamos
de la comunidad hasta que se arreglara el asunto de las
hechiceras.

Los indígenas se quejaron porque los periodistas que llegaron
a la comunidad habían tergiversado la información. "Nos
quieren hacer ver como los malos, pero no dicen que las
señoras brujas nos quitaban hasta el último centavo", decían
indignados.

No había cómo protestar. Se ofrecieron a cargar el carro, que
se quedó estancado a una hora de la comunidad, a cambio de que
nos quedáramos hasta terminar con el problema de "las señoras
hechiceras".

Como fuimos el único medio que estuvo en la comunidad desde
las 07h00 del sábado, querían que terminemos el día allí.
"Será una muestra de apoyo a nuestra causa", era su mejor
argumento.

Como la liberación de la supuestas brujas fue anunciada el
viernes, los indígenas esperaban quemarlas el sábado.

Cuando llegó Antonio Pombosa, dirigente de la comunidad, dijo
que en realidad HOY no tergiversó la información, pero añadió
que no podíamos salir de Calguasig hasta que el asunto se
resolviera, porque esa era una decisión de la comunidad.

Como rehenes simbólicos, los indígenas nos brindaron mellocos
y huevos cocinados, el único alimento que existía en la
mañana.

Pudimos conversar con las hermanas Heredia. Su cuarto,
cubierto por una cortina, se abrió. Tenían un colchón y unas
cobijas. Mientras se arreglaban, dijeron con cierto humor que
"eran brujas porque estaban despeinadas".

Añadieron que ya les castigaron el jueves y se quejaron porque
ningún medio estuvo cuando les pegaron con un cabestro. Para
darles gusto, los indígenas las azotaron frente a todos los
medios de comunicación.

Una vez terminado el día, la persona que nos quitó nuestros
documentos desapareció como por arte de brujería, y tuvimos
que salir de Calguasig sin un solo papel de identidad, como si
fuéramos fantasmas y, por tanto, careciéramos de nombre y
hasta de huellas digitales.

Los nombres de San Gonzalo

"Ana María Cazahuano, morirás maldita. Para salvarte y no
morir maldita tienes que pagar 98 mil sucres". Los libros de
San Gonzalo están llenos de estos casos. Cada libro cuesta por
los menos trescientos millones. "Magdalena Amaguaña, que
tengas un accidente y mueras. 790 mil sucres". "Vicente
Valladino, que sufras con tu enfermedad y mueras.
720 mil sucres". "Gabriela Naranjo, infeliz, lárgate de
nuestro hogar y enférmate. 820 mil sucres". Estos son solo
algunos casos.

Por ejemplo, si Káterine Susana quiere impedir que su hermana
se mate, tenía que pagar a las hermanas Heredia 380 mil
sucres, y si Ana Gavilánez no quería que su familia
desapareciera de uno en uno, tenía que abonar a las supuestas
brujas 1 millón 625 mil sucres.

Pero en los libros de San Gonzalo también existen las
venganzas amorosas. "Armando Gutierrez, quiero que pagues todo
el daño que me hiciste y sufras como yo sufrí". Si Armando no
quería sufrir desengaños, tenía que pagar 375 mil 999 sucres.
Ni un centavo menos.

En los libros se confundían las venganzas con los desengaños y
las añoranzas. Algún desesperado fue a pedir a San Gonzalo un
milagro.

"Miriam Muñoz, quiero que le dejes a tu amante y regreses
conmigo y con nuestros hijos". Para obtener el regreso tenía
que pagar 285 mil sucres.

Así desfilaban los nombres de cientos de personas en todas las
páginas. No había mal que no se pudiera curar ni venganza que
no se pudiera cumplir, con una buena cantidad de dinero
mediante. (Diario HOY) (2A)
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