Hay bibliotecas enteras que tratan de explicar cómo es el errático Fidel Castro. Son poquísimos, sin embargo, los textos que ayudan a entender los laberintos de su conducta, su idea de la historia, su miedo a las conspiraciones y a los atentados. Uno de los mejores es el que acaba de publicar Huber Matos, el maestro de escuela que ascendió a comandante durante la rebelión de Sierra Maestra. Junto al Che Guevara, Camilo Cienfuegos y Raúl Castro, integró el círculo más cercano a Fidel durante los primeros meses de la revolución cubana.
En octubre de 1959, Matos, que entonces era gobernador de Camagüey, fue acusado inesperadamente de sedición y traición. El 15 de diciembre, luego de un juicio tempestuoso que se transmitió por la cadena nacional de radio, lo sentenciaron a 20 años de cárcel. Ahora se sabe que su insistente pecado era exigir a Castro la instauración de la democracia en Cuba y protestar por lo que él avizoraba como un veloz viraje del gobierno hacia el comunismo.
Matos cumplió la condena hasta el último día y parece un milagro que haya vivido hasta los 84 años para contarlo. Su libro, de casi 600 páginas, Cómo llegó la noche, ganó en 2001 el premio Comillas, tal vez el más prestigioso que se concede en España a las memorias y biografías.
Como todas las rendiciones personales de cuentas, es un inventario de actos heroicos. Pero está escrito, a la vez, con un asombroso tono de imparcialidad y una llaneza que recuerdan, a veces, a Primo Levi y sus relatos de Auschwitz. También Matos alza rara vez la voz y se mueve por su historia como si estuviera sucediéndole a otro.
A fines de marzo de 1958, llega a la zona oriente de Cuba en un avión lleno de armas desde Costa Rica y el mismo día se reúne con Fidel Castro, que ha bajado de su refugio en la sierra para conocerlo. Matos es un hombre metódico, con una férrea disciplina y un certero don de organización. También es inflexible, y ese atributo le creará más de un roce.
Desde el principio, los personajes de su tragedia tienen un perfil claro: Fidel es celoso de su primacía, hábil para las manipulaciones, infiel a las promesas. También, según el autor, es un político genial.
Cuando prepara el ataque final a Santiago de Cuba, coloca como comandante de uno de los frentes a Juan Almeida, un estratega inferior a Matos, pero que tiene la ventaja de ser mestizo, lo que tal vez mejora la imagen de los rebeldes entre el pueblo llano.
Raúl Castro es el villano mayor de la historia. Las memorias no solo lo acusan de hipócrita, intrigante y ladrón de documentos, sino también de desear la muerte de Fidel para quedarse con el poder absoluto.
Como Guevara -de quien Matos traza un retrato borroso, insuficiente- vive con la idea fija de entregar la revolución al comunismo. Esa denuncia se contradice con la sospecha más tardía de que Guevara fue sacrificado en Bolivia por disentir con la sumisión de Cuba a los soviéticos.
Matos insiste, sin embargo, en que Raúl Castro y Che Guevara convierten a Fidel a la causa leninista. Para este, al principio, el comunismo habría sido una aberración, pero meses después es un imperativo histórico, la única vía para liberar a Cuba de su dependencia ancestral de Estados Unidos.
El autor es diestro en la descripción de personajes y situaciones. En las memorias aparece un Camilo Cienfuegos carismático, con una abrumadora capacidad de seducción, pero a la vez temeroso de exponer sus ideas.
Cuando detienen a Matos, a mediados de octubre, Cienfuegos lo acusa de traidor en dos o tres arengas radiales, pero a la vez le envía mensajes secretos diciéndole que no tome en serio sus denuncias, porque lo han forzado a que las haga. En un par de ocasiones, Camilo le ofrece ayuda para fugarse.
Poco después, el 28 de octubre, desaparece Cienfuegos en un vuelo de Santiago de Cuba a La Habana. Matos dedica tres largas páginas a especular sobre el destino final de Cienfuegos. Reúne argumentos para demostrar que se trata de un asesinato: Raúl Castro lo odiaba y Fidel temía que su caudalosa popularidad acabara por arrebatarle el liderazgo de la revolución.
Las memorias levantan vuelo a partir de ese momento, en el último tercio de la narración. El relato del juicio es una pequeña obra maestra, que se abre con el épico momento en que Fidel, durante una manifestación gigantesca ante el palacio presidencial, el 26 de octubre de 1959, pide que levanten la mano todos aquellos que aprueban el fusilamiento de Huber Matos. La multitud, enloquecida, responde: "!Paredón, paredón!" Matos cree entonces que su destino ya está marcado.
El final del juicio es también memorable. El caso parece perdido por el Gobierno, porque nadie ha aportado prueba alguna de que Matos sea traidor o sedicioso. Entonces Fidel, en un discurso que dura hasta el amanecer, logra recrear un clima de animosidad a fuerza de retórica y demagogia.
El autor empieza entonces el lento -a la vez que estremecedor- inventario de sus tormentos: la comida infecta, el aislamiento durante un año en un pozo de la isla de Pinos, las moscas delirantes, los golpes, las infecciones, las dolorosas enfermedades sin atención médica, el sádico y abrupto corte de las relaciones familiares y de todo contacto con el mundo exterior.
Matos se resiste a la degradación. Invoca su condición de preso político y se niega a limpiar las letrinas. Recurre a las huelgas de hambre, se somete a incesantes castigos. Supone que, suceda lo que suceda, morirá en la prisión y, por lo tanto, se siente más allá de todo agravio.
Uno de los momentos más conmovedores de su libro corresponde al relato del año de castigo en una de las galeras de la Fortaleza de La Habana.
"Entro a un túnel pequeño y después de algunos pasos llegamos a... una chapa de hierro. La chapa se abre con gran ruido. La impresión que recibo es la de estar entrando en un antiguo horno de panadería. Al adaptarse mi vista, noto que en el interior hay varias personas. Pienso: "si aquí existe vida humana, yo también podré sobrevivir."
Más que los ideales, a Matos lo perdió la idea de que la historia es hija de la integridad y de la justicia, no del afán de poder y de la ambición.
Su libro es el de un hombre de convicciones, que pelea por un ideal que cambia de signo a mitad de camino. Entre 1961 y 1968, cuando Matos estaba sumido en el peor de los infiernos, las inteligencias más nobles de Occidente, desde Jean-Paul Sartre a Italo Calvino y desde Julio Cortázar a Mario Vargas Llosa, creían que en Cuba se estaba construyendo el modelo de un futuro perfecto, regido a la vez por la más plena de las libertades y la más absoluta de las justicias.
Las 590 páginas de Cómo llegó la noche demuestran que la fe es el pecado capital de todo idealismo.

(Escritor argentino, autor de La Novela de Perón, Santa Evita y El Vuelo de la Reina, que ganó en España el premio Alfaguara de Novela. Sus obras se han traducido a más de 30 idiomas)
EXPLORED
en Ciudad Quito

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